Nos dice Erasmo de Rótterdam, en la dedicatoria que le dirige
a Tomas Moro “desde el campo”
el día 9 de junio de 1508, de su “Encomio de La Estulticia”, conocido generalmente
en España, como consecuencia de una mala traducción, como el “Elogio de la
Locura”, que:
“Quienes se den por ofendidos por la
ligereza y las bromas del asunto (que voy a tratar), piensen que esto no es de
mi invención, sino cultivado de antiguo por grandes autores, pues hace muchos
siglos que Homero se divirtió con la Batracomiomaquia; Virgilio con el mosquito
y el almodrote, y Ovidio con una nuez”
Para continuar afirmando que:
“Así como nada hay más tonto que tratar
en broma las cosas serias, tampoco lo hay más divertido que disertar sobre
necedades de modo tal que a nadie le parezca que lo sean.”
Y a ese empeño, no desdeñable, de abordar el análisis de la
estulticia humana como si de algo serio se tratase, quiero dedicar mis próximas
líneas, aunque, seguro, seré incapaz de acertar en el envite, como lo lograse,
en su momento, el sabio de Róterdam.
Una de las más abultadas necedades de los hombres se
encuentra en su empeño de considerar importantes todos los asuntos a los que
dedica su tiempo, aunque sean baladíes. Y así, el gasto del propio tiempo viene
a ser el criterio conforme al cual, desacertadamente, juzgamos la importancia
de nuestros empeños, de nuestras dedicaciones.
De este modo juzgamos importante todo aquello que, según
nosotros mismos, requiera un mayor esfuerzo de nuestra parte, o una mayor
dedicación de nuestro tiempo, sin valorar que, en ocasiones, ese dispendio de
tiempo o de esfuerzo se debe a nuestra incapacidad y no a la altura de la meta ansiada.
Esto es especialmente frecuente entre los políticos, que
dedican su tiempo, con gran dedicación y empeño, no a las cosas realmente
importantes, aquellas que preocupan a los ciudadanos, a quienes sirven desde el
gobierno de la “cosa pública”, sino a aquellas otras cuestiones que a su propio
gremio de los políticos importan y que generalmente no importa sino a ellos
mismos.
Y es a esa clase de empeños estultos a la que pertenece la
afirmación, realizada en su día por el general Franco, de que el futuro de España
había quedado, con sus “Leyes Fundamentales”, “Atado y Bien Atado”.
Y al mismo género de necias afirmaciones corresponde la
pretensión de nuestro actual Presidente del Gobierno, Señor Sánchez, de hacer
una España en la que la desaparición de la epidemia que nos asola, en gran
medida por su ineficacia y su interés político, antepuesto a las necesidades de
los ciudadanos, nos lleve a una “Nueva Normalidad” concepto
teñido de resonancias marxistas sin duda relacionadas con el concepto del “hombre nuevo”, cuando los españoles lo que quieren es volver a su “normalidad de siempre” a los hábitos y los criterios esenciales y habituales de nuestro
comportamiento social, porque ni la pretendida modernidad ni el buen talante son artículos
que menudeen en las actuaciones de la izquierda, por mucho que sus glosadores
las cataloguen de tales.
Efectivamente, el “nudo gordiano” que conformaba el entramado de las llamadas “Leyes Fundamentales” ─al menos el General tuvo la honradez de no llamar Constitución a las normas que configuraban su modelo de Estado, sin caer en la desfachatez de otros politicastros, como el venezolano Chaves─ aquel nudo, digo, pudo ser desanudado sin necesidad de acudir, cual Alejandro, a un golpe de su espada “Kopis”, bastando, en nuestro caso, con la habilidad taumatúrgica de algunos, pocos, hombres, entre los que se cuenta uno de nombre al menos tan complejo como el de aquella espada, cuya identidad me permitiréis que deje solo apuntada, dada la proximidad de su sangre con la mía.
En todo caso habremos de convenir que necio empeño es ese de
dejar las cosas atadas para el futuro, pues no es infrecuente que, llegados a
ese momento futuro, alguien haya que quiera desatar lo anudado en el pasado y
ello porque los nudos que se encuentre los considere inconvenientes para los
intereses de los hombres de esa época futura, que el anudador consideraba
venideras y el desanudador entenderá como presentes.
O dicho de otro modo, nada hay más necio que el político a
quien, no bastándole con tratar de resolver los problemas que hoy presente la
sociedad que gobierna, trate de conducir el comportamiento de esa sociedad en
el futuro con pretensiones de inalterabilidad, pues no se nos debe ocultar la
dificultad existente en conciliar los deseos que cualquiera tenga hoy en
relación con el mañana, con los que mañana tengan los que, entonces, ocupen la
posición de los que hoy, neciamente, se preocupan de diseñar aquel mañana futuro,
siempre lejano.
Y el ejemplo de las ya mencionadas “Leyes Fundamentales” y
los “Inmutables Principios” del llamado “Movimiento Nacional”, que a la postre
no resultaron ser tan inamovibles, debe hacernos reflexionar a cerca de lo
hasta ahora comentado.
Así, me reconforta la idea de pensar que, al igual que fue
pasajera la preeminencia de aquellos principios, sea igualmente pasajero, una
mera migraña, el sentimiento de conciencia comunista con su deseo de derrocar
el sistema constitucional del 78 y convertirlo en una república bananera de corte
chavista comunista, que, cual marea emocional, se extiende desde las cumbres de
los Pirineos hasta las Sierras Nevada y de Grazalema, confines últimos de lo
que siempre fueran territorios castellanos o aragoneses ─peculiares, con
personalidad y problemáticas propias, pero castellanos o aragoneses─ y no
Nación, hasta que, tal vez contagiado por las de Sabino Arana, se produjeran
las aberrantes ensoñaciones de Blás Infante o las de Companys, y por causa de estos
chalados, se tornasen en tierras ambiciosas de identidad histórica propia, las
que no fueran en su propia historia sino parte de los reinos castellano o
aragonés, tanto Andalucía como las Provincias Vascongadas y Cataluña, como si
tal ambición de identidad nacional fuera una especie de bálsamo de Fierabrás, capaz
de curar todos los males de los pueblos que la acogen como objetivo político
deseado.
Aunque a veces me asalta la duda de si no nos encontraremos, nuevamente, con un deseo de los políticos, que no de los ciudadanos, que permita encontrar acomodo laboral y económico para los amigos, los próximos o cercanos y los familiares de los mismos políticos, dentro de las enormes estructuras que, al albur del concepto de "Comunidades Autónomas", se han montado ellos mismos bajo la escusa de la "identidad histórica" y otras zarandajas similares.
Del mismo modo quiero pensar que un necesario, imprescindible
y creo que inevitable, renacimiento moral en nuestra decadente Europa llevará
al lugar que les corresponde, que no habrá de ser otro que el de la condena
social, a prácticas tan aberrantes como los asesinatos de inocentes en forma de
aborto o eutanasia, o la exaltación de lo homosexual como alternativa más legítima incluso que lo heterosexual, no siéndolo por mucho que los lobbies rosas lo pretendan, pues no olvidemos que los ciudadanos que se auto catalogan como "divergente" bajo las siglas LGTBI, no alcanzan el 8% de la población española, por lo que cualquier privilegio que se les se reconozca, no dejará de ser una discriminación al restante 92% de nuestros conciudadanos.
Y al final, llegados a este punto, habréis de convenir
conmigo que he cumplido mi propósito de disertar sobre las necedades de
nuestros políticos tratándolas como si su actuar henchido de estulticia no fuera algo necio, sino
que fuera cosa seria, poniendo así de manifiesto como, los discursos a cerca de
la estulticia o estupidez del hombre, no dejan de ser el principal objeto de nuestros
divertimentos intelectuales.
Y para mayor divertimento aquí os dejo una nueva pieza musical, en este caso el tercer movimiento del “Divertimento in D major, K. 136” compuesto por Mozart en 1772.
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