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lunes, 29 de junio de 2020

MIS ESPACIOS INTERIORES


             A la manera de Proust algunas noches trato de dormir infructuosamente.

              Después de un rato de sueño, me despierto agitado por mis ensoñaciones, mezcla de recuerdos y pesadillas, y en el acogedor silencio de la oscuridad de mi habitación vuelvo a dormirme, no sin antes acurrucarme en mi cama en busca del sueño que me esquiva.

         Y, en esos momentos de duermevela, mezclo los recuerdos de mi infancia o juventud con mis frustraciones, ilusiones y deseos de adulto, hasta que, recobrada la conciencia, dejo los pensamientos que me entretienen , los reconozco como obsesiones de mi alma y tras respirar profundamente vuelvo a la paz del sueño, generalmente no por mucho tiempo, pues la experiencia se repite, una y otra vez, hasta el alba.

          Otras noches, a la manera de Hermann Hesse, empiezo de pronto a recitar versos o a formular pensamientos demasiado perfectos para que yo hubiera podido crearlos, y que a la mañana siguiente se han borrado de mi mente, aunque, espero, como esperaba "El Lobo Estepario", que permanezcan guardados en mí interior como la nuez sana y hermosa dentro de una cáscara rugosa y vieja.  

        No obstante, si hacemos caso a Nietzsche, esas experiencias fantásticas, habrán venido a contribuir a la formación de mi “yo”, con idéntica fuerza que mis experiencias “reales”, de tal modo que mi propio ser, tal y como está hoy configurado, sería el resultado de la combinación de mi vida real y de mi vida onírica, lo que no deja, al menos, de ser poético.

        Sin embargo en esas noches de insomnio acabo, en muchas ocasiones, cogiéndole miedo a mis “espacios interiores”, esos recovecos del alma en los que habitan m
i memoria, mi razón y mis principios, que se expanden y lo llenan todo, dominando mis pensamientos.

            Mi memoria, con los recuerdos de lo aprendido, con mis experiencias, mis ilusiones, y mis decepciones –soñadas o reales− tamizadas todas ellas, a través de la razón, por mis principios, mis creencias y mis convicciones, conforman no solo mi forma de pensar, sino también, y por consecuencia, mi forma de ser y de actuar.

                 Al final llego a una conclusión tranquilizadora:

         Si la vida solo fuera, como pretende Camus, la existencia meramente corporal, sin un alma o espíritu más allá de la mera inteligencia, fruto de una pura evolución animal, entonces ¿para que asumir el sufrimiento y no adquirir más riesgos que los propios de las personas juiciosas?

                No se trataría de ser “justo”, en el sentido peyorativo cristiano, sino tan solo “volteriano”: La existencia del hombre, la mía propia, quedaría justificada, simplemente, por las aportaciones hechas a los otros, por mis actuaciones meramente materiales.

         Sin embargo ello sería tanto como abdicar de mis creencias y de mi educación.

          Dios, misericordioso y omnipresente, sería apartado abruptamente de mi ser y de mi conciencia, y esta no me lo consentiría.

                Y me reconforto con una frase de Quevedo:

"Dichoso serás y sabio habrás sido, si cuando la muerte venga no te quitare sino la vida solamente".
 
         Y recito con devoción a Tertuliano, que condensa el concepto de la fe del creyente

Crucifixus est Dei Filius, non pudet, quia pudendum est;
et mortuus est Dei Filius, prorsus credibile est, quia ineptum est;
et sepultus resurrexit, certum est, quia impossibile.
— (De Carne Christi V, 4)

que puede traducirse como:


"El Hijo de Dios fue crucificado, no hay vergüenza, porque es vergonzoso;
Y el Hijo de Dios murió, es por eso por lo que se cree, porque es absurdo;
Y sepultado y resucitado, es cierto porque es imposible."

            Al final, la idea que Tertuliano defiende es que lo que creemos no está dentro del alcance de la razón humana y, en tales condiciones, la fe es el único recurso posible.

"Credo quia absurdum"
 
"Creo porque es absurdo"

                        Y concluyo con el "Credo" de la misa de Coronación de Mozart 



 

 

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