He de reconocerlo, uno de mis grandes placeres es el vino,
sin desdeñar desde luego otros que también, en ocasiones, embriagan mis
sentidos.
Pero el vino es, sin duda, uno de los más reconfortantes y
ello porque se puede disfrutar en muy diversas circunstancias, ya en compañía,
aunque otros placeres permitan disfrutar la compañía de otro de modo más
intenso, ya en solitario, aunque la soledad en si misma sea, en ocasiones, un
inmenso placer.
Por otra parte la versatilidad del vino le permite ser disfrutado
en si mismo o en combinación con otros placeres, ya con viandas, ya como
soporte de una placentera conversación, ya como remedio que desembote la mente
y enaltezca el espíritu…
Además, aunque haya quien lo use para esos menesteres, el
vino no es el mejor instrumento para la borrachera pues que duda cabe que para
esa finalidad es mucho más eficaz cualquier otra bebida de mayor graduación
alcohólica.
En el mundo mediterráneo, al menos en el litoral norte del
otrora “mare nostrum”, que ahora con la “alianza de civilizaciones” puede
acabar siendo “mare revolutum”, el vino es una parte esencial de la cultura, e
incluso uno de los vehículos, junto al pan, de los misterios de la fe en la
religión cristiana, mayoritaria por esos pagos.
Además, si hacemos caso a los bromatólogos, el vino es un
complemento dietético sano que contribuye a redondear la denominada dieta
mediterránea, que según todos los científicos reúne los hábitos alimenticios
más sanos de todas las dietas existentes en el planeta.
Llegados pues a este punto debemos concluir que el vino es no
solo placentero, si no que, además, es sustancia sana para nuestro organismo. Y
no voy a caer en el viejo tópico “siempre que se tome con moderación”, ¡¡¡toma
ya!!!, como cualquier otra sustancia, ya sean proteínas (gota) grasas (Bloqueos
coronarios), azucares (diabetes) o hidratos de carbono y fibras alimenticias
(flatulencia)…
De todas formas mi aproximación al vino trataba de ser menos
dietética, pues lo que pretendía era hablaros de la existencia, a lo largo de
la literatura universal, de personajes enamorados del vino dignos de recuerdo,
aunque la mayoría de ellos sean dramáticas caricaturas de si mismos.
Entre ellos y en primer lugar, Falstaff, que en el Enrique IV
y en las Alegres Comadres de Windsor, manifiesta reiteradamente su amor al
vino.
El gordo personaje de Shakespeare es el paradigma del vividor
y bebedor, abandonado a su suerte después de haber dilapidado la vida entera al
servicio del Príncipe, que a su costa madura y se divierte y que al acceder al
trono le abandona…
Otro amante del vino, y de fama universal, es Sancho, el
escudero del Quijote, que a lo largo de la obra de Cervantes pondera
reiteradamente las bondades del mismo.
Existen correlaciones de carácter entre el Falstaff de Shakespeare
y el Sancho cervantino, aunque el primero sea el prototipo de noble embrutecido
y el segundo lo sea del bruto con alma noble.
Su verbo es siempre más locuaz de lo que de ellos podría
esperarse, y encierran en gran parte de sus expresiones la manifestación del
buen humor llano y sencillo de la sabiduría popular.
Pero como me he distraído con otras consideraciones, y un
análisis comparativo de ambos personajes daría para un libro entero, y como no
quiero entreteneros más, que ya voy para largo ─ incluso tedioso ─ voy a
terminar con dos frases deliciosas sobre el vino:
“La embriaguez no produce vicios, solo los evidencia”.
(Séneca)
“Viejos amigos para charlar, viejos libros para leer, viejos
troncos para quemar, viejos vinos para beber”
(Frase
que, con variaciones, se atribuye desde a Alfonso X, hasta a Francis Bacon)
Y acabemos con música. "Red, Red Wine" de Bob Marley
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