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martes, 25 de julio de 2023

GIJÓN

 

            Hoy pensaba haber hecho una reflexión sobre los resultados electorales del domingo.

        Sin embargo, la sorpresa de lo ocurrido me obliga a detenerme un poco a fin de no repetir lo que los medios de comunicación llevan diciéndonos desde que se conocieron los resultados finales de las elecciones.

        En definitiva, no quiero repetir lo que todos habéis ya escuchado, sino llegar a conclusiones que puedan ser de vuestro interés, más allá de lo que ya todos hemos escuchado y conocemos.

          Así que hoy dedico mi reflexión a Gijón

    Gijón es mi ciudad familiar, pues en ella nacieron tanto mi Padre como mi madre, siendo mis abuelos de distintas procedencias ―aunque todos mis ancestros son asturianos― y también mi lugar de veraneo durante mi infancia y juventud, por ello voy a dedicarle este POST.

        El auge de Gijón durante el siglo II d. de Cristo es un hecho que ha quedado plasmado en las termas o baños públicos, uno de los conjuntos arqueológicos romanos más significativos legados por su civilización a la ciudad.

     En relación con su nombre, Miguel de Unamuno considera que provendría del latín saxum ‘peñasco’, lo cual tendría relación con las características geográficas de su emplazamiento.

     Otras interpretaciones buscan el origen del término en voces celtas como:

          gy: ‘agua’ + om: ‘rodeada’ (según Bullet);

        egi + gon: ‘sitio estrecho y recogido, alto y bueno’ (según Becerro de Bengoa).

     Finalmente hay quien, basándose en el primitivo carácter de Gijón como asentamiento militar, propone la palabra sessio, teoría que reforzaría la presencia de unas ‘aras sestianas’ o ‘aras sessianas’ en la Campa Torres.

      Por último, también cabe suponer que, puesto que la ciudad fue fundada por la Septima Legio Gigia Macedonica, deba a ello su nombre.

     Sus gentes vivían principalmente de la agricultura y la ganadería, al tiempo que se intensificaba la pesca, de lo que da fe el hallazgo de los restos ―fechados en los siglos III y IV― de una factoría de salazones en la plaza del Marqués, junto al palacio de Revillagigedo.

     Con la caída del Imperio romano y las posteriores invasiones se produjo un abandono de la civitas gijonesa, ignorándose las causas de su despoblamiento en el transcurso de la Alta Edad Media, periodo en el que escasean las noticias sobre Gijón, que revive para la Historia en el momento en que el soberano Alfonso X le otorga, el 12 de mayo de 1270, la condición de puebla, hecho reflejado en documentos de San Vicente de Oviedo.

     Sin embargo, esa reaparición histórica se ve ensombrecida por los acontecimientos que siguieron a la muerte del rey Alfonso XI, en la siguiente centuria; Gijón sirve, entonces, de escenario a un enfrentamiento entre partidarios del rey Pedro I y Enrique de Trastámara.

    En el s. XIV gobernaba Gijón Rodrigo Álvarez de las Asturias, titular de los condados de Gijón y Noreña. Fue tutor de Enrique II, hijo bastardo de Alfonso XI, al que Gijón apoyó en sus enfrentamientos con su hermanastro Pedro I.

      Gijón era entonces una plaza fuerte encaramada en lo que hoy se conoce como “Santa Catalina”, una península rocosa rodeada por el mar y cuyo único acceso por tierra era a través de los arenales pantanosos que le unen al continente, según puede verse en esta representación pictórica.

    En el que todo su frente rocoso, frente al arenal, estaba amurallado, existiendo un muelle de madera, en la zona donde hoy está el antiguo muelle pesquero, y una iglesia dedicada a San Torcuato, uno de los varones apostólicos discípulo de Santiago, que colaboró con él en la cristianización de Hispania, en el espacio que hoy ocupa la Iglesia de San Pedro.

        Enrique II dio a su hijo, Alfonso Enríquez, los condados de Gijón y Noreña, y este se rebeló contra su hermano, el rey Juan I, a la muerte de su padre, y haciéndose fuerte en Gijón, en 1383, hasta der derrotado y hecho prisionero.

     Perdonado por Juan, volvió a rebelarse contra el Rey su sobrino, Enrique III, quien reacciona privándole de sus bienes.

     Alfonso Enríquez huye a Bayona, dejando al mando de la villa a su esposa Isabel, quien en 1395 incendia la ciudad antes de abandonarla. Entonces, el rey toma la determinación de que Gijón se incorpore a la Corona, aunque de hecho ya lo había sido en 1388 cuando se crea el Título de Príncipe de Asturias por Juan I, en beneficio de su hijo Enrique y a la esposa de este, Catalina.

     En un intento por superar la lucha dinástica entre las casas castellanas de Borgoña y Trastámara, se recurrió al principado, ―señorío jurisdiccional de mayor rango entre los que el rey puede otorgar― que no había sido reconocido a nadie.

     El título, designaba al infante primero en la línea de sucesión cuando el rey le transmitía de manera efectiva el territorio del Principado, con su gobierno y sus rentas.

     Los orígenes del Principado de Asturias se remontan a los condados de Noreña y Gijón, territorios dotados de jurisdicción señorial que pertenecieron a Rodrigo Álvarez de las Asturias, a los que ya hemos hecho referencia.

      Estos señoríos presentaban una extraordinaria singularidad: eran territorios que en tiempos remotos llegaron a ser el Reino de Asturias, el identificado con los orígenes de la monarquía.

     Al morir Rodrigo sin sucesión en 1333, legó su patrimonio a Enrique de Trastámara. Durante el reinado de Pedro I se desató «una verdadera guerra civil» que se decantó en favor de Enrique III de Trastámara con la muerte de Pedro I.

     El 8 de julio de 1388, fue acordado el Tratado de Bayona entre Juan de Gante y Juan I de Castilla, estableciendo la reconciliación dinástica tras el asesinato del rey Pedro I. Por este tratado, Juan de Gante y su esposa Constanza renunciaban a los derechos sucesorios castellanos en favor del matrimonio de su hija Catalina con el primogénito de Juan I de Castilla, el futuro Enrique III, a quien se le otorgó como heredero la dignidad de príncipe de Asturias.

      El título se concedió con cierta ceremonia.

     La muerte prematura de Juan I y la minoría de edad de Enrique impidió la conformación institucional y jurídica del principado, mientras que Alfonso Enríquez se volvía a levantar tras obtener su libertad por orden real. Asediado por las tropas del rey, fue sometido al arbitraje del rey de Francia, que impuso al conde la devolución de los territorios que poseía en Asturias. Se logró pacificar el territorio y se confirmó su situación de realengo.

         En los primeros tiempos de la institución, el título de príncipe de Asturias no fue solo un título de honor, pues el territorio asturiano les pertenecía como patrimonio. Juan II dispuso finalmente en un albalá fechado en Tordesillas el 3 de marzo de 1444 la conversión del principado en señorío jurisdiccional, vinculando las ciudades, villas y lugares de las Asturias de Oviedo con sus rentas y jurisdicciones al mayorazgo de los herederos de la Corona ―dicho documento fue en algún caso desobedecido e ignorado por los pueblos asturianos por considerarse un «contrafuero»―.

        Con la conformación legal se recuperó la dualidad realengo-señorío (villa-tierra) que perduraría bajo la jurisdicción del príncipe hasta la época de los Reyes Católicos.

        El 31 de mayo de ese mismo año el futuro Enrique IV intentó hacer efectivo el mayorazgo y recordó a Oviedo y las veintiuna principales villas asturianas que pertenecían a su señorío. aunque no había «ejecutado ni usado [el principado] así por causa de mi minoridad como por causa de los grandes debates y los escándalos acaecidos en estos reinos».

        En 1496 se intentó revitalizar el principado por Real Carta fechada a 20 de mayo, en la que los reyes, «queriendo observar la costumbre antigua» de sus reinos ―en alusión a Aragón―, dieron al príncipe Juan las rentas y jurisdicciones de los lugares de Asturias que habían pasado a pertenecer a la Corona, reservándose la mayoría de la justicia y la condición de no enajenar el patrimonio.

        Pero volvamos a Gijón, tras esta digresión.

        La repoblación de la villa de Gijón comenzó en 1400.

      En 1480 los Reyes Católicos dan su autorización para que en Gijón se construya un puerto de piedra, y se le den los medios para llevarlo a cabo.

 


        A partir de entonces la historia de Gijón aparece vinculada estrechamente al desarrollo de su puerto. En las postrimerías del s. XV se crea el primer muelle de mar, complementado en 1552 con un muelle de tierra. Gijón comienza su actual fisonomía en 1600 al extenderse sobre el arenal y la laguna que ponía cerco a su antiguo asentamiento.

        El Real Decreto de 1765 y el Reglamento de 1778 fueron dos disposiciones que permitieron al puerto de Gijón el libre comercio con las colonias americanas, lo que llevó a la villa a conocer un moderado crecimiento urbano, cuyo ordenamiento se contempló en el Plan de Mejoras para la ciudad diseñado por Jovellanos y aprobado por el Ayuntamiento en 1782.

         A fines del XVIII ostenta la capitalidad marítima de la región y se independiza de la Capitanía de Castilla al comienzo del XIX. Gijón tiene en 1794 el carácter de ciudad industrial y comercial que ya no le abandonaría hasta nuestros días.

         No obstante, durante los últimos años la crisis de la siderurgia y el sector naval ha supuesto la reconversión de su tejido productivo, lo que ha transformado la ciudad en un importante centro turístico, universitario, comercial y de I+D+I.

         Y finalizo, como siempre con una nueva pieza musical, en esta ocasión la habanera “Gijón del Alma”, muy popular el la villa gijonesa, cantada por Vicente Díaz.


©️ 2023 Jesús Fernandez-Miranda y Lozana

viernes, 21 de julio de 2023

LA LANZA DE LONGINOS

 


    La tradición católica llama LONGINOS al legionario romano que perforó con su lanza el costado de Cristo en la cruz, hecho que se describe en el evangelio de San Juan:

“uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua” (Jn. 19:34)

En el Museo de Hofburg, Viena, existe una lanza que se dice que es la usada por Longinos, para atravesar, en la cruz, el pecho de Jesús para comprobar que estaba muerto, pues según la Ley Romana, un condenado no podía ser entregado a la familia sin cerciorarse de su muerte, y si había alguna duda, había que provocarla y asegurarla con una lanzada que abriese el corazón

Según los científicos modernos, el agua que acompañó a la sangre de Cristo, como consecuencia de la lanzada, sería suero acumulado en los pulmones de Cristo.


    Bien pronto se le atribuyeron a esta lanza efectos talismánicos y fue rápida presa de Hitler cuando se apoderó de Austria.

    Constantino el Grande había proclamado ser guiado a la victoria cuando sostenía en la mano dicha lanza en la batalla de Milvian, en las afueras de Roma, triunfo que llevó a proclamar al cristianismo como religión oficial de Roma.

    Luego, se decía, la misma lanza había también llevado a la victoria al general franco Carlos Martel (el martillo), en aplastante inferioridad numérica, sobre los moros en Poitiers (732 d.C.).

    Más aún, se suponía que Carlomagno había mantenido toda su prevalencia empuñando la Lanza y tras cuarenta y siete campañas victoriosas, sólo cuando la dejó caer accidentalmente se eclipsó su reinado y encontró su muerte.

    La leyenda parece tener relación con un viejo relato irlandés en el que se cuenta que al llegar los antiguos dioses a las "islas del norte del mundo", llevaron entre otras cosas la lanza del Dios Lug, cuya característica era que aquél o aquella que la empuñaba no era vencido en combate alguno.

    Hay una segunda Lanza de Longinos, hoy en el Vaticano, regalo del sultán Bayacyd II de Constantinopla al papa Inocencio VIII, y que se conserva en San Pedro.


    Otra interesante reliquia de la pasión de Cristo es el “Titulus Crucis”, la tablilla que se colocó en la Cruz, por orden de Pilatos, y que está conservada en la basílica romana de la Santa Cruz; es un trozo de madera rectangular de 25 por 14 centímetros, de 2,6 centímetros de grosor y de un peso de 687 gramos, en la que, en griego, latín y arameo, se lee “Iesus Nazarenus Rex Iudeorum” (INRI).


     Para terminar, como siempre, os adjunto un archivo musical, en esta ocasión el “Ave Verum Corpus” de Mozart, cantado por Andrea Bocelli en el funeral de Pavarotti, en la que se habla de la sangre y el agua que brotaron del costado de Cristo con estos versos

Vere passum, immolatum

In cruce pro homine

Cuius latus perforatum

Unda fluxit et sanguine,

 


© 2023 Jesús Fernández-Miranda y Lozana 

       

martes, 18 de julio de 2023

ASTURIAS Y SUIZA


    Se dice, coloquialmente, que Asturias es la Suiza española, por sus verdes valles, por sus montañas nevadas y por su grandioso y sobrecogedor paisaje, pero hay más relación que la puramente física entre el Reino del Norte de España y el pais centroeuropeo de los Cantones.

    El dialecto castellano que se habla por tierras del Reino, hoy Principado, de Asturias y que en su conjunto, con sus peculiaridades domésticas o localistas, se conoce genéricamente como “bable”, tiene sus raíces hundidas en el pasado más remoto de nuestra historia.

    Según los investigadores, las primeras aproximaciones a lo que, siglos después, sería esta forma peculiar del habla de los asturianos, se encuentra en algunos documentos medievales, en los que ya se establecen diferencias entre los escritos en latín culto propio de los monasterios y en latín vulgar, con notables influencias autóctonas, celtíberas y visigodas, que sería el origen de las lenguas “romance” y muy concretamente del Castellano.

    Una peculiaridad asturiana citada por los investigadores es la distinción entre domus, término latino, y el término casa, de origen visigodo, y que ya en documentos de los siglos X y XI se utilizan con pleno sentido para designar, respectivamente, la vivienda principal, centro de una unidad de propiedad y explotación (domus-latin), y las simples dependencias y viviendas de los siervos de estos primitivos señoríos territoriales (casas-visigodo).

    La distinción se aprecia ya en un documento de 1024, en el que la infanta Cristina entrega la villa de Cornellana « cum domibus, edificiis, cassas… », y se hace más evidente en 1054, cuando el presbítero Martino dona al monasterio San Vicente la villa de Rozas, « hec domus cum omnia edificia sua, kasas, orreis, abutezis cum suas cupas, torcularia et omnia undensilia domorum ».

    Este documento es también interesante por contener una de las primeras, sino la primera, referencia escrita a los hórreos (orreis).


    En fin, ya desde el siglo X aparecen en la documentación asturiana otras expresiones que han caracterizado históricamente el hábitat y las unidades de explotación de la tierra en la región, aunque habrá que esperar a documentos del siglo XII para que aparezcan los caseros, arrendadores de una explotación agraria, y la propia célula de explotación pase a ser identificada como “casería” o “quintana”.

    Existen, por lo demás, otras circunstancias interesantes para seguirle la pista a las influencias celtas/visigodas de la lengua asturiana.

    Así, las similitudes toponímicas existentes entre Asturias y la zona de los Alpes suizos, en donde encontramos asentada a la tribu de los “ESTURES” entre los ríos Tinee y Tanaro, que nos hace recordar el propio nombre dado a los “ASTURES” prerromanos y a los toponímicos asturianos Tineo y Tarna. Lo que no es de extrañar si tenemos en cuenta que según los historiadores los “astures” proceden de la zona geográfica centroeuropea de “Estiria”.

   
Otras similitudes toponímicas entre ambas zonas son las siguientes:

Lozana-Lausanne; 
Libardón-Yverdon; 
Sevares-Siviriez; 
Arnicio-Arnés; 
Pendás-Penthaz; 
Zardón-Chardonne; 
Bobia-Vevey; 
Ercina-Orzens; 
Melendreras-Mollendruz; 
Bulnes-Baulmes; 
San Román-Saint Romont; 
Cabranes-Chavornay.

    Por no citar la antigua ciudad astur de Noega (en la Campa de Torres, próximo a Gijón) que nos recuerda a la Noecium belga.

    Pese a nuestras peculiaridades lingüísticas y culturales, los asturianos nunca hemos tenido otras veleidades nacionalistas más que las españolas, pues no en balde uno de nuestros dichos preferidos es que “Asturias es España y lo demás terreno conquistado a los moros”.

Posiblemente ello encuentre su explicación en el hecho de que la reconquista se inició en Asturias desde una concepción visigótica de “España”, a la que se refiere San Isidoro en su “Cronicae Visigotorum”

“De todas las tierras, cuantas hay desde Occidente hasta la India, tú eres la más hermosa, oh sacra España, madre siempre feliz de príncipes y de pueblos.; no envidias los sotos y los pastos de Etruria, ni los bosques de Arcadia... Rica también en hijos, produces los príncipes imperantes, a la vez que la púrpura y las piedras preciosas para adornarlos. Con razón te codició Roma, cabeza de las gentes, y aunque te desposó la vencedora fortaleza Romúlea, después el florentísimo pueblo godo, tras victoriosas peregrinaciones por otras partes del orbe, a ti amó, a ti raptó, y te goza ahora con segura felicidad, entre la pompa regia y el fausto del Imperio"

    Todas estas palabras de San Isidoro, escritas hacia el año 630, suponen el primer texto de un protonacionalismo ideológico en el seno de la cultura occidental.

    El nuevo ideal nacional, que reflejan los textos del Santo visigodo sevillano, se concreta en un territorio, la Península Hispánica y en un pueblo, los Godos, hasta identificar en su conjunción una Patria diferenciada de todos, España.

 
    Y son precisamente aquellos hispano-godos los que más tarde, refugiados en territorio cántabro-astur ante el avance musulmán, mantendrán la conciencia de una «Hispania por restaurar», conciencia de la que carecerían por completo los pueblos autóctonos de aquellos valles norteños, antaño enfrentados tanto al poder unificador romano como al poder central visigodo toledano.

    Y sobre la base de esa conciencia cristalizará la creación de un poder político nuevo, el reino astur-leonés, guiado por el claro objetivo de la recuperación de las tierras de Hispania sometidas a los invasores islámicos.

    Sobre esos mimbres difícilmente pueden construirse teorías nacionalistas artificiales antiespañolas.

    Y como siempre os traigo un nuevo video musical, y que menos que, hablando de Asturias, lo sea la "Marcha Real" interpretada por gaitas.


© 2023 Jesús Fernández-Miranda y Lozana




viernes, 14 de julio de 2023

ÉLITES

 


    Ortega y Gasset, en su obra “La Rebelión de las masas” [i], justifica la desaparición de las élites sociales con estas palabras:

 «La historia europea parece, por vez primera, entregada a la decisión del hombre vulgar como tal. O dicho en voz activa: el hombre vulgar, antes dirigido, ha resuelto gobernar el mundo. Esta resolución de adelantarse al primer plano social se ha producido en él, automáticamente, apenas llegó a madurar el nuevo tipo de hombre que Él representa. Si atendiendo a los efectos de vida pública se estudia la estructura psicológica de este nuevo tipo de hombre-masa, se encuentra lo siguiente:

1.º- Una impresión nativa y radical de que la vida es fácil, sobrada, sin limitaciones trágicas; por lo tanto, cada individuo medio encuentra en sí una sensación de dominio y triunfo que,

2.º- le invita a afirmarse a sí mismo tal cual es, a dar por bueno y completo su haber moral e intelectual. Este contentamiento consigo le lleva a cerrarse para toda instancia exterior, a no escuchar, a no poner en tela de juicio sus opiniones y a no contar con los demás. Su sensación íntima de dominio le incita constantemente a ejercer predominio. Actuará, pues, como si sólo él y sus congéneres existieran en el mundo; y por lo tanto,

3.º- intervendrá en todo imponiendo su vulgar opinión sin miramientos, contemplaciones, trámites ni reservas, es decir, según un régimen de “acción directa y particular”»

     Sería así preciso replantearse cual deba ser el papel de las “elites” sociales e intelectuales en el mundo contemporáneo habida cuenta del papel que ha asumido el “hombre-masa”.

Desde luego ya ha pasado el tiempo en que las declaraciones de los intelectuales o de los dirigentes sociales, de las élites en definitiva, tenían el efecto inmediato de crear opinión en la sociedad o de modelarla conforme a sus formulaciones teóricas.

Una de las razones por las que esas élites intelectuales no gozan ya del predicamento social de antaño es su substitución por lo que podríamos definir como “castas” sociales.

El concepto tradicional de “élite” responde a la idea de “excelencia”. En esta línea cabe la definición de élite elaborada por el sociólogo italiano Vilfredo Pareto [ii] :

“Hay hombres con cualidades extraordinarias —más allá de la calidad ética o la utilidad social de dichas cualidades— que se diferencian de la mayoría de la población por la capacidad óptima que tienen en cada rama de la actividad humana. Se puede formar una clase con aquellos que tienen las calificaciones más elevadas en el ramo de su actividad, y a ésta le da el nombre de elite.”

Sin embrago dudo que hoy en día subsista esa vinculación de los conceptos de élite y excelencia.

O al menos si existiese, no se trataría ya de excelencia cultural, científica o ideológica, sino meramente práctica: la excelencia en los mecanismos de acceso y mantenimiento en los resortes del poder en un proceso endogámico y autoalimentado. Lo que podríamos llamar excelencia en la praxis política.

Efectivamente, en nuestra sociedad la capacidad de “influencia” y de control del poder no corresponde ya a grupos de excelencia cultural o intelectual cuyas opiniones se consideren indiscutibles o al menos superiores, sino que las masas responden a otros parámetros de conformación de su forma de pensar y de actuar.

Los modelos de influencia social no son los intelectuales, no importa el conocimiento o la cultura, sino que los referentes son los “triunfadores” que alcanzan el reconocimiento social.

Tienen así mayor capacidad de alterar los comportamientos de la sociedad, el joven inculto, iletrado, pero triunfador en cualquier “reallity show” o programa-concurso televisivo de gran audiencia, la estrella mediocre, de moda transitoria, que brille en el firmamento retratado por las revistas de papel cuché, cualquier figurante del mundo de la “cultureta mediática” tan en boga, o el más inculto e iletrado de los políticos, con tal de que maneje adecuadamente los resortes de aquella “praxis política”, por encima de cualquier profesor universitario, pensador culto y profundo, o intelectual o ideólogo serio y trabajador, a quienes la moda social imperante tachará de “aburridos”.

Y eso se debe a que el destinatario de los menajes intelectuales es una mayoría social invertebrada, carente de inquietudes culturales, masificada y mecanizada en sus actos-respuestas.

Efectivamente el problema no es de clases sociales.

Es cierto que el proletariado, término que procede del latín “Proletarii” —concepto que San Agustín utiliza en su “La Ciudad de Dios[iii] y que aparece también en la “Republica” de Cicerón [iv], para referirse a esa masa miserable e inculta de ciudadanos que formaban la clase social más baja de la antigua Roma a quien, por su incapacidad económica y cultural para asumir otras funciones políticas, económicas o militares, correspondía el duro trabajo físico y la multiplicación de la prole— no es ya, hoy en día, esa clase miserable y paupérrima, sino que está formada precisamente por su prole engendrada, urbanizada, autosatisfecha y pretenciosa, a la que el sistema educativo, en muchos casos incluso universitario, ha dotado de “instrumentos” de progresión laboral y económica, aunque no cultural, y por lo tanto carece de inquietudes intelectuales.

Pero lo mismo ocurre con las clases medias y altas de nuestra sociedad, quienes, en teoría deberían considerarse de mayor nivel cultural-intelectual, pero que no lo son.

Todas estas clases sociales en que tradicionalmente se dividía la sociedad, están hoy más preocupadas por garantizarse una situación económica desahogada, incluso lujosa, que por el pensamiento, las ideas o el conocimiento, homogeneizándose todas ellas en sus planteamientos vitales, de modo que nuestras sociedades están formadas por individuos que, pese a su diferente capacidad económica, responden a parámetros materialistas muy similares, conformando en definitiva una única “clase”, la de los “ciudadanos”, que solo se diferencian entre ellos por su dispar poder adquisitivo, no por sus planteamientos vitales.

Y esta nueva mayoría sociológica “desclasada”, poseedora no de “cultura” sino de “formación general básica”, como el sistema educativo en que se ha formado, no precisa de “sabios” miembros de una élite intelectual que le abra las “puertas de la sabiduría”, que le oriente a través del camino vital que debe transitar, sino que los mensajes necesarios los percibe y los asimila desde otros canales, esencialmente mediáticos.

Todo lo cual conecta, haciéndolo más universal, con el concepto orteguiano de “rebelión de las masas” y de desprecio a “los mejores”, a quienes se da la espalda.

Algunos autores consideran que nos encontraríamos así ante una expresión críticamente al límite de lo que el italiano Vilfredo Pareto vino en denominar “circulación de las élites”, consecuencia, esencialmente, de la evolución de los sentimientos colectivos de la población, que suele darse bajo la forma de ondas o ciclos.

Esos ciclos serían tendencias cambiantes de gran amplitud —sentimientos de fe o desconfianza, de optimismo o pesimismo— que hacen que la gente acepte los argumentos y acciones que están de acuerdo con la tendencia y rechace los contrarios, determinando así la nueva élite que se constituiría en grupo social dirigente, que no responde ya al concepto de excelencia propio de las élites clásicas, sino al de “castas” o grupos sociales cerrados que asumen el rol de dirigentes de la sociedad con independencia de su poso cultural, ideológico o intelectual.

Y así, en atención al último “ciclo” de tendencias sociales las “elites” han sido substituidas por lo que realmente son “castas”, concepto que significa su carácter precisamente no “elitista”, no “excelente”, pues lo que sí es cierto es que la sociedad precisa de esos grupos dirigentes que asuman el poder director de la propia sociedad —a través de los procedimientos político-sociológicos imperantes en cada sociedad, ya democráticos ya despóticos—.

El problema radica en saber cuáles son los sentimientos, las tendencias que, en cada momento, dan lugar a la aparición de una clase dirigente en forma de “casta”, de élite social vacía de contenido cultural, pero conectada con aquellos sentimientos o tendencias sociales.

Y más aún, es preciso determinar cuál ha de ser el papel de aquellas élites culturalmente excelentes, que, pese a serlo, no juegan ya el papel de grupo dirigente, ni tan siquiera referente, de la sociedad.

Lamentablemente, si llegamos al convencimiento de que el hombre moderno, la mayoría social, se acomoda en su comportamiento y en sus ambiciones a la mera satisfacción de sus necesidades personales, desde las más elementales —alimentación, vestido, vivienda y salud— a las más elaboradas —confort, servicios, mejora de las condiciones de trabajo, etc…— (lo que se traduce en la llamada “sociedad del bienestar”), completada por su “necesidad de divertirse”, habremos de llegar necesariamente a la conclusión de que el quehacer cultural, ideológico o intelectual viene a ocupar un papel secundario —casi residual— en las sociedades contemporáneas, salvo que identifiquemos el concepto de “cultura” con el conjunto de mecanismos creados por las sociedades desarrolladas para satisfacer aquella necesidad de vivir y divertirse a que nos hemos referido.

Volviendo al sociólogo italiano Vilfredo Pareto, y a su discípulo y recensor Georges Bousquet, nos encontramos con que la “circulación de las élites” sería un fenómeno que se produce con independencia de la calidad moral o ética de las cualidades que adornen a la élite (la casta) emergente.

El propio Ortega y Gasset, en la obra ya citada, nos dice que no hay “moral” en la sociedad contemporánea:

«Europa se ha quedado sin moral. No es que el hombre-masa menosprecie una moral anticuada en beneficio de otra emergente, sino que el centro de su régimen vital consiste precisamente en la aspiración a vivir sin supeditarse a moral ninguna. No creáis una palabra cuando oigáis a los jóvenes hablar de la “nueva moral”.

Niego rotundamente que exista hoy en ningún rincón del continente grupo alguno conformado por un nuevo “ethos” que tenga visos de ser una moral.

Por esta razón, sería una ingenuidad echar en cara al hombre de hoy su falta de moral. La imputación le traería sin cuidado, o, más bien, le halagaría.

Si dejamos a un lado todos los grupos que significan supervivencias del pasado —los cristianos, los idealistas, los viejos liberales, etc.— no se hallaría entre todos los que representan la Época actual uno solo cuya actitud ante la vida no se reduzca a ignorar toda obligación y sentirse —sin que él mismo sospeche por qué— sujeto de ilimitados derechos.»

Lo fundamental no es el conjunto de aquellas cualidades, cuya trascendencia social era evidente en el s.XIX, sino la capacidad del grupo, de la “casta”, para acceder y mantenerse en el poder.
Así, pese a que en el “Manifiesto Comunista”
[v] se nos diga que:

“A lo largo de la historia todos los movimientos sociales han sido, hasta el presente, movimientos de minorías en beneficio de las minorías”
y que eso solo puede cambiar a través de la revolución del proletariado pues:
“El movimiento proletario es el movimiento autónomo de una inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa”

lo cierto es que tal y como escribe Bousquet, las luchas históricas entre patricios y plebeyos, senadores y caballeros, jacobinos y aristócratas, proletarios y burgueses, etc…, no han sido nada más que luchas entre minorías sociales —élites o castas— que se disputaban el poder, por mucho que se trate de encontrar y admirar en sus conflictos la lucha siempre renovada, nunca definitiva, de las masas contra los privilegiados, pues, en definitiva la élite emergente procederá de la masa oprimida y destruirá, para substituirla, a la élite preexistente, a los antiguos privilegiados.

Como dijera el propio Pareto:

“La Historia es un gran cementerio de aristocracias

Llegados a este punto podemos distinguir, pues entre élites político-sociológicas, participantes en la cotidiana lucha por el poder de la sociedad, con independencia de la calidad de sus cualidades intelectuales, lo que hemos venido en denominar “castas”, y élites culturales que responden al concepto de “excelencia” intelectual, con independencia de que en ellas se den o no las cualidades prácticas, las habilidades políticas, que permiten, a las primeras, el acceso y mantenimiento en el poder.

Ambos grupos sociales “privilegiados” cumplen diferente papel en las sociedades contemporáneas.

Si la cultura es, según el antropólogo francés Maurice Godelier, "la parte ideal de lo real", la política podría ser definida como “la parte práctica de lo real” [vi].

Así, desde el punto de vista de la praxis política, la cualidad esencial del hombre es la de ser capaz de contar con los instrumentos, las habilidades, que le permitan acceder al poder y utilizarlo para el cumplimiento de sus fines.

Por el contrario, el hombre espiritual, el intelectual, parte de considerar que la característica esencial del hombre sería la de su capacidad de poder tender a la racionalidad, más que el hecho mismo de ser racional, y participar, desde esa premisa, en la elaboración de las formulaciones teóricas que permitan explicar el mundo, la sociedad, sus realidades y sus proyecciones, anticipando la solución de sus problemas y anticipando también su destino, por el mero placer de encontrar respuesta a las preguntas que vienen atormentando al “alma” humana desde que el hombre es tal y responde, en su vida al aforismo agustiniano:

“Primum vívere, deinde filosofare”
“Primero vivir, después filosofar”

y por lo tanto su inestimable papel, minoritario pero imprescindible, habrá de ser el de continuar respondiendo a la:

“inquietud derivada de ver desvanecerse ese afán gracias al cual los hombres son y no sólo están en el mundo; ese ansia por la que expresan toda su dicha y su angustia, todo su júbilo y su desasosiego, toda su afirmación y su interrogación ante el portento del que ninguna razón podrá nunca dar cuenta: el portento de ser, el milagro de que hombres y cosas sean, existan: estén dotados de sentido y significación”.

tal y como se expresa en el “Manifiesto contra la muerte del espíritu y la tierra”[vii] lanzado desde las páginas de “el Cultural” de El Mundo por Ruiz Portella.

En definitiva, abrir las puertas del conocimiento, acceder al espacio cerrado de lo desconocido y por conocer, en un intento de enriquecer el propio yo, el propio espíritu, y al mismo tiempo tratar de facilitar a los demás los instrumentos de tal enriquecimiento.

La tarea es grandiosa, y digna de todo respeto y devoción, aunque en nuestra “des espiritualizada” sociedad occidental contemporánea pueda parecer fútil.

       Y como siempre os traigo una nueva pieza Musical. Hoy la obertura de “El Ocaso de los Dioses” de Richard Wagner interpretada por la Filarmónica de Nueva York dirigida por Zubin Mehta.


© 2023 Jesús Fernández-Miranda y Lozana



[i] La Rebelión de las Masas: José Ortega y Gasset

[ii] Tratado de Sociología General; Vilfredo Pareto

[iii] La Ciudad de Dios; Agustín de Hipona

[iv] La República; Cicerón

[v] Manifiesto Comunista; Karl Marx y Hegel;

[vi] Lo Ideal y lo Material; Maurice Godelier; Editorial Taurus

[vii] Manifiesto contra la muerte del espíritu y la tierra; Javier Ruiz Portella; http://www.manifiesto.org/manifiesto2.htm


martes, 11 de julio de 2023

BARBARIE ISLÁMICA

              


El pasado mes de octubre publiqué, en el diario EL DEBATE, un artículo titulado “SUPREMACISMO ISLÁMICO” que puede leerse pinchando en su título resaltado.

Hoy ese SUPREMACISMO ha alcanzado la categoría de “BARBARIE” en Francia, nuestro país vecino.

La realidad es tozuda y desmonta con los hechos los mantras del “multiculturalismo” que los políticos de la UE han venido fomentando y amparando durante los últimos años en línea con la Agenda 2030 y las consignas del Foro de Davos y sus organizadores del Foro Económico Mundial (EWF) dirigidos por el peligroso fanático Klaus Schwab.

La violencia desatada en Francia por consecuencia de la muerte de un delincuente argelino de 17 años que se saltó un control policial en un vehículo robado que conducía sin carnet, demuestra la falacia de las bondades de la inmigración descontrolada, y de la impunidad con que el Islam campa a su aire en los países europeos, pero, lo que es más grave, demuestra la incapacidad de sus gobernantes de controlar los excesos del SUPREMACISMO que ya entonces denunciábamos.

La política de promoción de la inmigración, capitaneada por la canciller alemana Merkel y seguida por la UE —como un elemento sustancial de la Agenda 2030— además de un error, es una total falacia contradictoria, pues mientras se fomentan los derechos de minorías sociales como las LGTBI o los derechos de las mujeres, se abona la colonización europea por parte de los musulmanes que no respetan o incluso persiguen a sangre y fuego aquellos derechos, "ejecutando" a los homosexuales y manteniendo a la mujer discriminada y sometida al hombre conforme a las enseñanzas del Corán.

Ya Ben Bela advirtió que Europa sería colonizada por los musulmanes a través del vientre de sus mujeres, mientras que Hassan II Rey de Marruecos, en entrevista concedida a la TV F1 en 1992 avisó que los marroquíes nunca serían verdaderos franceses pues la integración de culturas tan dispares como la cristiana europea y la musulmana africana era “imposible”.

Y hoy vemos los resultados de esas predicciones, pues europeos de tercera generación, descendientes de inmigrantes, y de fe musulmana, son los que están incendiando Francia, creando Guetos y zonas “No Go” y violentando la paz social con su intransigencia dogmática ultra religiosa en numerosos países europeos.

Toda esta situación está fomentando el auge de movimientos políticos de derecha nacionalista en varios países de Europa, como Holanda, Italia, Grecia, Suecia, Finlandia, Irlanda, Polonia, Hungría, Chequia, Letonia, Lituania, o Croacia, y es muy posible que los tories ingleses giren hacia posiciones más nacionalistas y conservadoras y que en España gane la derecha las próximas elecciones del 23 de este mes de julio.

Pero el buenismo woke de la izquierda europea es incapaz de ver y combatir el problema.

Ya el académico francés Gilles Kepel, politólogo especialista en el Islam, temía y adelantaba la proximidad de una guerra civil en Europa, pues un número cada vez mayor de jóvenes musulmanes, hijos y nietos de inmigrantes, con pocas perspectivas de empleo, están conformando lo que él llama la «generación Yihad», cuyo objetivo es «destruir la sociedad europea occidental y democrática a través de una guerra civil para construir una sociedad islámica sobre sus cenizas".

       Durante el Gobierno de Aznar se procuró fomentar la inmigración desde países hispanoamericanos, ya que su población era más integrable que la musulmana, por ser de cultura hispana, mayoritariamente cristiana e hispanohablante, pero ese deseo fue abandonado en beneficio de las políticas pro islámicas socialcomunistas de los gobiernos sanchistas.

Ello me lleva a recordar las palabras de la intelectual exiliada rusa Nadiezda Mandelstam:

«La atracción de los comunistas por el Islam no es casual. El determinismo, la disolución del individuo en la sagrada militancia, el orden que aplasta al individuo. Todo eso les atrae más que la doctrina cristiana del libre albedrío y el valor de la personalidad humana».

Y esa incontrolada inmigración de musulmanes ha estado siendo favorecida, por el socialcomunismo, con subsidios, ayudas económicas, sanidad y educación gratuitos, impunidad en la okupación, ocultación de identidad en las violaciones y otros delitos cometidos, etc.

El tema no deja de ser delicado, en cuanto afecta a lo que la izquierda engloba demagógicamente dentro de los “Derechos Fundamentales” en el capítulo de la islamofobia y la xenofobia, pero creo que es imprescindible denunciar la situación existente, los riesgos —hoy en día ya violencia desatada— de la política migratoria de la UE inspirada en la Agenda 2030 multiculturalista, y la necesidad de defender nuestra cultura europea, basada en la libertad, los derechos de los ciudadanos y la aconfesionalidad de las instituciones, sin renunciar a sus raíces cristianas frente al inadmisible SUPREMACISMO ISLÁMICO.

Y para concluir, os traigo un nuevo video musical, conforme a mi costumbre.

Hoy el "Himno al Apóstol Santiago", cantado durante la visita de Benedicto XVI a Santiago de Compostela, mientras se balanceaba el "Botafumeiro"


      © 2023 Jesús Fernández-Miranda y Lozana