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viernes, 30 de junio de 2023

AMOR Y ODIO

 


Mis recuerdos me emocionan y abruman, aunque soy consciente de que para los demás no significan nada, pues la importancia que otorgamos a nuestro papel en el mundo es excesiva debido a nuestra vanidad. A menudo, no consideramos que el tiempo trata a todos de manera implacable, y que todos seremos igual de ridículos o irrelevantes para las generaciones que nos sucederán.

   Y dentro de esos recuerdos están siempre presentes los momentos gratos de nuestra existencia, los amores, las amistades, las pasiones, las aficiones...

       Pero también están los males padecidos, los sufrimientos, los odios, las aversiones…

       Y precisamente el odio y el amor han jugado un papel esencial en la obra de los filósofos en el momento de tratar de explicar la esencia del ser humano, del hombre.

Así, Nietzsche nos dice que:

“Estar en paz con el mundo comprendiendo y aceptando la dualidad que rige la vida —amor y odio— sin que tal dualidad afecte el equilibrio de nuestros pensamientos, es estar por encima del bien y del mal para actuar correctamente, como un justo” [1]

Mientras que para el novelista y premio Pulitzer americano Cornac McCarthy —posiblemente uno de los novelistas que con mayor rigor ha definido los conceptos de amor y odio— el mundo de los humanos está en el lado oscuro, y a veces lleno de odio, bajo una permanente amenaza de apocalipsis, frente a lo que solo hay un elemento redentor, la indiscutible realidad del amor, cuyo origen hay que buscarlo en Dios. [2]

    ¿Y por qué estas referencias a los odios y los amores?

    Pués porque adquieren significado, entre otras, con la obra de Max Scheler, para quien el ser humano posee algo singular: la facultad de amar y de odiar. Scheler llegó a la conclusión de que el aborrecimiento no es abstracto. No se odia a la maldad como término genérico sino al sujeto “malo”, al que ejerce el mal. Por ende, el odio se encarna dentro de un sentido material. Aunque, a veces, existan excusas abstractas para detestar.

    Continua Scheler diciéndonos que la esencia de un individuo está en el sistema articulado de sus estimaciones y preferencias. Sistema que llamamos "el ethos", cuyo núcleo más fundamental es la ordenación de los sentimientos de amor y de odio, —Ordo Amoris— que conforma la estructura de las pasiones dominantes y predominantes de cada sujeto, su concepción del mundo, así como sus acciones y hechos, que van regidos desde un principio por este sistema. [3]

       Y para que ese Ordo Amoris funcione correctamente, según el mismo autor, es imprescindible que se produzca un profundo conocimiento de uno mismo, lo que nos conecta con Romano Guardini, teólogo católico alemán (1885-1969) que luchó contra las corrientes existencialistas de Sartre y Camus con la afirmación:

    “La filosofía de las últimas décadas (el existencialismo) ve en la angustia la autopercepción de ese ser finito que es el hombre, y que se siente acosado por la nada. Siendo la angustia inseparable de la conciencia de ser, más aún, idéntica a ella; para esta corriente filosófica ser significa estar en la angustia" [4]

    Mientras que frente a la afirmación de Camus

    "No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale o no vale la pena ser vivida es responder a la pregunta fundamental de la filosofía." [5]

    Por contra, Guardini considera que

        "La auténtica valentía significa saber que se está puesto en la existencia por Dios; y por eso no cabe apartarse de ella, de la vida hasta que Él mismo le llama a uno a retirarse. Esto es lo que empieza a dar su seriedad a toda acción y riesgo". [6]

    Y el fundamento de esa afirmación lo concreta Guardini en un hecho indiscutible, en el que coincide con Ortega:

         Uno no decide existir, sino que se encuentra existiendo, y esa decisión de su existencia no depende ni de sus padres, que no le pensaron ni diseñaron, ni determinaron su personalidad ni su corporalidad; decisión divina que no es genérica, como un individuo más de la condición humana, sino como Hombre Individual, con una existencia peculiar que permite que se reconozca a si mismo en todo lo que haga y que se expresa en su singularidad y en su propia existencia irrepetible.

        Por su parte Blaise Pascal, antes que Scheler, ya nos hablaba de lo que él denomina “cura amoris” —cuidado del amor—.

 El argumento principal de tal concepto es que todo ser humano tiene una motivación para actuar, la de amar y ser amado. Así, tener una vida feliz o infeliz depende del cuidado de esta condición afectiva, que se logra a través del pensamiento. [7] 

 ¿Y qué es el odio?

La experiencia del odio consiste en atribuir al otro la causa de nuestro mal y desear, a fin de evitar ese mal, su desaparición de nuestra vida.

Lacan dice que el amor y el odio, son una pasión del ser; y son una vía en la que el ser se forma.[8]

        En La dialéctica del amo y el esclavo, Georg Hegel reflexiona que lo esencial en el hombre es la voluntad de ser reconocido por el otro, para lo cual es necesario que no exista la paridad entre esos dos. La lucha por el reconocimiento es la raíz del odio mortal y la voluntad de poder es la fuente de la aversión. [9]

Mi conclusión, a la vista de todas las citas realizadas, es que suponer que el hombre no odia, y sólo está destinado a amar, sería negar su propia naturaleza, pese a que en nuestra actual sociedad el mero sentimiento de odio se esté criminalizando por motivos ideológicos más que por un fundamentos criminológicos, lo que plantea el problema de que tal criminalización acabe suponiendo una restricción, inadmisible, de la libertad de pensamiento y expresión.

Por ello, frente a tal posibilidad deberemos estar muy atentos, pues cualquier opinión  que no coincida con el poder que ofrezca desde el falso progresismo woke de la izquierda, o desde posiciones de control total de los ciudadanos, propias también de la derecha― mayor seguridad y bienestar a los ciudadanos a cambio de limitar sus libertades, esa crítica, insisto, podría llegar a ser considerada como una manifestación de odio inaceptable. 

Posteriormente, en ese proceso, se declararán proscritos a los disidentes ―por odiadores y a aquellos que no se distancien de los "proscritos" serán cada vez más intolerablemente condenados.

A partir de ese momento hasta el silencio no beligerante será considerado sospechoso. 

Finalmente, todo el mundo aparentará pensar de la misma manera y todo lo que expresamente discrepe del pensamiento único desaparecerá de la sociedad, y las excepciones serán reprimidas con penas de cárcel o, aún peor, con la pérdida del trabajo, los amigos, la familia... hasta la total muerte social.

Aunque esta es una cuestión que, no obstante, habría de ser objeto de un más profundo desarrollo en un nuevo post, aunque, de una u otra forma, ya la he planteado en alguno de mis escritos en defensa de los derechos y libertades individuales de los ciudadanos.

    Y concluyamos, como siempre, con una pieza musical, esta vez la canción “I Hate You Then I Love You” interpretada por Céline Dion y Luciano Pavarotti



© 2023 Jesús Fernández-Miranda y Lozana

  


[1] ASÍ HABLO ZARATUSTRA; Nietzsche

[2] LA CARRETERA, Cornac McCarthy

[3] ORDO AMORIS; Max Scheler; 3ª Edición (2008); Editorial Caparrós; ISBN 978-84-87943-54-6

[4] LA ACEPTACIÓN DE SÍ MISMO. Romano Guardini

[5] EL MITO DE SÍSIFO. Albert Camus

[6] LA ACEPTACIÓN DE SÍ MISMO. Romano Guardini

[7] PENSAMIENTOS; Blaise Pascal

[8] SISTEMA DEL MUNDO ÉTICO; G. Hegel; J De Zan 2008

[9] CLASE DICTADA EL 5/1/1966; F. Laclan


martes, 27 de junio de 2023

¿PORQUÉ ESCRIBO TANTO?

 



    A veces me siento en mi escritorio con intención de escribir una nueva reflexión y, en muchas ocasiones, cuando cojo mi pluma, no sé de qué va a tratar.

    Confío, en esas ocasiones, en que las musas se decidan a inspirarme, pero no es fácil que se dignen a otorgar sus favores a las pobres almas de los humanos que las invocan.

    De momento sólo sé que algunos de mis lectores han comenzado a llamarme “Heteróclito”, pues debe ser el atributo que más destaca en mi modesta persona, como en los ”Plantagenet” destacaba la tradición iniciada por Godofredo V de Anjou, de usar como cimera una ramita de retama (o genista, en  francés antiguo "genest"  y posteriormente genêt). Esto le valió en su época el apodo de "Godofredo "Plantagenet". Desde entonces, la Casa de Anjou pasó a ser conocida como de los Plantagenet.

    Y soy consciente, también, de que he hecho méritos para que nadie me considere un miembro del detestable club PAO (Pedro, Arnaldo y Oriol) al que me he dedicado a criticar ácidamente en muchos de mis escritos.

    Y de que he convertido mi pequeño estudio en un reducido espacio que me parece adecuado para soñar con mis vanas esperanzas, recordando las palabras de Horacio es sus “Odas”

«Spatio brevi spem longam reseces.»

«No pongas grandes esperanzas en la breve vida.»

    Lo que me lleva a recordar que una de mis diversiones infantiles era construir castillos de arena en la orilla de la playa, que las olas acababan destruyendo.

    Y que, desde entonces y con frecuencia, he querido erigir, para la eternidad, castillos que se han desmoronado más velozmente que aquellos de arena.

    De tal modo que no dejaré a la posteridad más que los árboles que he plantado, las hijas a quienes he infligido la vida, y las páginas escritas que, lo más probable, no sirvan a nadie en el futuro ni para encender una chimenea.

    Así que con estos pensamientos llego a la conclusión de que tienen razón mis amigos cuando me preguntan porqué escribo tanto.

    Sin embargo, e8sta cuestión tiene fácil contestación, pues si no escribo me aburro y si me aburro me cabreo, y si me cabreo mi mujer y mis hijas no me soportan, así que en beneficio de mi armonía familiar prefiero seguir dándole la lata a mis lectores y no incomodar a mi sufrida familia.

    Y como consecuencia de este desahogo de mi mal humor, construyo mis “Reflexiones Heteróclitas”, asalto la intimidad de mis amigos y me he convertido en una especie de “Pepito Grillo” con altas pretensiones, aunque respondo a la regla de que todo escritor debe prestar atención a tres cuestiones fundamentales: el contenido de sus escritos, su oportunidad y la forma de expresarse.

Todo ello me lleva, sin embargo, a una segunda consideración, ya apuntada por Montaigne, pues realmente escribo sobre diversas materias y en el fondo me pregunto

      ¿Y yo, qué se?

      Quiero creer que algo sobre muchas cosas, pero nada del todo de ninguna en concreto; No soy, pues, especialista en nada, sino mero generalista que cree que tiene una pluma ágil y un verbo fácil. —Cuestión de la que presumo con un punto vanidoso, pero que, en cualquier caso, no he de juzgar yo, sino quienes me lean—.

  Lo que si me precio de ser es un alma independiente. 

    Jamás aceptaría someterme a quien, con una sola palabra, pudiera arrebatarme mi independencia intelectual, mis creencias, mi hogar, mi familia y mis amistades, sin importar el talento o superioridad del individuo que lo pretenda. 

    Y si no menciono la posibilidad de que me arrebaten mi fortuna o mi honor, es porque considero que mi fortuna es tan limitada que no merece ser defendida, mientras que el honor goza del privilegio de escapar a la tiranía y sus secuaces.

       Desde mi más temprana edad, he disfrutado de la lectura y la música, que me llevaron a la escritura y la filosofía, de tal modo que sólo esas cuatro aficiones pueden ya calmar las inquietudes de mi alma.

   De mis ancestros celtas, he heredado los ojos verdes, el cerebro rápido y la fortaleza en la lucha, así como mi respeto por la naturaleza, mi amor por el mundo espiritual y mágico y por las brumas del amanecer y mi afición a los paseos bajo la lluvia.

Sin embargo, también he heredado de aquellos ancestros primitivos mi carácter introvertido, que provoca inauditas, por extravagantes, explosiones extrovertidas de enfado o alegría, y mi humor burlesco y algo ofensivo —la coña asturiana—.

Y por último, he heredado, en un tiempo en que es extraño, un exacerbado sentido del honor, de la libertad personal y de la independencia, por los que, a lo largo de mi vida, tantas cosas he sacrificado, especialmente ventajas y fortuna.

Así que simplemente soy un sujeto vulgarmente razonable, con sus excentricidades, y rabiosamente independiente, con un punto de vanidad ridícula, y no exento de caprichos.


Lo  cierto es que desearía parecerme a Cicerón, que era un excelente y ameno conversador y un individuo cosmopolita que, en circunstancias de gran pesadumbre o dificultad, optaba por aislarse en el silencio y la soledad de su “castillo”, con el propósito de dedicarse a la reflexión acerca de los deberes y derechos del ciudadano, el funcionamiento del Estado y la justicia, así como también sobre la esencia del ser humano y la humanidad en sí misma, y cuyo pensamiento, basado en la paz interior llamada “tranquilla libertas”, que se traduce como una “libertad serena”, estaba dominado por la búsqueda de la felicidad en la vida y la esperanza de la existencia del paraíso después de la muerte.


Hoy en día, sin embargo, predomina la actitud de percibir la libertad con una sonrisa irónica y considerarla demodé junto con el honor, primando, por influencia materialista marxista, los conceptos de igualdad y de vulgaridad “woke”.

 Personalmente creo que sin la libertad no hay nada en el mundo, y que sólo ella le da autentico valor a la vida.

Isaac Berlin considera que los conceptos de libertad "negativa" y "positiva" están estrechamente relacionados. 

 La libertad "negativa" se refiere a la ausencia de coacción y opresión por parte de otros, mientras que la libertad "positiva" se refiere a la capacidad de decidir y vivir según las propias elecciones y deseos. 

Para Epicteto, aquellos que buscan ser libres deben ser dueños de sí mismos, no desear nada ni huir de nada que dependa de otros. De lo contrario, se convertirán inevitablemente en esclavos; del mismo modo que debemos evitar conflictos en los que ganar no esté bajo nuestro control y así podremos convertirnos en invencibles.

 En cualquier caso los años van pasando su factura y comienzo a notar que es una tortura mantener la esencia intelectual propia atrapada en una carcasa física que va deteriorándose, y entonces empiezo a pensar que mi tiempo pasará y que el día que me disponga a morir, mi muerte —excepto para los pocos que me quieran de verdad— no tendrá más importancia que la caída de un copo de nieve en lo más crudo del invierno.

A lo largo de toda nuestra existencia, giramos alrededor de nuestro destino final, nuestra tumba. Las diversas dolencias que padecemos son como ráfagas de aire que nos acercan o alejan de ella.

 Se suele pensar que la muerte es una fuerza destructora que arrasa con todo a su paso, pero en realidad no es más que una transición o cambio de vida. 

  De hecho, las personas creyentes vemos en la muerte un camino hacia el cielo, y mientras nuestros amigos, piensan que los dejamos atrás, tan solo los precedemos.

    Algunos podrían decir: "¿No podrías expresar todas estas verdades con menos crudeza?"

Sí, podría hacerlo. Podría diluirlas, suavizarlas, edulcorarlas y expresarlas con una escritura meliflua, insegura y temblorosa al gusto de los tibios. Pero nunca he sabido hacerlo.

Aunque, ciertamente, he de confesar que nunca he querido intentarlo.

Además, pensar diferente no es un delito, es un derecho, incluso un privilegio.

      Y como siempre, llegados a este punto, finalicemos, con el fin de aliviar de mi pesadez; a mis lectores, con una nueva pieza musical, "Regnava nel Silencio" de la Ópera "Luzia di Lammermoor" de Donizetti, interpretada por María Calas.


© 2023 Jesús Fernández-Miranda y Lozana

 


viernes, 23 de junio de 2023

RÈCAMIER - CHATEAUBRIAND, UNA HISTORIA DE AMOR



    El cuadro que abre este post es un delicioso retrato de Juliette Rècamier, obra del pintor François Gérard, que se encuentra en el Museo Carnavalet de Paris.

    Su historia es interesante.

    Según se cuenta, en 1808 Juliette regaló el cuadro a su enamorado el Príncipe Augusto de Prusia, con quien se dice que había planeado casarse, lo que resultó imposible por la oposición de su marido al divorcio. El cuadro le fue devuelto a Mme. Rècamier en 1848, justo antes de su muerte, con ocasión del fallecimiento del príncipe prusiano y fue adquirido por el Museo a los herederos de Juliette Rècamier en 1860.

        El otro protagonista de nuestra historia es François Rène de Chateaubriand, que debió ser un muchacho tímido y retraído en su adolescencia, en la que creó una figura femenina, cuando tenía unos quince años, a la que llamó Sylphide.
    Aquella Sylphide, la mujer creada en su imaginación, era una amalgama de todas las heroínas, diosas y cortesanas de las que había leído en los libros. Obsesionado con su creación imaginaria, veía constantemente sus facciones en su mente, y oía su voz, paseaba con ella y con ella conversaba, era el ideal de mujer que François René esperaba encontrar algún día en la realidad.
    Transcurridos los años el carácter mujeriego de Chateaubriand fue en aumento, llegado a ser conocido con el sobrenombre de el “L'enchanteur”, “el encantador”, por su afición desmedida por la seducción de las damas; y aunque estaba casado, y era un católico fervoroso, tuvo numerosas aventuras, aunque no encontraba lo que por todos lados buscaba, su mujer ideal, su  Sylphide.
    En el año de 1807 Chateaubriand compró una finca llamada “Vallée-aux-Loups”, a dos jornadas de París, y a la que se retiró a escribir, construyendo una deliciosa torre llamada la “Tour Velleda” en honor al personaje de su novela “Los Mártires”, en la que instaló su biblioteca y su estudio.
    Llenó el lugar, de una extensión aproximada de 10 hectáreas,  de árboles del mundo entero, creando un bello jardín. Incluso la Emperatriz Josefina le regaló un Magnolio de flores púrpura, hoy muy frecuente en parís, pero del que en aquella época solo existía otro ejemplar en la “Malmaison”.

    Allí empezó a escribir sus memorias, que acabarían siendo su obra maestra.
    En 1817, sin embargo, la vida de Chateaubriand se desmoronó. 

    Problemas financieros le obligaron a vender su Vallée-aux-Loups. Con casi cincuenta años de edad, de repente, 78 se sintió viejo y agotada su inspiración.

     Ese mismo año visitó a su amiga Madame de Staël, enferma y próxima a la muerte. Pasó varios días junto a su lecho, en compañía de la mejor amiga de la Staël, Juliette Rècamier, a quien conoció con ocasión de esa visita.
    Así describe su primer encuentro:
Una mañana estaba con Madame de Staël; ... de repente Madame Rècamier entró con un vestido blanco, se sentó en un sofá de seda azul; Madame de Staël continuó su conversación ... Apenas le respondí, mis ojos quedaron fijos en Madame Rècamier. Me pregunté si estaba viendo una imagen de ingenuidad o de  voluptuosidad. Nunca había imaginado algo igual y me desanimé más que nunca; mi admiración me provoco un gran disgusto conmigo mismo. Creo que este ángel, para reducir un poco su divinidad, para ponernos menos lejos, se amparaba en su tierna edad. Cuando soñaba con mi Syphide, yo estaba dotado de toda perfección para complacerla; cuando pensaba en Madame Rècamier disminuía mi encanto para poder atraerla: estaba claro que quería que mis sueños fuesen realidad: Madame Rècamier, a quien no volví a ver durante doce años.
        Madame Rècamier era célebre por su belleza e inteligencia. Casada con un hombre mucho mayor que ella, el banquero Lyones  Jacques Rècamier, con el que no vivía desde hacía tiempo, se dice que había roto los corazones de los más ilustres hombres de Europa, como el príncipe Metternich, el duque de Wellington o el escritor Benjamín Constant; incluso se dice que el propio Napoleón ordenó su destierro ante los rechazos sufridos de la bella cortejada, aunque se rumoreaba que, pese a sus coqueteos, seguía siendo virgen, pues en realidad, se afirmaba, era hija natural de su marido el banquero Rècamier, quien se habría casado con ella para ampararla y darle cobijo.

        Cuando conoció a Chateaubriand, Julie de Rècamier tenía casi cuarenta años, pero mantenía la belleza y la frescura de la juventud.
        Atraídos mutuamente, y apenados por el pesar de la muerte de su común amiga Madame Staël, Rècamier y Chateaubriand se hicieron amigos. Ella lo escuchaba con atención, adoptando sus estados anímicos y haciéndose eco de sus sentimientos, y él presintió que, al fin, había conocido a la mujer que personificaría a Sylphide.
    Doce años más tarde Chateaubriand y Récamier se reencuentran, y al año siguiente del retorno a  su amistad, Madame de Rècamier convenció a Madamme de Montmorency ―cuyo esposo había comprado la  Vallée-aux-Loups― para que, con ocasión de una de sus ausencias, le permitiera invitar a Chateaubriand a que pasaran juntos una temporada en su antigua finca.
    Chateaubriand aceptó encantado. No en balde en sus Memorias de Ultratumba se refiere en dos ocasiones, apasionadamente a esta propiedad:
    La primera para afirmar:
Este lugar me encanta, ha remplazado para mí a mis campos paternales; Y lo he pagado con mis sueños y mi tiempo…”
    Más tarde en la misma obra afirmaría: 
La Valleè-aux-Loupes, de todas las cosas que he perdido, es la única que echo de menos. Está escrito que no me quedará nada
    Apasionado por aquella visita, François le mostró la propiedad, explicando lo que cada pequeño tramo del terreno había significado para él, los recuerdos que el lugar le evocaba. Los árboles traídos de América, su torre estudio, sus paseos preferidos, en fin… Chateaubriand se vio invadido por sentimientos de su juventud, sensaciones que había olvidado. Indagó más en su pasado, describiendo hechos de su infancia. En momentos, paseando con Madame Rècamier y mirando esos amables ojos, sentía un escalofrío de reconocimiento, pero no podía identificarlo del todo. Lo único que sabía era que debía volver a las memorias que había dejado de lado, "intento emplear el poco tiempo que me queda en describir mi juventud", dijo, "mientras su esencia sigue siendo palpable para mí."
    Todavía hoy se discute si Madame Rècamier correspondió al amor de Chateaubriand, o tan solo mantuvo un romance espiritual.
En una tercera de ABC de 11 de mayo de 1949, Luis Calvo, con ocasión del centenario de la muerte de Julie, nos dice: Chateaubriand moría en 1848: ella en 1849 y  hasta al último momento Madame Rècamier le cuidó como una novia, alagándole, aconsejándole, atendiendo a  todos  sus caprichos y vanidades, avivando su celo de poeta y sus virtudes de hombre cristiano, pura y abnegada. No ha habido en la historia de las grandes pasiones insatisfechas un ejemplo tan melancólico de amor crepuscular.
    Sin embargo, yo creo que si ”L'Enchanteur” llevaba bien puesto su mote, su poesía, su aire de melancolía y su persistencia se impondrían finalmente, y ella sucumbiría, por primera vez en su vida. 
    No creo que el amor entre ambos personajes fuera una pasión insatisfecha, sino por el contrario plena, aunque intermitente en el tiempo. Creo que fueron efectivamente amantes, y como amantes, fueron inseparables, aunque esta primera fase del romance durase poco, y Rècamier y Chateaubriand dejaran de verse.
    La propia madame de Rècamier explica con estas palabras porqué había caído rendida en brazos de Rene: 
Los otros se ocupaban solamente de mí. Chateaubriand exige que yo me ocupe únicamente de él 
era 1829.
    Pocos años más tarde, en 1832, Chateaubriand viajaba por Suiza. Una vez más, su vida había sufrido un vuelco; sólo que para entonces ya estaba viejo en cuerpo y alma.
    Se enteró de que Madame Récamier se hallaba en la zona. No la había visto en los últimos años, y corrió a la posada en que se hospedaba. Ella fue con él tan gentil como siempre; durante el día daban largos paseos juntos, y en la noche se quedaban conversando hasta muy tarde.
    Un día, Chateaubriand le dijo que por fin había decidido concluir sus memorias. Y tenía una confesión que hacerle: le contó la historia de Sylphide, su imaginaria amante juvenil. Ahora, ya viejo, no sólo pensaba en ella, sino que podía ver su rostro y oír su voz. Con estos recuerdos confesó que había conocido a Syplhide en la vida real: era ella, Madame Récamier. El rostro y la voz se identificaban. Más aún, ahí estaba el mismo espíritu sereno, la cualidad inocente y virginal de su ideal.
    Al leerle la oración a Sylphide, que acababa de escribir, le dijo que verla le había devuelto su juventud.
Reconciliado con Madame Récamier, Chateaubriand se puso a trabajar otra vez en sus memorias, que finalmente se publicaron bajo el título de “Memorias de ultratumba”, obra maestra, sin duda, del escritor.

 Las memorias están dedicadas a Madame Récamier, de quien él siguió siendo devoto hasta el momento de su propia muerte, en 1848, a la que seguiría enseguida la de madame Rècamier en 1849, quien había seguido amando a Chateaubriand también hasta el momento de su muerte.

En una bella carta enviada por Chateaubriand a Julie estando ella en Roma, François Rene anticipa ya la permanencia de ese amor hasta su muerte, cuando le dice:

Recuerda que debemos terminar juntos nuestros días. Es un pobre presente regalarte el resto de mi vida, pero tómalo… Mi buen ángel, sé mi guardián”.

Víctor Hugo, en sus memorias, nos relata el final de esta historia de amor:

Monsieur de  Chateaubriand, a principios de 1847, era un paralítico;  la Sra. Récamier estaba ciega. Todos los días, a las 3 en punto, Chateaubriand era llevado a la cabecera de Mme. Récamier. Era emocionante y triste. La mujer que no podía ver extendía sus manos a tientas  hacia el hombre que ya no podía sentir; sus manos se encontraban. ¡¡Alabado sea Dios!! La vida se estaba muriendo, pero el amor aún vivía.”

Henry Le Fèvre, marqués d'Ormesson relata cómo muere Chateaubriand asistido y sacramentado en su piso de la rue du Bac, una tarde del verano parisiense de 1848. Yace su cuerpo sobre una cama de hierro, mientras que del jardín del patio interior suben el calor y la luz de julio a través de las persianas entornadas. Al pie del lecho hay una gran caja de madera, abierta, que contiene el manuscrito completo de las Memorias de ultratumba. En un reclinatorio, una sombra menuda bisbisea unas oraciones. Era Julie Recamier, que fallecería un año más tarde, en 1849, a los 71 años de edad, víctima de la epidemia de cólera desatada en Paris

    François René Chateaubriand fue enterrado en una tumba bajo una losa de granito, sin inscripción alguna, en el islote de Grand-Be, en su Saint-Malò natal, solo una placa de bronce cercana recuerda que en ella yace "Un gran escritor francés que ha querido reposar aquí para no oír más que el mar y el viento, paseante respeta su última voluntad"



    Por su parte Madame de Rècamier reposa en el cementerio de Montmartre, entonces un pequeño pueblo de las afueras de París. En su tumba siempre hay flores depositadas por algún admirador.




    Solo la muerte sería capaz de alejarles definitivamente

      Y concluyo esta "reflexión" con un nuevo video, en esta ocasión con la bella "Pourquoi me reveiller" de la Opera Werther de Massenet, interpretada por Jonas Kaufmann, cuya letra nos dice:


“¿Por qué me despiertas? oh viento de primavera
¿Por qué me despiertas?
En mi frente siento tus caricias
Y así muy pronto llegará el tiempo
de tormentas y tristezas!
¿Por qué me despiertas?
oh viento de primavera
Mañana al valle vendrá el viajero,
recordando mi gloria anterior

Y sus ojos en vano buscarán mi esplendor
¡no encontraran sino luto y miseria!
Hélas! ¿Por qué me despiertas? oh viento de primavera.


© 2023 Jesús Fernández-Miranda y Lozana

martes, 20 de junio de 2023

LA FORTUNA


“Bien sabe la Fortuna que la detestamos más cuantos más golpes ella nos asesta”
William Shakespeare - Antonio y Cleopatra

        Me decía hace poco un amigo que en esta vida todo depende de la suerte, pues no le cabía duda alguna de la existencia de personas que nacen con estrella, mientras que otras nacerían estrelladas.
        No comparto, sin embargo, esta apreciación, pues en relación con la suerte de los individuos estoy más próximo a las ideas de Gracián, para quien:

“La mala suerte es, con frecuencia, culpa de la estupidez y no hay contagio más pegadizo para los próximos al desdichado. En la duda lo mejor es acercarse a los sabios y prudentes, pues tarde o temprano dan con la buena suerte. Si bien se piensa, no hay otro camino sino el de la virtud y la prudencia, porque no hay más buena ni mala suerte que la prudencia o la imprudencia.”

        Efectivamente pienso que cada individuo ha de procurarse la buena suerte, ya que difícilmente aquella se prestaría a compartir sus hados favorables con quien no la persiga.

Hablando de suerte, yo tengo la de contar con un conjunto de pacientes receptores de mis escritos que no han echado, todavía, las patas por alto protestando por mis desvaríos, aunque me consta que, en su bondad, algunos de ellos pasan de mi tabarra.

Y les entiendo, pues ya Séneca nos advertía de que "quién te regala su tiempo te está regalando algo que nunca recuperará".

En todo caso, Fortuna, diosa romana primogénita de Júpiter y diosa de la suerte y el destino, es una de las evocaciones más frecuentes que podamos encontrar en la literatura y tiene el vicio, según Virgilio, de sonreír a los audaces.

No quisiera quedarme en estas mis reflexiones en meros comentarios intrascendentes que hagan que mis lectores puedan llegar a calificarme de “Morosofo” —sabio que desbarra o sabio tonto, palabra inventada por Luciano en “De rerum natura” y recogida por Erasmo en su “Elogio de la estulticia”—.

Mi reflexión sobre la fortuna, o suerte, tiene más contenido de lo que inicialmente pudiéramos pensar, y plantea debates intelectuales y filosóficos trascendentes.

Conceptos, como la Fortuna, han tenido un papel central a lo largo de la historia del pensamiento filosófico.

Estos conceptos se han empleado para dar algún sentido a la acción humana o para explicar conceptos básicos en un determinado postulado.

Maquiavelo entiende la acción humana y el devenir histórico ligados a la diosa Fortuna entendiendo que las cosas humanas y la historia no dependen del todo de los hombres, pues la fortuna juega un papel muy importante en lo humano.

 Para el florentino la Fortuna equivale al escenario donde el hombre se mueve: donde decide y actúa, donde alcanza la gloria o la derrota.

La Fortuna es aquello que transcurre sin mirar a los fines humanos.

Es el hombre quien se enfrenta a la Fortuna, e incluso es quien puede llegar a alterarla, pues la naturaleza humana que actúa, por necesidad o por ambición, nunca está satisfecha con lo obtenido y, al desearlo todo, no puede obtenerlo, de ahí la desdicha y de ahí los cambios de la fortuna.

Mediante el ejercicio de la virtud, el hombre se impone sobre la Fortuna, se impone mediante su propia acción, ejerciendo su libre albedrío, con prudencia, a esa secuencia de eventos desordenados en el tiempo que constituyen los aspectos aleatorios del devenir de su propia vida.

Es decir, depende de la voluntad humana el dominio de la Fortuna:

“los hombres pueden secundar a la fortuna, pero no oponerse a ella, pueden tejer sus redes, pero no romperlas”

dice Maquiavelo.

Así, la virtud existe como la antítesis de la Fortuna, pues es la única que puede modificar la naturaleza de los hombres.

De ahí que la Fortuna responda a la virtud, y, por el contrario, gobierna ahí donde no se tiene suficientemente preparadas virtudes

“así sucede con la fortuna, que se manifiesta allí donde no hay virtud preparada para resistirle y dirige sus ímpetus allí donde sabe que no se han hecho diques ni reparos para contenerla”

insiste el florentino

Cuando Maquiavelo menciona la virtud está haciendo alusión a una virtud civil independiente de cualquier intervención divina o religiosa, que conducirá al establecimiento de una república que pueda dominar a la Fortuna integrando a sus ciudadanos en una sociedad autosuficiente y estable.

Maquiavelo opta por un humanismo cívico que identifica al bien con la ciudadanía, lo que significa que, además de secularizar la virtud, la está politizando.

Con ello, la virtud de los ciudadanos da estabilidad a la república, y viceversa; además, tanto en el plano de la política como en el personal, la virtud civil es el único medio contra la Fortuna, e incluso es el medio por el cual la naturaleza humana puede tender hacia el bien.

En la misma línea de considerar que la fortuna depende del propio sujeto, se manifiesta Nietzsche, que nos plantea estás cuestiones:

"¿Qué es lo que determina la suerte en nuestra vida? ¿Se la debemos a los acontecimientos de cuyo vórtice nos vemos excluidos? ¿O no será nuestro temperamento el que marca el color dominante de los acontecimientos? ¿Acaso no se nos aparece y enfrenta todo en el espejo de nuestra propia personalidad? ¿Y no dan al mismo tiempo los acontecimientos el tono propio de nuestro destino, en tanto que la fuerza y debilidad con la que se nos aparece depende exclusivamente de nuestro temperamento?"

Y llegados a este punto, y tras desearle fortuna electoral a los partidos de la derecha en las elecciones, que permita "derogar el sanchismo", concluyamos nuestra reflexión con un nuevo video musical, hoy La Obertura de “La Fuerza del Destino” de Verdi



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