Cuenta la leyenda que Mahoma, El Profeta,
quiso seleccionar cinco yeguas de cría para sus establos entre todas las que
reunían los hombres de su ejercito, así que un día mandó recoger las cien de
mayor belleza y calidad y las mandó encerrar en un corral construido cerca de
un riachuelo, aguadero conocido por las yeguas y famoso por su agua cristalina
y fresca.
Las yeguas, en el corral, no disponían
de abrevadero ni tenían acceso a agua alguna. Así las tuvo, a pleno sol, durante
unos días.
En un momento determinado el
Profeta mandó abrir los portones y las yeguas se lanzaron, a todo galope y
relinchando, en dirección al agua.
En este preciso momento, Mahoma
ordenó a sus dueños hacer sus señales habituales para llamarlas.
Para la mayoría de las yeguas, la
sed fue más fuerte que la obediencia, salvo para cinco de ellas que dieron
media vuelta, antes de beber una sola gota de agua, atendiendo a la llamada de
sus dueños.
El Profeta las bendijo
acariciándoles las crines de la frente con su mano y les dio a cada una su
nombre:
Obayah, Kuhaylah, Saqlauiyah,
Hamdaniyah Y Habdah
Estas cinco yeguas son el origen
legendario de todas las estirpes hoy en día existentes entre los caballos
árabes.
Los caballos son unos animales por
los que el común de los mortales siente gran admiración.
A su lomo se han producido las
mayores hazañas históricas del hombre, desde que fueran domesticados en las
planicies esteparias asiáticas.
Y desde entonces, y hasta mediados
del siglo XX, cuando dejó de utilizarse como arma de guerra para convertirse en
instrumento de deporte, aunque se mantiene activo en algunos trabajos, ha
estado presente, con personalidad y protagonismo propios, en la historia de la
humanidad.
Un viejo militar, profesor de
equitación desde hace al menos 30 años, Juan Valenzuela, pronunció hace algún
tiempo una conferencia sobre los caballos de la que me encantó el apunte
referido al comienzo de la equitación.
Según él el ser humano que primero
montó un caballo fue el hombre y no la mujer.
En el proceso de domesticación de
los equinos estos animales serían, en un principio, fuente de proteínas en la
alimentación humana, para pasar a ser animales de tiro, inicialmente, hasta que
un hombre se montase por primera vez en su espalda, y no por iniciativa propia,
sino por indicación de su mujer, mucho más inteligente y práctica.
Después de muchos intentos y
descalabros y con el jumento ya domado, la mujer y su prole comenzarían a
viajar a lomos del caballo, mientras el hombre, a pie, lo dirigiría con su
ronzal.
Desde entonces las epopeyas del
hombre se han realizado, casi siempre, a caballo.
Alejandro conquistó medio mundo a
lomos de “Bucéfalo”.
Aníbal cruzó los Alpes montando a
“Strategos”
Julio Cesar cruzó el rubicón sobre
“Génitor”
El Cid ganó su última batalla
montado, ya muerto, en su caballo “Babieca”.
Wellington montando a “Copenhagen”,
derrotó definitivamente, en Waterloo, a Napoleón, quien no solo perdió en esa
batalla su imperio, sino también a su caballo favorito: “Marengo” ---así llamado
por haber sido el que montó en la batalla de Marengo, en la campaña de Italia
de 1800--- que tomado como botín por las tropas británicas, fue llevado a
Inglaterra, donde murió a la edad de 27 años, y en donde se conserva su
esqueleto naturalizado, concretamente en el Museo Nacional del Ejército de
Sandhurst.
Y así, podríamos rememorar
numerosos caballos y epopeyas épicas e hípicas, hasta la carga, con sables y
lanzas, del 20º Regimiento de Ulanos, de la Caballería polaca, contra las
divisiones de blindados alemanes en septiembre de 1939, que supuso la
desaparición del caballo en la Caballería militar moderna que, pese a mantener
su denominación, hoy en día se compone de fuerzas mecanizadas.
Pero si me apasionan los caballos
no es por sus hazañas militares, sino por sus proezas deportivas.
Así, por ejemplo, me sorprende que
desde 1949 no se haya superado, aún, el record mundial de salto de altura a
caballo, establecido en la marca de 2,47 metros por el caballo “Huaso”, montado por
el militar chileno Alberto Larraguibel.
O que no se haya batido, desde hace más de sesenta años, el record de velocidad punta de un caballo de carreras, establecido en 69,62
Km. por hora (401 m
en 20,8 sg.) por Onion Roll, que los
alcanzó en Thistledow (Ohio, EE.UU), el 27 de septiembre de 1933, igualado por
Big Racket, que lo hizo en la ciudad de México el 5 de febrero de 1945.
O que el record de salto de
longitud a caballo, en poder del español López del Hierro desde 1951, con el
caballo "Amado Mío", con una marca de 8,30 m , no fuera batido
hasta el 26 de Abril de l975, durante el Concurso Nacional "Rand Show de
Johannesburgo (Africa del Sur), cuando el caballo "Something",
perteneciente a la Señora Van der Merwe y montado por André Ferreira, franqueó
el largo de 8,40 m, fecha desde la que permanece imbatido.
En cualquier caso no os
ocultaré que la mayor emoción que me produce un caballo no es cuando galopo, salto,
ayudo a las faenas del campo con las reses, taqueo bolas al polo, o lanceo
guarros desde su montura, (pues la verdad es que he hecho prácticamente de todo
sobre un jumento, salvo la guerra, pues gracias a Dios ni las ha habido durante
mi vida, ni aunque las hubiere habido existía ya la caballería montada) si no
cuando veo montando a mis hijas, que han heredado mi afición por estos magníficos
animales …y que me bajaron de mis monturas para subirse ellas.
Serán los años...o el amor de padre.
Y para terminar esta reflexión os traigo un vídeo de la doma de un caballo en las famosas "Jineteadas" de Argentina, que es impresionante, ilustrada por una bella música
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