El cuadro que abre este post es un delicioso retrato de Juliette Rècamier, obra del pintor François Gérard, que se encuentra en el Museo Carnavalet de Paris.
Su historia es interesante.
Según se cuenta, en 1808 Juliette regaló el cuadro a su enamorado el Príncipe Augusto de Prusia, con quien se dice que había planeado casarse, lo que resultó imposible por la oposición de su marido al divorcio. El cuadro le fue devuelto a Mme. Rècamier en 1848, justo antes de su muerte, con ocasión del fallecimiento del príncipe prusiano y fue adquirido por el Museo a los herederos de Juliette Rècamier en 1860.
El otro protagonista de nuestra historia es François Rène de Chateaubriand, que debió ser un muchacho tímido y retraído en su adolescencia, en la que creó una figura femenina, cuando tenía unos quince años, a la que llamó Sylphide.
Su historia es interesante.
Según se cuenta, en 1808 Juliette regaló el cuadro a su enamorado el Príncipe Augusto de Prusia, con quien se dice que había planeado casarse, lo que resultó imposible por la oposición de su marido al divorcio. El cuadro le fue devuelto a Mme. Rècamier en 1848, justo antes de su muerte, con ocasión del fallecimiento del príncipe prusiano y fue adquirido por el Museo a los herederos de Juliette Rècamier en 1860.
El otro protagonista de nuestra historia es François Rène de Chateaubriand, que debió ser un muchacho tímido y retraído en su adolescencia, en la que creó una figura femenina, cuando tenía unos quince años, a la que llamó Sylphide.
Aquella Sylphide, la mujer creada en su
imaginación, era una amalgama de todas las heroínas, diosas y cortesanas de las
que había leído en los libros. Obsesionado con su creación imaginaria, veía
constantemente sus facciones en su mente, y oía su voz, paseaba con ella y con
ella conversaba, era el ideal de mujer que François René esperaba encontrar
algún día en la realidad.
Transcurridos los años el
carácter mujeriego de Chateaubriand fue en aumento, llegado a ser conocido con
el sobrenombre de el “L'enchanteur”, “el encantador”, por su afición desmedida por la seducción de las damas; y
aunque estaba casado, y era un católico fervoroso, tuvo numerosas aventuras,
aunque no encontraba lo que por todos lados buscaba, su mujer ideal, su Sylphide.
En el año de 1807 Chateaubriand
compró una finca llamada “Vallée-aux-Loups”, a dos jornadas de París, y a la
que se retiró a escribir, construyendo una deliciosa torre llamada la “Tour
Velleda” en honor al personaje de su novela “Los Mártires”, en la que instaló
su biblioteca y su estudio.
Llenó el lugar, de una extensión aproximada de 10
hectáreas, de árboles del mundo entero, creando
un bello jardín. Incluso la Emperatriz Josefina le regaló un Magnolio de flores
púrpura, hoy muy frecuente en parís, pero del que en aquella época solo
existía otro ejemplar en la “Malmaison”.
Allí empezó a escribir sus memorias, que acabarían
siendo su obra maestra.
En 1817, sin embargo, la vida de Chateaubriand se desmoronó.
Problemas financieros le obligaron a vender su Vallée-aux-Loups. Con casi cincuenta años de edad, de repente, 78 se sintió viejo y agotada su inspiración.
Así describe su primer
encuentro:
Una mañana estaba con Madame de Staël; ... de repente Madame Rècamier entró con un vestido blanco, se sentó en un sofá de seda azul; Madame de Staël continuó su conversación ... Apenas le respondí, mis ojos quedaron fijos en Madame Rècamier. Me pregunté si estaba viendo una imagen de ingenuidad o de voluptuosidad. Nunca había imaginado algo igual y me desanimé más que nunca; mi admiración me provoco un gran disgusto conmigo mismo. Creo que este ángel, para reducir un poco su divinidad, para ponernos menos lejos, se amparaba en su tierna edad. Cuando soñaba con mi Syphide, yo estaba dotado de toda perfección para complacerla; cuando pensaba en Madame Rècamier disminuía mi encanto para poder atraerla: estaba claro que quería que mis sueños fuesen realidad: Madame Rècamier, a quien no volví a ver durante doce años.
Madame Rècamier era célebre por su belleza e
inteligencia. Casada con un hombre mucho mayor que ella, el banquero
Lyones Jacques Rècamier, con el que no
vivía desde hacía tiempo, se dice que había roto los corazones de los más
ilustres hombres de Europa, como el príncipe Metternich, el duque de Wellington
o el escritor Benjamín Constant; incluso se dice que el propio Napoleón ordenó
su destierro ante los rechazos sufridos de la bella cortejada, aunque se rumoreaba
que, pese a sus coqueteos, seguía siendo virgen, pues en realidad, se afirmaba,
era hija natural de su marido el banquero Rècamier, quien se habría casado con ella
para ampararla y darle cobijo.
Cuando conoció a Chateaubriand, Julie de Rècamier tenía casi cuarenta años, pero mantenía la belleza y la frescura de la juventud.
Cuando conoció a Chateaubriand, Julie de Rècamier tenía casi cuarenta años, pero mantenía la belleza y la frescura de la juventud.
Atraídos mutuamente, y
apenados por el pesar de la muerte de su común amiga Madame Staël, Rècamier
y Chateaubriand se hicieron amigos. Ella lo escuchaba con atención, adoptando
sus estados anímicos y haciéndose eco de sus sentimientos, y él presintió que,
al fin, había conocido a la mujer que personificaría a Sylphide.
Doce años más tarde Chateaubriand
y Récamier se reencuentran, y al año siguiente del retorno a su amistad, Madame de Rècamier convenció a Madamme
de Montmorency ―cuyo esposo había comprado la Vallée-aux-Loups― para que, con ocasión de una
de sus ausencias, le permitiera invitar a Chateaubriand a que pasaran juntos
una temporada en su antigua finca.
Chateaubriand aceptó
encantado. No en balde en sus Memorias de Ultratumba se refiere en dos
ocasiones, apasionadamente a esta propiedad:
La primera para afirmar:
“Este lugar me encanta, ha remplazado para mí a mis campos paternales; Y lo he pagado con mis sueños y mi tiempo…”
Más tarde en la misma
obra afirmaría:
“La Valleè-aux-Loupes, de todas las cosas que he perdido, es la única que echo de menos. Está escrito que no me quedará nada”
Apasionado por aquella
visita, François le mostró la propiedad, explicando lo que cada pequeño tramo
del terreno había significado para él, los recuerdos que el lugar le evocaba. Los
árboles traídos de América, su torre estudio, sus paseos preferidos, en fin… Chateaubriand
se vio invadido por sentimientos de su juventud, sensaciones que había
olvidado. Indagó más en su pasado, describiendo hechos de su infancia. En momentos,
paseando con Madame Rècamier y mirando esos amables ojos, sentía un escalofrío
de reconocimiento, pero no podía identificarlo del todo. Lo único que sabía era
que debía volver a las memorias que había dejado de lado, "intento emplear
el poco tiempo que me queda en describir mi juventud", dijo,
"mientras su esencia sigue siendo palpable para mí."
Todavía hoy se discute si
Madame Rècamier correspondió al amor de Chateaubriand, o tan solo mantuvo un
romance espiritual.
En una tercera de ABC de 11 de
mayo de 1949, Luis Calvo, con ocasión del centenario de la muerte de Julie, nos
dice: Chateaubriand moría en 1848: ella en 1849 y hasta al último momento Madame Rècamier le
cuidó como una novia, alagándole, aconsejándole, atendiendo a todos sus
caprichos y vanidades, avivando su celo
de poeta y sus virtudes de hombre cristiano, pura y abnegada. No ha habido en
la historia de las grandes pasiones insatisfechas un ejemplo tan melancólico de
amor crepuscular.
Sin embargo, yo creo que si ”L'Enchanteur”
llevaba bien puesto su mote, su poesía, su aire de melancolía y su persistencia
se impondrían finalmente, y ella sucumbiría, por primera vez en su vida.
No creo que el amor entre ambos personajes fuera una pasión insatisfecha, sino
por el contrario plena, aunque intermitente en el tiempo. Creo que fueron efectivamente
amantes, y como amantes, fueron inseparables, aunque esta primera fase del
romance durase poco, y Rècamier y Chateaubriand dejaran de verse.
La propia madame de
Rècamier explica con estas palabras porqué había caído rendida en brazos de
Rene:
“Los otros se ocupaban solamente de mí. Chateaubriand exige que yo me ocupe únicamente de él”
era 1829.
Pocos años más tarde, en
1832, Chateaubriand viajaba por Suiza. Una vez más, su vida había sufrido un vuelco;
sólo que para entonces ya estaba viejo en cuerpo y alma.
Se enteró de que Madame
Récamier se hallaba en la zona. No la había visto en los últimos años, y corrió
a la posada en que se hospedaba. Ella fue con él tan gentil como siempre;
durante el día daban largos paseos juntos, y en la noche se quedaban conversando
hasta muy tarde.
Un día, Chateaubriand le
dijo que por fin había decidido concluir sus memorias. Y tenía una confesión
que hacerle: le contó la historia de Sylphide, su imaginaria amante juvenil. Ahora,
ya viejo, no sólo pensaba en ella, sino que podía ver su rostro y oír su voz.
Con estos recuerdos confesó que había conocido a Syplhide en la vida real: era ella,
Madame Récamier. El rostro y la voz se identificaban. Más aún, ahí estaba el mismo
espíritu sereno, la cualidad inocente y virginal de su ideal.
Al leerle la oración a
Sylphide, que acababa de escribir, le dijo que verla le había devuelto su
juventud.
Reconciliado con Madame Récamier, Chateaubriand se puso a trabajar otra vez
en sus memorias, que finalmente se publicaron bajo el título de “Memorias de
ultratumba”, obra maestra, sin duda, del escritor.
Las memorias están dedicadas a
Madame Récamier, de quien él siguió siendo devoto hasta el momento de su propia
muerte, en 1848, a la que seguiría enseguida la de madame Rècamier en 1849,
quien había seguido amando a Chateaubriand también hasta el momento de su
muerte.
En una bella carta enviada por Chateaubriand a Julie estando ella en Roma,
François Rene anticipa ya la permanencia de ese amor hasta su muerte, cuando le
dice:
“Recuerda que debemos terminar juntos nuestros días. Es un pobre presente regalarte el resto de mi vida, pero tómalo… Mi buen ángel, sé mi guardián”.
Víctor Hugo, en sus memorias, nos relata el final de esta historia de amor:
“Monsieur de Chateaubriand, a principios de 1847, era un paralítico; la Sra. Récamier estaba ciega. Todos los días, a las 3 en punto, Chateaubriand era llevado a la cabecera de Mme. Récamier. Era emocionante y triste. La mujer que no podía ver extendía sus manos a tientas hacia el hombre que ya no podía sentir; sus manos se encontraban. ¡¡Alabado sea Dios!! La vida se estaba muriendo, pero el amor aún vivía.”
Henry Le Fèvre, marqués d'Ormesson relata cómo muere Chateaubriand asistido y sacramentado en su piso de la rue du Bac, una tarde del verano parisiense de 1848. Yace su cuerpo sobre una cama de hierro, mientras que del jardín del patio interior suben el calor y la luz de julio a través de las persianas entornadas. Al pie del lecho hay una gran caja de madera, abierta, que contiene el manuscrito completo de las Memorias de ultratumba. En un reclinatorio, una sombra menuda bisbisea unas oraciones. Era Julie Recamier, que fallecería un año más tarde, en 1849, a los 71 años de edad, víctima de la epidemia de cólera desatada en Paris
François René Chateaubriand fue enterrado en una tumba bajo una losa de granito, sin inscripción alguna, en el islote de Grand-Be, en su Saint-Malò natal, solo una placa de bronce cercana recuerda que en ella yace "Un gran escritor francés que ha querido reposar aquí para no oír más que el mar y el viento, paseante respeta su última voluntad"
Por su parte Madame de Rècamier reposa en el cementerio de Montmartre, entonces un pequeño pueblo de las afueras de París. En su tumba siempre hay flores depositadas por algún admirador.
Solo la muerte sería capaz de alejarles definitivamente
Y concluyo esta "reflexión" con un nuevo video, en esta ocasión con la bella "Pourquoi me reveiller" de la Opera Werther de Massenet, interpretada por Jonas Kaufmann, cuya letra nos dice:
“¿Por qué me despiertas? oh viento de primavera
¿Por qué me despiertas?En mi frente siento tus caricias
Y así muy pronto llegará el tiempo
de tormentas y tristezas!
¿Por qué me despiertas?
oh viento de primavera
Mañana al valle vendrá el viajero,
recordando mi gloria anterior
Y sus ojos en vano buscarán mi esplendor
¡no encontraran sino luto y miseria!
Hélas! ¿Por qué me despiertas? oh viento de primavera.
¡no encontraran sino luto y miseria!
Hélas! ¿Por qué me despiertas? oh viento de primavera.
© 2023 Jesús Fernández-Miranda y Lozana
Que maravillosa y romántica historia de amor. ❤️❤️
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