A lo largo de los últimos
años se viene hablando, insistentemente, del enorme peligro que supone para los
principios de nuestro sistema occidental la, cada día mayor, presión de los
movimientos islamistas en Europa.
Son numerosos los
ejemplos de intransigencia e intento de imposición de los postulados
ético-morales del islam en nuestras sociedades occidentales.
Desde la no
intrascendente discusión del uso del velo islámico en los centros de enseñanza,
pese al laicismo que en los mismos se respira, con retirada incluso de los
crucifijos en las aulas, hasta las pretensiones de algunos grupos islámicos de
imponer horarios reservados para las mujeres en las piscinas públicas, por
considerarse atentatorio a los principios del islam el uso compartido por
hombres y mujeres de tales instalaciones.
Se ha llegado incluso a
prohibir por un Juzgado de París, el reparto gratuito entre indigentes del
tradicional “Pot aux feu de cochon” por ser discriminatorio para los indigentes
musulmanes.
¿Hasta dónde vamos a
llegar?
¿Quién va a ponerle el cascabel al gato?
Yo, desde luego, solo
confío en nuestras mujeres.
La verdadera esencia de
la Sociedad Occidental contemporánea se encuentra precisamente en la conquista
de sus derechos por parte de las mujeres.
Que duda cabe que hay
todavía un inmenso camino por recorrer para lograr una plena igualdad dentro de
la diferencia que gracia a Dios nos separa a hombres y mujeres como seres
humanos únicos, iguales y al tiempo diferentes.
Pero hay algo esencial:
¿Admitiría la mujer
occidental dar pasos atrás en su proceso de igualación con el hombre?, ¿permitiría
no poder conducir, no vestir como quieran, no poder optar a trabajo en centros
compartidos con varones, no tener derecho al voto o verse discriminadas sistemática
y contumazmente porque así lo haya dispuesto Alá y Mahoma, su profeta?
Un viejo militar, el
Coronel Valenzuela, profesor de equitación renombrado, escribió una conferencia
que ha dictado centenares de veces sobre la historia de la equitación, y su
disertación comenzaba con una pregunta ¿Quién montó primero en un caballo, el
hombre o la mujer?
Su contestación era
tajante, “Por supuesto un hombre, pero no por su iniciativa, sino porque la
mujer pensó que aquel magnifico animal que se comían podía tener otros usos, y tras
exigirle al varón que lo intentase, y tras varios buenos golpes, ya con el cuadrúpedo
domado, fue ella quien comenzó a disfrutarlo como animal de carga y transporte,
mientras el hombre continuó caminando a su lado.”
Y así se ha venido
escribiendo la historia del progreso humano, “la mujer decide y el hombre se
desvive”.
Toda mi vida está rodeada
de mujeres, la mía, mis hijas, mi madre y mi suegra, mis cuñadas….
Como dijo hace tiempo mi
hija pequeña “Papá, en casa lo único hombre sois el perro y tu”
Y la verdad es que estoy
encantado y convencido de que serán ellas las que nos movilicen, en un momento
de riesgo real, frente a las pretensiones de los integrismos islámico intransigentes.