A diferencia de Chateaubriand hablo frecuentemente de mis intereses, de mis emociones, de mis trabajos, de mis ideas, de mis afectos, de mis alegrías, de mis tristezas, sin pensar en el profundo tedio que el francés temía causar a los demás hablandoles de si mismo.
Durante estos últimos tiempos he mantenido diversas conversaciones sobre este tema, que merece ser tratado en una nueva reflexión heteróclita.
La muerte es una realidad permanentemente presente en nuestra sociedad, aunque tratemos de ocultar su rostro y su realidad en nuestra vida cotidiana como quien trata de no pensar en los kilos de más o en ese cigarrillo que apagamos en el cenicero y que no deberíamos de haber fumado.
En el Arco central del Pórtico de la fachada occidental de la Catedral gótica de Notre Dame de París se representa el momento del Juicio Final, Presidido por Jesucristo, y en el que vemos la salida de los difuntos de sus tumbas a la señal de las trompetas tocadas por los ángeles, y su reparto entre los ángeles, que dirigen a los salvados al Cielo, y los demonios, que encadenan a los condenados para llevarlos a los Infiernos.
En esa representación medieval solo se contemplan las realidades del Cielo y del Infierno, pero no las del Purgatorio y el Limbo.
Benedicto XVI ya había dicho en 1984, como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que el limbo era solamente "una hipótesis teológica" utilizada por la doctrina escatológica para resolver un dilema que siempre había inquietado a la Iglesia: ¿Qué pasaba con los niños sin bautizar y con los millones de personas que, nacidas antes de Jesús, habían muerto cuando aún no había sido instituido el bautismo?
Teóricamente todas estas personas habrían fallecido sin expiar el “Pecado Original” por virtud del bautismo instituido por Cristo y por tanto no podrían alcanzar la Gracia del “Paraíso”, la “Presencia de Dios”, de tal modo que, sin alcanzar la categoría de “dogma de fe”, la existencia de “El Limbo” había sido aceptada por la Iglesia como “Recurso Teológico” para dar una explicación plausible a aquella realidad, de tal forma que aquellos seres humanos, impuros por no haberse librado del pecado original por vía del bautismo, aunque fuesen justos y bondadosos, no podrían alcanzar el cielo, pero tampoco ser objeto de condenación, por lo que “El Limbo”, considerado como un lugar donde aquellos no gozarían de la presencia de Dios pero tampoco sufrirían, venía a ser la opción mejor considerable.
La figura de “El Limbo” era así contemplada por el Catecismo de Pío X, pero ya a partir del Concilio Vaticano II la cuestión de “El Limbo” fue resuelta, en relación con los niños fallecidos sin bautizar, tal y como se establece el vigente Catecismo de la Iglesia Católica, en su norma 1261:
“En cuanto a los niños muertos sin Bautismo, la Iglesia sólo puede confiarlos a la misericordia divina, como hace en el rito de las exequias por ellos. En efecto, la gran misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven y la ternura de Jesús con los niños, que le hizo decir: "Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis" (Mc 10, 14), nos permiten confiar en que haya un camino de salvación para los niños que mueren sin Bautismo. Por esto es más apremiante aún la llamada de la Iglesia a no impedir que los niños pequeños vengan a Cristo por el don del santo Bautismo.”
La cuestión, pues quedaría tan solo abierta en relación con los adultos justos y bondadosos fallecidos con anterioridad a la resurrección de Jesucristo, pero incluso en relación con tales supuestos parece que la posición teológica es partidaria de la idea de la inexistencia de “El Limbo”, pues el efecto salvífico del Sacrificio de Jesús operaría en beneficio de todos ellos. Es más, la doctrina teológica católica opina que Jesús durante los tres días anteriores a su resurrección “Bajó a los Infiernos” para salvar a estos seres humanos justos y bondadosos que, sin embargo, no gozaban de la “Presencia de Dios”, y dado que el concepto del más allá es intemporal podríamos interpretar que su salvación se operó desde el momento exacto de su muerte, sin haber pues permanecido en “El Limbo” cuya existencia, así, sería innecesaria.
En cualquier caso siempre he entendido que discutir a cerca de la figura de “El Limbo” es una pérdida de tiempo intelectual, que demuestra que quienes se encontraban en él no eran sino quienes defendían su existencia.
Efectivamente, dicho en román paladino, la idea de “El Limbo” no sería sino un recurso facilón de los teólogos para resolver una cuestión que se les escapaba doctrinalmente, en épocas en que la dinámica premio-castigo, como elemento retributivo del comportamiento humano, era una constante sociológica sobre cuya base debían resolverse todas las dudas referentes al destino trascendental del hombre y el más allá.
Cuestiones distintas, que suscitan un permanente interés en los teólogos especialistas en escatología, son las referentes a la existencia del Purgatorio y del Infierno.
Es curioso que en nuestro idioma el térmico escatológico tenga dos acepciones perfectamente diferenciadas, la una referente a la filosofía y que no es sino el estudio del fin del mundo, del fin de la vida individual y del más allá, concepto que procede del termino griego “éskathos” o final; la otra es la rama de la fisiología que estudia la defecación y los excrementos y procede de un término también heleno “skatós” o hez.
Y nos encontramos así, por casualidad, con una nueva pareja de “falsos amigos parónimos”, a los que me refería tiempo atrás en uno de mis escritos.
Así, esta peculiaridad semántica nos permite hacer un chiste fácil:
“La vida, mientras se vive, es una realidad escatológica, cuyo final es escatológicamente analizado.”
Hace algunos días leía algunas reflexiones de teólogos, ortodoxos con las doctrinas de la Iglesia Católica, que contradecían mis teorías a cerca de la no existencia del infierno como “lugar de sufrimiento”, sin embargo en Papa Juan Pablo II manifestó el 28 de julio de 1999 en la catequesis que impartió ante 8.000 fieles en el Vaticano, que:
«Las imágenes con las que la Sagrada Escritura nos presenta el infierno deben ser rectamente interpretadas. Ellas indican la completa frustración y vacuidad de una vida sin Dios. El infierno indica más que un lugar, la situación en la que llega a encontrarse quien libremente y definitivamente se aleja de Dios, fuente de vida y de alegría»
Y según defendía en mi escrito “El Infierno”, entiendo que esa “situación” sería la de la “NO RESURECCIÓN”, es decir, quedarse sin el premio de la “Vida Eterna en Presencia de Dios” que corresponderá a quienes lo hayan merecido.
No olvidemos que el propio Jesucristo nos dijo
«Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente.» San Juan 11:25-26
Lo que a sensu contrario implicaría que quien no crea no vivirá eternamente y por tanto no podrá ser eternamente castigado.
Está idea no es novedosa, pues el Apocalipsis de San Juan nos dice en su versículo 21:8:
"Los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda.
Y ¿Qué ocurre con el Purgatorio?
Según la doctrina tradicional de la Iglesia Católica “El Purgatorio” es el lugar donde los pecadores que no hayan cometido pecados mortales o no los hayan purificado totalmente, expiarán, temporalmente, sus faltas hasta acceder al Cielo.
Conforme a esta doctrina tradicional el purgatorio implicaría una “Pena de Daño” consistente en la “Dilación de la Gloria”, es decir dilación o aplazamiento en el momento de acceder al Cielo, a la “Presencia de Dios”, unida a la “Pena de Sentido”, cualitativamente distinta de la que se daría en el infierno, pero consistente en “tormento físico”.
En conclusión en el “Purgatorio” el alma quedaría privada de la visión de Dios mientras purga sus pecados atormentada mente.
Finalmente es esencial a la idea de Purgatorio su carácter temporal, ya que no puede prolongarse en el tiempo hasta más allá del Juicio Final, “momento” en el que se decidirá la suerte de cada alma humana en la disyuntiva Cielo-Infierno.
Un último apunte interesante en relación con la visión del Purgatorio de la Iglesia Católica es que según Santo Tomás (De purgatorio) Dios NO se vale de los demonios para la administración de las penas del purgatorio.
Vamos… que los demonios están relegados al infierno. ¡¡¡Menos mal!!!, porque si el Purgatorio existiese pocos íbamos a librarnos de él…
En esta materia me declaro “Protestante”, pues al igual que las Iglesias encuadradas bajo este epígrafe, tampoco puedo aceptar las teorías tradicionales de los teólogos católicos que defienden la existencia de “El Purgatorio” como lugar de tormento y expiación, aunque parece ser que la comisión que analiza “El Limbo” pudiera estar también discutiendo la posición oficial Católica referente a “El Purgatorio”, lo que me llevaría nuevamente al “redil”.
Por otra parte la idea de “El Purgatorio”, de un castigo temporal a los pecadores, no parece compadecerse con la de un Dios Justo y Misericordioso, que conforme a los evangelios
“No he venido a llamar a conversión a justos, sino a pecadores” (Lucas, 5-32)
Si partimos de la base de considerar, conforme a las enseñanzas del Papa Wojtila, de que “El Infierno no existe como lugar, sino como situación en que se encuentra quien libre y definitivamente se aleja de Dios”, no podemos por menos que negar la existencia de ese “Lugar de Expiación Temporal” que representaría “El Purgatorio”. Por cierto, el mismo Papa y en idéntica intervención ya manifestó que:
“Para aquellos que, en el momento de su muerte, se encuentren en condición de apertura a Dios, pero de manera imperfecta, el camino hacia la plena bienaventuranza exige una purificación que la fe de la Iglesia ilustra a través de la doctrina del purgatorio, término que no indica un lugar, sino una condición de vida. Quienes después de la muerte viven en un estado de purificación ya están en el amor de Cristo, que los libera de los residuos de la imperfección”.
De esta forma “El purgatorio” no sería un lugar, si no un proceso de “purificación”, que se produce durante la vida de cada ser humano y que se prolongará después de la muerte.
Si a las enseñanzas comentadas introducimos el concepto de atemporalidad del más allá, llegaremos a la conclusión de que la purificación que implica la situación de Purgatorio después de la muerte, no tiene una duración concreta ---lo que no sería posible en aquella situación de atemporalidad--- por lo que el sufrimiento purificador, pues no otra cosa sería “el fuego del purgatorio”, vendría determinado por la propia conciencia de necesidad de purificación, y no por su duración, lo que hace inadmisible el concepto de “temporalidad” del purgatorio formulada por la doctrina teológica tradicional Católica.
Por otra parte, sí conforme a la doctrina del Papa Woytila
“Quienes después de la muerte viven en un estado de purificación ya están en el amor de Cristo, que los libera de los residuos de la imperfección”
ello implicaría la simultaneidad e inmediatez del proceso de “purificación” y de la incorporación a la “Comunión De Todos Los Santos” la “Gloria” o “El Cielo”
Así pues, en resumidas cuentas, podemos concluir afirmando que, gracias a Dios, ---y nunca mejor dicho--- solo “El Cielo” existirá como “Lugar” de Eterna Felicidad, mientras que ni el Infierno ni el Purgatorio pueden ya ser considerados lugares de tormento.
En cualquier caso, la conclusión de que “El Infierno” no exista como lugar de condenación al tormento eterno, pues tan solo sería la situación de no resurrección de los condenados, y por lo tanto su dilución en “La Nada”; o de que “El Purgatorio” sea un inmenso dolor atemporal derivado de la propia conciencia de la necesidad de purificación para acceder al Cielo, no deben confundirnos a cerca del inmenso sufrimiento que conllevan aquellas situaciones de Purgatorio-Purificación y de Infierno-Condenación.
Es evidente que la teología escatológica contemporánea rechaza una concepción de un Dios que se complazca en torturar a sus hijos descarriados con el tormento físico.
Podemos interpretar el hecho de la “Condenación” como la plena conciencia, que será nítida en el más allá, de “la situación en la que se encontrará quien libre y definitivamente se haya alejado de Dios” ―en palabras de Juan Pablo II― situación que pienso que no será otra que la comprensión de lo que implica para el condenado que le sea negada la posibilidad de la resurrección y de la vida eterna.
Opinar que con ello se atenúa la severidad de la condenación, sólo puede hacerlo quien subvalore todo sufrimiento que no sea físico.
Precisamente por ello sería un error interpretar las palabras del Papa Woytila como un deseo de atenuación del dolor inmenso de la condenación, pues simplemente se limitó a poner de manifiesto que determinadas expresiones de la Biblia en relación con el Infierno tienen carácter eminentemente metafórico, como ya hiciera en 1979 la Congregación para la Doctrina de la Fe en su carta "Recentiores Episcoporum Synodi"⁷, en la que explicaba que el concepto de “fuego del infierno” debe interpretarse como el dolor insufrible que la privación de la visión de Dios provoca sobre todo el ser del condenado.
Finalmente y en cuanto al pretendido “infierno vacío” ―la idea de que el Infierno existe, pero que la Misericordia infinita de Dios y el poder redentor del Sacrificio de Jesús lo mantendrían vacío― la teología católica tradicional niega esta posibilidad, pues si el infierno es un estado y no un sitio, no puede decirse simultáneamente que se admite que exista aquella situación de Infierno-Condenación pero que está vacía; pues un estado o situación que no se diese para nadie, simplemente no existiría, recalcando la idea de que la condenación no es una decisión de Dios, si no del propio hombre que rechace consciente, decidida y definitivamente el amor de Dios, su redención.
En todo caso, me resisto a aceptar que la capacidad de persuasión de Dios, que es bondad, misericordia e inteligencia inconmensurables, infinitas, no haga recapacitar al humano más contumaz, al más egoísta de los pecadores, para que acepte la purificación última que se ilustra en la idea de Purgatorio y se acoja a las bondades prometidas por Cristo.
Solo el “Mal Perfecto” representado únicamente por Lucifer, el ángel caído Luzbel, el más perfecto de los Querubines, y sus acólitos celestiales caídos, podrían perpetuarse en su error, y ser así los únicos morador de “Las Tinieblas”, de tal modo que ya no se podría hablar de la idea de “Infierno Vacío”, pues estaría colmado con Satanás y sus demonios.
Si analizamos la figura del Demonio desde posiciones creyentes, no podemos albergar la más mínima duda a cerca de su existencia, tal y como se manifiesta el catecismo de la Fe Cristiana, en sus normas 2850 y siguientes.
Hoy en día sin embargo, y desde las predominantes posiciones racionalistas, se desprecia la existencia de “El Maligno”, que se considera una mera manifestación de los mitos religiosos primitivos.
La psicología, la filosofía, la sociología, la ciencia en fin, serían quienes debieran explicar la maldad humana desde perspectivas empíricas, desde postulados racionalistas.
Se afirma, así, que el hombre es una mera realidad sociológica y que su propensión al mal debe de ser explicada racionalmente.
No faltan, por otra parte, quienes nos dicen que las referencias al maligno existentes en nuestra sociedad no son sino herencia de los ritos pre judaicos de oriente medio, centrados en la figura del dios Baal, de cuyo nombre se deriva el de Belcebú, propio del demonio, y en la tradición bacantica greco-romana, ambos con ritos de fertilidad licenciosos, caracterizados por orgías sexuales desenfrenadas, cuya permanencia en el acervo cultural europeo se extendió a través de los ritos mágicos medievales, pues los ritos de las bacantes ---adoradoras enloquecidas del dios Dionisos-Baco--- vinieron a ser los precursores de aquellas orgías que en la Edad Media se estigmatizaron como aquelarres.
En el fondo nada nuevo hay bajo el sol, pues las doctrinas científicas que parten de considerar que el hombre es esencialmente bondadoso y que su maldad es fruto de su defectuosa educación, de su marginalidad, de su discriminación social, o de los traumas psicológicos sufridos durante su infancia o adolescencia, no se diferencian en nada del maniqueísmo propio del s.III, para el que el hombre presenta una esencia dual en pugna permanente: el bien (inspirado por Dios), y el mal (dominado por El Demonio), de tal forma que el hombre no sería responsable de sus malas acciones porque no son producto de la libre voluntad sino del dominio de Satanás sobre nuestra vida.
Frente a esta posición racionalista la Iglesia Católica advierte sobre la existencia real del Maligno, y así se ha manifestado el Papa Woytila, expresamente, en su catequesis del 13 de agosto de 1986, al decirnos que:
“La malignidad humana, constituida por el demonio o suscitada por su influjo, se presenta en estos días de forma cautivadora, seduciendo las mentes y los corazones hasta hacernos perder el sentido del mal y del pecado.”
En definitiva que la mejor arma del maligno es lograr que no se crea en su existencia y mantener su permanente presencia entre nosotros, desapercibido pero constantemente activo.
No sé si, desde el punto de vista teológico, las interpretación o teorías expresadas en este escrito serán muy conformes con la ortodoxia católica, pero son las que más me consuelan de cara a mis imperfecciones, mis pecados y mi esperanza de alcanzar la vida eterna.
Sin embargo, hasta Bergoglio, con el que ya sabéis que coincido poco, manifestó recientemente, en entrevista concedida al periodista Italiano Eugenio Scalfarí, del diario La Republlica, que:
"El infierno no existe; lo que existe es la desaparición de las almas pecadoras"
De tal modo podemos concluir creyendo que el Infierno si existe, pero no como un lugar, sino como una situación eterna e irreversible, que no sería sino la situación de absoluta soledad de los condenados, su no resurrección, su desaparición perpetua.
Y, ¿Qué mayor castigo que la conciencia ―en un instante puntual, pero que se convierte en eterno en una dimensión en que no existe el tiempo― de que el destino que te aguarda es la desaparición, la nada, sabiendo que la conjunción con la Gloria hubiera sido posible?
Para concluir no quiero dejar de reconocer lo sensibles que son todas las cuestiones teológicas, en cuanto que se refieren a los principios de fe de mis lectores, y por ello ―dado que poseo un espíritu crítico, pero en absoluto inquisidor― no quiero dejar de recordaros que en estos posts tan sólo expreso mi opinión, sin otro deseo que provocar la reflexión de todos los amigos a quienes van dirigidos, sobre las materias abordadas, sin pensar que, en lo que expongo, anide la verdad, sino tan sólo las dudas que cuestiones doctrinales y teológicas provocan en mi espíritu.
Por eso manifiesto que no trato de convencer a nadie de las ideas que en mis escritos se recogen, y que, tan sólo, trato de que mis reflexiones susciten las de otros, que podrán coincidir con mis razonamientos u oponerse totalmente a ellos.
Y como siempre, termino con una pieza musical, hoy "El Purgatorio" de la Sinfonía "Dante" de Litz, interpretada por la Orquesta Filarmónica de Berlín dirigida por Barenboim.
A lo largo de mi vida siempre he sentido pasión por escribir, pues es la forma en que mis pensamientos, fantasías y reflexiones, adquieren realidad material, dejando de estar encapsulados en mi mente.
Como nos dice Albiac en su artículo de EL DEBATE del pasado día 6 de septiembre:
“No hay placer comparable a la escritura. Ni angustia que se le acerque ni de lejos. Escribir es un rigor que no admite transacciones. Ni benevolencias. Ni tampoco entusiasmos.”
hasta el punto de que escribir produce un desgarramiento interior incurable, un corte rotundo entre el mundo real y el mundo interior imaginado y relatado.
La vida del hombre, de los hombres, sólo existe si alguien la refleja en un escrito, al igual que los descubrimientos científicos, las doctrinas filosóficas o las religiones.
Pero también posee la escritura esa capacidad de permitir al escritor disfrutar de sus recuerdos, imaginaciones o reflexiones, como yo pretendo a través de estas.
Sin escritura no habría civilización, ni cultura; las creencias habrían quedado reducidas a meras supersticiones, y la ciencia, la técnica o el pensamiento no habrían evolucionado como lo han hecho desde que el hombre comenzó a escribir, algo antes del año 3.000 A.C.
El Homo Sapiens apareció en nuestro planeta hace más de 100.000 años.
Con anterioridad a la escritura el homo sapiens evolucionó muy lentamente, y no es hasta la invención de la imprenta, a mediados del s. XV, que las obras escritas llegaron a multitud de seres humanos, produciéndose una evolución exponencialmente acelerada a partir de aquella fecha y muy especialmente en los 2 o 3 últimos siglos.
Hoy leer y escribir son herramientas al alcance de una gran parte de la población terrestre, aunque quedan cantidades ingentes de analfabetos.
Sin embargo no basta con saber leer y escribir, hace falta expresar en la escritura lo que se quiere decir, y entender con la lectura aquello que se lee.
Si no es así, nos encontraremos con lo que se llama “analfabetismo funcional”, que afecta a multitud de personas que usan las herramientas de la lectura o la escritura, pero que ni expresan correctamente lo que quieren transmitir ni entienden lo que leen.
Cuando el escritor se enfrenta con el papel en blanco para dar vida a sus realidades o imaginaciones, se enfrenta a expresar sus dramas o sus alegrías reales o imaginadas, y si escribe sus reflexiones se enfrenta al reto de tratar de encontrar respuesta a todos aquellos problemas esenciales de su existencia, o al hecho de su existencia misma, nublados, muchas veces, por la angustia que el hombre siente cuando se aproxima a lo incomprensible.
En este último caso las respuestas definitivas nunca llegan, pues lo cierto es que los filósofos, como diría Pascal, no ven al hombre como es, sino como ellos lo ven, o como entienden que el hombre debe ser.
Así, en la infinidad de obras de filosofía leídas sólo he encontrado reflexiones aisladas de gran interés, pero nunca soluciones definitivas a los problemas existenciales esenciales, lo que me lleva a pensar que abandonada la filosofía —por no aportarme las soluciones buscadas— tan solo me queda, en ocasiones, la fe.
Sin embargo continúo escribiendo diariamente, en un intento de que mis ideas adquieran forma material, pues en caso contrario se diluirían en mi mente como le ocurría a Harry Heller, —“El Lobo Estepario” de Hesse— que nos relata su experiencia:
“Una vez por la noche ocurrió que, estando despierto en la cama, empecé súbitamente a recitar versos, versos demasiado bellos, demasiado singulares para que yo hubiera podido pensar en escribirlos, versos que a la mañana siguiente ya no recordaba y que, sin embargo, estaban guardados en mí como la nuez sana y hermosa dentro de una cáscara rugosa y vieja.”
Y es ese empeño en materializar mis pensamientos o imaginaciones lo que me lleva a escribir estas reflexiones heteróclitas, que en ocasiones no son más que lucubraciones inservibles, que no aportan otra cosa más que un sutil reflejo de mi alma.
Pero ¿Qué es la literatura sino la descarnada pulsión a contar historias por escrito?
Al final, tal vez se escribe para obtener respuestas sin necesidad de hacerse previamente ninguna pregunta y para vaciar el alma y después recomponerla con nuevas ideas y nuevos escritos.
En cualquier caso, la escritura es como el fuego, que no tiene forma definida pero se adhiere al objeto que quema, como hace la luz con la oscuridad.
Y para terminar os traigo una nueva pieza musical, una de las muchas que me acompañan en los silencios de mi castillo. Y no es una pieza de música clásica, sino un clásico contemporáneo "La canción más bonita del mundo" de Joaquín Sabina
He escrito en varias ocasiones reflexiones referentes a la vejez y al envejecimiento, pero siempre aparecen en mi mente nuevas ideas, nuevos pensamientos que me invitan a volver a reflexionar sobre un destino tan deseado como rechazado.
Llegados a mi edad debemos de ser conscientes de que, si la bondad divina nos premia con una larga vida, nos quedaría por vivir, a lo sumo, la mitad del tiempo que ya hemos vivido, y ello es tranquilizador si tenemos la suerte de que tan larga existencia la vivamos con salud física y mental, lo que es improbable a partir de los 90 años.
Más realista sería pensar que podamos alargar nuestra vida un tercio de lo ya vivido, entre achaques y desmemorias.
Y ya sería una vida generosa en su amplitud.
Sin embargo, el gran reto es llegar a esas edades con un cuerpo sano y una mente despierta, pues en caso contrario no seríamos ancianos, sino “dependientes” y eso sí que es una mala jugarreta del destino, tanto para nosotros mismos como para nuestros familiares.
Si el destino nos premia con una vida prolongada con salud e integridad intelectual podremos continuar disfrutando de nuestra existencia.
En caso contrario la vida no merece la pena ser vivida, pues si el problema es físico lo sufriremos como una maldición, pero si el problema es mental haremos que nuestros familiares se sacrifiquen por nosotros, o bien acabaremos en una residencia de ancianos esperando la muerte sin tener verdadera conciencia ni tan siquiera de nuestra propia vida.
Ya Erasmo en su “Encomio de la Estulticia” nos dice que:
“La vejez es un momento molesto tanto para los que lo sufren como para los que conviven con ella. Ningún mortal sería capaz de soportarlo si Estulticia no estuviera allí para devolverlo de nuevo a su infancia. En este sentido, hay gran parecido entre los niños y los ancianos: ambos divagan y tontean.”
Aunque hay autores más benevolentes como Cicerón que consideran que
"La vejez está siempre en primer plano. Todos se esfuerzan por alcanzarla y, una vez conseguida, todos la culpan de sus males. ¡Tanta es la necedad de la extravagancia."
“La vejez es el final de una representación teatral de cuya fatiga debemos huir, sobre todo y especialmente una vez asumido el cansancio. Quieran los Dioses que lleguéis a ella, y que la podáis experimentar y comprobar por vosotros mismos que puede ser apacible y placentera y que no son inevitables los males que se le atribuyen.”
Y los males que se definen propios de la vejez Cicerón los rechaza:
• La incapacidad para la gestión de los negocios —pues la experiencia suple a la fuerza en la dedicación a cualquier negocio—.
• La incapacidad para sentir placeres —pues no se puede olvidar que el cuerpo puede sentir diversos placeres, y no solo el placer sexual, pues la lascivia no es virtud sino vicio—.
• La incapacidad para mantener la fuerza de la juventud —pese a que cualquier hombre juicioso no la echa de menos, pues se conforma con los esfuerzos de la mente y el espíritu—
Así que, en definitiva, si en la vejez nos acompañan el cuerpo y la mente sanos, podremos vivirla con sosiego y felicidad, ello siempre que tratemos de disfrutar cada momento que nos corresponda, sin hacer revisión de nuestro pasado, pues nuestro espíritu crítico nos llevaría a rememorar todos nuestros errores y malos momentos por encikma de los buenos, con el peligro de vernos arrastrados por la melancolía y la depresión.
Y terminemos esta breve reflexión con una nueva pieza musical, en esta ocasión "Para mi viejo" del payador argentino Nelson Luna, que resume la conciencia del efecto del envejecimiento en su padre, en la preciosa estrofa:
La búsqueda, ya casi rutinaria, del conocimiento, nos lleva como siempre a nuestro “castillo”, ese rincón de recogimiento y silencio al que tan a menudo me refiero.
Nuestro “castillo”, como epicentro de nuestra vida, evita que el mundo sea caótico.
La intimidad y protección que nos brinda ese “castillo” son necesarias tanto para percibir el mundo como para seguirlo y orientarse en él.
Por eso, el castillo interior, junto con el “YO”, son el punto de referencia más importante para nuestras reflexiones y nuestro conocimiento, tanto propio como de las realidades del mundo.
Nuestro camino por la vida es como un laberinto, en el que cada obstáculo infranqueable nos hace retroceder para reanudar la búsqueda de la salida.
Y en él la experiencia no actúa como el hilo de Ariadna, pues no queremos volver a la entrada, sino encontrar la salida hacia una nueva dimensión intelectual y espiritual que nos brinde la superación de nuestras humanas limitaciones.
En ello ha consistido siempre el deambular intelectual de quienes han dedicado su existencia a la reflexión filosófica, que trata de encontrar respuesta ¡ni más ni menos! que al eterno problema de saber quiénes somos, que hacemos aquí y que nos depara existencialmente el futuro.
Y ello, partiendo siempre de la aceptación de la realidad de nuestra finitud y nuestras limitaciones.
En cualquier caso, mis referencias a los conceptos de “Castillo”, “Yo interior” o “Laberinto”, nada tienen que ver con la obra “Las Moradas” de Santa Teresa de Jesús, en donde se realiza, con la utilización de tales conceptos, una proyección del camino que ha de seguir el alma para encontrarse con Dios.
Esos conceptos los entronco, intencionadamente, no con la obra teresiana, si no con el concepto de “Ciudadela” de Goethe, que el alemán defiende como un espacio deseablemente inviolable y en la que jamás debe entrar un extraño.
Esa ciudadela es la conciencia moral ―la conciencia esencial del “Yo interior”― ese último reducto que acepta la obligación, y decide la acción, de odiar o de amar.
En una carta de Goethe a Carlota de Stein, en 1778, le comunica su resolución de fortificar siempre, y cada vez más, las defensas de su vida interior contra la curiosidad del mundo exterior, y de armar, no solamente su «ciudadela», sino, para más seguridad, la «ciudad» entera.
Es en esa “ciudadela”, dominada por el silencio, el trabajo y la conciencia propia del YO, donde, según Goethe, la creación intelectual se hace posible, y solo en ella.
Mi carácter, celta y no teutón, me hace ser menos estricto que el genio alemán, pues mis reflexiones siempre encuentran parte de su construcción y origen, no solo en las lecturas realizadas, sino en la mera contemplación del mundo exterior, al que no impido su influencia en mi pensamiento.
En realidad, sería incapaz de reflexionar y de plasmar en negro sobre blanco mis reflexiones, si no fuera capaz de sentirme influido por el pensar o actuar de otros, por las opiniones contrarias a las mías, por la realidad, no siempre grata o amable, de los sucesos cotidianos y de los acontecimientos extraordinarios, por los pequeños placeres y las desoladoras amarguras…
¿Cómo no sentirme influenciado en mis reflexiones por el delicioso olor de la «siega de la pación», por el bramar de las olas rompiendo en los acantilados, por lo que a mi juicio son disparates de los políticos o intelectuales que defienden posiciones que considero inaceptables, por el silencio imperfecto de la naturaleza, por mis momentos de fe y de duda, por las alegrías y tristezas de mis seres queridos, por la vida, en fin, que me ha tocado vivir?
Sin embargo soy consciente, como nos recuerda Herman Hesse en su obra "Demian", que nada hay más molesto para los hombres que verse obligados a seguir el camino que les conduce a su YO interior, y que quienes lo hacen, hombres con valor y carácter, siempre les han resultado siniestros a la gente. Idea que hizo suya José Martí al decirnos
"Quien no tenga enemigos, es señal de que no tiene: ni talento que haga sombra, ni valor temido, ni carácter que impresione, ni honra de la que no se murmure, ni bienes que se codicien, ni cosa buena que se envidie."
Así pues, habremos de llegar a la conclusión de que cualquier persona de mínima valía tendrá enemigos; y frente a esa realidad me adhiero a lo dicho por Marco Tulio Cicerón:
“Del destino nada temo pues yo ya he visto otros vientos; y he afrontado otras tempestades."
Y volviendo a las influencias externas, de vez en cuando me como un cocido con amigos notarios, letrados en Cortes, empresarios de renombre o profesionales interesantes, todos ellos de gran nivel cultural e intelectual, que formamos una tertulia que sirve de disculpa para ese almuerzo, al igual que me carteo, con estos sistemas electrónicos contemporáneos, entre otras personas, con un periodista de Bilbao, con un militar de Zaragoza, o con algunas señoras cuya chispa y sensibilidad me divierten, y con las que mantengo una pura relación intelectual, pues mi alma tiene más de la impertinente sobriedad del “Señor de la Torre de Juan Abad” que de la concupiscencia de “Valmont”.
Con lo que todo está dicho...
Siempre exitum est et lux in tenebris lucet
Siempre hay salida y la luz brilla en la oscuridad
Y concluyamos esta reflexión con una nueva pieza musical, hoy el “Va, pensiero” de la ópera de Verdi “Nabucco”, cuya primera estrofa nos dice
“Ve, pensamiento, con alas doradas;
ve, pósate en laderas y colinas
donde huele la suave fragancia,
la dulce brisa de la tierra natal!”
bello canto que hoy, como excepción, os traigo en dos versiones.
La primera cantada por por Zucchero y Pavarotti
La segunda interpretada en la “Arena de Verona” por 4600 coristas, en 2015, dirigidos por Carlo Pavese
Nacido en el seno de los movimientos antisistema occidentales, lo woke es una corriente de pensamiento populista opuesta a todos los principios éticos o morales, económicos o de convivencia social de las sociedades en que se ha desarrollado.
Inspirado en el concepto marxista de “igualdad”, llevan al extremo la teoría que considera que para alcanzar esa igualdad es preciso que todos renunciemos a nuestra libertad.
A la postre, bajo el concepto “WOKE” nos referimos a varios movimientos e ideologías progresistas dogmáticos intolerantes, populistas y radicales, de izquierda identitaria posmoderna, demasiado entusiastas, agresivos, agitadores, susceptibles o poco sinceros, y por su tendencia a la censura de opiniones discrepantes mediante la llamada “cultura de la cancelación”.
Esa “cultura de la cancelación” no es sino el fenómeno de censura extendido desde aquellas posiciones ideológicas “Woke” consistente en retirar el apoyo, ya sea moral, financiero, digital e incluso social, a aquellas personas u organizaciones que se consideran inadmisibles como consecuencia de sus comentarios o acciones, con independencia de su veracidad o falsedad, o porque esas personas o instituciones transgreden ciertas expectativas que sobre ellas tenían sus censores woke.
En definitiva es la llamada a boicotear a alguien que ha expresado una opinión cuestionable, o impopular según el criterio woke de sus censores.
A ella se refiere Albiac, diciéndonos que la censura hoy en día, desde esas posiciones, “es imponer en la cabeza de los ciudadanos lo que pueden ver —saber— o no.”
No olvidemos, sin embargo, que este sistema de censura “social” tiene su origen en la Alemania Nazi donde se aplicaba a los judíos y a quienes no apoyaban al nacional-socialismo; desde donde se extiende a todos los demás sistemas socialistas y comunistas totalitarios, y hoy en día a los “progresistas woke” de las sociedades occidentales, intrínsecamente totalitarios.
En cualquier caso, o más lamentable es que los partidos de la derecha europea, y muy especialmente los españoles no parecen dispuestos a dar la batalla frente a esa estrategia de las izquierdas.
Por otra parte, y por influencia del anarquismo, los activistas woke no admiten ningún tipo de autoridad, pues Defienden que los ciudadanos tienen derecho a actuar como quieran, en ejercicio de su “libre albedrío” el suyo ---claro--- pues no respetan la libertad de quien quiere comportarse de modo diferente a ellos.
Lo woke es, sencillamente, un movimiento fascista de izquierdas que está amenazando las libertades individuales de los ciudadanos como método de imponer su ideología a la sociedad.
Debo reconocer, sin embargo, que el concepto "Woke" tiene poco tirón en España, de modo que podríamos identificarlo con el de los "indignados" o "perroflautas" podemitas, incluidos hoy, no sin tensiones, en el conglomerado comunista "sumar"
Pero no voy a limitarme a hacer una mera descripción teórica del movimiento woke, sino que os traigo dos ejemplos de lo pernicioso de este movimiento para nuestras libertades como ciudadanos.
CANADA
El psicólogo y profesor Jordan Peterson
En Canadá cualquier persona puede decir públicamente que un hombre biológico es una mujer y una mujer biológica es un hombre, pero no puede decir que le parece mal semejante afirmación.
Esto es, a grosso modo, lo que le ha sucedido a Jordan Peterson reconocido psicólogo y profesor, contrario a la ideología de género,
Un tribunal de Ontario ha ordenado a Peterson, profesor emérito del departamento de Psicología de la Universidad de Toronto, completar un curso de "reeducación" en redes sociales sobre profesionalismo en declaraciones públicas o correr el riesgo de perder su licencia para ejercer.
A pesar del de lo increíble de la situación, en el país gobernado por el impresentable “progresista woke” Justin Trudeau, Peterson ha manifestado que cumplirá con la orden, pero dará a conocer toda su experiencia para que el público pueda «Decidir por sí mismo» cómo interpretarla: «Quiero que esto sea totalmente transparente y dejar que el público decida por sí mismo quién está actuando exactamente, de forma no profesional».
El Colegio de Psicólogos de Ontario afirmó que varias de las publicaciones de Peterson en las redes sociales podrían considerarse una mala conducta profesional, acusación que llevó a la sentencia del tribunal que amenaza al psicólogo con retirarle su licencia para ejercer en la ciudad. La acusación ideológica y la censura mediática (y ya judicial) contra la libertad de pensamiento y expresión.
Las quejas del Colegio remitían a varias publicaciones de Peterson donde denunciaba la ideología de género y a los políticos que la apoyan.
En 2022 fue suspendido en Twitter después de recriminar al actor 'transgénero' Elliot Page que «un médico criminal le extirpara los senos». Peterson sostuvo que sus publicaciones eran sus «opiniones» y que se sentía obligado, en su calidad profesional y profesor de psicología, a denunciar tratamientos y cirugías «sádicos», entre otras cosas, que considera «absolutamente inaceptables».
Peterson considera que
"La decisión del tribunal es un ataque a su libertad de expresión, lo que representa el desmoronamiento de todos los principios sobre los que se basan las sociedades democráticas occidentales»,
añadiendo que
«Esto es parte de la posición ideológica que se ha extendido por nuestras sociedades occidentales, respondiendo a la tentación» constante de la izquierda de destruir las libertades y principios fundamentales de Occidente. Las libertades que construimos en Occidente, especialmente la libertad de expresión, se basan en el punto de vista de que la existencia humana vale la pena, como también el ser mismo. Debemos orientarnos adecuadamente hacia arriba y, bueno, algunas personas piensan que es una buena idea y otras toman el camino opuesto», dijo, en un caso ya definitivamente terrible y distópico que transforma toda discrepancia en un ataque al sistema que se pretende imponer.»
ONU
A lo largo de los últimos años la ONU nos tiene acostumbrados a despropósitos diversos, como conformar su Consejo de Derechos Humanos con representantes de países que vulneran cotidianamente los de sus ciudadanos como China, Cuba o Arabia Saudita. Del mismo modo se ha manifestado vehementemente defensora de la "Agenda 2030" con los diversos disparates que contiene y cuya finalidad no es mejorar el mundo, sino que las élites que la promueven controlen todos los derechos y escasas libertades de los ciudadanos. La última de esas tropelías la denuncia el periodista Carlos Esteban en la WEB INFOVATICANA [i] y es la consistente en argumentar que la libertad religiosa está en conflicto con los derechos LGBT, recomendando a los Estados a que hagan prevalecer los segundos sobre la primera, haciendo cumplir los estándares LGBT a las confesiones religiosas y castigando a los líderes y organizaciones que no cumplan. El experto “independiente” de la ONU sobre orientación sexual e identidad de género, Víctor Madrigal-Borloz, presentó un informe ante la 53.ª sesión del Consejo de Derechos Humanos de la ONU en el que afirma que
"La libertad religiosa no es incompatible con la igualdad para las personas LGBT”.
Sin embargo, al leer el informe de Madrigal-Borloz, parece que su comprensión de la«compatibilidad»significa que las creencias y tradiciones religiosas arraigadas deben estar subordinadas a la ideología LGBT.
El informe, muy desafortunadamente, pide a los gobiernos que
“Amenacen y castiguen a los líderes religiosos y las organizaciones que no cumplan con la ortodoxia LGBTyque desestabilice las religiones desde dentro apoyando a las facciones pro-LGBT dentro de las denominaciones religiosas”.
Madrigal-Borloz, autor nominal del informe, no oculta su intención de crear “un nuevo espacio normativo” donde los gobiernos impongan estándares religiosos respetuosos con los sentimientos LGTB.
“Los límites establecidos en el diseño mismo de la Libertad de Religión –incluidos los derechos y libertades fundamentales de las personas LGBT– son la clave para la plena compatibilidad de la Libertad de Religión y todas las acciones que sean necesarias para combatir la violencia y la discriminación contra aquellas personas LGTB”
concluye al final del informe.
Según este “relator independiente”
“Es necesario amenazar con penas al clero para cumplir con los estándares religiosos oficiales favorables al lobby LGTB”
así como
“Alentar a las instituciones religiosas a considerar las formas en que sus representantes serán responsables en los casos en que promuevan la discriminación contra LGBT y otras personas de género diverso”
En esta línea, Madrigal-Borloz insta a los estados miembros de la ONU a utilizar instituciones y líderes religiosos favorables para promover la influencia de la ideología homosexual y transgénero en los credos de las religiones.
Respalda expresamente a varios grupos religiosos disidentes: Catholics for Choice, que promueve el aborto, y Muslims for Progressive Values, que promueve cuestiones homosexuales y transgénero.
En cualquier caso no es de extrañar la posición de este“relator independiente de la ONU”si tenemos en cuenta que expresamente se ha declarado “ateo progresista” y que, por lo tanto, le preocupan poco, o nada, los sentimientos religiosos de los ciudadanos.
La cuestión no es baladí, pues ―siendo una nueva muestra de la pretensión WOKE de la "cultura de la cancelación"― viene a establecer limitaciones graves al Derecho a la libertad Religiosa, uno de los Derechos Fundamentales de los ciudadanos conforme a la “Declaración Universal” de 1948, en la línea del pensamiento woke, con la finalidad de que sobre tal Derecho prevalezca el Derecho a la elección de Género.
Podría continuar con otras manifestaciones, muchas de ellas evidentes, de este movimiento woke y su "cultura de la cancelación" que conecta con la doctrina comunista de Gramsci, Laclau y Mouffe, del "Supremacismo Cultural" por vía de la ocupación de todos los centros de actividad en los que se fundamente cualquier poder social.
Creo, no obstante, que los dos ejemplos desarrollados evidencian cual es la intención de este falso progresismo, y por ello concluyo con una formula tradicional latina de finalización de libros y escritos:
"Hic heterogenea cogitationis est scriptus sit nomen domini benedictum, Amen"
Y terminemos como siempre esta reflexión, con una nueva pieza musical, en esta ocasión "Holly Mother" interpretada por Luciano Pavarotti, Eric Clapton y el Coro de Gospel del East London, que no deja de ser un canto a la "Libertad de Religión y Culto"
Este mortal despojo, oh caminante, triste horror en la muerte, en quien la araña hilos anuda y la conciencia engaña. Que ha romper lo sutil no fue bastante, coronado se vio, se vio triunfante. Con los trofeos de una y otra hazaña, favor su risa fue, terror su saña. Atento el orbe a su Real semblante, donde antes la soberbia dando leyes a la paz y a la guerra presidía, se prenden hoy los viles animales. ¿Qué os arrojáis, oh Príncipes oh Reyes, si en los ultrajes de la muerte fría comunes sois con los demás mortales?[i]
Hoy os traigo una "reflexión heteróclita" puramente filosófico teológica, que comprendo que pueda aburrir y superar la paciencia o el interés de más de uno de mis sufrientes lectores, pero entra de lleno en lo que para mi alma son profundas preocupaciones.
Cuán cierto es, como nos dice Saavedra Fajardo en el epílogo de su obra, que la muerte nos iguala a todos con sus ultrajes, pero ni tan siquiera ello es absoluta verdad, pues si somos Cristianos habremos de pensar que tras la muerte habrá quienes alcancen la gloria y quienes no.
Hablando de igualdad percibo que los movimientos filosóficos contemporáneos, reiteradamente y de distintas tendencias, establecen su “Utopía” en una Sociedad en la que la igualación de los ciudadanos sea la esencia de la convivencia y la paz.
Discrepo, no obstante de tal afirmación, venga de donde venga, pues siempre he sido más partidario de la defensa de la libertad individual que de la igualdad de los individuos.
He de reconocer que es loable que la cultura, ―aunque realmente se habla de “Cultura” para referirse al “Ocio”― sea extensible a todos, pero de ahí a obviar la necesidad de “élites” sociales, afirmar, casi, que cabe la “autogestión” de una Sociedad compuesta por un todo de “Individuos Excelentes” creo que hay un trecho importante.
Yo no soy un filósofo profesional, y como dijera Herman Hesse:
“No tengo ningún arma defensiva contra las inteligencias agudas ni contra la técnica intelectual súper ejercitada, y menos aún poseo armas para la réplica y el ataque. Pero tengo cierta intuición para saber si detrás de las palabras y escritos de un hombre hay alguna convicción. Con esta ingenua varita consigo superar mis encuentros con las filosofías de nuestro tiempo.” [ii]
Valgan pues estas primeras líneas para entonar un “mea culpa” un “Sí, he sido yo”, denunciando mi atrevimiento al plantear mis comentarios como lo que son: los que pudiera hacer cualquier discípulo ante los Maestros; como hicieran con Platón sus amigos en sus “Diálogos”.
Pues bien, centrémonos en el asunto que queremos tratar:
Hay, hoy en día, una corriente filosófica que ensalza el concepto de la VULGARIDAD, pero no en su sentido peyorativo sino como el entendimiento de que lo que antes se consideraba la excelencia de unos pocos, se ha convertido, por efecto de la sociedad democrática en que vivimos, en una exigencia de excelencia de todos.
Sólo es vulgarmente excelente, dentro de tal concepción, quien desde su posición individual dentro de la masa, es excelso por vocación propia; quien asume el concepto de humanidad y del yo consciente y desde él trata de cumplir su misión de hombre adulto y pleno dentro de la Sociedad y no como excepción sino como regla general.
Se trata pues de ensalzar la excelencia, pero no desde una posición elitista, sino como aspiración que ha de ser, de todos y para todos, un acicate de la existencia, conectando con la idea que ya aparece en las Odas de Horacio, cuando habla de la "Aurea Mediocritas" o "Mediocridad dorada", expresión con la que alaba la vida equilibrada y equidistante de cualquier posición extrema.
Sin embargo, si bien este planteamiento de la vulgaridad parece, desde el punto de vista semántico, literario y filosófico, un concepto novedoso, no es menos cierto que, a mi juicio, conecta con las teorías expuestas por Ortega y Gasset en su “Rebelión de las Masas” [iv], ya que, en definitiva, se reinterpreta la idea de que la generalidad de la ciudadanía ha abandonado la búsqueda de élites excelentes que la dirijan —porque ya no las hay— y busca en sí misma la dirección, el rumbo, la iniciativa de sus acciones y de la determinación de su futuro.
Y esa vulgaridad se pone en conexión con la idea de EJEMPLARIDAD, entendiendo que es, precisamente, la ejemplaridad de la excelencia vulgar en el comportamiento de cada uno de nosotros en sociedad, de nosotros todos, lo que constituye el vínculo de enaltecimiento del individuo en la Sociedad.
Sin embargo, ante esta formulación me surgen algunas dudas.
Así, según Weber:
“De forma inevitable y justificada el hijo del mundo cultural europeo moderno tratará los problemas de la historia universal a partir de la cuestión: ¿qué encadenamiento de circunstancias ha conducido a que justamente en Occidente y sólo aquí aparecieran fenómenos culturales que —al menos como nos gusta representárnoslos— se encontraban en una línea de desarrollo de significado y validez universales?”[v]
Lo que implica atribuir carácter universal al pensamiento occidental, lo que desde mi punto de vista es erróneo, pues ello implicaría que sólo sería válida la ejemplaridad occidental, —al menos como nos gusta representárnosla— y que no sería admisible la planteada por otras religiones y culturas como la Musulmana o la Budista.
Y es precisamente la existencia de supuestos tales, de esquemas éticos y de principios tan distintos de los occidentales, lo que me lleva a pensar que la ejemplaridad o el deseo de mejorar la vida de las generaciones futuras, (en un sentido puramente volteriano), son conceptos en sí mismos relativos, no universales, y que por tanto, la esencia del ser humano y de la cultura ha de ser buscada en otra parte, más que en la mera ejemplaridad dentro del contexto de la Sociedad Occidental.
No olvidemos tampoco, en esta línea de negar el carácter universal a los principios de la Sociedad Occidental, lo dicho por el muy controvertido Samuel Phillips Huntingtong, padre de la teoría del “Choque de Civilizaciones”, quien nos dice:
"Occidente no conquistó al mundo por la superioridad de sus ideas, valores o religión, sino por la superioridad en aplicar la violencia organizada. Los occidentales suelen olvidarse de este hecho, los no occidentales nunca lo olvidan."[ix].
No desdeño sin embargo, el papel fundamental que la ejemplaridad juega en nuestra Sociedad moderna y “vulgarizada”, incluso aunque su formulación me retrotraiga a los conceptos volterianos de idealización de la conducta humana, pues según Voltaire:
“La labor del hombre es tomar su destino en sus manos y mejorar su condición mediante la ciencia y la técnica, generar principios de convivencia fraternal y fructífera y embellecer su vida gracias a las artes.” [x]
En definitiva, me recuerda la concepción ilustrada y agnóstica conforme a la cual el comportamiento de los hombres en sociedad debe ser presidido por la aceptación de una exigencia de ejemplaridad general que viene impuesta por la asunción del concepto moderno del “yo”.
Llegados a este punto he de confesar que me pasa como a Baruch de Spinoza, quien afirma que:
“Los filósofos conciben a los hombres no como son, sino como ellos quisieren que fueran. De ahí que, las más de las veces, hayan escrito una sátira en vez de una ética, y que no hayan ideado jamás una política que pueda llevarse a la práctica, sino otra que o debería ser considerada como una quimera, o sólo podría ser instaurada en el país de Utopía o en el siglo dorado de los poetas, es decir, allí donde no haría falta alguna.”[xi]
No quiero ser irrespetuoso con quienes defienden estos conceptos de Vulgaridad y Excelencia, nada más lejos de mi intención, lo que digo es que su formulación filosófica encaja en la crítica de Spinoza, pues se analiza nuestra Sociedad no como lo que es, sino como gustaría que fuese, expresando esa fórmula del “Ideal” social que se añora, en la que todos los ciudadanos fuesen ciertamente excelentes, de modo que la excelencia llegase a vulgarizarse hasta el punto que el comportamiento de todos fuese ejemplar para los demás, y que ello implicase una sociedad democrática perfecta.
Por desgracia estamos muy lejos de esa perfección y me temo que en la Sociedad Occidental contemporánea, priman más las ideas “igualitaristas”, de corte marxista, que las propias del “Ideal de Excelencia vulgarizada” y ello, en gran medida porque el “Estado del Bienestar” que hemos vivido en los últimos años del s.XX y primeros del s.XXI, a rebufo de la ola del bienestar económico, ha producido el efecto ya descrito en su momento por Jean Jacques Rousseau:
“Un pueblo acostumbrado a la dependencia, al descanso y a las comodidades, consiente en que se incremente su servidumbre con tal de fortalecer su tranquilidad.”[xii]
Lo que en definitiva, unido al concepto del “Imperativo del temor gregario” de Nietzsche al que me he referido en un anterior post en mi Blog [xiii] acabaremos encontrándonos inmersos en una sociedad en la que el concepto de igualdad sería siempre el de “igualitarismo” socialista sobre lo que Thomas Jefferson, ya en 1781, advertía que un igualitarismo que vaya más allá del estricto de igualdad ante la ley, conduce al lecho de Procusto [xiv]:
“Como hay peligro de que los hombres grandes ganen a los pequeños hágase a todos del mismo tamaño, estirando a los segundos y cortando a los primeros. Reiterados intentos de establecer uniformidad —ideológica, material o de ambos tipos— han atormentado a incontables seres humanos desde el principio de los tiempos. El resultado ha sido hacer de una mitad del mundo estúpidos, y de la otra mitad hipócritas; apoyar la bellaquería y el error sobre toda la tierra”. [xv]
aproximándonos por otra parte a conceptos de raíz marxista que presidieron los movimientos revolucionarios de mayo del 68, en continuación de las tesis ultra racionales, cercanas al marxismo, del existencialismo.
Así, Marx define el carácter social, gregario y ejemplificador —mediante la “praxis”— del hombre en sociedad al afirmar:
“Es en la práctica donde el hombre debe demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poder, la terrenalidad de su pensamiento”.[xvi]
O atacando la tendencia a la mistificación del hombre “antiguo”:
"Todos los misterios que inducen a la teoría, al misticismo, encuentran su solución racional en la práctica humana y en la comprensión de esta práctica”.[xvii]
Pues, no en balde, Marx reduce el ser individual del hombre a la sociedad:
“El hombre, en el sentido más literal, es un zoon politikón, no solamente un animal sociable, sino también un animal que no puede aislarse sino dentro de la sociedad"[xviii]
pensamiento que alcanza su “quintaesencia” en la afirmación marxista:
“La esencia humana [...] es, en su realidad, el conjunto de las relaciones sociales"[xix]
Así pues el marxismo participa de la idea de que la plenitud del hombre moderno —para esta doctrina del “hombre nuevo”— solo es alcanzable en Sociedad, y a través de su igualdad con los demás, de su “socialización”.
El individualismo romántico ha de quedar, pues, proscrito, al igual que cualquier idea de trascendentalidad del individuo, que debe reconocerse terrenalmente finito.
Así pues, todos los ciudadanos somos en esencia iguales y no cabe admitir la existencia de minorías excelentes, pues sería tanto como aceptar la existencia de clases entre aquellos “hombres nuevos”, concepto incompatible con la “Utopía Igualitarista Comunista”.
Es precisamente esta excesiva socialización del ser humano, y la negación de su individualidad y especialmente de su trascendentalidad, armada por el marxismo sobre la primacía del concepto de igualdad de los individuos como prevalente sobre el de su libertad, lo que me ha llevado a proclamarme expresamente “anti marxista” tal y como he hecho en mi post “Porqué soy anti marxista” [xx]
En este punto y en relación con ese hiper racionalismo ateizante, voy a referirme tan solo a mis propias creencias y su fundamento.
Para empezar creo que es esencial partir de una realidad ya puesta de manifiesto por Platón:
“Se entra en la filosofía cuando se abandonan las creencias”
Y que Feuerbach formula en forma más agresiva al expresar:
“Yo supe lo que debía y quería hacer: “¡no teología, sino filosofía! ¡no desvariar, sino aprender! ¡no creer, sino pensar!”[xxi]
Y yo, vulgarmente, con una vulgaridad que pretendo “excelente”, quiero recorrer el camino inverso al de Platón o Feuerbach, centrándome en las creencias y abandonando, por tanto, la filosofía. Entrar pues en el terreno de las creencias teológicas. Creer como forma de pensar, pese a que el discípulo de Hegel manifieste la incompatibilidad de ambos conceptos.
Y no menospreciemos a la teología, pues su definición a estos efectos, contenida en la Encíclica “Fides et Ratio” de Juan Pablo II nos permite reconocer esta herramienta como:
“intellectus fidei, (es decir) como esfuerzo de la inteligencia creyente para tomar conciencia cada vez más plena de la verdad en la que cree y poder, en consecuencia, no sólo asumirla de forma cada vez más consciente y acabada, sino también, e inseparablemente, expresarla de forma cada vez más penetrante e interpeladora.”[xxii]
Durante los últimos trescientos años, la ciencia del pensamiento, la filosofía, se ha rendido al racionalismo.
Como en su momento dijera, ya en 1948, un joven Catedrático de 33 años de la Universidad de Oviedo, Torcuato Fernandez-Miranda
“La Historia no detiene jamás su curso; nuevas formas de vida emergen de la ruina de las caducas, a una creencia colectiva sucede otra, nuevas instituciones llenan el vacío de las que se desmoronan. Y no obstante, el hombre no cambia fácilmente. Las generaciones son infungibles. Quien pertenece a una generación, es ciego para el espíritu de que se nutren las que vienen detrás. El hombre es lo que es su creencia. Las viejas creencias perviven en los nuevos hombres. Las viejas formas de vida, vigentes con gran fuerza en los quince primeros años del siglo XX, han configurado poderosamente la vida de los hombres de hoy. Poco importa que la nueva realidad histórico/social, forjada en la entraña del devenir histórico del último siglo, haya roto las antiguas formas e instituciones y pugne por hacerse realidad confirmada; el hombre, aferrado aún a las formas mentales y de vida de la vieja creencia, ya muerta, sigue interpretándola con cuadros mentales incapaces de captarla. El viejo concepto liberal-democrático tiene sus raíces en toda una concepción de la vida: la racionalista.
El racionalismo no es sólo una actitud mental, es toda una posición ante la vida; de él emerge todo el modo de ser del hombre occidental moderno. La cosmovisión racionalista encuentra la fe en que la razón puede descubrir la verdad en todo. Verdad que, en cuanto tal, es para el racionalismo una verdad definitiva. El racionalismo cree poder hallar en todo su orden racional, definitivo, inmutable y permanente.
Los dos grandes dogmas del racionalismo son:
1.- Fe en los poderes de la razón. Firme creencia de que la razón puede poner su orden en todo y que para ella no hay conquista imposible.
2.- Fe en que toda conquista de la razón es definitiva, inmutable y permanente.
Es la creencia de que la realidad tiene su logos, su íntima estructura racional. De que hay un orden político/filosófico racional, esto es, definitivo, inmutable, permanente, fuera del cual solo cabe desviación y barbarie.[XXII]
«Esos pueblos que fueron antaño medio salvajes y han ido civilizándose poco a poco, haciendo sus leyes conforme les iba obligando la incomodidad de los crímenes y peleas, no pueden estar tan bien constituidos como los que, desde que se juntaron, han venido observando las constituciones de un sabio legislador.»[xxiii]
“Es decir; lo que es producto de la historia, de la vida, lo que surge al ritmo de las necesidades, de las incomodidades de los crímenes y peleas; lo que es espontáneo y tradicional, decantación del devenir histórico, es necesariamente caótico, contradictorio y bárbaro. En cambio, lo producido conforme a razón es lo perfecto, lo que vale de una vez para siempre, lo definitivo, inmutable y permanente.”[xxiv]
Párrafos que contienen una clara crítica al racionalismo extremo, en tanto y cuanto que, como hemos visto:
“…todo lo espontaneo y tradicional decantación del devenir histórico es necesariamente caótico, contradictorio y bárbaro”, es decir no racional”.
Se podría decir que, en estas cuestiones, solo han de ser susceptibles de ser tomadas en cuenta las opiniones de los pensadores “reconocidos” por los demás, de aquellos miembros de la Sociedad que desde su preparación, su estudio y su formación, han elaborado, con criterio y seriedad racional, una línea argumental definitoria de una contestación a las preguntas formuladas. Lo demás sería no vulgaridad sino barbarie.
Pero eso sería, al tiempo, tanto como considerar no válidas las creencias o pensamientos de los demás, de la masa, por muy inculta que sea, y por lo tanto estaríamos dando respuestas subjetivas a una cuestión que, por su esencia, habría de tener carácter universal y no podemos olvidar que en nuestro mundo contemporáneo el principio esencial es que todos somos iguales, tenemos la misma dignidad y ninguna existencia es más valiosa que otra. Y por ende ninguna creencia es mejor que la de otros, aunque la de estos, en esta materia, sea la “fe del carbonero” [xxv] Pues como dicen algunos teólogos la fe, en ocasiones, surge de un mero e ignorante amor a Dios, sin sustento racional alguno, y esa fe también debe ser respetada.
Por ello resulta cuando menos chocante decir, como hace algún autor representante de esta corriente comentada, que el hombre contemporáneo no anhela la inmortalidad:
“Para nosotros, los modernos, la vida ya es de hecho la culminación de los entes de este mundo, la última etapa de la evolución de la vida y su manifestación óptima, y no anhela ninguna transformación en otra cosa superior ni ambiciona superación alguna de su mortalidad finita. Ser individual equivale a ser mortal porque la mortalidad es la materia en la que está tallada la forma de nuestra individualidad más propia y genuina.”[xxvi]
Chocante, sobre todo, si tenemos en cuenta que según las últimas estadísticas del CIS, en relación con las creencias de los españoles y sus hábitos religiosos, podemos afirmar que entorno a un 70 % de los españoles “modernos” se declaran católicos, aunque bien es cierto que solo son practicantes, es decir que cumplen los preceptos definidos por la Iglesia, entre otros el dominical de oír misa, propio del catolicismo, un 10 % de la población.
Pero en esencia, podemos afirmar que los españoles son “mayoritariamente” católicos, es decir creen en la existencia de Dios y en la resurrección tras la muerte y no cabe duda que esa mayoría, en la práctica, se ve incrementada por quienes declarándose no creyentes bautizan a sus hijos o llaman a un cura ante la proximidad de la muerte.
Por eso no puedo aceptar que asumir la conciencia de finitud de la propia existencia, con carácter absoluto, sea un elemento esencial en la adquisición de una conciencia válida del yo.
Toda esta lucubración en torno al concepto de la trascendentalidad humana me lleva a una reflexión sobre la existencia de Dios.
Cuando uno se enfrenta a la cuestión de la existencia de Dios como origen del propio ser humano y clave, por tanto, de su trascendentalidad, las cuestiones fundamentales que le asaltan son tres:
1.- La existencia misma de Dios.
2.- La duda irresoluta de porqué y cómo es posible, si Dios es la figura originaria del cosmos, su creador beatifico, que reúne toda la bondad y sabiduría en su propio concepto, puede consentir la existencia del mal y la desgracia en ese mismo mundo por Él creado.
3.- Y finalmente porqué el hombre tiene “esperanza” pese a la injusticia y mal existentes en el mundo —consentidos por Dios— en que Él nos brinde la posibilidad de romper la finitud humana y resucitar de entre los muertos.
Creo, sinceramente que es llegado este punto cuando el hombre contemporáneo solo puede manifestar, en un ejercicio de desconocimiento y humildad, su incapacidad para responder a estas tres cuestiones y proclamar, como ya hiciera Tertuliano:
“CREDO QUIA ABSURDUM”
(Creo porque es absurdo)
Manifestación ya citada en mi post “ATEOS” de 13 de marzo de 2010. [xxvii]
Y dentro de esa CREENCIA ABSURDA se encuentra la creencia en que Cristo era, perfecto humano y perfecto Dios, al mismo tiempo; dos esencias en un solo ser, y que sus angustias son las del hombre que era, aunque su aceptación final le viniera dada por la fuerza de ser Dios, que en el momento más próximo a su muerte humana sufre como hombre perfecto el fin que como Dios conoce que le aguarda.
No hay en su pasión, ni es sus momentos previos, como la oración del huerto, sensación de fracaso.
El hombre que Cristo es, no quiere enfrentarse al sufrimiento que como hombre perfecto y pleno le abruma, pero el Dios que coexiste en Él le anuncia su éxito en la resurrección, luego su temor es atemperado por su propia divinidad.
Cristo es perfectamente conocedor de la resurrección prometida al hombre. A ella se refiere en varias ocasiones, según relatan los Evangelios, entre otras en su visita a la tumba de su amigo Lázaro, cuando le dice a María:
“Yo soy la resurrección y la vida, el que crea en mi aunque muera vivirá” (J.11.25)
O cuando le dice a Dimas, el buen ladrón que le acompaña en la crucifixión del Gólgota:
“De cierto te digo, hoy estarás conmigo en el paraíso.” (L. 23,43)
O en la contestación a los saduceos que le asaltan con sus dudas
“Cuando resuciten, ni los hombres ni las mujeres se casarán; serán como ángeles del cielo” (Mc.12.25)
sin perjuicio de que toda referencia al “Reino de Dios” o al “Reino de Mi Padre”, hechas por Jesús son menciones a esa situación de vida trascendental que se promete al hombre para después de su muerte.
Y así hemos de volver al principio de mis reflexiones y, conforme a las citas de Platón y Feuerbach, considerar que no hablamos de filosofía, sino de creencias, y que estos misterios, insondables, no son susceptibles de ser penetrados por la razón y que todo intento de ser explicados racionalmente son inútiles.
La existencia de Dios, su papel en relación con la creación y la existencia del hombre y su trascendentalidad vital, son misterios insondables en donde nos movemos en el terreno de la fe y no de la razón y cualquier intento de encontrar respuesta racional a tales MISTERIOS será siempre baldío.
“El hombre que comprendiese a Dios sería otro Dios”
En su obra “Necesario pero Imposible” de Javier Gomá, este interesante filósofo, nos dice, citando a Bonhoeffer, que tras la muerte:
“la puerta está cerrada y sólo puede ser abierta desde fuera”
Ante dicha cita tan solo citaré, por mi parte y para concluir, unas palabras del gran teólogo Ratzinger (Benedicto XVI) recientemente fallecido:
“Si existiese [después de la muerte] una suspensión de la existencia tan grave que en ese lugar [o situación] no pudiera haber ningún tú, entonces tendría lugar esa verdadera y total soledad que el teólogo llama infierno.
Una cosa es cierta, hay una noche a cuyo abandono no llega ninguna voz; hay una puerta que podemos atravesar solo en soledad: la puerta de la muerte. La muerte es la soledad por antonomasia. Aquella soledad en la cual el amor no puede penetrar es el infierno. Sin embargo Cristo ha atravesado la puerta de nuestra última soledad; con su Pasión [y su muerte y descenso a los infiernos] ha entrado en el abismo de nuestro ser abandonado. Allí donde no se podía escuchar ninguna voz. Allí está Él. De este modo el infierno, la muerte que antes era el infierno, ya no lo es más.”[xxix]
En conclusión, y desde el punto de vista de la fe y no de la razón, podemos concluir afirmando que si Jesús ha bajado a los infiernos, pues efectivamente así lo proclamamos en nuestro “Credo” los católicos:
“Fue Crucificado, Muerto y sepultado. Descendió a los infiernos y al tercer día resucitó de entre los muertos”
lo hizo en tanto y cuanto que Hombre [aunque “Dios Verdadero”], que con su muerte “descendió a los infiernos” para redimir al género humano, pues, ya que como Dios Padre no podría hacerlo, pues la presencia de Dios en el infierno es imposible dado que el infierno es la absoluta negación de Dios, según hemos querido explicar en nuestro post “Y EL VERBO SE HIZO CARNE Y HABITO ENTRE NOSOTROS” [xxx], tuvo que hacerlo el Hijo como Hombre, tal y como nos dice Ratzinger:
“Cristo ha atravesado la puerta de nuestra última soledad; con Su Pasión ha entrado en el abismo de nuestro ser abandonado [el Infierno] y nos ha redimido”.
Y concluyo, reconociendo que mi escrito no es tanto una réplica, crítica o contradicción a las tesis de otros, sino que estas reflexiones han encontrado en aquellas su inspiración para realizar un análisis que transita más por el mundo de la teología y de las creencias, que por el de la filosofía.
Solamente apunto el hecho de que si la falta de fe, la descreencia, fuera algo adecuado a la naturaleza del hombre, al igual que la respiración o el sueño, no habría dado lugar a debates intelectuales tan intensos como los que ha provocado durante toda la historia de la humanidad.
Espero que mis lectores sepan entenderme y disculpar mí atrevimiento, que ha pretendido ser, en el más positivo de los sentidos, de extrema vulgaridad “excelente”, pues tan solo he pretendido traer a colación ideas/creencias y no elaborados pensamientos filosóficos racionales. Y ello con el exclusivo ánimo de hacerle un “hueco” a la FE entre tanto pensamiento racionalista que de modo, a mi juicio abusivo, la pone en cuarentena.
No olvidemos por lo demás, que el proceso intelectual está nutrido del juego constante, casi en bucle, de la afirmación, la crítica y la contra crítica; y volveremos, pues, a empezar, cuando encontremos una nueva afirmación, contenida en una contra crítica, que reinicie el proceso.
Y en eso andamos.
Y para acompañar este texto os dejo un nuevo video musical. En esta ocasión el maravilloso cuarteto de voces "Chi mi frena in tal momento?" de la Ópera "Lucia di Lammermoor" de Donizetti
[i] Ilustración y texto
tomados de la obra de Diego Saavedra Fajardo; “Idea de un
príncipe político cristiano representada en cien empresas”; 1640
[ii] HERMANN HESSE, Saber y Consciencia. Lecturas para minutos, 1.
Pensamientos extraídos de sus libros y cartas. Alianza Editorial, 1975.
Selección de Volker Michels. Traductor: Asunción Silván. FD, 12/04/2009.”
[iii] Michel
de Montaigne; “Ensayos”; Versión de 1595.
[iv]José Ortega y Gasset; La
Rebelión de las Masas;
[v] Prefacio (Vorbemerkimg) en M. Weber, Sociología de la
religión, Istmo, Madrid, 1997, trad. y dición por E. Gavilán, p. 313.
[ix] Samuel Phillips Huntingtong: “El choque de civilizaciones y la
reconfiguración del orden mundial” (1996); Cap.2: Las civilizaciones en la
Historia y en la actualidad; Apartado 2º: Relaciones entre Civilizaciones; Pag.
30; Editorial Paidós Buenos Aires – 2001
[x] François
Marie Arouet “Voltaire”; “Diccionario Filosófico” 1764
[xi]BARUCH DE SPINOZA, Tratado político, capítulo I
[xii]JEAN JACQUES ROUSSEAU, Discurso
sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres
[xiv] La Mitología
Griega habla de un Mesonero de estatura gigantesca y fuerza descomunal, llamado
Damastes, pero apodado Procusto, —el estirador—, por su peculiar forma de
tratar a sus . Procusto les obligaba a acostarse en una cama de hierro, y a
quien no se ajustaba a ella, porque su estatura era mayor que el lecho, le
serraba los pies que sobresalían de la cama; y si el desdichado era de estatura
más corta, entonces le estiraba las piernas hasta que se ajustaran exactamente
al fatídico catre. Procusto terminó su malvada existencia de la misma manera
que sus víctimas. Fue capturado por Teseo, que lo acostó en su camastro de
hierro y le sometió a la misma tortura que tantas veces él había aplicado. Esta
leyenda ha quedado como una expresión proverbial para referirse a quienes
pretenden acomodar siempre la realidad a la estrechez de sus intereses o a su
particular visión de las cosas
[xxi] Luwdig
Feuerbach; Esencia del Cristianismo; 1861
[xxii]
Encicllica “Fides et Ratio”; nn 65-66 ; Juan Pablo II; Roma 1998
[xxiii] Descartes;
Discurso del Método. 1637
[xxiv] Torcuato Fernandez-Miranda y Hevia; Revista Alférez, nº 19
de julio Agosto de 1948, pag. 12.
[xxv] Cuéntase que en el s. XV había un carbonero en Ávila y que
cuando le preguntaban: ¿Tú en qué crees?, él contestaba de inmediato: En lo que
cree la Santa Iglesia. ¿Y qué cree la Iglesia?, a lo que respondía: Lo que yo
creo. Pero ¿qué crees tú? Lo que cree la Iglesia... Y no había forma de
sacarle del círculo cerrado de estas contestaciones.
[xxvi] Javier Gomá Lanzón; “Necesario pero Imposible”;
Santillana/Taurus-Pensamiento; 2013
[xxvii] “ATEOS”; Jesús Fernandez-Miranda; Blog Reflexiones Heteróclitas”;