Hoy me veo en la necesidad de contestar a un artículo
publicado por un tal Julio Merino en el digital “Cierre Digital” bajo el
título:
“El día que
el estratega de la Transición, Torcuato Fernández Miranda, lloró y se arrepintió
de dar el sí a las Autonomías”
Todo lo relatado en este artículo no es más que una
falsedad, e intuyo que, en el fondo, no es más que una manipulación de la
figura de mi padre con el oculto deseo de criticar a Don Juan Carlos I, desde
posiciones de ultraderecha en que al parecer se ha movido siempre este
personaje, según he podido averiguar.
En el texto de este artículo su autor manifiesta que le unía
a mi padre una “vieja amistad”, amistad desconocida tanto por mí como por mis
hermanos, lo que me hace, de entrada, dudar de su existencia.
Pero empecemos por el principio.
Torcuato Fernandez-Miranda no era un hombre de lágrimas, y
puedo asegurar que durante el tiempo que compartí su vida nunca le vi llorar,
es más, pese a la imagen de adusto, serio y frio, no lo era, y se enfrentó a los
momentos más difíciles de su vida con un sentido del humor constante, una
verdadera manifestación de la alegría que presidía su vida íntima y privada.
De hecho, en algún momento de su vida afirmó
“Os aseguro
que el llanto más doloroso es aquel que carece de lágrimas, de lamentos y de
palabras.”
Continúa su relato ficticio el Sr. Merino afirmando que, en
la primavera de 1980, lo encontró pesimista como asqueado de todo, desilusionado,
desesperanzado, un místico de la catástrofe…
Desde luego no era esa la imagen que mi padre transmitía no
era desde luego un espejo de la alegría, pero tampoco llegó, nunca a esa
desilusión o desesperanza.
Y es a partir de este punto donde el relato de Merino toma
unos derroteros absolutamente disparatados, pues según relata, mi padre le
manifestó su arrepentimiento sobre varias cuestiones, incluso sobre la propia
Transición, y pone en boca de mi padre la afirmación de que el proceso de
conquista de la democracia debería haberse hecho desde la absoluta ruptura con
el franquismo, y por tanto de acuerdo con las posiciones de la Platajunta, que
no era sino el conjunto de partidos y movimientos sociales que querían la
ruptura total con el franquismo y no la transición.
Tales afirmaciones son Inconcebibles
en Torcuato Fernandez-Miranda.
Además,
para explicar las falacias contenidas en el artículo de Merino, debemos
tener en cuenta que Torcuato era un creyente profundo para quien un “juramento”
era cuestión de esencial importancia, y él había jurado respetar las “Leyes
Fundamentales” del franquismo no en una, sino en varias ocasiones, razón por la
cual nunca hubiera apostado por la ruptura y vulneración de aquellas leyes, ni
por apoyar la tesis de un referéndum que decidiera entre República y Monarquía de
acuerdo con las tesis de la “Platajunta”, pues eso hubiese sido una traición impensable
al Rey.
Torcuato defendió, siempre, la
formulación del tránsito a la Monarquía Parlamentaria y democrática a través de
la formulación de hacerla “De la Ley a la Ley”, es decir respetar la legalidad
franquista para desde ella llegar a una nueva legalidad democrática,
procedimiento que estaba pactado con Don Juan Carlos mucho antes de su acceso a
la Corona.
En
cuanto al Rey Don Juan Carlos I hemos de recordar, también, que en el año 1969
el General Franco propuso al entonces Príncipe Juan Carlos, de 31 años, asumir
la posición de ser su heredero, a título de Rey, para lo que era imprescindible
que jurase lealtad a las “Leyes Fundamentales” del régimen.
Ello
supuso un dilema moral para el Príncipe, pues le preocupaba que para alcanzar
su íntimo deseo de que su Monarquía fuese una Monarquía “de todos los
españoles” parlamentaria y democrática, tuviese que romper su juramento.
El
conflicto se salvó con el consejo de Torcuato Fernández-Miranda, quien argumentó que la jura de las “Leyes
Fundamentales” llevaba implícito el juramento del procedimiento establecido
para su modificación, que habría de ser la llave de la democracia.
Por otra parte, es definitiva para manifestar que todo lo
contado en el artículo de marras es falso absolutamente, de la afirmación de su
arrepentimiento por dar el SI a las autonomías, pues nunca dio ese “SI”, de
hecho Torcuato Fernandez-Miranda no votó a favor de la aprobación de la
Constitución, y efectivamente no lo hizo por el recorte de facultades de la
Corona, y por la inclusión del concepto “Nacionalidades” en su texto, y la
regulación de las Comunidades Autónomas, dado el riesgo que suponía, hoy
concretado, de desintegración territorial de España.
Así, mi padre no asistió a la
sesión del Senado en que se votó la Constitución, ni su firma aparece en el
ejemplar original de la Constitución, que se custodia en el Congreso y en el
que aparecen las firmas del Rey, del Gobierno y de todos los Diputados y
Senadores, pero no la firma de mi padre.
Después de ello explicó al Rey
Juan Carlos las razones de no votar a favor de la Constitución, elaborada desde
el “consenso” entre la UCD de Suárez y el PSOE de Felipe González, con
formulaciones que le preocupaban enormemente.
El Rey premió su trabajo, lealtad
y dedicación, con el Ducado de Fernandez-Miranda y con la concesión del Toisón
de Oro, máximo galardón dinástico a los servidores de la Corona.
Y no olvidemos que, tal y como
aparece en la fotografía de la firma de su abdicación en su despacho de la
Zarzuela, entre las fotografías colocadas en su biblioteca aparece la
fotografía de Torcuato, el único personaje no miembro de la familia Real que
aparece entra las fotos de la familia, en dicha biblioteca.
Y les aseguro que no existió
conflicto o desencuentro entre mi padre, Torcuato, y el Rey Juan Carlos I, y
ello lo apoyo en una reciente anécdota.
Un buen amigo me comentó hace
algunos meses, que en un almuerzo que compartió con don Juan Carlos el Rey manifestó
expresamente:
“Torcuato
Fernandez-Miranda ha sido la persona más leal y fiel a la Corona y a mí mismo,
de las muchas que he conocido a lo largo de mi vida.”
CONCLUSIÓN Julio Merino hace un
artículo en el que se inventa la amistad con mi padre y manipula su figura, y
quien sabe si no lo hace con la intención de hacer una crítica más a Don Juan
Carlos I en otra manifestación de hacer leña del árbol caído.