“Una vez sucedió por la noche que,
estando despierto en la cama, empecé de pronto a recitar versos, versos
demasiado bellos, demasiado singulares para que yo hubiera podido pensar en
escribirlos, versos que a la mañana siguiente ya no recordaba y que, sin
embargo, estaban guardados en mí como la nuez sana y hermosa dentro de una
cáscara rugosa y vieja.”
Hermann Hesse; El Lobo estepario
Tal vez esta
sea una de las experiencias que todos hemos sentido alguna vez; que en ese
estado especial de duerme/vela próximo al momento de dormirnos, hayamos creado
párrafos, poemas, pensamientos sublimes, que a la mañana siguiente ya no
recordamos.
¿Es una
realidad, o es sólo una jugada más de nuestro subconsciente, que nos hace
pensar que somos capaces de crear belleza siendo seres insignificantes?.
Los clásicos
pensaban que el genio, la perfección, eran atributo exclusivo de los Dioses y
que, al igual que la felicidad, Ellos tan solo nos dejaban intuirla.
Los
pensadores paganos de la antigüedad equiparaban las diferentes pasiones humanas
con los héroes imperfectos nacidos de los Dioses, y el ideal de lo perfecto
solo encontraba reflejo en los atributos de cada morador del Olimpo.
Junto a
ellos Apolo, dominando desde su morada del Parnaso el hogar de las Musas, en el
vecino monte Helicón, permitía a las hijas de Mnemósine inspirar pensamientos
elevados a un pequeño grupo de mortales escogidos, por el solo placer de ver a
sus criaturas participar en el conocimiento de lo eterno.
Pero el
Mundo ha evolucionado, los Dioses ya no existen, "Dios ha Muerto"
como pretendiera el todavía lúcido "Nietzsche" en uno de sus últimos
escritos antes de entregar su mente a las Bacantes.
¿Acaso
nuestro destino es ser pasto de la locura como recompensa a nuestros desvelos?
No lo sé,
pero mientras mantenga la lucidez trataré de culminar mis reflexiones, como si de
una pincelada de luz difuminada, como la del atardecer que ilustra este post, se
tratase.
En cualquier
caso, y no sé si en lucidez o en arrebato, he continuado cultivando mi afición
por el arte de Calíope, Erato y Polimnia en los distintos momentos en que he
necesitado refugiarme en mi mismo para combatir, o para disfrutar, mis
episodios esporádicos de melancolía.
Esa
melancolía que el DRAE define como aquella situación de genio destemplado y
tristeza recurrente, vaga, profunda y sosegada, en que el individuo que la
padece no encuentra gusto ni diversión en nada, y que aparece muy
frecuentemente en los espíritus atormentados por la duda, la reflexión o el
proceso creativo, y que Víctor Hugo consideraba que era “la dicha de estar
triste”, pues la consideraba una placentera sensación de tristeza.
Estoy de
acuerdo con el atrabiliario francés siempre que la melancolía no llegue a ser
patológica, pues en tal caso deja de ser una situación anímica placentera de
espíritus cultivados, para convertirse en una verdadera alteración psicótico
depresiva, y la frontera entre ambos márgenes está, en ocasiones, como casi
siempre en relación con las emociones anidadas en la mente humana, muy difuminada.
Mientras
tanto, lúcido o trastornado, solo sé que las horas pasan siempre más deprisa de
lo que desearíamos. Las horas, los días, las semanas, los meses…
La vida, en
fin, se escapa inexorable en cada bocanada de aire respirado, en cada latido de
sangre bombeada…
Menos mal
que el tiempo pasado no se acumula en ningún sitio. Sería terrible llevar encima
el saco de los minutos agotados, creciendo cada minuto; contemplar la montaña
del tiempo pasado y no ver, siempre incógnito, el tiempo que aún nos quede por
llegar.
Quedan del
pasado solo los recuerdos, como señales indelebles del tiempo agotado, pese a
que los recuerdos también envejecen y se borran, al igual que las esperanzas, y
no damos mayor importancia al tiempo venidero que, inevitablemente, pondrá a
cada uno en su sitio.
Algunos como
Chateubriand, se autoconfortan:
“La
incertidumbre acerca de nuestro porvenir confiere a las cosas su verdadero
valor”
aunque en
ocasiones entra en aquella melancolía:
” El tiempo
hace justicia por igual a las pretensiones de todos —ricos o pobres, famosos o ignorados— y todos
acaban siendo igual de ridículos o indiferentes a los ojos de las generaciones
que les suceden.”
En relación
con el devenir del tiempo, en definitiva, solo hay una verdad incontrovertible:
A medida que vamos añadiendo tiempo al cómputo del tiempo vivido, más nos
alejamos del momento de nuestro nacimiento y más nos acercamos al de nuestra
muerte.
La vida, sin
los males que la vuelven grave, es una futilidad, y esa extraña mezcla,
conformada por la certeza y la incertidumbre de la muerte, es el más grave de
los males que nos amenaza.
No obstante,
en un ingenuo juego de autodefensa, el hombre, en nuestro entorno, suele obviar
estas reflexiones.
La muerte es
tema tabú de nuestras conversaciones, el futuro no es más que expresión de
nuestras ambiciones, y el pasado la constatación de los éxitos, mayores o
menores, de la propia vida y generalmente, olvido de nuestros fracasos o de
nuestros errores.
Y
desgraciadamente, para la mayoría de los seres humanos la vida no es más que el
esfuerzo cotidiano por la mera supervivencia.
Mientras
tanto, los filósofos de nuestro tiempo se encuentran perplejos
ante la actitud del “hombre civilizado”, al que solo importa su propio
bienestar, volviendo a las viejas formulas del aforismo romano “Panem et
Circus”, concretado en nuestras sociedades en el binomio “Bienestar Social” –
“Ocio”.
Otros
conceptos más elevados (solidaridad, justicia, respeto, etc...) solo son
contemplados en tanto y cuanto su garantía para los demás no sea si no garantía
para uno mismo, sin el más mínimo atisbo de generosidad o desprendimiento.
«Homo
homini lupus est» dice la locución latina.
Pero ya, ni
tan siquiera. En nuestra avanzada sociedad occidental el hombre es un mero
elemento más de la colmena, un engranaje de la maquinaria en funcionamiento,
destinado a cumplir con su papel....siempre que esté bien “engrasado y
entretenido”.
A los lobos,
en esta sociedad, tan solo los queremos en los zoológicos... o en las cárceles.
Mientras, yo
sigo escribiendo..., buscando esos momentos estelares.