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viernes, 3 de enero de 2014

MOMENTOS ESTELARES


 


“Una vez sucedió por la noche que, estando despierto en la cama, empecé de pronto a recitar versos, versos demasiado bellos, demasiado singulares para que yo hubiera podido pensar en escribirlos, versos que a la mañana siguiente ya no recordaba y que, sin embargo, estaban guardados en mí como la nuez sana y hermosa dentro de una cáscara rugosa y vieja.”
Hermann Hesse; El Lobo estepario
 
Tal vez esta sea una de las experiencias que todos hemos sentido alguna vez; que en ese estado especial de duerme/vela próximo al momento de dormirnos, hayamos creado párrafos, poemas, pensamientos sublimes, que a la mañana siguiente ya no recordamos.
¿Es una realidad, o es sólo una jugada más de nuestro subconsciente, que nos hace pensar que somos capaces de crear belleza siendo seres insignificantes?.
Los clásicos pensaban que el genio, la perfección, eran atributo exclusivo de los Dioses y que, al igual que la felicidad, Ellos tan solo nos dejaban intuirla.
 
Los pensadores paganos de la antigüedad equiparaban las diferentes pasiones humanas con los héroes imperfectos nacidos de los Dioses, y el ideal de lo perfecto solo encontraba reflejo en los atributos de cada morador del Olimpo.
Junto a ellos Apolo, dominando desde su morada del Parnaso el hogar de las Musas, en el vecino monte Helicón, permitía a las hijas de Mnemósine inspirar pensamientos elevados a un pequeño grupo de mortales escogidos, por el solo placer de ver a sus criaturas participar en el conocimiento de lo eterno.
 
Pero el Mundo ha evolucionado, los Dioses ya no existen, "Dios ha Muerto" como pretendiera el todavía lúcido "Nietzsche" en uno de sus últimos escritos antes de entregar su mente a las Bacantes.
¿Acaso nuestro destino es ser pasto de la locura como recompensa a nuestros desvelos?
 
No lo sé, pero mientras mantenga la lucidez trataré de culminar mis reflexiones, como si de una pincelada de luz difuminada, como la del atardecer que ilustra este post, se tratase.
 
En cualquier caso, y no sé si en lucidez o en arrebato, he continuado cultivando mi afición por el arte de Calíope, Erato y Polimnia en los distintos momentos en que he necesitado refugiarme en mi mismo para combatir, o para disfrutar, mis episodios esporádicos de melancolía.
Esa melancolía que el DRAE define como aquella situación de genio destemplado y tristeza recurrente, vaga, profunda y sosegada, en que el individuo que la padece no encuentra gusto ni diversión en nada, y que aparece muy frecuentemente en los espíritus atormentados por la duda, la reflexión o el proceso creativo, y que Víctor Hugo consideraba que era “la dicha de estar triste”, pues la consideraba una placentera sensación de tristeza.
 
Estoy de acuerdo con el atrabiliario francés siempre que la melancolía no llegue a ser patológica, pues en tal caso deja de ser una situación anímica placentera de espíritus cultivados, para convertirse en una verdadera alteración psicótico depresiva, y la frontera entre ambos márgenes está, en ocasiones, como casi siempre en relación con las emociones anidadas en la mente humana, muy difuminada.
Mientras tanto, lúcido o trastornado, solo sé que las horas pasan siempre más deprisa de lo que desearíamos. Las horas, los días, las semanas, los meses…
 
La vida, en fin, se escapa inexorable en cada bocanada de aire respirado, en cada latido de sangre bombeada…
Menos mal que el tiempo pasado no se acumula en ningún sitio. Sería terrible llevar encima el saco de los minutos agotados, creciendo cada minuto; contemplar la montaña del tiempo pasado y no ver, siempre incógnito, el tiempo que aún nos quede por llegar.
 
Quedan del pasado solo los recuerdos, como señales indelebles del tiempo agotado, pese a que los recuerdos también envejecen y se borran, al igual que las esperanzas, y no damos mayor importancia al tiempo venidero que, inevitablemente, pondrá a cada uno en su sitio.
Algunos como Chateubriand, se autoconfortan:
 
“La incertidumbre acerca de nuestro porvenir confiere a las cosas su verdadero valor”
aunque en ocasiones entra en aquella melancolía:
 
” El tiempo hace justicia por igual a las pretensiones de todos  —ricos o pobres, famosos o ignorados— y todos acaban siendo igual de ridículos o indiferentes a los ojos de las generaciones que les suceden.”
En relación con el devenir del tiempo, en definitiva, solo hay una verdad incontrovertible: A medida que vamos añadiendo tiempo al cómputo del tiempo vivido, más nos alejamos del momento de nuestro nacimiento y más nos acercamos al de nuestra muerte.
 
La vida, sin los males que la vuelven grave, es una futilidad, y esa extraña mezcla, conformada por la certeza y la incertidumbre de la muerte, es el más grave de los males que nos amenaza.
No obstante, en un ingenuo juego de autodefensa, el hombre, en nuestro entorno, suele obviar estas reflexiones.
 
La muerte es tema tabú de nuestras conversaciones, el futuro no es más que expresión de nuestras ambiciones, y el pasado la constatación de los éxitos, mayores o menores, de la propia vida y generalmente, olvido de nuestros fracasos o de nuestros errores.
Y desgraciadamente, para la mayoría de los seres humanos la vida no es más que el esfuerzo cotidiano por la mera supervivencia.
 
Mientras tanto, los filósofos de nuestro tiempo se encuentran perplejos ante la actitud del “hombre civilizado”, al que solo importa su propio bienestar, volviendo a las viejas formulas del aforismo romano “Panem et Circus”, concretado en nuestras sociedades en el binomio “Bienestar Social” – “Ocio”.
Otros conceptos más elevados (solidaridad, justicia, respeto, etc...) solo son contemplados en tanto y cuanto su garantía para los demás no sea si no garantía para uno mismo, sin el más mínimo atisbo de generosidad o desprendimiento.
 
«Homo homini lupus est» dice la locución latina.
Pero ya, ni tan siquiera. En nuestra avanzada sociedad occidental el hombre es un mero elemento más de la colmena, un engranaje de la maquinaria en funcionamiento, destinado a cumplir con su papel....siempre que esté bien “engrasado y entretenido”.
 
A los lobos, en esta sociedad, tan solo los queremos en los zoológicos... o en las cárceles.
Mientras, yo sigo escribiendo..., buscando esos momentos estelares.