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viernes, 15 de noviembre de 2024

VICTORIA DE TRUMP, O DERROTA DE LO WOKE

 


La victoria de Trump en las recientes elecciones presidenciales de EEUU, no es un éxito del complejo, y en ocasiones inaceptable personaje, que es el presidente electo Trump, sino la derrota de la filosofía WOKE que tiene hartos a los ciudadanos norteamericanos.

Trump no es un monstruo ni un desequilibrado. Es un pragmático bastante superfluo y excéntrico, pero con enorme olfato político y que, a diferencia de sus rivales demócratas, ha sabido conectar con las inquietudes de buena parte de la sociedad americana

Trump ha barrido a los demócratas que han perdido más de 10 millones de votos respecto de las últimas presidenciales, a los medios de comunicación clásicos, a los numerosos opositores que tenía en el partido republicano y a las élites culturales de todo el mundo.

En definitiva ha vencido a la izquierda política, sociológica y cultural.

Todos los presidentes republicanos —y Trump no va a ser la excepción— han sido tildados de fascistas en algún momento. Es la técnica de AGITPROP habitual de la izquierda: quien no comulga con sus dogmas, inmediatamente se convierte en un peligro para la democracia. Trump ha pulverizado esa propaganda.

A todo esto, ¿me cae simpático Donald Trump? No, es engreído y le tiene manía a España pero... ¡menos mal que ha ganado él y no la 'woke-gender' Harris!

La victoria de Trump pone en cuestión, indudablemente, al Partido Demócrata y al fracaso de su deriva identitaria izquierdista radical de los últimos años, pero también debe servir de reflexión al conservadurismo clásico.

Aprender de Trump su perspicacia para detectar las inquietudes de la sociedad y su valentía para no aceptar los dogmas de lo políticamente correcto, no puede significar dar por buenos sus excesos populistas.

Y en España, particularmente, también deberíamos reflexionar sobre lo difícil que resulta vencer a un demagogo sin respeto por la institucionalidad democrática y que ha hecho de la polarización su principal activo electoral.

Pero su mayor mérito ha sido la “cancelación de la cultura e ideología «woke» que venía ganando terreno en todo occidente con el empuje de su fuerza en EEUU.

Así, por ejemplo, no deberíamos pasar por alto —por absurdamente correcta woke—La reciente decisión del bar del Parlament de Cataluña de retirar los “conguitos” por supuestas “connotaciones racistas”, junto a la campaña que llevó a Cola-Cao a eliminar su “jingle” del “Negrito del África Tropical”, ilustran la intromisión de la ideología woke en la vida cotidiana de España.

El concepto «WOKE», originario de Estados Unidos, es un término que se podría traducir como estar “despierto o consciente” de las discriminaciones, inicialmente en el contexto de las injusticias raciales.

Este concepto ganó notoriedad internacional gracias a movimientos como “Black Lives Matter”, que lo utilizaron para visibilizar problemas de la violencia policial y la discriminación racial, extendiéndose luego a otros ámbitos, como los derechos LGBTQ+, la igualdad de género, con el lenguaje “inclusivo”, la “diversidad”, el cambio climático y los derechos de inmigrantes y refugiados.

Sin embargo, el fenómeno woke conlleva una excesiva corrección política, que no sólo favorece una vigilancia del lenguaje que puede limitar la libertad de expresión, sino que también está relacionado con la cultura de la “cancelación”, una presión social que busca castigar públicamente a quienes expresan opiniones o comportamientos considerados inadecuados.

En Alemania, la presión sobre el lenguaje para evitar el “machismo” del “heteropatriarcado” se viene ejerciendo desde hace años, con el objetivo de poner fin al masculino genérico. A pesar de que, según las encuestas, entre el 70 y el 80% de la población lo rechaza e incluso algunos Estados Federados ha suprimido el uso de este “lenguaje inclusivo”, principalmente los medios de comunicación siguen insistiendo en “educar” a la población para que utilice dicho lenguaje.

La ideología woke se está extendiendo a un número creciente de sectores. Recientemente, Susanne Schröter los ha examinado en un libro titulado La nueva guerra cultural [Kulturkampf]. Cómo una izquierda woke amenaza a la ciencia, la cultura y la sociedad (Herder).

En el prólogo, menciona a “activistas que actúan con extrema agresividad contra aquellos que desafían su ideología política. Los métodos utilizados por la izquierda woke incluyen nuevas normas lingüísticas, el tabú sobre quejas sociales, especialmente en el ámbito de la migración y el islamismo, la reducción de la ciencia a un mero instrumento de la política woke y la máxima denuncia de los oponentes. Sin fundamento alguno, se tacha a las personas de racistas, sexistas, islamófobas o transfóbicas. Para que el ostracismo sea perfecto, también se asigna la etiqueta de 'derecha' en el sentido de 'radical de derechas'”.

La creciente imposición de la ideología woke plantea, pues, serias preguntas sobre la libertad de expresión y el futuro del debate público.

Pero el gran problema —y la queja— de los ciudadanos americanos que han votado contra lo “WOKE” y a favor de Trump, es el hecho de las ingentes cantidades de dinero público que se invierten en ese malhadado wokismo, perjudicando a las clases medias y trabajadoras que ven menguados sus economías.

La situación de inflación que sufren los EEUU, llevará necesariamente a una política de recortes, especialmente en los gastos sociales, en el intento de reducir los desequilibrios presupuestarios o seguir con la política de déficits crecientes y, por tanto, con el aumento de su endeudamiento.

Y los ciudadanos americanos han manifestado claramente su deseo de que esos recortes afecten al wokismo y no a sus derechos sociales.

Para evitar los efectos desestabilizadores de los recortes presupuestarios, los EEUU solamente tienen un camino: definir una gran reforma interna e internacional del sistema financiero, libre de especulación.

Será inevitablemente necesario regresar a incentivar el desarrollo de los sectores tradicionales e innovadores de la economía real, mediante el relanzamiento de modernas estructuras de crédito productivo.

EE. UU. No es la economía, es el disparate woke, lo que ha llevado a Trump a la Casa Blanca. La Casa Blanca no está en las mejores manos pero sí en mejores manos que ahora.

En cuanto a la inmigración ilegal, el argumento de Trump es que quita trabajo a los ciudadanos más desfavorecidos, y por lo tanto hay que acabar con ella.

En cualquier caso, no ha sido la economía sino el disparate woke, con el 'derecho al aborto' por bandera, lo que ha llevado a Trump a la Casa Blanca.

Por lo de siempre: porque hay inmoralidades, como esta del aborto, que revuelven las conciencias, pero ya, cuando el infanticidio se eleva a 'derecho al aborto' (Derecho de una mujer de asesinar a su propio hijo en sus propias entrañas, ¿esto es un derecho) no es que se remuevan las conciencias, es que se revuelven los estómagos.

Y lo malo es que en Europa también ha cundido el disparate woke del Nuevo Orden Mundial (NOM)... sólo que mientras América se resiste a la idiocia woke, en Europa la entente Socialistas/consevadores la han bendecido. Ahora, aquí, a la estupidez woke la llamamos "nuestros valores" los "valores de Europa", lo que nunca fueron, por mucho que sus propagandistas nos quieran hacernos creer sus patrañas ideológicas.

Donald Trump ha ganado por las mismas razones por las que pierde aquí Pedro Sánchez, aunque luego lo apañe negociando su cargo en el extranjero con un prófugo o en el fango con Otegi, Junqueras y los amigos de Maduro.

Trum ha ganado porque el 'progresismo' mundial habla en esa modalidad vulgar del arameo que es el lenguaje woke, libra batallas contra enemigos secundarios o inexistentes, coloca a la cabeza de la agenda pública asuntos menores impuestos por la industria ideológica para hacer fortuna y absorber poder, deforma otros como el cambio climático, se niega a abordar problemas objetivos como la inmigración irregular, la confiscación fiscal o el empobrecimiento de las clases medias trabajadoras o apuesta por la victimización de todo el mundo con un catálogo de fobias masivas que solo una minoría residual padece o perpetra.

 Mientras que Trump habla de cómo llegar mejor a final de mes, cómo defenderse de la delincuencia, cómo sostener una identidad nacional que ofrece un asidero frente al vértigo global y cómo, en definitiva, conservar un modelo de vida que el americano medio añora y tiene miedo de perder definitivamente. 

Quizá la respuesta de Trump a las preguntas que se hace el americano corriente, que son las mismas que se hace el europeo de andar por casa y también el español, sean demasiado simples como para poder resolver de un plumazo problemas necesariamente complejos.

Pero que se atreva a responderlas es ya una diferencia sustantiva frente a quienes habitan en ese mundo mitológico donde no existe inseguridad, no tiene efectos negativos la llamada 'multiculturalidad', no hay problemas laborales severos, no existe una galopante pérdida de poder adquisitivo y una incipiente presión fiscal y no se ha hecho insoportable el aleccionamiento de las mayorías con respecto a sus costumbres, educación y eso que comúnmente llamamos forma de vida y no es más que la preservación de la familia como eje conductor de la sociedad.

A Trump le votan, como a Meloni en Italia, a Milei en Argentina o a Bukele en El Salvador, porque no acusa ni descalifica al ciudadano, cargándole de todo tipo de pecados cuya penitencia ha de hacer en vida, pagando un precio insoportable y eterno que le encapsula en un infierno ideológico, económico e intervencionista en todo menos en aquello que de verdad le asusta. Porque le habla en su idioma, sin más.

En EEUU, el movimiento DEI (Diversidad, Equidad, Inclusión) se está encontrando cada vez con más oposición, siendo criticado incluso dentro del propio movimiento woke y fracasando en sus intentos de lograr mayorías.

El enfoque en la inclusión, a menudo considerado forzado, ha sido calificado por muchos expertos como un error fundamental en la estrategia de cualquier empresa o servicio público. Mark Littlewood, director del Institute of Economic Affairs, señaló en su artículo «Obsessive woke posturing will cost companies dearly» que el constante enfoque en las políticas de inclusión no solo ha generado un gasto considerable en muchas empresas, sino que también ha tenido un efecto negativo doble: al desviar recursos hacia estas iniciativas, las empresas pierden de vista su producto final, lo que reduce la confianza de los consumidores.

La política woke ha seguido, en gran medida, las mismas líneas que en las empresas, mostrando resultados igualmente poco efectivos.

Con la victoria de Trump como un claro ejemplo, la presunción de tratar de satisfacer a la mayor cantidad de minorías no sólo no ha logrado formar una mayoría electoral, sino que ha radicalizado aún más las posturas de muchos respecto a las políticas consideradas «woke».

Ipsos, una de las principales casas de estudios sociales a nivel mundial, publicó en marzo de 2023 un interesante estudio titulado «Americans divided on whether ‘woke’ is a compliment or insult». En este informe se revelaba que el 56% de la población estadounidense consideraba inadecuados los enfoques censores de las políticas woke.

Si bien creían que se debía evitar las injusticias, estaban radicalmente en contra de lo que denominan «políticamente correcto».

Estos mismos datos fueron confirmados en el estudio de Data for Progress titulado «Voters Are Tired of the ‘‘War on Woke’’» de junio de 2024. En este informe, el 57% de los estadounidenses expresaba que el estado no debe aprobar leyes que limiten la libertad en nombre de la inclusión.

Es decir, que esta inclusión forzada ha generado la ira del público que, en principio, podría haber estado a favor de estas ideas.

Al final más que de una victoria de Trump, debemos hablar de una derrota del izquierdismo radical Woke por el hartazgo de la población media norteamericana.

Y para concluir esta “Reflexión Heteróclita”, os incluyo, como siempre, una nueva pieza musical. Hoy "El Cielo" de la banda sonora de la película "Gladiador II" cuyo autor es Martin Fromwald.




©2024 JESÚS FERNÁNDEZ-MIRANDA Y LOZANA





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