Cuando
uno va entrando en edades ya avanzadas y se hace consciente de que el tiempo
vivido es mayor que el tiempo que le queda por vivir, tiende a reflexionar sobre
su propia vida.
Y
resulta, al menos difícil, reflexionar sobre la propia vida sin tener en
cuenta los fracasos, derrotas o equivocaciones, pues aunque el hombre está dotado de una infinita
capacidad de autojustificación y de una muy práctica memoria selectiva, cuando se sumerge
profundamente en su propia conciencia, la sombra de aquellos aflora al mundo de
los recuerdos inopinadamente.
Como
nos cuenta Zweig, el poeta alemán Hölderlin era de los pocos hombres que no tenía el convencimiento de ser invulnerable a los dardos del destino, como Sigfrido; y de
los pocos que no se consideraba victorioso o triunfante.
Pero es precisamente
el recuerdo de los fracasos, las derrotas y las equivocaciones, lo que siempre da, en la lucha de la vida, una
fuerza grandiosamente heroica.
En cualquier caso ya nos lo recuerda Chateaubriand en sus "Memorias de Ultratumba"
"Cuando se ha cometido alguna acción reprobable —y yo añado: cuando se han tenido fracasos y derrotas— el cielo nos impone como castigo a los testigos de las mismas; en vano los antiguos tiranos del pasado los hacían desaparecer, pues tras descender a los infiernos, esos testigos entraban en los cuerpos de las furias y retornaban"
Hay dos momentos del día, los amaneceres y los atardeceres, que me emocionan, y que he disfrutado, siempre, como momentos mágicos.
Me encanta el amanecer, sobre todo en
el campo, cuando la media luz naciente presagia la aurora y los colores
conquistan el leve color de la mañana y permiten comenzar a distinguir las
formas sin sombra de cada objeto.
Sin embargo los amaneceres son momentos que
generalmente se disfrutan poco, pues habitualmente se viven como final de una
noche que se extingue o como comienzo, laborioso, de un nuevo día.
El atardecer, por contra, es momento de paz, de
reflexión, de resumen del día que se extingue, y su juego de luces, invirtiendo
el ciclo de la mañana, difumina la imagen de los objetos, que poco a poco se
disuelven en la oscuridad que va avanzando en el gris de la luz difuminada y se
extasía con los colores rojos, amarillos, malvas o rosados con que se adornan
la nubes impregnadas por la luz del sol que se extingue estremecidamente.
Dijérase que el sol juega a ser decorador de nubes.
Generalmente el alma se adormece en estas
situaciones placenteras pues como dice Oscar Wilde “los placeres sencillos
son el último refugio de los hombres complicados”.
La
vida está llena de amaneceres y atardeceres, pero no solamente los referidos al
nacimiento y ocaso del día, sino también los que representan el nacimiento y la desaparición de experiencias,
situaciones, sentimientos o realidades vividas, pues todas ellas nacen y se
extinguen como el día, y todas recordamos en esas reflexiones postreras sobre nuestra vida.
Y
transitamos por la historia de nuestra vida de dolor en dolor, de pequeña alegría en pequeña alegría,
entre esfuerzos y anhelos; entre retos, triunfos y derrotas, para llegar al destino
común a todos.
Al
final, como nos dijo Montaigne, la filosofía consiste, tan solo, en aprender a
morir, y nada sabríamos de la vida si no fuésemos conscientes de ese inevitable
y doloroso final.
Por
ello pienso que al final me iré como he venido, sin avisar, sin despedirme,
como hojarasca de otoño recién caída.
Acierta
así Gabriel Albiac cuando nos dice:
“No hay realidad
humana sin la danza laberíntica y cruelmente hermosa del miedo y la esperanza. Lo
demás es barbarie”
Y concluyamos, según nuestra costumbre, con un nuevo video musical: "Quando m'en vo", el Waltz de Musetta, de la ópera La Bohème de Puccini interpretada por Olga Kulchynska.
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