Vivimos
en una Sociedad que se va convirtiendo, a lo largo de nuestra vida, en un
laberinto.
Y hablo de laberinto en el sentido de las acepciones que nos da,
sobre este término, el DRAE
“Lugar formado artificiosamente por calles y encrucijadas,
para confundir a quien se adentre en él, de modo que no pueda acertar con la
salida
Cosa confusa y enredada.”
Y
¿Porqué digo que nuestra vida se va enredando como un laberinto?
Pues
muy sencillo.
A
medida que nuestra vida avanza en un permanente presente, las circunstancias
que nos van rodeando se modifican al tiempo que avanzamos, y nos obligan a
representar mentalmente las opciones, alternativas o proyecciones ante el
futuro que se hace “ahora” a cada instante.
Y toda nuestra actividad dependerá de nuestra capacidad de memoria de lo aprendido o vivido —experiencia—, que nos permitirá imaginar el recorrido causa/efecto de nuestro comportamiento.
Y
solamente desde esa perspectiva hemos podido ir, como humanos, superando conscientemente
los acontecimientos que nos van rodeando, haciéndoles frente o reaccionando con
lo que hemos aprendido.
Pero
el futuro, que se hace presente a cada instante, no casa, en ocasiones, con las
previsiones que nuestra experiencia nos había adelantado y ello nos conduce a
caminos desconocidos, que incrementan la sensación de que cada paso de nuestra
vida nos introduce, cada vez con más fuerza, en un laberinto por resolver.
Ello
me recuerda las palabras del poeta José Bergamín
“El que solo
busca la salida no entiende el laberinto y, aunque la encuentre, saldrá sin
haberlo entendido”
Y así, en nuestras vidas debemos no solo
transitar por el laberinto en una permanente búsqueda de su salida, sino también
recordar, siempre, la propia esencia del laberinto por el que transitamos, que
no deja de ser para cada uno su “propio yo”, pues en otro caso, si abandonamos
la atención hacia nuestro yo individual, caeremos en el estruendo del rebaño,
un desorientado rebaño en el que la búsqueda deriva hacia una sinrazón que nos hará permanecer adocenados
y encadenados dentro del mismo laberinto.
Y ese ha sido el significado que durante siglos se ha dado al laberinto
como camino de iniciación y elevación del propio yo, como rito iniciático que
nos obliga a conformar mentalmente el camino, con recuerdo de cada esquina
doblada, de cada elección en las bifurcaciones, de cada experiencia, en
fin, vivida.
Pero el tránsito por ese laberinto
existencial estará lleno de sorpresas, alegrías, tristezas, emociones,
decepciones, sentimientos y realidades que deberán hacernos conscientes de que
a lo largo del mismo se irá forjando nuestra personalidad como realidad única e
individual, irrepetible y sagrada.
Y entre todas nuestras aspiraciones
cobra especial significancia la “libertad”, el libre albedrío, que según
Cicerón
“No consiste
en tener un amo bondadoso, sino en no tener ningún amo”
Libertad que solamente puede
alcanzarse desde el respeto a la individualidad de cada uno de nosotros, a la
pluralidad de las ideas, pensamientos y realidades condicionantes de cada
sujeto, sin aceptar las imposiciones pretendidas por ninguna “tribu”, por ningún “amo”,
y forjando nuestra vida de conformidad con el sentir propio, con nuestra propia
“mismidad”.
Y eso contra lo que luchamos es, precisamente, lo que nos encontramos en los totalitarismos y populismos hoy tan en boga.
Efectivamente y como ya adelantase
Bastiat a mediados del s XIX
“Los
totalitarios no pueden dejar a los hombres libertad alguna, pues creen que si
ellos no ponen orden los hombres tienden a la degradación y desmoralización”
Y eso ocurre hoy con los discípulos
de Gramsci, Laclau y Mouffe, y su doctrina de conquista de la “hegemonía
cultural” a través del control de la “cultura de las causas
dispersas”, es decir, de todos aquellos movimientos de defensa o difusión de
las causas propias del izquierdismo woke, como nos recuerda reiteradamente
Girauta, y que no es sino el conjunto de las ideologías de los progresistas radicales
o de izquierda identitaria posmoderna, que se comporta con demasiado entusiasmo,
agresividad, agitación, hipersusceptibilidad y poca sinceridad, y con tendencia a la
censura de opiniones discrepantes, exacerbada hasta imponer la llamada "cultura de la
cancelación".
A ellos ya se refirió Richard
Dawkins —a quien ya cité en mi entrada DERECHOS COLECTIVOS POLÍTICAMENTE
CORRECTOS—
con quien no comparto su ateísmo militante, pero que acierta al describir el
infantilismo e inmadurez de esta izquierda woke, al decir que:
«La Universidad no puede ser un “espacio seguro”. El que lo busque, que se vaya a casa, abrace a su osito de peluche y se ponga el chupete hasta que se encuentre listo para volver. Los estudiantes que se ofenden por escuchar opiniones contrarias a las suyas quizá no estén preparados para venir a la Universidad.
Y así vamos caminando en esta “Guerra Cultural” que desde posiciones contrarias a ese izquierdismo woke, vamos algunos intentando, con la esperanza de nuestro empeño tenga éxito, que no será otro que no dejarnos arrastrar a un mundo sin valores, sin moral y sin esperanzas, sabiendo que los inútiles. los cobardes, los incapaces, los modernos woke, solo pueden sobrevivir a costa de injurias, mentiras, amenazas y conspiraciones contra los que moralmente les superan.
Pues nuestra vida es resistente, como el árbol otoñal que Hermann Hesse nos describe en su obra Demián:
"Así van cayendo las hojas de un árbol otoñal, sin que él lo sienta; la lluvia, el sol o el frío resbalan por su tronco, mientras la vida se retira lentamente a lo más íntimo y lo más recóndito. El árbol no muere, resiste y espera."
Y concluyamos, como es nuestra costumbre, con un nuevo video musical, hoy “EL AMANECER” de Edvard Grieg, dedicado a esa izquierda woke.
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