“Dios, desde la creación,
se ha retirado del mundo para que el hombre sea libre. Nuestro Dios es un Dios
ausente, cuyo nombre no sabemos pronunciar, un Dios que tratamos de invocar con
una denominación misteriosa, sin saber quién es.” [1]
Con estas elocuentes palabras podríamos definir a nuestro
Dios, al Dios de los judíos y de los cristianos, a quienes los hebreos nombran ─eludiendo
el Shem Shemaforash o verdadero nombre de Dios, para ellos impronunciable─ como
YHVH (יהוה), forma judía de escribir el nombre descriptivo
que no nominativo de Dios, que transliterada al castellano sería YAHVE, palabra
que en hebreo no es sino la tercera persona del imperfecto singular del verbo ser,
significando por lo tanto “él es” y que en la actualidad se traduce
generalmente como «Yo soy el que soy».
Es decir, nunca se pronuncia el nombre de Dios, que es el que
es, y su verdadero nombre ─el Shem Shemaforash─ se conserva como un secreto
impronunciable solo conocido por el Sumo Sacerdote judío y un acólito, que será
el futuro Sumo Sacerdote ─para que no se pierda la memoria del nombre─ y sólo
se pronuncia una vez al año ante el Arca de la Alianza para renovar esta entre
el pueblo judío y su Dios, mediante su pronunciación, con la fuerza creadora
que le es propia; ese nombre es en definitiva una palabra que, al abarcar a
Dios, abarca toda su creación y tiene fuerza suficiente para modificarla.
Así, la leyenda cuenta que los judíos tocaron sus trompetas
ante las murallas de Jericó para que el Sacerdote pudiera pronunciar el Shem Shemaforash
sin ser oído, cuyo poder fue, en definitiva, lo que derribó las murallas.
Y partiendo de esa referencia de Dios y su nombre mítico y de
fuerza creadora, entronco con la idea judeocristiana de la creación mediante la
palabra, “En el principio era el verbo” [2] y
llegamos así al meollo de mi reflexión heteróclita de hoy: ¿Es nuestro Dios un
Dios meramente creador apartado de la vida cotidiana del hombre?
Pero comencemos por el principio.
“En el principio era el
verbo” [3]
¿Y después?; ¿Y antes?
En cuanto al antes ya contestó San Agustín, a la pregunta
¿Qué hacía Dios antes de Crear el Universo? haciendo referencia a la eternidad
que el concepto de Dios implica en todos los sentidos, en el más profundo de
sus sentidos:
“Más si alguno de entendimiento demasiado ligero anda
vagueando por tiempos imaginarios anteriores a la creación y se admira de que
Vos, Dios omnipotente, Creador de todas las cosas, conservador de todas, Autor
de cielo y tierra, hayáis dejado pasar innumerables siglos, antes que hicieseis
esta obra tan admirable, vuelva sobre sí y contemple que se admira de unas
cosas falsas que él mismo allá se finge. Porque ¿cómo habían de haber pasado
antes innumerables siglos, que Vos no habíais creado, siendo Vos el único Autor
y Creador de todos los siglos? […] Vos hicisteis todos los tiempos, y sois
antes de todos los tiempos; ni es imaginable un tiempo en que pueda decirse que
no había tiempo. Con que es imposible hallar algún tiempo en que hayáis estado
sin hacer algo; porque aquel mismo tiempo Vos le habíais producido, y ningún
tiempo puede ser coeterno a Vos, porque Vos sois permanente, y si el tiempo lo
fuera, no fuera tiempo.” [4]
Aunque el genial físico ─y agnóstico─ Stephen Hawking hizo un
chiste ingenioso en una conferencia ofrecida la noche del martes 16 de abril de
2013 en el Instituto Tecnológico de California, al decir:
“¿Qué hacía Dios antes de Crear el Universo?; Estaba
preparando el Infierno para los que hacen preguntas de este estilo”
Y en cuanto al después, la pregunta que nos formulamos es la
que formula Voltaire en su Diccionario filosófico, pues, efectivamente, la
noción de la “ausencia” de Dios enlaza con el concepto del “Dios Relojero” de
los ilustrados del s.XIX, quienes, como Voltaire consideran que igual que el
reloj supone al relojero, el universo implica la existencia de un "Eterno
Geómetra", aunque no se sepa ni donde está, ni que hace ni como es.
“¿Mas dónde está el Eterno Geómetra? ¿Está en un sitio o en todos los
sitios, sin ocupar espacio? No lo sé. ¿Dirige el universo con su propia
sustancia? No lo sé. ¿Es inmenso sin cualidad y sin cantidad? No lo sé. Lo
único que sé es que debemos adorarle y ser justos.” [5]
Por otra parte una amiga me escribe diciéndome:
“Tal vez Dios sea tutor y cobijo del alma, y no podamos esperar más,
llegado el final, que morir en paz teniendo la misma en calma; sabiendo que
sólo lo fungible -el cuerpo, "la crisálida"- es lo que dejamos.
Si, según la parábola del hijo pródigo, no existen la justicia ni la
injusticia terrena -porque el padre redime los pecados del hijo díscolo frente
a los del hijo de vida intachable-, no podremos decir que una determinada
muerte o enfermedad sea justa o injusta o un inesperado castigo, pese a una
vida de rectitud en la que se haya tenido una conciencia de justo, sea algo no
exento de relatividad. A veces decimos: ¿por qué a mí, Dios mío? Y es que
Dios pertenece al mundo del alma y no al mundo material, el de la carne.” [6]
Y aquí entramos de lleno en materia.
Comprendo que hoy en día la filosofía en su rama teológica no
es considerada una ciencia, sus planteamientos y respuestas no resisten un
intento de comprobación científica, nadie es capaz de poder demostrar la
existencia o inexistencia de Dios.
Y si no admitimos la posibilidad de cavilar a cerca de su
existencia ¿Cómo vamos a hacerlo a cerca de sus ocupaciones?
Sin embargo Ratzinger, posiblemente uno de los filósofos más
importantes del s.XX, ha manifestado reiteradamente que la existencia de Dios
se basa en el dialogo de la fe con la razón, es decir, que podemos llegar a la
conclusión de la existencia de Dios desde la fe apoyándonos en la razón.
Arduo camino este, sin embargo.
No obstante, apartándonos incluso de la razón, hablando sólo
desde los sentimientos y la fe, queremos analizar este problema de la
“Ausencia” de Dios, pues efectivamente en las más de las ocasiones pedimos y no
se nos contesta, y como dijera Oscar Wilde:
“Cuando los dioses quieren castigarnos
escuchan nuestras plegarias” [7]
Frase que se refleja perfectamente en la leyenda
-estremecedora- de la sibila de Delfos.
Apolo había prometido cumplir su mayor deseo: ella solicitó
no morir nunca y padeció una vejez interminable, hasta acabar convertida en una
suerte de insecto y como juguete de los niños, que la tenían encerrada en una
jaula donde se podía escuchar un chirrido lastimero que repetía sin cesar, como
el canto de un grillo: "¡¡¡ quiero morir, quiero morir !!!".
Cristo por el contrario nos enseñó que Dios siempre escucha y
conoce nuestras necesidades, y así expresamente nos dice:
“Cuando recéis no uséis de mucha palabrería como los paganos
que creen que con ello se les hará más caso, pues vuestro Padre sabe lo que necesitáis
antes de pedírselo” [9]
“Os aseguro que todo lo que pidáis al
Padre en mi Nombre, Él os lo concederá” [10]
Y por lo tanto deberíamos pensar, siendo ortodoxos, que Dios
está presente permanentemente en nuestra vida, aunque no le entendamos.
“¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la
ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus
caminos!” [11]
Y es precisamente
esa incapacidad humana de entender a Dios, incluso de aprehender su nombre, según
la tradición hebrea, lo que hace grandiosa, e imposible, la idea de acercarse a
su concepto intelectual y sus obras en la creación y en el mundo que vivimos.
Ya lo decía
Chateaubriand:
“El hombre que comprendiese a Dios sería otro Dios.” [12]
Pese a todo, la idea
de Dios, aún con los intentos de los diferentes movimientos filosóficos
posteriores a la ilustración de intentar aparcarla, pervive en el hombre
contemporáneo, que continúa hoy pensando, incluso creyendo en Él, como
expresamente reconoce el filósofo ingles Quentin Smith, al decirnos:
“En el mundo
académico, Dios no está muerto ─en
referencia a la muerte de Dios descrita por Nietzsche─; volvió a la vida a finales de los años sesenta”. [13]
Y esa vuelta de Dios
coincide con el análisis de sus acciones más centradas en su presencia cotidiana
que en sus logros creativos, pues la función esencial de los modernos teólogos
no se centra ya tanto en describir el ser o esencia de Dios, o su creación,
sino en determinar cómo actúa en relación con la vida cotidiana del hombre
corriente.
Por lo que se
refiere a la teología católica, junto a aportaciones ortodoxas relevantes,
entre las que destacaría las del Joseph Ratzinger ─Benedicto XVI─ se han producido
no pequeñas desviaciones en el análisis de la presencia cotidiana de Dios junto
al hombre, entre las que cabría destacar la importancia que, como tal
desviación doctrinal respecto de la puridad de la doctrina de la Iglesia Católica,
representó la llamada “teología de la liberación” promovida por algunos
sectores de la misma Iglesia, en los términos ya analizados en el post “Jon
Sobrino y la Teología de la Liberación” publicado en este mismo BLOG y que
podéis leer haciendo clic AQUI
En la práctica la
“teología de la liberación”, en tanto que desacraliza la figura de Jesús,
haciendo hincapié en su mensaje “terrenalmente liberador” y relegando su papel
“espiritualmente salvífico” a un plano no analizado, no hace sino situarse en
igual terreno que la doctrina judía precristiana, para la que “El Mesías” es un
libertador Terrenal que devolverá su Gloria al Pueblo de Israel.
De igual modo,
aunque tal vez de forma inconsciente, la teología de la liberación se posiciona
en la defensa de la “ausencia” de Dios, pues al negar a Cristo su papel
salvífico del espíritu trascendental del hombre, y hacer de Él un mero teórico
de la liberación terrenal del oprimido, está ─insisto en que tal vez sin
siquiera pretenderlo─ relegando la labor de quien es Dios para los Cristianos,
a un papel de mero teórico y no de actor de la salvación.
Esta crítica la
encontramos magistralmente expresada en Ratzinger, con su maestría doctrinal,
en este texto:
“En mi opinión, el problema más real y
profundo de la teología de la liberación es la pérdida efectiva de la idea de
Dios, que, obviamente, ha determinado un cambio fundamental en la imagen de
Cristo. No es que se niegue la existencia de Dios. Simplemente, se ha cesado de
referirse a Dios como la realidad a la que se deba acudir. (………….) Si Dios no
está en Cristo, entonces vuelve a habitar en una lejanía inconmensurable; y si
Dios deja de ser un Dios en medio de los hombres, se convierte en un Dios
ausente y, por tanto, en un no-Dios: un Dios privado de su capacidad de actuar
no es Dios.”
Esta cita de
Ratzinger nos lleva a la conclusión de que la Iglesia católica defiende la idea
de “Dios presente”
Hay
una bellísima reflexión de Joseph Ratzinger, antes de llegar a ser Benedicto
XVI, sobre la ausencia y la presencia de Dios que podéis leer AQUI, si os interesa y de la que, como colofón de esta reflexión, traigo estas frases:
“ (Hoy en día) […] se
habla ya del asunto (de la muerte de Dios) con una serenidad casi académica y
se comienza a construir una «teología después de la muerte de Dios», que
progresa y anima al hombre a ocupar el puesto abandonado por Dios. El
impresionante misterio del sábado santo, su abismo de silencio, ha adquirido,
pues, en nuestra época un tremendo realismo. Porque esto es el sábado santo: el
día en que Dios se oculta, el día de esa inmensa paradoja que expresamos en el
credo con las palabras «descendió a los infiernos», descendió al misterio de la
muerte. […] Sábado santo, día de la sepultura de Dios.
¿No es éste, de forma especialmente trágica, nuestro día? ¿No comienza a
convertirse nuestro siglo en un gran sábado santo, en un día de la ausencia de
Dios, en el que incluso a los discípulos se les produce un gélido vacío en el
corazón y por este motivo se disponen a volver a su casa avergonzados y
angustiados, sumidos en la tristeza y la apatía por la falta de esperanza
mientras marchan a Emaús, sin advertir que aquél a quien creen muerto se halla
entre ellos? [...] Necesitamos las tinieblas de Dios, necesitamos el silencio
de Dios para experimentar de nuevo el abismo de su grandeza, el abismo de
nuestra nada, que se abriría ante nosotros si él no existiese. [15]
[1] LA NOVIA SEFARDÍ, Eliette Abecassis, La Esfera de los Libros, S. L., 2011
[2] Evangelio Juan 1:1-14
[3] Evangelio Juan 1:1-14
[4] San
Agustín - Confesiones.XI,XIII,15-16
[5] François Marie Arouet - Voltaire (1694-1778); Diccionario filosófico; EDICIÓN
ÍNTEGRA - Agosto 2007 - Edición digital de la obra de Voltaire basada en la
publicada por la Sociedad Editorial Prometeo (seis volúmenes, Valencia, ¿1920?)
que fue, a su vez, una reedición de la publicada por F. Sempere en 1901. En
ninguna de ellas se menciona al traductor ni la fuente original.
[6] Como me ha escrito a mí y no para su publicación guardo su anonimato.
[7] Oscar Wilde; frase que dice Sir Robert Chiltern, el protagonista de "Un
marido ideal" (An ideal husband), obra de teatro que el gran escritor
irlandés estrenó en 1899.
[8] Evangelio Mateo.7:7
[9] Evangelio Mateo 6-7
[10] Evangelio Juan 16, 23b-28
[11] Epístola Romanos 11: 33-36
[12] Chateaubriand Memorias de Ultratumba, Ed Acantilado;
[13] La cita original es: «God is not 'dead' in academia; he returned to life in the
late 1960s», por Quentin Smith en The Rationality of Theism; by Paul Copan and Paul K. Moser; Routledge Ed. 2003; London
[14] Joseph Ratzinger: Introducción al Cristianismo; Editorial SIGUEME - 2002
[15] Joseph Ratzinger; La angustia de una ausencia - Tres meditaciones sobre el
Sábado santo; REVISTA 30 DIAS, Nº 3 DE 2006; http://www.30giorni.it/articoli_id_10300_l2.htm;
DIRIGIDA POR GULIO ANDREOTTI
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