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miércoles, 1 de julio de 2020

EL MITO DE SÍSIFO




En la mitología griega, Sísifo fue fundador y rey de Éfira la antigua Corinto, hijo de Eolo y Enareta, y marido de Mérope. Hay tradiciones que indican que fue padre de Odiseo con Anticlea, antes de que esta se casase con su último marido, Laertes.

Es conocido por su castigo: empujar cuesta arriba por una montaña una piedra que, antes de llegar a la cima, volvía a rodar hacia abajo, repitiéndose una y otra vez el frustrante y absurdo proceso.

El motivo de su castigo es complejo, y responde a un conjunto de faltas cometidas contra los Dioses.

Así, en primer lugar, había revelado al dios fluvial Asopo que el autor del rapto de su hija Egina había sido Zeus;

 Cuando, por orden de Zeus, Tánatos (la muerte) fue a buscar a Sísifo, este le puso grilletes, por lo que nadie murió hasta que Ares liberó a Tánatos, entonces, como castigo, este puso a Sísifo bajo su custodia en el inframundo.

Pero Sísifo aún no había agotado todos sus recursos: antes de morir le dijo a su esposa que cuando él se marchase no ofreciera el sacrificio habitual a los muertos y esta así lo hizo, así que en el infierno se quejó de que su esposa no estaba cumpliendo con sus deberes, y convenció a Hades para que le permitiese volver al mundo superior y así castigarla. Pero cuando estuvo de nuevo en Corinto, rehusó volver de forma alguna al inframundo, viviendo varios años más en la tierra hasta que fue devuelto a la fuerza por Hades.

En el inframundo, Sísifo fue obligado a cumplir el castigo consistente en empujar una piedra enorme cuesta arriba por una ladera empinada, y antes de que alcanzase la cima, la piedra se le soltaba y rodaba hacia abajo, y Sísifo tenía que empezar de nuevo desde el principio, una y otra vez.

De esta forma. el término «trabajo de Sísifo» se utiliza en la actualidad para describir un trabajo duro que debe de hacerse una y otra vez.

Albert Camus escribió un famoso ensayo a cerca del mito de Sísifo, publicado en 1942, partiendo de lo absurdo de su castigo, y del que haremos un breve examen.

          El autor comienza su obra con la afirmación:

“No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale o no vale la pena de vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía. Las demás … vienen a continuación”

Para Camús matarse es, en cierto sentido, y como en el melodrama, confesar.

Confesar que se ha sido sobrepasado por la vida o que no se la comprende.

Tal divorcio entre el nombre y su vida, entre el actor y su decorado, es propiamente el sentimiento de lo absurdo.

El tema de este ensayo es, precisamente, esa relación entre lo absurdo y el suicidio, la medida exacta en que el suicidio es una solución de lo absurdo.

Camus discute la cuestión del suicidio y el valor de la vida, presentando el mito de Sísifo como metáfora del esfuerzo inútil e incesante del hombre.

Para Camus hay 3 posturas que el hombre puede adoptar con respecto al absurdo de vivir o morir:

1.- El suicidio como salida. La fatal confesión de que la vida nos ha superado, que no la entendemos, que no la podemos explicar y que concluimos que no vale la pena vivirla.

2.- La evasión, ya sea por abrazar los placeres hedonistas como distracción de la realidad, o por cifrar toda esperanza en el ejercicio de la fe en credos religiosos.

3.- La tercera postura es la aceptación y la vivencia del absurdo. Aceptar el absurdo, renunciar a buscar explicación y vivir la vida con la independencia, la autodeterminación y la insignificancia individual que se desprenden del supuesto de que esto es todo cuanto hay, de que no hay Dios ni vida futura en otro tiempo y lugar, pero sin jamás perder de vista que, a pesar de todo, la vida vale la pena vivirla.

    No comparto las tesis ateas del francés, pues la vida merece la pena vivirla en atención fundamentalmente, a que después de ella habrá otra perfecta. Si no fuere así, la desesperación del hombre sería absoluta.

    Y como siempre concluiremos esta reflexión con un vídeo, que en esta ocasión nos trae “La Mamma Morta” de la ópera Andrea Chénier de Umberto Giordiano.




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