En 1567 durante la epidemia de peste que asoló Milán, San
Carlos Borromeo afirmó que la epidemia era un castigo de Dios por los malos
hábitos y pecados de los milaneses. Considerando que la solución a la plaga
estaba en la oración y la penitencia.
Han pasado, desde entonces, 453 y la Iglesia ya no considera
las enfermedades, ni las plagas castigo divino, sino que aceptando las
conclusiones de la ciencia las cataloga como meras enfermedades que afectan a
los hombres por cuestiones de higiene, salud o estado físico, o como la plaga
que sufrimos, por la expansión incontrolada de un virus desconocido y de difícil
tratamiento o erradicación.
De aquella imputación al “Castigo Divino”, lamentablemente,
hemos pasado a que la iglesia trate la actual epidemia desde un punto de vista
meramente sociológico sin mención alguna a la religión.
En la línea de su encíclica ecologista “Laudatio si”
Bergoglio, a través de la “Pontificia Academia por la Vida” presidida desde
2016 por el arzobispo Vicenzo Paglia, vincula el covid-19 a «nuestra
depredación de la tierra» y a la «avaricia financiera», en un documento
titulado “Humana Communitas en la era de la pandemia: consideraciones
intempestivas sobre el renacimiento de la vida”.
El sesgo puramente materialista del documento lo explica el
propio Arzobispo Paglia, que en una entrevista a “Vatican News” afirmó que
"En un momento en que
la vida parece suspendida y nos afecta la muerte de seres queridos y la pérdida
de puntos de referencia para nuestra sociedad, no podemos limitarnos a discutir
el precio de las mascarillas o la fecha de reapertura de las escuelas, sino que
tendremos que aprovechar la oportunidad para encontrar el valor para discutir
mejores condiciones para guiar el mercado y la educación".
Lo cierto es que el documento, para algunos católicos, entre
los que me cuento, resulta absolutamente decepcionante, pues, de hecho, no
entra en consideraciones sobre el origen vírico de la pandemia, ni ofrece
reflexiones de índole espiritual, ni invita en ningún momento a la oración ni a
los sacramentos, para circunscribirse exclusivamente a lo sociológico.
En este sentido, es llamativo que en el documento que
comentamos, no aparezca, en ningún momento, la palabra "Dios", ni
ninguna referencia a Jesucristo, ni el término "cristiano" que
pudiera calificar la perspectiva ofrecida, ni alusión espiritual de ninguna
clase.
Tampoco aparece referencia alguna a los términos
"misericordia" ni "caridad" (la "solidaridad"
aparece trece veces).
La "esperanza" es mencionada en cinco ocasiones,
pero no como virtud teologal sino como expectativa humana.
Y la "fe" solo se menciona una vez, junto a la
también única mención al "pecado", pero alusivo a las estructuras:
"Una
pandemia nos insta a todos a abordar y remodelar las dimensiones estructurales
de nuestra comunidad mundial que son opresivas e injustas, aquellas a las que
en términos de fe se les llama 'estructuras de pecado'".
La pandemia, nos dice el documento, con una superficialidad
infantiloide,
"nos ha
privado de la exuberancia de los abrazos, la amabilidad de los apretones de
manos, el afecto de los besos, y ha convertido las relaciones en interacciones
temerosas entre extraños, un intercambio neutral de individualidades sin rostro
envueltas en el anonimato de los equipos de protección. Las limitaciones de los
contactos sociales son aterradoras; pueden conducir a situaciones de
aislamiento, desesperación, ira y abuso".
Y siguiendo con ese tono superficial, impropio del Vaticano,
trata la muerte con una perspectiva estrictamente emocional, sin referencia
alguna a su carácter trascendente, que es lo que identifica a los Cristianos
Católicos, limitándose a decirnos que:
"en el
sufrimiento y la muerte de tantos, hemos aprendido la lección de la
fragilidad... Hemos sido testigos del rostro más trágico de la muerte: algunos
experimentan la soledad de la separación tanto física como espiritual de todo
el mundo, dejando a sus familias impotentes, incapaces de decirles adiós, sin
ni siquiera poder proporcionar los actos de piedad básica como por ejemplo un
entierro adecuado. Hemos visto la vida llegar a su fin, sin tener en cuenta la
edad, el estatus social o las condiciones de salud... Todos somos 'frágiles':
radicalmente marcados por la experiencia de la finitud en la esencia de nuestra
existencia, no sólo de manera ocasional".
El remate de tanto sinsentido, materialismo y falta de
espiritualidad, muy propios de Bergoglio, hace que el documento que comentamos
afirme, sin prueba alguna que sustente sus afirmaciones, que:
"La
epidemia del Covid-19 tiene mucho que ver con nuestra depredación de la tierra
y el despojo de su valor intrínseco. Es un síntoma del malestar de nuestra tierra
y de nuestra falta de atención"
y para rematarlo, mezcla churras con
merinas, afirmando, basándose en la creencia de que el origen del virus en
humanos se encuentra en la ingesta de murciélagos procedentes de un mercado
ilegal, que
“Hemos de considerar
la cadena de conexiones que unen los siguientes fenómenos: la creciente
deforestación que empuja a los animales salvajes a aproximarse del hábitat
humano. Los virus alojados en los animales, entonces, se transmiten a los
humanos, exacerbando así la realidad de la zoonosis, un fenómeno bien conocido
por los científicos como vehículo de muchas enfermedades. La exagerada demanda
de carne en los países del primer mundo da lugar a enormes complejos
industriales de cría y explotación de animales".
"El fenómeno
del Covid-19", pues, "es el resultado, más que la causa, de la
avaricia financiera, la autocomplacencia de los estilos de vida definidos por
la indulgencia del consumo y el exceso".
Todo el análisis de la Pontificia Academia por la Vida se
centra así en el mecanismo de transmisión del virus culpando de ello a las
desiguales condiciones de los países ricos y pobres.
La lección que pretende transmitirnos es que "nuestras
pretensiones de sociedad modélica tienen pies de barro. Con ellos se desmoronan
las falsas esperanzas de una filosofía social atomista construida sobre la
sospecha egoísta hacia lo diferente y lo nuevo, una ética de racionalidad
calculadora inclinada hacia una imagen distorsionada de la autorrealización,
impermeable a la responsabilidad del bien común a escala global, y no sólo
nacional".
Tras esta explicación, la propuesta de la Santa Sede se
define como "una nueva visión" consistente en "el renacimiento
de la vida y la llamada a la conversión", que no es una transformación por
la gracia, sino que está constituida por los ejes de: una "ética del
riesgo" entendido como la "realidad existencial" de que
"todos podemos sucumbir"; un llamamiento a la cooperación
internacional, con "acceso universal" a la prevención y el
tratamiento y una "investigación científica responsable"; y un
"equilibrio ético centrado en el principio de la solidaridad".
Frases grandilocuentes, afectadas de cientificismo falso,
prepotente, materialista, no espiritual y ajeno a la realidad sociológica de
nuestro mundo. Es decir, un tributo al progresismo comunista que tanto gusta a
Bergoglio.
Aunque, sorprendentemente, el texto del documento no incluye
sugerencia alguna específicamente cristiana, actuando más como un Think Tank
sociológico que como una institución vaticana, Vatican News sí le pregunta a
monseñor Paglia cuál ha de ser el papel de la comunidad cristiana en esta
crisis.
Y el Arzobispo, en posición laudatoria o de peloteo de su
jefe Bergoglio, contesta que
"La comunidad cristiana puede ayudar en primer lugar a
interpretar la crisis no solo como un hecho organizativo, que puede superarse
mejorando la eficiencia. Es una cuestión de comprender más profundamente que la
incertidumbre y la fragilidad son dimensiones constitutivas de la condición
humana, proponiendo un cambio de actitud de los cristianos que nos haga
responsables y solidarios en la fraternidad global”
Vamos, que el documento en cuestión podría haber sido
elaborado por cualquier centro progresista de estudios sociológicos y
constituye no solo una falta de respeto, sino una tomadura de pelo a los
Cristianos, que en esta época de pandemia, sufrimiento y dolor, espera de su
Iglesia reflexiones de tipo religioso que le ayuden a superar la muerte, el
dolor y la incertidumbre acercándose a la Cruz, pues que lugar mejor en el
mundo para contemplar el dolor que nos afecta, que los pies de la cruz de
Cristo, olvidada en este caso por Bergoglio y sus corifeos.
Y para terminar, un nuevo vídeo, en este caso el salmo 51
“Misericordia Dios mío” cantado en Arameo.
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