Los
separatistas catalanes han creado una “nueva historia” de Cataluña, a la que
denominan reino, y que independizan de su vinculación a Aragón, con el
propósito de reforzar la existencia de una independencia y soberanía que nunca
existió a lo largo de la Historia.
La
estupidez de estos “historiadores” catalanes ha llegado al extremo de convertir
en catalanes a numerosos personajes españoles.
Así, las
rocambolescas teorías defendidas por supuestos eruditos refieren, por ejemplo,
que el padre Bartomeu Casaus era el verdadero nombre de Fray Bartolomé
de las Casas. Y que Juan Sebastián Elcano era, en realidad, Joan
Caçinera del Canós. Incluso hay quien asegura que Hernán Cortés era Ferran
Cortès, Miguel de Cervantes era Joan Miquel Servent o Gonzalo
Fernández de Córdoba era el almirante Joan Ramon Folc de Cardona, para
rematar diciendo que Santa Teresa de Jesús era, en realidad, Teresa Enríquez
de Cardona.
Lamento
que esta reflexión resulte larga, e incluso puede que tediosa para alguno de
mis lectores, pero desmentir la “Historia Catalana Inventada” por los
separatistas, exige un análisis exhaustivo de los acontecimientos históricos
que demuestran la falta de soberanía o independencia histórica de Cataluña.
Para
iniciar el análisis real de esa Historia, y desmentir la inventada, hemos de
comenzar por referirnos a la “Marca Hispánica”, que era el territorio
comprendido entre la frontera político-militar del Imperio carolingio con
al-Ándalus (al sur de los Pirineos), desde finales del siglo VIII hasta su
independencia efectiva en diversos reinos y condados.
La
razón de la creación de este territorio defensivo transpirenaico se encuentra
en el intento de conquista de Septimania y Aquitania por los musulmanes con
presencia en tierras francesas desde el año 719 hasta el 759 en que Pipino el
Breve acabó con los restos del poder musulmán en Francia.
Su
hijo Carlomagno pasó a combatir en España, con la creación de la “Marca Hispánica”.
Así, la “Marca Hispánica” fue una zona colchón
creada por Carlomagno en el 795 más allá de la antigua provincia de Septimania,
como una barrera defensiva entre los Omeya de Al-Andalus y el Imperio franco
Carolingio (ducado de Gascuña, ducado de Aquitania y la Septimania carolingia).
A
diferencia de otras marcas carolingias, la Marca Hispánica no tenía una
estructura administrativa unificada propia.
Tras
la conquista musulmana de la península ibérica, los carolingios intervinieron
en el noreste peninsular a fines del siglo VIII, con el apoyo de la población
autóctona de las montañas. La dominación franca se hizo efectiva entonces más
al sur tras la conquista de Gerona (785) y Barcelona (801). La llamada «Marca
Hispánica» quedó integrada por condados dependientes de los monarcas
carolingios a principios del siglo IX.
Para
gobernar estos territorios, los reyes francos designaron condes, unos de origen
franco y otros autóctonos, según criterios de eficacia militar en la defensa de
las fronteras y de lealtad y fidelidad a la corona.
El
territorio ganado a los musulmanes se configuró como la Marca Hispánica, en
contraposición a la Marca Superior andalusí, e iba de Pamplona hasta Barcelona.
De
todos los condados que la componían, los que alcanzaron mayor protagonismo
fueron los de Pamplona, constituido en el primer cuarto del siglo IX en reino;
Aragón, constituido en condado independiente en 809; Urgel, importante sede
episcopal y condado con dinastía propia desde 815; y el condado de Barcelona,
que con el tiempo se convirtió en hegemónico sobre sus vecinos catalanes de Osona
y Gerona.
Inmediatamente
después de la conquista carolingia, en los territorios dominados por los
francos, se encuentra la mención de unos distritos político-administrativos
—Pallars, Ribagorza, Urgel, Barcelona, Gerona, Osona, Ampurias, Rosellón— que
reciben el nombre de condado, dentro del cual, como subdivisión, existen otras
circunscripciones menores, el «pago» (pagus, en singular), como, por ejemplo,
Berga o Vallespir.
El
origen de estos condados o pagos se remonta a épocas anteriores a los
carolingios, tal como lo testimonia la frecuente coincidencia entre sus límites
y los de los territorios de antiguas tribus íberas; como ejemplo, el condado de
Cerdaña que se correspondía con el territorio al pueblo de los ceretanos, el de
Osona al de los ausetanos, y el pagus de Berga a los bergistanos o bergusis.
En
consecuencia estos territorios, forzosamente, deberían haber tenido alguna
entidad política-administrativa en tiempos de los romanos y de los visigodos,
aunque no se denominasen condados, ni hubiesen estado gobernados por condes en
la época de los reyes de Toledo; en la monarquía visigoda, los condes, situados
en jerarquía por debajo de los duques, la máxima autoridad provincial,
gobernaban solo las ciudades, circunscribiéndose su autoridad exclusivamente al
ámbito urbano, a menudo delimitado por murallas, que excluían el distrito rural
dependiente de la ciudad.
Por consiguiente, para organizar los territorios
ganados al sur del Pirineo, los francos no crearon ninguna entidad, sino que se
limitaron a conservar las ya establecidas por las tradiciones administrativas
de sus pobladores.
Inicialmente
la autoridad condal recayó en la aristocracia local, tribal o visigoda, pero
los intentos de convertir sus demarcaciones en señoríos hereditarios, obligó a
los carolingios a sustituirlos por condes de origen franco. De este modo, en
Gerona, Urgel y Cerdaña hubieron de aceptar en el año 785 la autoridad franca
que impuso el Imperio carolingio en estas marcas como baluarte contra la
pujante expansión del emirato cordobés del poderoso Abderramán I, ya
independizado de oriente.
Asimismo,
Carlomagno, que en esta época rivalizaba por el dominio de occidente con el
Emirato de Córdoba, situó marqueses y consolidó su poder ocupando Ribagorza,
Pallars, Cerdaña, Besalú, Gerona, Osona y Barcelona, donde estableció caudillos
con prerrogativas militares para oponerse a las ofensivas árabes. A lo largo de
todo el siglo IX los condados hispánicos dependían del emperador carolingio.
Los
condados pirenaicos orientales, que a partir del siglo XIII constituirían una
entidad con una idiosincrasia común llamada Cataluña, no solo dependían
administrativamente del Imperio carolingio, sino también desde el punto de
vista eclesiástico.
El poder religioso en estos condados dependió
del arzobispado carolino de Narbona durante más de cuatrocientos años entre los
siglos VIII y mediados del XII, cuando en 1154 el papa Anastasio IV otorgaba a
la sede tarraconense el título de metropolitana. Todo ello pese a los intentos
en este periodo de restaurar un arzobispado propio similar al que tuvo el Reino
visigodo en Tarragona de Sclua (fines del IX) o Cesareo, que quiso restaurar el
arzobispado en Vich en 970 sin conseguirlo. De tal modo que la Marca Hispánica
dependía tanto del poder civil, como del poder religioso franco.
En
todo caso, el territorio de la Marca Hispánica se estabilizó durante todo el
siglo IX en una frontera entre el Reino de Carlomagno y la Marca Superior
andalusí delimitada por las sierras de Boumort, Cadí, Montserrat y Garraf.
El
siglo X viene marcado por la fragmentación política de los condados orientales,
aunque se va afirmando progresivamente la hegemonía del conde de Barcelona, que
desde principios del siglo ya controla también el de Osona y el de Gerona (como
mínimo desde 908).
Es el siglo X el del esplendor político y
militar del Califato de Córdoba, por lo que el condado de Barcelona y el
condado de Osona se mantuvieron a la defensiva durante toda esta época; no
obstante Almanzor atacó Barcelona en el año 985 y la mantuvo en estado de sitio
durante más de una semana, para finalmente saquear la capital condal.
Solo
con la desmembración del califato cordobés, los condados de Urgel y de
Barcelona pudieron pasar a la ofensiva y, como el resto de los estados
cristianos, iniciar una expansión de su territorio mediante repoblación de
tierras y conquistas militares con el apoyo financiero del cobro de parias a
las taifas andalusíes a cambio de compromisos de no agresión.
Con el
tiempo, los lazos de dependencia de los condados respecto de la monarquía
franca se fueron debilitando. La autonomía se consolidó al afirmarse los
derechos de herencia entre las familias condales. Esta tendencia fue acompañada
de un proceso de unificación de los condados hasta formar entidades políticas
más amplias.
El
conde Wifredo el Velloso representó esta orientación. Su gobierno coincidió con
un periodo de crisis que llevó a la fragmentación del Imperio carolingio en
principados feudales.
A
partir de entonces, los feudos francos se transmitieron por herencia y los
reyes francos simplemente sancionaron la transmisión.
Wifredo
fue el último conde de Barcelona designado por la monarquía franca y el primero
que legó sus estados a sus hijos.
Consiguió reunir bajo su mando una serie de
condados, pero no los transmitió unidos en herencia a sus hijos. Conde de Urgel
y Cerdaña en 870, recibió en el año 878 los condados de Barcelona, Gerona y
Besalú de los reyes carolingios. A su muerte en 897, la unidad se rompió, pero
el núcleo formado por los condados de Barcelona, Gerona y Osona se mantuvo
indiviso.
De
esta forma, se crea la base patrimonial de la casa condal de Barcelona, lo cual
ha sido considerado por sectores de la historiografía catalana como el inicio
de la separación de esos condados de la Marca Hispánica, que se aglutinarían en
el siglo XIV en el Principado de Cataluña.
Los
condes que sucedieron a Wifredo al frente del condado de Barcelona mantuvieron
su lealtad a los carolingios, incluso frente a los intentos de diversos
usurpadores de ocupar el trono franco.
Así,
durante el reinado de Carlos el Simple se mantuvo la cronología según sus años
de reinado en los documentos del condado, pero esta costumbre se interrumpió
durante el gobierno de Raúl de Borgoña, y volviendo posteriormente a ser
restaurada con el retorno de los carolingios al poder con Luis de Ultramar en
936. De todos modos, no consta que el conde Suñer I fuese a rendirle homenaje
personalmente ni que le jurase fidelidad, aunque sí acudieron diversos clérigos
y magnates del condado.
En el
985 Barcelona, entonces gobernada por el conde Borrell II, es atacada e
incendiada por Al-Mansur (Almanzor) que la saquea el 6 de julio, tras ocho días
de asedio. El conde se refugia entonces en las montañas de Montserrat, en
espera de la ayuda del rey franco, pero no aparecen las tropas aliadas, lo que
genera un gran malestar.
En el
año 988, aprovechando la sustitución de la dinastía Carolingia por la dinastía
Capeta, no consta que el conde de Barcelona Borrell II prestase el debido
juramento de fidelidad al rey franco, pese a que este se lo requirió por
escrito. Este acto es generalmente interpretado como el punto de partida de la
independencia de hecho del condado de Barcelona.
En el
año 1137 se produjo en la ciudad uno de los acontecimientos históricos más
relevantes: en el barrio del Entremuro se firmaron los esponsales entre el
conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV, y Petronila, hija de Ramiro II de
Aragón, llamado el Monje. La boda se celebró mucho más tarde, en el mes de
agosto de 1150, en Lérida, que había caído en manos del propio Ramón Berenguer
IV y del conde Ermengol VI de Urgel un año antes.
Ya a
principios del siglo XII, el conde Ramón Berenguer III (1082-1131) de Barcelona
había incorporado a sus dominios el condado de Besalú (1111) (mediante alianza
matrimonial), el de Cerdaña (1117 o 1118) (por herencia), y había conquistado
parte del condado de Ampurias (entre 1123 y 1131).
Más
allá de los Pirineos, también controlaba el de Provenza (desde 1112), que al
morir legó a su segundo hijo Berenguer Ramón.
Otros condados, como Pallars, Urgel, Rosellón o Ampurias acabaron integrándose
posteriormente, entre el último tercio del siglo XII y el siglo XIV, en la Corona
de Aragón.
Ramón
Berenguer IV el Santo a la muerte de su padre en 1131 recibió el Condado de
Barcelona, mientras que su hermano gemelo Berenguer Ramón le sucede en
Provenza. En agradecimiento al apoyo mostrado, en contra de los castellanos,
Ramiro II de Aragón le ofreció a su hija Petronila, de un año de edad, en
matrimonio.
Ramiro
depositó en su yerno el reino, pero no su dignidad real, otorgada legítimamente
a la casa de Aragón, por su antepasado Sancho III el mayor del reino de
Navarra, firmando en adelante Ramón Berenguer como Conde de Barcelona y
Príncipe de Aragón. Luego Ramiro renunció al gobierno, aunque no a su título de
rey, pues seguía siendo el Señor Mayor de la Casa de Aragón en tanto que
Alfonso no cumpliera la mayoría de edad y volvió al convento.
De esta manera, Ramiro II, hijo del rey de
Navarra Sancho Ramírez, cumplió la misión de salvar la monarquía y así también
se uniría el Reino de Aragón con el Condado de Barcelona. En marzo de 1157
nacía en Huesca el primogénito de la pareja formada por Ramón Berenguer y
Petronila, llamado como su padre: Ramón Berenguer, que reinará con el nombre de
Alfonso II en honor a Alfonso I, y se convertirá en el primer rey de la Corona
de Aragón con inclusión de los condados catalanes.
La
fecha en la que los condados catalanes se independizan formalmente de Francia
es el 11 de mayo en 1258 con el tratado celebrado en Corbeil entre Jaime I de
Aragón, el Conquistador y el rey de Francia Luis IX.
En
dicho tratado ambos reyes cedieron derechos sobre territorios, Jaime I sobre
territorios occitanos y el francés sobre los condados catalanes, que pasaron a
depender únicamente del monarca de la Corona de Aragón.
Así
pues, los condados catalanes pasaron históricamente de ser señoríos feudales
dependientes de la Corona francesa, a ser parte integrante de la Corona de
Aragón, bajo la cual se producen la expansión marítima en el mediterráneo, con
la incorporación de Nápoles y las Dos Sicilias, y su extensión territorial
peninsular, con las incorporaciones, bajo Jaime I el Conquistador, de Valencia
y las Baleares.
Y
finalmente se produce la fusión de Aragón con Castilla con el matrimonio de
Fernando II de Aragón con Isabel II de Castilla, que culmina con las conquistas
de Navarra y Granada para dar lugar a la Monarquía Hispánica con los Habsburgo,
por matrimonio de Felipe de Habsburgo, Duque de Borgoña, con Juana de Castilla
Hija de los Reyes Católicos, cuyos descendientes históricos, comenzando con
Carlos I, entronizan en España a la dinastía conocida como Los Austria.
Pero
la pertenencia de Cataluña al Reino de Aragón, y a España nunca fue totalmente
pacífica.
La
ciudad de Barcelona floreció y llegaría a ser una de las principales del
Mediterráneo occidental en los siglos X y XI, destacando en el plano comercial,
aunque por debajo de Génova y Venecia, que dominaban el comercio en el
Mediterráneo y entre Europa y Asia.
La
decadencia se inició a partir del siglo XV con altibajos, y se prolongaría a lo
largo de los siglos siguientes. Las tensiones derivadas de la unión dinástica
con Castilla, iniciada con el matrimonio entre Fernando II de Aragón e Isabel
de Castilla, alcanzó su momento álgido con la guerra de los Segadores, entre
1640 y 1651, y más tarde, con la guerra de Sucesión (de 1706 a 1714), que
significó la desaparición de muchas de las instituciones propias de Cataluña.
Es
importante tener en cuenta que la incorporación de los Condados Catalanes a la Corona
de Aragón no fue el fruto de una fusión ni de una conquista, sino el resultado
de una unión dinástica pactada. De hecho, los territorios que compusieron la
Corona mantuvieron por separado sus propias leyes, costumbres e instituciones,
y los monarcas reinantes tuvieron que respetar estas bases.
Cuando
llega Carlos I de España, un rey que permaneció poco tiempo en la península,
toma como base de operaciones a Castilla, con una población de 6 millones
(entre los reinos más poblados de Europa en la época), una pujante economía
(Flandes, Portugal y el Norte de Italia eran las otras economías más
desarrolladas del continente), y el descubrimiento de América por el reino de
Castilla, y su nuevo ejército que gracias al Gran Capitán era el más poderoso
de Europa, lo convertía en la fuente perfecta para sus ambiciones
expansionistas e imperiales, siendo la base principal de impuestos y de
reclutamiento de tropas.
El
hecho de que el descubrimiento de América y que por tanto los derechos sobre
ella estuvieran en el reino de Castilla, alejó a la Corona de Aragón de sus
ventajas hasta la unificación con el reino de Castilla con la llegada de los
Borbones en la guerra de Sucesión.
Durante
la guerra existente entre Francia y España desde 1635, los franceses invadieron
el Rosellón al mando de Condé y se apoderaron de la villa y la plaza de Salses.
Los catalanes levantaron sus somatenes y formaron, con ayuda de soldados reales,
un ejército de 25.000 a 30.000 soldados al mando del virrey Santa Coloma, que
recuperó la plaza el 6 de enero de 1640, tras lo que Olivares pretendió llevar
la guerra al interior de Francia y forzar la paz.
Con
esta intención se ordenó una leva forzosa de unos 5000 soldados catalanes,
enervando aún más los ánimos, con lo que a mediados de marzo los conselleres
(Pau Claris) y la Diputación emprendieron negociaciones secretas con el
Cardenal Richelieu, primer ministro de Francia, que fueron ratificadas a
finales de mayo.
Sin
embargo, Cataluña se negó a aceptar estas órdenes, lo que motivó esta carta
que, en 1638, le envía Olivares a Dalmau de Queralt, virrey hispánico en
Catalunya:
"Cataluña
es una provincia que (...) si la acometen los enemigos, la ha de defender su
rey sin obrar ellos de su parte lo que deben ni exponer su gente a los
peligros. Ha de traer ejército de fuera, le ha de sustentar, ha de cobrar las
plazas que se perdieren, y este ejército, ni echado el enemigo ni antes de
echarle el tiempo que no se puede campear, no le ha de alojar la provincia...
Que se ha de mirar si la constitución dijo esto o aquello, y el usaje cuando se
trata de la suprema ley”.
El 22
de mayo (1640) llegaron a Barcelona 3.000 campesinos del Vallés armados y encabezados
por los obispos de Vich y Barcelona. De regreso al Ampurdán, asesinaron a los
oficiales del rey refugiados en los conventos obligándoles a retroceder hacia
el Rosellón cometiendo estos, actos de venganza en Calonge, Palafrugell, Rosas
y otros pueblos.
El 6
de junio, que era la festividad de Corpus (día que posteriormente ha sido
recordado con el nombre de Corpus de Sangre), los segadores entraron en la
ciudad de Barcelona en busca de trabajo en la siega, siendo acompañados por
rebeldes armados, cometiendo distintos saqueos y asesinatos, con una respuesta
de los soldados del rey que apresan a un segador prófugo de la justicia por
asesinato. La resistencia de los segadores contra la detención de su compañero,
los disturbios y combates posteriores y los incidentes sangrientos dan origen a
la guerra civil entre los catalanes realistas y los catalanes independentistas
y que simpatizaban con el espíritu del levantamiento, aunque el levantamiento
comenzó en un primer momento como una revuelta contra las tropas del rey,
contra la nobleza y la burguesía, que sufrieron numerosos asaltos, saqueos y
asesinatos a manos de los levantados en los primeros momentos.
El
embajador francés, Du Plessis Besancon, se reunió en Barcelona con el
presidente de la Generalidad, Pau Claris, con la intención de convertir a
Cataluña en república independiente bajo la protección de Francia. Se alcanzó
un acuerdo mediante la firma del tratado el 16 de diciembre de 1641 y Cataluña
se sometió a la soberanía del rey Luis XIII de Francia.
A
finales de 1642 murió Richelieu y, pocos meses después, el rey Luis XIII. Por
su parte, Felipe IV prescindió del Conde-duque de Olivares. Todo ello marcó un
cambio de tendencia en la guerra y, aunque las tropas francesas entraron en
Cataluña como aliados de los catalanes, pronto fue evidente para éstos que los
soldados franceses se comportaban de igual modo a como lo habían hecho los de
Felipe IV.
Un año
después fueron recuperadas Lérida y las comarcas leridanas, que no volvieron a
caer en manos francesas.
En
1648 termina la guerra de los Treinta Años con la Paz de Westfalia, lo que deja
libres a las tropas del rey para intervenir en la revuelta en Cataluña.
En
1649 los realistas avanzaron hasta casi Barcelona, donde el comportamiento de
los franceses hizo inclinarse la balanza nuevamente a favor de Felipe IV
produciéndose incluso varias conspiraciones en este sentido, siendo de destacar
la protagonizada por doña Hipólita de Aragón, baronesa de Albi.
En
1651 don Juan José de Austria puso sitio a Barcelona recuperando en menos de un
año Mataró, Canet, Calella, Blanes, San Feliu de Guíxols y Palamós. La
Diputación general reconoció a Felipe IV, provocando la huida de Margarit
(presidente de la Diputación tras la muerte de Clarís) y sus partidarios a
Francia. La ciudad, en estado de peste después de un año de asedio, se rindió a
don Juan José de Austria el 11 de octubre de 1652, poco después, el 3 de enero
de 1653, Felipe IV confirmó los fueros catalanes, con algunas reservas.
El fin
de la guerra se saldó con la anexión del Rosellón, el Conflent, el Vallespir y
parte de la Cerdaña a la corona francesa, anexión confirmada en el Tratado de
los Pirineos (1659), aunque en la Cataluña transpirenaica francesa los fueros
catalanes fueron derogados en 1660 y el uso del catalán poco después,
incumpliendo el rey Luis XIV de Francia este tratado.
El
Tratado de los Pirineos o Paz de los Pirineos fue firmado el 7 de noviembre de
1659 por parte de los representantes de Felipe IV de Castilla, Luis de Haro y
Pedro Coloma, y los de Luis XIV de Francia, el Cardenal Mazarino y Hugues de
Lionne, en la isla de los Faisanes (río Bidasoa), poniendo fin al litigio de la
Guerra de los Treinta Años. Una de las consecuencias de este tratado fue la
cesión a Francia del condado del Rosellón y parte del de la Cerdaña.
El
territorio catalán se dividía, de modo que sus territorios transpirenaicos
pasaron definitivamente a Francia.
Con la
muerte del rey Carlos II y su sucesión por parte de Felipe V (1700), nieto de
Luis XIV (proclamado conde de Barcelona por la sublevación de 1640) se instaló
en el trono hispánico una nueva dinastía, la Casa de Borbón, reinante en
Francia, que sustituía a la de los Habsburgo. Esta circunstancia llevó a la
formación de la Gran Alianza de la Haya por parte de Inglaterra, las Provincias
Unidas y el Sacro Imperio Romano Germánico a favor de los derechos del
archiduque Carlos de Austria, iniciándose así la Guerra de Sucesión Española.
Aunque
en Cataluña se aceptó inicialmente a Felipe V, y éste había jurado y prometido
guardar sus fueros, las clases dirigentes catalanas fueron desconfiando por lo
que percibían como formas absolutistas y centralistas del nuevo monarca, así
como por la política económica pro-francesa.
La
oposición al monarca culminó con el ingreso del Principado (pacto de Génova) y
de toda la Corona de Aragón (salvo el Valle de Arán y algunas ciudades), en la
Alianza de la Haya. Así, mientras en los reinos de Castilla y de Navarra Felipe
V era comúnmente aceptado, en la Corona de Aragón, Carlos, instalado en
Barcelona tras haberla invadido con el Sitio de Barcelona (1705), era
reconocido como rey con el nombre de Carlos III. Aunque el apoyo al archiduque
en la Corona de Aragón no fue unánime (ciudades como Cervera permanecieron
fieles a Felipe V), sí fue abrumadoramente mayoritario.
La
guerra se desarrolló en Europa y en la península con diversas alternancias para
ambos bandos. Sin embargo, Gran Bretaña se conformaba con la obtención de
nuevas bases navales (Gibraltar y Menorca) y con que los borbones no acumulasen
los numerosos territorios de las dos coronas.
La
causa de Carlos perdió apoyos y el propio pretendiente perdió interés al
heredar la corona de Austria. Los tratados de Utrecht (1713) y de Rastatt
(1714) dejaron a la Corona de Aragón internacionalmente desamparada frente al
poderoso ejército franco-castellano de Felipe V, quien ya había manifestado su
intención de suprimir las instituciones tradicionales. A pesar de la
resistencia el territorio catalán fue sometido y Barcelona finalmente capituló
el 11 de septiembre de 1714.
Con
los Decretos de Nueva Planta (Aragón y Valencia en 1707, Cataluña en 1716, se
produjo la abolición de las instituciones catalanas, se extendieron a los
diversos territorios de la Corona de Aragón buena parte de las instituciones
castellanas. Sin embargo, el derecho civil catalán (al igual que el aragonés)
fue respetado por el monarca.
Todos
los territorios de la Corona de Aragón pasaban a tener una nueva estructura
territorial y administrativa a imagen de la de Castilla (excepto en el Valle de
Arán); se instauraba el catastro y otros impuestos por los que la monarquía
conseguía por fin sus objetivos de control económico y se centralizaban todas
las universidades catalanas en Cervera, como premio a su fidelidad y para
controlar mejor a las élites cultivadas, situación que se prolongó hasta 1842.
A
pesar de la difícil situación interna, Cataluña lograría a lo largo del siglo
XVIII una notable recuperación económica, centrada en un crecimiento
demográfico importante, un aumento considerable de la producción agrícola y una
reactivación comercial, gracias al comercio con América, abierto a partir de
1778.
En
1808, Cataluña fue ocupada por las tropas de Duhesme, general de Napoleón, tras
el comienzo de la Guerra de Independencia Española en Móstoles.
El 26
de enero de 1812, Cataluña fue incorporada al Imperio Francés y dividida en 4
departamentos: Bouches-de-l'Èbre, Montserrat, Sègre y Ter.
Al igual que en el resto de España, la mayoría
de la población catalana se rebela contra la ocupación.
Entre
los hechos de armas destacan la batalla del Bruch en 1808 y los tres asedios a
que es sometida Gerona.
El
dominio francés se extendió hasta 1814, cuando el Duque de Wellington firmó el
armisticio por el cual los franceses debían abandonar Barcelona y otras plazas
fuertes que habían ocupado hasta el último momento. El 28 de mayo de 1814 las
tropas se retiraron al mando del general Pierre Joseph Habert.
Durante
el reinado de Fernando VII (1808-1833) se sucedieron diversas sublevaciones en
territorio catalán y tras su muerte, el conflicto por la sucesión entre el
infante Carlos María Isidro y los partidarios de Isabel II dio lugar a la
primera guerra carlista, que se prolongaría hasta 1840 y que sería
especialmente virulenta en territorio catalán.
La
victoria de los liberales sobre los carlistas dio pie al desarrollo de la
revolución burguesa bajo el reinado de Isabel II. Los vencedores se dividieron
pronto en moderados y progresistas, mientras que en Cataluña se empezaba a
desarrollar el republicanismo. Durante esta época, la industrialización avanza
en Cataluña a mayor velocidad que en el conjunto de España, dando lugar al
surgimiento de una nueva clase social, el proletariado, que soportaría
condiciones de vida y trabajo muy duras.
El
desarrollo del reinado de Isabel II, marcado por la corrupción, la ineficacia
administrativa, el centralismo y las tensiones políticas y sociales. se tradujo
en un progresivo aumento de la agitación social y en el desarrollo de la
ideología republicana y federal.
El
descontento provocó la Revolución de 1868, también conocida como La Gloriosa,
que causó la caída de Isabel II y dio lugar al comienzo del Sexenio
Revolucionario.
La
temporal coalición de liberales moderados, progresistas y republicanos que
había derribado a Isabel tuvo enormes dificultades para decidir la forma de
gobierno. Finalmente, siendo jefe de Gobierno el general Prim, se decidió
mantener la monarquía en la persona de Amadeo de Saboya.
Sin embargo, el asesinato de Prim privó al
nuevo monarca de su principal apoyo antes de llegar a España.
El
estallido de la Tercera Guerra Carlista agravó la situación. La oposición
cruzada de los monárquicos alfonsinos y carlistas, por un lado, y los
republicanos y movimientos obreros, por otro, obligaron a Amadeo a abdicar al
cabo de sólo dos años y cuatro meses de subir al trono.
El
enfrentamiento entre las diversas opciones monárquicas favoreció la
proclamación de la Primera República Española. Ésta tuvo que afrontar la
insurrección armada de los carlistas, las conspiraciones de los alfonsinos y la
agitación de los movimientos obreristas vinculados a la Primera Internacional,
así como la división de los mismos republicanos en unitarios y federalistas.
Además,
tanto bajo la monarquía de Amadeo como durante la misma República, en Cataluña
se suceden diversos intentos separatistas que fueron neutralizados por los
distintos gobiernos. Los gobiernos se suceden vertiginosamente y la República
se encaminaba hacia el federalismo.
La
Revolución Industrial de Cataluña, o la era del vapor, se produjo entre 1840 y
1891, lo que convirtió Cataluña en uno de los territorios de mayor dinamismo
industrial y se incorporó al grupo reducido de las regiones europeas que
alcanzaron antes de 1860 unos niveles de industrialización elevados. La
Revolución Industrial fue posible por el renacimiento económico que experimentó
la sociedad y la economía catalana durante el siglo XVIII.
Las
relaciones económicas con el resto de España se intensificaron mucho
decididamente. La integración económica progresó al mismo tiempo que se avanzó
en la unificación del ámbito administrativo, fiscal y financiero. El desarrollo
de las infraestructuras modernas, especialmente gracias a la construcción de la
red ferroviaria, incentivó esta dinámica.
El
crecimiento económico catalán fue resultado, en gran parte, de la rápida
integración en la economía española. Las ventas de los productos de la nueva
industria conformaron la corriente más activa de estas relaciones. También
aumentaron las conexiones con el mercado colonial de Cuba y Puerto Rico y,
aunque de forma limitada, el tráfico con el resto del mundo.
En
cualquier caso, la victoria de los Borbones en la Guerra de Sucesión, y los
Decretos de Nueva Planta dictados por Felipe V en consonancia con el espíritu
centralista de la Corona francesa, dejaron un poso de resentimiento
antimonárquico, y a la postre antiespañol, que se concretó en la llamada Renaixença,
que cristalizó en movimientos separatistas, que a lo largo del primer tercio
del s.XX, provocó dos declaraciones de independencia de la “Republica de
Cataluña” la primera protagonizada por Maciá en 1931, que se abortó con el
compromiso del Gobierno de la II República de dotar a Cataluña de un Estatuto
de Autonomía, y la segunda en 1934 protagonizada por Companys, que fue sofocada
militarmente por el Gobierno de la República, con el encarcelamiento de
Companys y todo su Gobierno de Esquerra Republicana (ERC).
La
Guerra civil y el franquismo ahogaron toda manifestación de ese espíritu
separatista, que renacería tras la muerte de Franco y la aprobación de la
Constitución de 1978.
Pero
esa es ya otra historia que merecería otra reflexión.
Terminemos con un video, que en esta ocasión se refiere al escudo de las cuatro barras doradas del Escudo de Aragón.
Magnífico artículo Jesús!!!!Enhorabuena y gracias como siempre!!!
ResponderEliminarExtraordinario conocimiento de nuestra Historia. Lástima que en los Colegios ni tan siquiera la mencionen y que si las cosas siguen así, llegue un momento en que hasta desaparezca, igual que pasó con el Latín y el Griego. Que pena.
ResponderEliminarMuchísimas gracias!!