A diferencia de Chateaubriand hablo frecuentemente de mis intereses, de mis emociones, de mis trabajos, de mis ideas, de mis afectos, de mis alegrías, de mis tristezas, sin pensar en el profundo tedio que el francés temía causar a los demás hablandoles de si mismo.
La
“Santina”, como es conocida en Asturias la Virgen de Covadonga, es no solo
patrona del Principado, sino la advocación mariana que con mayor respeto y
cariño llena el corazón de los asturianos.
Y
da igual del Concejo que uno sea, o sus adscripciones políticas o culturales,
la “Santina ye la Santina”, y no hay más que hablar.
El
origen de la advocación se remonta a la mítica batalla de Covadonga, que os
relato, y que tuvo lugar en el año 718, aunque otros autores la fechan en el
722 en un paraje próximo a Cangas de Onís (Asturias), entre el ejército astur de Don Pelayo y tropas de al-Ándalus, que
resultaron derrotadas.
Algunos
autores han señalado que la pretendida batalla no
fue sino una mera escaramuza que supuso el afianzamiento del caudillaje
carismático de Pelayo, así como de la
alianza entre los visigodos refugiados y la aristocracia indígena.
Las crónicas árabes restaron importancia al acontecimiento —«un cronista
musulmán tardío, al-Maqqari, afirma que las
huestes de Alqama decidieron
retirarse de las montañas astures porque al fin y al cabo allí sólo había
"treinta asnos salvajes", por lo que se preguntaron "¿qué daño
pueden hacernos?"»—, mientras que los cristianos más adelante lo
magnificaron llegando a considerarlo algunos eclesiásticos próximos a la corte,
años más tarde, nada menos que el punto de partida de "la salvación
de Hispania".
Tras la caída del reino
visigodo, el bereber Otman ben Neza, conocido por los cristianos
como Munuza, fue nombrado valí del tercio noroccidental de la península.
Su autoridad fue desafiada por algunos dirigentes astures que, reunidos en
Cangas de Onís en 718 encabezados
por Pelayo, decidieron rebelarse negándose a pagar impuestos exigidos, el jaray y
el yizia.
Tras algunas acciones de
castigo a cargo de tropas árabes locales, Munuza solicitó la intervención de
refuerzos desde Córdoba. Aunque se restó importancia a lo que estaba
sucediendo en el extremo ibérico, el valí Ambasa envió al mando de Al
Qama un cuerpo expedicionario, acompañado por el obispo Don Oppasque trató de convencer a
Pelayo que se plegase al poder musulmán y renunciase a su rebelión.
Pelayo esperó a los
musulmanes en un lugar estratégico, como el angosto valle de Cangas de
los Picos de Europa cuyo fondo cierra el monte Auseva, donde un
atacante ordenado no dispone de espacio para maniobrar y pierde la eficacia que
el número y la organización podrían otorgarle.
El enfrentamiento se produjo
en la cueva de Covadonga, en el año 722 (718 para otros historiadores), y
se saldó con la completa derrota de los sarracenos.
Se desconocen las dimensiones
exactas del ejército de Pelayo o el de Al Qama, aunque los recientes
descubrimientos arqueológicos hacen pensar que las fuerzas cristianas de la
región eran de varios miles y que, consecuentemente, las tropas musulmanas de
Al Qama, serían de una entidad tal que no cabría calificar al enfrentamiento de
escaramuza.
La cuestión es que las tropas
sarracenas fueron diezmadas, obligando a Munuza a escapar de Gijón, donde se
hallaba en ese momento.
Al Qama halló la muerte en
este lance, mientras que sus fuerzas sufrieron grandes pérdidas en su
desordenada huida, al caer sobre ellos una ladera debido a un desprendimiento
de tierras, muy probablemente provocado por los cristianos, cerca de Cosgaya en Cantabria.
La Batalla de Covadonga supuso la primera victoria de
un contingente rebelde contra las fuerzas musulmanas. Tuvo una amplia difusión
en la historiografía posterior como detonante del establecimiento de una
insurrección organizada que desembocaría en la fundación, en principio, del
reino independiente de Asturias, y de otros reinos cristianos.
A ella se refieren ya las crónicas de Alfonso III, Crónica de Albelda, datada en el año 881.
La falta de
documentación en relación con la figura de Pelayo ha hecho posible que en torno
a él surjan ciertas leyendas.
Sin
embargo, se encuentran bases suficientes para afirmar la historicidad del
personaje.
En
un manuscrito del siglo IX se le considera hijo del duque Fávila y
perteneciente a la corte del rey visigodo Witiza (700-710).
A
parte de la situación estratégica se dice que Covadonga era un lugar mágico. La
leyenda cuenta que un ermitaño había revelado a Don Pelayo los secretos de la
cueva y la salida por la gruta de Orandi, que según antiguos relatos conecta
con la Cueva Santa y que sería el camino usado por los guerreros de Pelayo para
apostarse en la Cueva Santa en espera de la llegada de los sarracenos.
Antiguamente se asociaba a la Santa Cueva
propiedades mágicas y se rendía culto a la Virgen en ella. El nombre de
Covadonga (Cueva de la Señora o Cueva Honda) hace referencia a este culto.
Dejando
de lado la exageración de las cifras de los ejércitos y los elementos mágicos,
la victoria en la batalla de Covadonga de los astures se debió a una falta de
juicio por parte de Córdoba, que consideró que no era necesario prestar
atención a las revueltas, y la falta de estrategia del general Alqama.
En
cualquier caso, con o sin leyendas, pues existen muchas en torno al origen de
Pelayo, su papel en la Corte Visigoda, o el desarrollo de la
Batalla/Escaramuza, se puede afirmar que esa gran batalla o pequeña revuelta,
fue el comienzo del Reino de Asturias, que primigeniamente estableció su
Capital en Cangas de Onís, muy cerca de Covadonga, y de la “Reconquista” de la
Península por los Reinos Cristianos, que terminaría casi 800 años más tarde, en
1492, con la conquista de Granada por los Reyes Católicos..
Por
su belleza os acompaño dos vídeos de Covadonda.
La “Cruz de San Andrés” o “Cruz de
Borgoña” es un distintivo heráldico del Ducado de Borgoña, cuyo Santo Patrón
era San Andrés, que fue crucificado hasta su muerte en una cruz en aspa, y fue
utilizada por primera vez por el Duque Juan I Sin Miedo de Borgoña en la Guerra
de los cien años, en torno a 1400.
La
llegada a España de este emblema se produce con Felipe I de Habsburgo, Duque de
Borgoña, casado con Juana I de castilla, que llegó a la península en 1502, con
un importante séquito, en el que se encontraba su guardia personal o “Guardia
Borgoñona” cuyo emblema era la Cruz de San Andrés en rojo sobre fondo blanco.
Del
mismo modo, Felipe I vinculó a la Corona de España no sólo el ducado de Borgoña
y su Cruz de San Andrés, sino también la Orden del Toisón de Oro, instituida en
1429 por el duque de Felipe III de Borgoña, así como la condición de Gran
Maestre de la Orden que hoy en día ostenta S.M el Rey Felipe VI en su condición
de Duque de Borgoña.
Y aquí quiero hacer un inciso,
pues en mis hijas se da una condición única en la historia, cual es la de ser
descendientes en línea directa del Primer Toisón de Oro concedido por S.M. Don Alfonso
XII tras la reinstauración de la Monarquía en la dinastía Borbón, después de la
I República y el efímero reinado de Amadeo de Saboya, en la persona del padre
de su tatarabuelo, Pedro Gómez de la Serna y Tully, y del primer Toisón de Oro
concedido por S.M. Don Juan Carlos I después de la reinstauración de la
Monarquía en la Dinastía Borbón. tras la II República y el franquismo, en la
persona de su abuelo, mi padre, Torcuato Fernandez-Miranda y Hevia.
Pero volviendo a la Cruz de Borgoña,
recordemos que, con la dinastía de los Austrias, a su vez Duques de Borgoña, la
Cruz se adoptó como elemento común para las banderas españolas de la época y
los estandartes militares.
En tierra, esta bandera ondeó
probablemente por primera vez como insignia española del ejército de Carlos I
en la batalla de Pavía, en 1525.
Posteriormente se convirtió en la más
característica de las utilizadas por los tercios españoles y regimientos de
infantería del Imperio español durante los siglos XVI, XVII, XVIII y comienzos
del XIX.
Dado que el paño blanco con el
escudo del Rey era propio de la Casa de Borbón, se utilizó en el siglo XVIII como
Bandera Nacional por las distintas ramas de los Borbones que reinaban en
Francia, Nápoles, Toscana, Parma o Sicilia, además de España, por lo que Carlos
III decidió cambiar el pabellón nacional por la actual bandera rojigualda en el año 1785,
en su génesis solo para la Armada, con la finalidad de diferenciar mejor sus
naves de las de estas otras naciones, y
que, sin embargo, no comenzó a utilizarse por el ejercito de tierra hasta 1843.
En cualquier caso, la Cruz de
Borgoña seguiría muy presente en la vexilología patria.
Muchas banderas, guiones y
estandartes actuales de unidades del Ejército español siguen presentando este
emblema.
Un claro ejemplo lo constituyen los guiones y
estandartes de la Guardia Real, así como el Escudo de Armas del Rey Juan Carlos
I, aunque no así el de Felipe VI.
A nivel aéreo, el símbolo fue
adoptado en el Ejército del Aire poco tiempo después de la creación de esta
fuerza en España a partir de 1939, cuando se creó el Ministerio del Aire.
Los aviones militares españoles
aún incluyen en su cola la cruz de San Andrés en Negro sobre fondo blanco, además de la escarapela rojigualda, como puede verse en esta fotografía.
Don Pedro Menéndez de Avilés, Conquistador y Adelantado
Mayor de la Florida, es ancestro por línea materna, en descendencia directa,
aunque por vía de segundones, de mis hijas, a través de enlaces matrimoniales
de los Rato-Argüelles con algunas Ramírez de Jove hermanas de los primogénitos
de la Casa, familia que entroncaría en el s XIX con los Armada, actuales Condes
de Revillagigedo, y que ostentan el Título de “Adelantado Mayor de la Florida”
con carácter hereditario, dignidades que actualmente ostenta mi buen amigo
Álvaro.
Y es precisamente a través de Álvaro que accedo al Post que
hoy no escribo yo, sino que, por su interés, reproduzco del Blog “La
Paseata” de Don José Crespo-Francés, y que se ha escrito en defensa de don Pedro ante
los ataques furibundos contra toda memoria española en América por los
energúmenos del movimiento LBM.
La ceremonia de la confusión y Pedro Menéndez de Avilés
Por José Antonio Crespo-Francés
26 julio
2020
Leo sin sorpresa en un diario
español unas líneas escritas bajo el titular “Pedro Menéndez y sus 500 esclavos”,
entendiendo que se refiere a la figura de Pedro Menéndez de Avilés, y digo sin
sorpresa pues asistimos a una ceremonia de la confusión a nivel global en el
que los enemigos de España y de la Hispanidad, tanto externos como internos, se
debaten moviendo los mismos fantasmas. Líneas cuyo autor también reclama en
otro titular que «Sigue pendiente un relato satisfactorio de la Guerra Civil»
lo cual también es esclarecedor viniendo de gente joven y sobre todo para todos
los que peinando canas hemos nacido fruto del amor, la reconciliación y el
perdón.
Tras la muerte de George Floyd
por una mala praxis policial en los EEUU se ha desatado una furia contra
símbolos a lo largo de ese país, furia que se ha cebado especialmente con la
herencia española, así se han atacado las imágenes de Ponce de León, Colón, la
reina Isabel la Católica, San Fray Junípero Serra, e incluso Cervantes cuyos
agresores se identificaron sin saberlo al estampar “Bastards” con pintura roja
sobre el monolito de nuestro universal Cervantes en el Golden Gate Park de San
Francisco ignorando que en 1575, Cervantes fue capturado por piratas islámicos
argelinos siendo esclavizado durante cinco años en Argel hasta su liberación.
Dado lo inexplicable de la situación se comprende porque existe un trasfondo
común en todos estos ataques y no es otro que la querencia por destruir la
cultura, idioma, historia y herencia española, obviada en Norteamérica donde
cierta historiografía habla de “siglo perdido” para describir el periodo
comprendido entre el Descubrimiento y la llegada de los Peregrinos.
No es una simple identificación
sobre esas esculturas de una rabia contra las injusticias del presente, es una
disculpa para atacar y demoler una herencia centenaria sobre una ignorancia que
alienta y facilita la comisión de esos hechos.
Si viajamos por Europa veremos
cómo en sus plazas públicas se rinde homenaje a sus prohombres, existe una
cultura nacional algo que se produce en toda Europa durante y a partir del
siglo XVIII, únicamente en España se ha buscado una estética contraria llegando
al ridículo que el gracejo popular pone en su sitio cuando renombra lugares
como la plaza de la pantera rosa en Zaragoza y la plaza del monstruo en Jaca,
así como en innumerables plazas en toda España donde los “objetos” depositados
en ellas rayan entre el ridículo y el absurdo.
Ese movimiento antifa ‘Black
Lives Matter’ responsable de vandalizar el monumento a Miguel de Cervantes y al
santo Fray Junípero tiene sus acólitos también en España y a todos ellos
hay que recordarles lo que en su día dijo Juan Pablo II sobre nuestro país:
«España
aportó al Nuevo Mundo los principios del Derecho de Gentes, y puso en vigor un
conjunto de Leyes, con las que la Corona de Castilla trató de responder al sincero
deseo de la reina doña Isabel I de Castilla, de que sus hijos los indios fueran
reconocidos y tratados como seres humanos con la dignidad de hijos de Dios. Me
urgía reconocer y agradecer ante toda la Iglesia, vuestro pasado evangelizador.
Era un acto de justicia cristiana e histórica. Vosotros que fuisteis capaces de
aquella empresa gigantesca, sed fieles a vuestra historia de fe».
Y esta ceremonia de la
confusión afecta directamente a don Pedro Menéndez de Avilés, atacado
frívolamente en este momento, cuyo único sueño era terminar sus días en la
Florida.
En la carta que dirigió a su sobrino diez días
antes de su muerte, el 8 de septiembre de 1574, y recién nombrado como general
de la armada destinada a atacar Inglaterra, resumía cuáles habían sido y cuáles
eran sus fines en el gobierno de La Florida:
«el acrecentamiento de
nuestra Santa Fe Católica; y después de la salvación de mi alma, no hay cosa en
este mundo que más desee que verme en la Florida para acabar mis días salvando
almas».
Digo que no es nuevo este
movimiento, ahora reactualizado en estos días por los neopopulismos, es solo
una disculpa, pues ya Chaves, tras abolir el Día de la Raza en 2002, autorizó
la vandalización y ahorcamiento ceremonial en 2004 del monumento erigido al
almirante en el paseo de Colón en Caracas que pasó a llamarse con el nombre del
cacique Guaicapuro. Si a esto añadimos que hemos visto a la fundadora de ‘Black
Lives Matter’ fotografiada sonriente junto al déspota Maduro, que mata de
hambre a su pueblo, nada nos puede sorprender.
Nadie valora globalmente como
“gloriosa” la conquista de América pero la valoración general desde luego es
totalmente positiva, los juicios de residencia pusieron en su sitio a los
infractores e incluso algunos no alcanzaron la rehabilitación hasta después de
muertos. Gracias a nuestros reyes, las leyes españolas, nuestros exploradores y
misioneros América pasó de la Edad de Piedra a la Edad Moderna.
La conquista, luego poblamiento
y asentamiento, de España en América no fue posible sin el amplio y masivo
apoyo de los nativos americanos, porque con España les llegó la libertad,
acabando con crueles imperios caracterizados por brutales sacrificios humanos.
Aquellos territorios nunca
fueron colonias sino reinos, provincias parte constitutiva de la propia España.
Hispanoamérica gozó de seguridad, estabilidad social y prosperidad económica
cuando estuvo unida a España y así lo relatan con sorpresa y admiración los
viajeros europeos en América durante el periodo virreinal, además contando con
una presencia militar mínima basando la defensa en las milicias.
El modelo de la sociedad
americana se estableció sobre los mismos parámetros que en la metrópoli…
religión, derecho, educación, economía, aportando los españoles con
todos sus defectos propios una administración moderna, infraestructuras,
decenas de universidades, agricultura, ganadería, industrias, hospitales dando
a la luz una nueva cultura fusión de la existente y la de los recién llegados.
He estudiado diferentes figuras
olvidadas de la Hispanidad, sobre todo en los actuales EEUU, y en concreto tras
años buceando en estos temas publiqué diferentes ensayos, un libro en 2020
dedicado al adelantado avilesino, y en 2019 mi tesis doctoral “Estudio Histórico y Edición Crítica del
Memorial de Solís de Merás: la Florida de Pedro Menéndez de Avilés”,
con esto quiero decir que me he empapado en sus relato y en su vida, y que
físicamente he caminado por los embarrados pantanos infestados de mosquitos que
él caminó, y desde luego lo que no es de justicia es juzgar a personajes sacándolos
de su contexto histórico enjuiciándolos con parámetros contemporáneos.
Si así lo hacemos ¿Qué habría
que hacer con las pirámides? ¿Con el acueducto de Segovia? (que algún político
actual ubica en Ávila),… con los vestigios de Roma… con el Taj Mahal… con las
pirámides de Mesoamérica… sería entrar en una enumeración inacabable pero que
nos conduce a esa teoría, vieja por cierto, que hoy se pretende imponer y que
no es otra que destruir los cimientos de una sociedad, de una civilización,
para sobre las cenizas edificar una nueva que por supuesto contaría con sus
nuevas estatuas, no les quepa duda.
Atraído por ello, en 1996 me
enfrenté al estudio de mi primer memorial relacionado con la presencia española
en el suroeste de los EEUU desde donde a finales del siglo XVI se pretendía
alcanzar y facilitar el control de la Florida. Pero no había sido el primero.
Entonces tuve noticia de otro singular personaje, un asturiano, don Pedro
Menéndez de Avilés, quien hizo todo lo posible por lograr y logrando el
asentamiento español en la Florida después de seis intentos anteriores
frustrados por parte de otros exploradores en aquella tierra amenazada, por su
valor estratégico, por diferentes potencias extranjeras, y él también trató de
lograr un itinerario desde el norte de Florida hasta el norte de Nueva España,
Zacatecas, y previó el asentamiento en la costa del norte de Nueva España junto
al río Pánuco como seguridad de un posible itinerario terrestre desde Nueva
España a Florida.
Menéndez murió sin poder llevar
a cabo ni el poblamiento deseado desde el río Pánuco ni encontrar un camino
desde Santa Elena, en la costa atlántica hasta Zacatecas, con la frustrada
expedición a través de los Apalaches de su capitán Juan Pardo, recogida en los
documentos originales del Archivo de Revilla-Gigedo y del Archivo General de
Indias, escritos por el capitán Juan de Labandera, y tampoco pudo alcanzar el
soñado paso al Pacífico por el Atlántico Norte, asunto que se mantuvo vivo por
centurias tal como vemos en el detalle esclarecedor del debate de finales del
siglo XVIII celebrado en la Academia Francesa de Ciencias sobre el Paso del
Noroeste.
Con aquel itinerario
terrestre aspiraba Pedro Menéndez a ofrecer una salida a las mercancías desde
Nueva España al Océano Atlántico evitando así la ratonera que obligaba a
navegar mediante las predecibles corrientes marinas caribeñas a través del
estrecho de Florida, corrientes descubiertas por el piloto Antón de Alaminos en
la calamitosa expedición de Francisco Hernández de Córdoba en la segunda década
del siglo XVI.
Pedro Ménendez albergó ese
proyecto desde un principio cuando en 1565, pues justo antes de partir hacia La
Florida se entrevistó en Cuba con Andrés de Urdaneta recién llegado de su tornaviaje
desde Filipinas y de camino a la Corte para dar novedades del mismo al rey.
Allí Pedro Menéndez decidió progresar por la costa hacia el norte en búsqueda
de ese paso, por eso tras fundar San Agustín en 1565, funda Santa Elena el año
siguiente en la actual Carolina del Sur con la idea de, igual que el avance de
frontera durante la Reconquista, llegar a ese paso.
Las dificultades, y la falta de
personal sumadas de los ataques ingleses sobre San Agustín forzarían el
repliegue desde Santa Elena unos pocos años después de su muerte abandonándose
ese proyecto.
En el año 2000, tras publicar
un libro sobre Pedro Menéndez de Avilés, a partir del Memorial de Barrientos,
conocí el archivo de los condes de Revilla-Gigedo y a su cuidador el actual
adelantado de la Florida, archivo que comprende una extensa y muy valiosa
colección de manuscritos de excepcional importancia no solo para la historia de
España sino también para la de EEUU de América, de México y otros lugares de
las Américas y del Pacífico, y que podemos considerar como uno de los archivos
privados sobre la materia más importante de España. Allí pude ver, por primera
vez, con una sensación entre la emoción y el vértigo, el manuscrito del
Memorial de Solís.
Casi de inmediato consulté la
edición de 1893 de ese memorial, realizada por Eugenio Ruidíaz y Carabia,
titulada “La Florida, su
Conquista y Colonización por Pedro Menéndez de Avilés”. A
partir de ese momento quedé cautivado por el personaje y su experiencia vital,
recogida tanto en el Memorial como en los documentos de Revilla-Gigedo de
indescriptible interés relativos a la amplísima y extensa correspondencia del
Adelantado con Felipe II, en la que se incluye la relativa a la gran flota
frustrada que se le había encargado organizar a Pedro Menéndez en Santander
contra Inglaterra poco antes de su muerte en 1574.
Pero… ¿Quién fue Pedro Menéndez
de Avilés? En el Estudio Histórico de la tesis detallé con parquedad las
vicisitudes de su carrera, desde su nacimiento y sus actividades de corso en el
Cantábrico así como sus servicios y viajes con el emperador Carlos y Felipe II
tanto a su boda con María de Inglaterra como a Flandes antes de la jornada de
la Florida, mencioné el, muchas veces ignorado, relato de su captura por
corsarios franceses en el Caribe en los inicios de sus navegaciones y el pago
del rescate en Santiago de Cuba de 1.098 pesos en oro por su libertad y
barco. Me centré, fundamentalmente, en las acciones de Menéndez de Avilés e
intenté analizar su labor tantas veces desdibujada por los relatos franceses
sobre La Florida que ofrecen un retrato de Menéndez como un fanático y que no
deja de ser un estereotipo que juzga al personaje desde la óptica de la
contemporaneidad.
Cuando, como recuerda el
profesor Charles Moore en palabras de García-Castañón
«sus acciones son consideradas avatares lógicos en las guerras de
entonces».
Definido por estudiosos como un
simple contratista, contractor, o emprendedor, entrepeneur, se ha dejado de
lado por parte de la historiografía el peso más importante de su personalidad,
como fue su visión de futuro, perspectiva de conjunto y la percepción de la
expansión hispánica desde el punto de vista de la evangelización que planeó
desde su injusto encarcelamiento en Sevilla y tras la desaparición de un hijo
en el mar.
El adelantado tuvo que
sobreponerse, desde un principio, a numerosas trabas, envidias y dificultades
en el cumplimiento de la misión.
Estas nacieron, en primer
lugar, en la propia península, como consecuencia de haber sido designado para
la misión directamente por el rey, lo que provocó las reticencias y celos de
los oficiales de la Casa de Contratación que hasta entonces habían tenido el
privilegio de ser los responsables del nombramiento de los generales para la
Carrera de Indias.
Y se complicaron después por la
amenaza de las potencias extranjeras que quisieron apoderarse de un territorio
de un interés estratégico clave para la seguridad de la navegación de las
armadas españolas en el Caribe.
El éxito, al menos parcial, de
Pedro Menéndez en el asentamiento y poblamiento de La Florida residió en el
planteamiento de unos objetivos lejanos. Estos no se centraron exclusivamente
en la península de La Florida: se empeñó en buscar el enlace terrestre con
Nueva España, desde Santa Elena a Zacatecas, también desde Pánuco hacia La
Florida con el propósito de crear nuevos asentamientos; e igualmente incentivó,
una vez conocido el tornaviaje de boca de Urdaneta la búsqueda de un paso del
noroeste hacia el mar del Sur y además despejó el Caribe de piratas y
corsarios. Es cierto que algunos de sus planes no alcanzaron el éxito, pero por
su visión lejana y en profundidad facilitaron la ampliación del territorio, la
exploración, poblamiento y asentamiento definitivo en La Florida.
Al adelantado no se le puede
tildar de autoritario o despótico si lo comparamos con otros capitanes
españoles y europeos de su época. Pedro Menéndez actuó con liberalidad siempre
que pudo y en sus decisiones siempre trató de convencer, nunca vencer, usando de
los consejos de oficiales para exponer sus planes y tratar que sus mandos
interiorizaran sus designios. Estos planes pasaban por asegurar las posesiones
españolas en aquella parte del Nuevo Mundo, amenazada, por su valor
geoestratégico, por las naciones tradicionalmente enemigas de la monarquía
hispánica, Francia e Inglaterra, y en donde el componente confesional fue no
poco importante.
Por otra parte, si evaluamos
fríamente, casi cinco siglos después, el suceso de la expulsión de los
franceses, cabe preguntarse si hubiera sido posible otro desenlace: si al muy
superior número de supervivientes náufragos franceses se les hubiera liberado y
permitido costear hacia el norte hasta reunirse con los suyos en Fort Caroline,
¿qué habría sido del enclave de San Agustín, en fase de construcción, sin
fortificar, y con un muy inferior número de colonos, en el caso de una victoria
de los hugonotes y sabiendo que estos estaban atacando los asentamientos
españoles en el Caribe?
Ni unos ni otros contaban con
hombres, provisiones y medios para mantener un campo de prisioneros. Cualquiera
que hubiese sido el vencedor en el lance, el resultado habría tenido,
seguramente, los mismos trágicos resultados.
Además, don Pedro contribuyó a
la evangelización que había proyectado con el padre Avellaneda durante su
encarcelamiento en Sevilla, tal y como se refleja en una de sus cartas al
inicio de la empresa floridiana cuando dice:
«e iré descubriendo aquel camino y allanándolo, procurando ganar
en todo la voluntad de los indios»,
nada que ver con la «caza de los indígenas de aquellas tierras» de
la que algún indocumentado le acusa con ligereza.
Pedro Menéndez de Avilés quería
para los nativos y sus hijos lo mismo que para los españoles por eso se trataba
de formar a los jóvenes en colegios en Cuba para luego ser llevados a sus
poblaciones originarias, nada que ver con esclavizar o vender niños, tal como
dice en su memorial:
«no los venían a matar ni hacer esclavos ni a tomarles su maíz,
que solo iban a decirles si querían ser cristianos y enseñarles como lo habían
de ser y tenerlos por amigos y hermanos, y que no iba a hacer la guerra ni
matar a ningún cacique ni indio, excepto a los que le quisieran hacer mal e
matar algún cristiano, e que si él e su gente querían ser cristianos que
holgaría d’ello».
Efectivamente Pedro Menéndez de
Avilés solicitó en 1570 «se le envíen 6.000 ducados a Nueva España, o
que se le de licencia para vender esclavos» dado el mal estado de salud de la
gente de la armada, por la escasez y la mala condición de los alimentos,
habiendo recibido licencia el 22 de mayo de 1565 licencia para «trasportar a la
Florida, libres de derechos, 500 esclavos», licencia que no sabemos si llevó a
cabo aunque de lo que si tenemos constancia es del establecimiento en
San Agustín, amparados por Carlos II de España, del primer asentamiento de
personas de raza negra huidas de las colonias inglesas de Georgia formando como
ciudadanos libres el fuerte de la Gracia Real de Santa Teresa de Mosé donde
constituyeron una milicia libre al servicio del rey de España donde un esclavo
mandingo, huido de Carolina, adoptó el nombre de Francisco Menéndez quien fue
nombrado capitán de la Milicia Negra y jurando servir a la Corona Española
«hasta que la última gota de sangre fuera derramada«.
La defensa del catolicismo
emprendida por Menéndez fue más allá de la lucha contra el protestante. La
preocupación por la misión, por la conversión de los nativos, marcó, según
Herbert E. Bolton, las características de la expansión española en América del
Norte, tanto por su sentido religioso como por su dimensión política, al actuar
los colonizadores como una “agencia” reconocida por la corona.
Esta iba de la mano de la
evangelización, aspecto que queda demostrado en la carta del papa San Pío V a
Pedro Menéndez de Avilés, recién nombrado gobernador de la Florida, en la que
le da su bendición apostólica y buen deseo para el cumplimiento del cometido evangelizador
y le envía al arzobispo Rosano con dilatadas instrucciones al efecto de
esforzarse «con buen seso y prudencia» para atraer a los nativos a la
conversión.
Tanto esta carta como la
contestación de Pedro Menéndez al Papa las podemos disfrutar actualmente en el
Archivo Revilla-Gigedo.
Pedro Menéndez, fue un hijo de
su época, marino, soldado, político, estratega, administrador, impulsor de la
misión, amante de la música, inventor y creativo, en suma, polifacético como
hombre típico del Renacimiento aunque no hubiera asistido a la Universidad de
Mareantes.
Su personalidad nace de la
fusión de la cruz y la espada que durante la Reconquista protagonizaron la Edad
Media en la península ibérica.
En sus cartas apreciamos los
matices de su carácter, su expresión digna y clara, su valor autodidacta y
creativo, sin ser un hombre universitario, su profunda y convencida fe, frente
a lo que consideraba el fanatismo luterano.
En fin, Dios y la defensa de la
monarquía, al menos según sus palabras, fueron sus principales objetivos.
Es curioso, los que hablan de
que ahora «se ha puesto sobre la mesa un pasado más cruel y menos digerible»,
atacan a nuestros personajes refiriéndose a la presencia española en América,
guardan silencio sobre criminales contemporáneos, auténticos genocidas, me
refiero a la larga lista que produjo el comunismo y que alcanza a personajes de
la emancipación americana, como el esclavista Bolívar “El Libertador”,
financiado por Inglaterra, con monumento ecuestre en Madrid en el parque del
Oeste, responsable de crueles matanzas de civiles, paisanos y náufragos,
escultura emplazada sobre el lugar donde se erigía el Monumento a los Héroes de
Cuba, toda una contradicción.
Recordemos que los movimientos
independentistas americanos no fueron promovidos por los indígenas, protegidos
por las Leyes de Indias, sino por la oligarquía criolla opresora que vendió y
esclavizó su economía dejándola en manos de los EEUU y de Inglaterra, sin
olvidarnos de Francia, la creadora del término latinoamérica para arrumbar el
de Hispanoamérica.
Esos mismos, incluso, llegaron
a elevar a los altares de la concordia a un tal Marcos Ana, criminal de la
última Guerra Civil española para la que buscan “un relato satisfactorio”
pidiendo la concesión del Premio Príncipe de Asturias.
Visión de futuro, perspectiva
de conjunto, inasequibilidad al desaliento, perseverancia, espíritu de
sacrificio, fiel al cumplimiento de la misión y lealtad inquebrantable al rey,
estudioso creativo, soldado, marino e ingeniero naval práctico, diseñador de
los galeoncetes agalerados, fruto de su experiencia, ideólogo de la
organización y procedimientos del sistema de flotas de la Carrera de Indias,
ese fue Pedro Menéndez de Avilés, pero sobre todo un líder que supo emplear la
información y experiencias anteriores y elegir cuidadosamente a sus auxiliares
como el piloto Gonzalo Gayón. Don Pedro debió improvisar acudiendo al Obispo
Toral en Yucatán, para obtener maíz y alimentos que le negaba el envidioso y
luego destituido García Osorio gobernador de Cuba.
En definitiva con mi relato y
el de tantos otros, se trata de desvelar, al menos desde mi sencillo modo de
ver, y a través de la narración de todo el conjunto de vicisitudes que lo
rodean, que este período que comienza en 1492 hasta el final del primer cuarto
del siglo XVII no es en manera alguna ni puede ser tildado como un «período
oscuro» en la Historia de Norteamérica, como cierta historiografía ha
pretendido calificarlo, para, en consecuencia, afirmar que la “oscuridad”
tendría su fin con la llegada de los peregrinos anglosajones.
De esta forma, creo que podemos debemos poner
en valor y contribuir con esta sencilla aportación y otras a establecer, parte
de los ricos, variados y complejos orígenes de los Estados Unidos de América.
Thomas Jefferson, uno de los
Padres Fundadores, nos recuerda que
«la historia más antigua de los Estados Unidos está escrita en
español»
idioma que a juicio de
Jefferson todo norteamericano debería conocer.
John F. Kennedy, reconociendo
esa falta declaró en 1961 a los asistentes al Seminario Internacional de
Archivos:
«siempre he pensado que una
de las grandes necesidades de los americanos de este país en su conocimiento
del pasado, ha sido su conocimiento de la influencia española, su exploración y
desarrollo a lo largo del siglo XVI en el suroeste de los Estados Unidos, lo
cual constituye una historia tremenda. Desafortunadamente también, los
americanos piensan que América fue descubierta en 1620 cuando los peregrinos
llegaron a mi propio Estado y olvidan la tremenda aventura del siglo XVI y
principios del XVII en el sur y suroeste de los Estados Unidos».
Esas figuras de nuestra
historia no son mitos, sino realidades, no se puede ignorar que la conquista
fue seguida y reemplazada legalmente por los conceptos de poblamiento y
asentamiento…
«Que en las capitulaciones se excuse la palabra conquista y
usen las de pacificación y población»
(Leyes de Indias, II, lib.
IV, tít. I, ley VI), poniendo el acento en la persuasión como la mejor
herramienta para la conversión.
Definitivamente aquello no fue
un siglo perdido y la hazaña de Pedro Menéndez de Avilés y de tantos otros no
debe quedar empañada por “historiadores” aventureros de la revancha y la
ignorancia.
José Antonio
Crespo-Francés y Valero
Doctor
en Artes y Humanidades, Coronel de Infantería en Reserva
Los
separatistas catalanes han creado una “nueva historia” de Cataluña, a la que
denominan reino, y que independizan de su vinculación a Aragón, con el
propósito de reforzar la existencia de una independencia y soberanía que nunca
existió a lo largo de la Historia.
La
estupidez de estos “historiadores” catalanes ha llegado al extremo de convertir
en catalanes a numerosos personajes españoles.
Así, las
rocambolescas teorías defendidas por supuestos eruditos refieren, por ejemplo,
que el padre Bartomeu Casaus era el verdadero nombre de Fray Bartolomé
de las Casas. Y que Juan Sebastián Elcano era, en realidad, Joan
Caçinera del Canós. Incluso hay quien asegura que Hernán Cortés era Ferran
Cortès, Miguel de Cervantes era Joan Miquel Servent o Gonzalo
Fernández de Córdoba era el almirante Joan Ramon Folc de Cardona, para
rematar diciendo que Santa Teresa de Jesús era, en realidad, Teresa Enríquez
deCardona.
Lamento
que esta reflexión resulte larga, e incluso puede que tediosa para alguno de
mis lectores, pero desmentir la “Historia Catalana Inventada” por los
separatistas, exige un análisis exhaustivo de los acontecimientos históricos
que demuestran la falta de soberanía o independencia histórica de Cataluña.
Para
iniciar el análisis real de esa Historia, y desmentir la inventada, hemos de
comenzar por referirnos a la “Marca Hispánica”, que era el territorio
comprendido entre la frontera político-militar del Imperio carolingio con
al-Ándalus (al sur de los Pirineos), desde finales del siglo VIII hasta su
independencia efectiva en diversos reinos y condados.
La
razón de la creación de este territorio defensivo transpirenaico se encuentra
en el intento de conquista de Septimania y Aquitania por los musulmanes con
presencia en tierras francesas desde el año 719 hasta el 759 en que Pipino el
Breve acabó con los restos del poder musulmán en Francia.
Su
hijo Carlomagno pasó a combatir en España, con la creación de la “Marca Hispánica”.
Así, la “Marca Hispánica” fue una zona colchón
creada por Carlomagno en el 795 más allá de la antigua provincia de Septimania,
como una barrera defensiva entre los Omeya de Al-Andalus y el Imperio franco
Carolingio (ducado de Gascuña, ducado de Aquitania y la Septimania carolingia).
A
diferencia de otras marcas carolingias, la Marca Hispánica no tenía una
estructura administrativa unificada propia.
Tras
la conquista musulmana de la península ibérica, los carolingios intervinieron
en el noreste peninsular a fines del siglo VIII, con el apoyo de la población
autóctona de las montañas. La dominación franca se hizo efectiva entonces más
al sur tras la conquista de Gerona (785) y Barcelona (801). La llamada «Marca
Hispánica» quedó integrada por condados dependientes de los monarcas
carolingios a principios del siglo IX.
Para
gobernar estos territorios, los reyes francos designaron condes, unos de origen
franco y otros autóctonos, según criterios de eficacia militar en la defensa de
las fronteras y de lealtad y fidelidad a la corona.
El
territorio ganado a los musulmanes se configuró como la Marca Hispánica, en
contraposición a la Marca Superior andalusí, e iba de Pamplona hasta Barcelona.
De
todos los condados que la componían, los que alcanzaron mayor protagonismo
fueron los de Pamplona, constituido en el primer cuarto del siglo IX en reino;
Aragón, constituido en condado independiente en 809; Urgel, importante sede
episcopal y condado con dinastía propia desde 815; y el condado de Barcelona,
que con el tiempo se convirtió en hegemónico sobre sus vecinos catalanes de Osona
y Gerona.
Inmediatamente
después de la conquista carolingia, en los territorios dominados por los
francos, se encuentra la mención de unos distritos político-administrativos
—Pallars, Ribagorza, Urgel, Barcelona, Gerona, Osona, Ampurias, Rosellón— que
reciben el nombre de condado, dentro del cual, como subdivisión, existen otras
circunscripciones menores, el «pago» (pagus, en singular), como, por ejemplo,
Berga o Vallespir.
El
origen de estos condados o pagos se remonta a épocas anteriores a los
carolingios, tal como lo testimonia la frecuente coincidencia entre sus límites
y los de los territorios de antiguas tribus íberas; como ejemplo, el condado de
Cerdaña que se correspondía con el territorio al pueblo de los ceretanos, el de
Osona al de los ausetanos, y el pagus de Berga a los bergistanos o bergusis.
En
consecuencia estos territorios, forzosamente, deberían haber tenido alguna
entidad política-administrativa en tiempos de los romanos y de los visigodos,
aunque no se denominasen condados, ni hubiesen estado gobernados por condes en
la época de los reyes de Toledo; en la monarquía visigoda, los condes, situados
en jerarquía por debajo de los duques, la máxima autoridad provincial,
gobernaban solo las ciudades, circunscribiéndose su autoridad exclusivamente al
ámbito urbano, a menudo delimitado por murallas, que excluían el distrito rural
dependiente de la ciudad.
Por consiguiente, para organizar los territorios
ganados al sur del Pirineo, los francos no crearon ninguna entidad, sino que se
limitaron a conservar las ya establecidas por las tradiciones administrativas
de sus pobladores.
Inicialmente
la autoridad condal recayó en la aristocracia local, tribal o visigoda, pero
los intentos de convertir sus demarcaciones en señoríos hereditarios, obligó a
los carolingios a sustituirlos por condes de origen franco. De este modo, en
Gerona, Urgel y Cerdaña hubieron de aceptar en el año 785 la autoridad franca
que impuso el Imperio carolingio en estas marcas como baluarte contra la
pujante expansión del emirato cordobés del poderoso Abderramán I, ya
independizado de oriente.
Asimismo,
Carlomagno, que en esta época rivalizaba por el dominio de occidente con el
Emirato de Córdoba, situó marqueses y consolidó su poder ocupando Ribagorza,
Pallars, Cerdaña, Besalú, Gerona, Osona y Barcelona, donde estableció caudillos
con prerrogativas militares para oponerse a las ofensivas árabes. A lo largo de
todo el siglo IX los condados hispánicos dependían del emperador carolingio.
Los
condados pirenaicos orientales, que a partir del siglo XIII constituirían una
entidad con una idiosincrasia común llamada Cataluña, no solo dependían
administrativamente del Imperio carolingio, sino también desde el punto de
vista eclesiástico.
El poder religioso en estos condados dependió
del arzobispado carolino de Narbona durante más de cuatrocientos años entre los
siglos VIII y mediados del XII, cuando en 1154 el papa Anastasio IV otorgaba a
la sede tarraconense el título de metropolitana. Todo ello pese a los intentos
en este periodo de restaurar un arzobispado propio similar al que tuvo el Reino
visigodo en Tarragona de Sclua (fines del IX) o Cesareo, que quiso restaurar el
arzobispado en Vich en 970 sin conseguirlo. De tal modo que la Marca Hispánica
dependía tanto del poder civil, como del poder religioso franco.
En
todo caso, el territorio de la Marca Hispánica se estabilizó durante todo el
siglo IX en una frontera entre el Reino de Carlomagno y la Marca Superior
andalusí delimitada por las sierras de Boumort, Cadí, Montserrat y Garraf.
El
siglo X viene marcado por la fragmentación política de los condados orientales,
aunque se va afirmando progresivamente la hegemonía del conde de Barcelona, que
desde principios del siglo ya controla también el de Osona y el de Gerona (como
mínimo desde 908).
Es el siglo X el del esplendor político y
militar del Califato de Córdoba, por lo que el condado de Barcelona y el
condado de Osona se mantuvieron a la defensiva durante toda esta época; no
obstante Almanzor atacó Barcelona en el año 985 y la mantuvo en estado de sitio
durante más de una semana, para finalmente saquear la capital condal.
Solo
con la desmembración del califato cordobés, los condados de Urgel y de
Barcelona pudieron pasar a la ofensiva y, como el resto de los estados
cristianos, iniciar una expansión de su territorio mediante repoblación de
tierras y conquistas militares con el apoyo financiero del cobro de parias a
las taifas andalusíes a cambio de compromisos de no agresión.
Con el
tiempo, los lazos de dependencia de los condados respecto de la monarquía
franca se fueron debilitando. La autonomía se consolidó al afirmarse los
derechos de herencia entre las familias condales. Esta tendencia fue acompañada
de un proceso de unificación de los condados hasta formar entidades políticas
más amplias.
El
conde Wifredo el Velloso representó esta orientación. Su gobierno coincidió con
un periodo de crisis que llevó a la fragmentación del Imperio carolingio en
principados feudales.
A
partir de entonces, los feudos francos se transmitieron por herencia y los
reyes francos simplemente sancionaron la transmisión.
Wifredo
fue el último conde de Barcelona designado por la monarquía franca y el primero
que legó sus estados a sus hijos.
Consiguió reunir bajo su mando una serie de
condados, pero no los transmitió unidos en herencia a sus hijos. Conde de Urgel
y Cerdaña en 870, recibió en el año 878 los condados de Barcelona, Gerona y
Besalú de los reyes carolingios. A su muerte en 897, la unidad se rompió, pero
el núcleo formado por los condados de Barcelona, Gerona y Osona se mantuvo
indiviso.
De
esta forma, se crea la base patrimonial de la casa condal de Barcelona, lo cual
ha sido considerado por sectores de la historiografía catalana como el inicio
de la separación de esos condados de la Marca Hispánica, que se aglutinarían en
el siglo XIV en el Principado de Cataluña.
Los
condes que sucedieron a Wifredo al frente del condado de Barcelona mantuvieron
su lealtad a los carolingios, incluso frente a los intentos de diversos
usurpadores de ocupar el trono franco.
Así,
durante el reinado de Carlos el Simple se mantuvo la cronología según sus años
de reinado en los documentos del condado, pero esta costumbre se interrumpió
durante el gobierno de Raúl de Borgoña, y volviendo posteriormente a ser
restaurada con el retorno de los carolingios al poder con Luis de Ultramar en
936. De todos modos, no consta que el conde Suñer I fuese a rendirle homenaje
personalmente ni que le jurase fidelidad, aunque sí acudieron diversos clérigos
y magnates del condado.
En el
985 Barcelona, entonces gobernada por el conde Borrell II, es atacada e
incendiada por Al-Mansur (Almanzor) que la saquea el 6 de julio, tras ocho días
de asedio. El conde se refugia entonces en las montañas de Montserrat, en
espera de la ayuda del rey franco, pero no aparecen las tropas aliadas, lo que
genera un gran malestar.
En el
año 988, aprovechando la sustitución de la dinastía Carolingia por la dinastía
Capeta, no consta que el conde de Barcelona Borrell II prestase el debido
juramento de fidelidad al rey franco, pese a que este se lo requirió por
escrito. Este acto es generalmente interpretado como el punto de partida de la
independencia de hecho del condado de Barcelona.
En el
año 1137 se produjo en la ciudad uno de los acontecimientos históricos más
relevantes: en el barrio del Entremuro se firmaron los esponsales entre el
conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV, y Petronila, hija de Ramiro II de
Aragón, llamado el Monje. La boda se celebró mucho más tarde, en el mes de
agosto de 1150, en Lérida, que había caído en manos del propio Ramón Berenguer
IV y del conde Ermengol VI de Urgel un año antes.
Ya a
principios del siglo XII, el conde Ramón Berenguer III (1082-1131) de Barcelona
había incorporado a sus dominios el condado de Besalú (1111) (mediante alianza
matrimonial), el de Cerdaña (1117 o 1118) (por herencia), y había conquistado
parte del condado de Ampurias (entre 1123 y 1131).
Más
allá de los Pirineos, también controlaba el de Provenza (desde 1112), que al
morir legó a su segundo hijo Berenguer Ramón.
Otros condados, como Pallars, Urgel, Rosellón o Ampurias acabaron integrándose
posteriormente, entre el último tercio del siglo XII y el siglo XIV, en la Corona
de Aragón.
Ramón
Berenguer IV el Santo a la muerte de su padre en 1131 recibió el Condado de
Barcelona, mientras que su hermano gemelo Berenguer Ramón le sucede en
Provenza. En agradecimiento al apoyo mostrado, en contra de los castellanos,
Ramiro II de Aragón le ofreció a su hija Petronila, de un año de edad, en
matrimonio.
Ramiro
depositó en su yerno el reino, pero no su dignidad real, otorgada legítimamente
a la casa de Aragón, por su antepasado Sancho III el mayor del reino de
Navarra, firmando en adelante Ramón Berenguer como Conde de Barcelona y
Príncipe de Aragón. Luego Ramiro renunció al gobierno, aunque no a su título de
rey, pues seguía siendo el Señor Mayor de la Casa de Aragón en tanto que
Alfonso no cumpliera la mayoría de edad y volvió al convento.
De esta manera, Ramiro II, hijo del rey de
Navarra Sancho Ramírez, cumplió la misión de salvar la monarquía y así también
se uniría el Reino de Aragón con el Condado de Barcelona. En marzo de 1157
nacía en Huesca el primogénito de la pareja formada por Ramón Berenguer y
Petronila, llamado como su padre: Ramón Berenguer, que reinará con el nombre de
Alfonso II en honor a Alfonso I, y se convertirá en el primer rey de la Corona
de Aragón con inclusión de los condados catalanes.
La
fecha en la que los condados catalanes se independizan formalmente de Francia
es el 11 de mayo en 1258 con el tratado celebrado en Corbeil entre Jaime I de
Aragón, el Conquistador y el rey de Francia Luis IX.
En
dicho tratado ambos reyes cedieron derechos sobre territorios, Jaime I sobre
territorios occitanos y el francés sobre los condados catalanes, que pasaron a
depender únicamente del monarca de la Corona de Aragón.
Así
pues, los condados catalanes pasaron históricamente de ser señoríos feudales
dependientes de la Corona francesa, a ser parte integrante de la Corona de
Aragón, bajo la cual se producen la expansión marítima en el mediterráneo, con
la incorporación de Nápoles y las Dos Sicilias, y su extensión territorial
peninsular, con las incorporaciones, bajo Jaime I el Conquistador, de Valencia
y las Baleares.
Y
finalmente se produce la fusión de Aragón con Castilla con el matrimonio de
Fernando II de Aragón con Isabel II de Castilla, que culmina con las conquistas
de Navarra y Granada para dar lugar a la Monarquía Hispánica con los Habsburgo,
por matrimonio de Felipe de Habsburgo, Duque de Borgoña, con Juana de Castilla
Hija de los Reyes Católicos, cuyos descendientes históricos, comenzando con
Carlos I, entronizan en España a la dinastía conocida como Los Austria.
Pero
la pertenencia de Cataluña al Reino de Aragón, y a España nunca fue totalmente
pacífica.
La
ciudad de Barcelona floreció y llegaría a ser una de las principales del
Mediterráneo occidental en los siglos X y XI, destacando en el plano comercial,
aunque por debajo de Génova y Venecia, que dominaban el comercio en el
Mediterráneo y entre Europa y Asia.
La
decadencia se inició a partir del siglo XV con altibajos, y se prolongaría a lo
largo de los siglos siguientes. Las tensiones derivadas de la unión dinástica
con Castilla, iniciada con el matrimonio entre Fernando II de Aragón e Isabel
de Castilla, alcanzó su momento álgido con la guerra de los Segadores, entre
1640 y 1651, y más tarde, con la guerra de Sucesión (de 1706 a 1714), que
significó la desaparición de muchas de las instituciones propias de Cataluña.
Es
importante tener en cuenta que la incorporación de los Condados Catalanes a la Corona
de Aragón no fue el fruto de una fusión ni de una conquista, sino el resultado
de una unión dinástica pactada. De hecho, los territorios que compusieron la
Corona mantuvieron por separado sus propias leyes, costumbres e instituciones,
y los monarcas reinantes tuvieron que respetar estas bases.
Cuando
llega Carlos I de España, un rey que permaneció poco tiempo en la península,
toma como base de operaciones a Castilla, con una población de 6 millones
(entre los reinos más poblados de Europa en la época), una pujante economía
(Flandes, Portugal y el Norte de Italia eran las otras economías más
desarrolladas del continente), y el descubrimiento de América por el reino de
Castilla, y su nuevo ejército que gracias al Gran Capitán era el más poderoso
de Europa, lo convertía en la fuente perfecta para sus ambiciones
expansionistas e imperiales, siendo la base principal de impuestos y de
reclutamiento de tropas.
El
hecho de que el descubrimiento de América y que por tanto los derechos sobre
ella estuvieran en el reino de Castilla, alejó a la Corona de Aragón de sus
ventajas hasta la unificación con el reino de Castilla con la llegada de los
Borbones en la guerra de Sucesión.
Durante
la guerra existente entre Francia y España desde 1635, los franceses invadieron
el Rosellón al mando de Condé y se apoderaron de la villa y la plaza de Salses.
Los catalanes levantaron sus somatenes y formaron, con ayuda de soldados reales,
un ejército de 25.000 a 30.000 soldados al mando del virrey Santa Coloma, que
recuperó la plaza el 6 de enero de 1640, tras lo que Olivares pretendió llevar
la guerra al interior de Francia y forzar la paz.
Con
esta intención se ordenó una leva forzosa de unos 5000 soldados catalanes,
enervando aún más los ánimos, con lo que a mediados de marzo los conselleres
(Pau Claris) y la Diputación emprendieron negociaciones secretas con el
Cardenal Richelieu, primer ministro de Francia, que fueron ratificadas a
finales de mayo.
Sin
embargo, Cataluña se negó a aceptar estas órdenes, lo que motivó esta carta
que, en 1638, le envía Olivares a Dalmau de Queralt, virrey hispánico en
Catalunya:
"Cataluña
es una provincia que (...) si la acometen los enemigos, la ha de defender su
rey sin obrar ellos de su parte lo que deben ni exponer su gente a los
peligros. Ha de traer ejército de fuera, le ha de sustentar, ha de cobrar las
plazas que se perdieren, y este ejército, ni echado el enemigo ni antes de
echarle el tiempo que no se puede campear, no le ha de alojar la provincia...
Que se ha de mirar si la constitución dijo esto o aquello, y el usaje cuando se
trata de la suprema ley”.
El 22
de mayo (1640) llegaron a Barcelona 3.000 campesinos del Vallés armados y encabezados
por los obispos de Vich y Barcelona. De regreso al Ampurdán, asesinaron a los
oficiales del rey refugiados en los conventos obligándoles a retroceder hacia
el Rosellón cometiendo estos, actos de venganza en Calonge, Palafrugell, Rosas
y otros pueblos.
El 6
de junio, que era la festividad de Corpus (día que posteriormente ha sido
recordado con el nombre de Corpus de Sangre), los segadores entraron en la
ciudad de Barcelona en busca de trabajo en la siega, siendo acompañados por
rebeldes armados, cometiendo distintos saqueos y asesinatos, con una respuesta
de los soldados del rey que apresan a un segador prófugo de la justicia por
asesinato. La resistencia de los segadores contra la detención de su compañero,
los disturbios y combates posteriores y los incidentes sangrientos dan origen a
la guerra civil entre los catalanes realistas y los catalanes independentistas
y que simpatizaban con el espíritu del levantamiento, aunque el levantamiento
comenzó en un primer momento como una revuelta contra las tropas del rey,
contra la nobleza y la burguesía, que sufrieron numerosos asaltos, saqueos y
asesinatos a manos de los levantados en los primeros momentos.
El
embajador francés, Du Plessis Besancon, se reunió en Barcelona con el
presidente de la Generalidad, Pau Claris, con la intención de convertir a
Cataluña en república independiente bajo la protección de Francia. Se alcanzó
un acuerdo mediante la firma del tratado el 16 de diciembre de 1641 y Cataluña
se sometió a la soberanía del rey Luis XIII de Francia.
A
finales de 1642 murió Richelieu y, pocos meses después, el rey Luis XIII. Por
su parte, Felipe IV prescindió del Conde-duque de Olivares. Todo ello marcó un
cambio de tendencia en la guerra y, aunque las tropas francesas entraron en
Cataluña como aliados de los catalanes, pronto fue evidente para éstos que los
soldados franceses se comportaban de igual modo a como lo habían hecho los de
Felipe IV.
Un año
después fueron recuperadas Lérida y las comarcas leridanas, que no volvieron a
caer en manos francesas.
En
1648 termina la guerra de los Treinta Años con la Paz de Westfalia, lo que deja
libres a las tropas del rey para intervenir en la revuelta en Cataluña.
En
1649 los realistas avanzaron hasta casi Barcelona, donde el comportamiento de
los franceses hizo inclinarse la balanza nuevamente a favor de Felipe IV
produciéndose incluso varias conspiraciones en este sentido, siendo de destacar
la protagonizada por doña Hipólita de Aragón, baronesa de Albi.
En
1651 don Juan José de Austria puso sitio a Barcelona recuperando en menos de un
año Mataró, Canet, Calella, Blanes, San Feliu de Guíxols y Palamós. La
Diputación general reconoció a Felipe IV, provocando la huida de Margarit
(presidente de la Diputación tras la muerte de Clarís) y sus partidarios a
Francia. La ciudad, en estado de peste después de un año de asedio, se rindió a
don Juan José de Austria el 11 de octubre de 1652, poco después, el 3 de enero
de 1653, Felipe IV confirmó los fueros catalanes, con algunas reservas.
El fin
de la guerra se saldó con la anexión del Rosellón, el Conflent, el Vallespir y
parte de la Cerdaña a la corona francesa, anexión confirmada en el Tratado de
los Pirineos (1659), aunque en la Cataluña transpirenaica francesa los fueros
catalanes fueron derogados en 1660 y el uso del catalán poco después,
incumpliendo el rey Luis XIV de Francia este tratado.
El
Tratado de los Pirineos o Paz de los Pirineos fue firmado el 7 de noviembre de
1659 por parte de los representantes de Felipe IV de Castilla, Luis de Haro y
Pedro Coloma, y los de Luis XIV de Francia, el Cardenal Mazarino y Hugues de
Lionne, en la isla de los Faisanes (río Bidasoa), poniendo fin al litigio de la
Guerra de los Treinta Años. Una de las consecuencias de este tratado fue la
cesión a Francia del condado del Rosellón y parte del de la Cerdaña.
El
territorio catalán se dividía, de modo que sus territorios transpirenaicos
pasaron definitivamente a Francia.
Con la
muerte del rey Carlos II y su sucesión por parte de Felipe V (1700), nieto de
Luis XIV (proclamado conde de Barcelona por la sublevación de 1640) se instaló
en el trono hispánico una nueva dinastía, la Casa de Borbón, reinante en
Francia, que sustituía a la de los Habsburgo. Esta circunstancia llevó a la
formación de la Gran Alianza de la Haya por parte de Inglaterra, las Provincias
Unidas y el Sacro Imperio Romano Germánico a favor de los derechos del
archiduque Carlos de Austria, iniciándose así la Guerra de Sucesión Española.
Aunque
en Cataluña se aceptó inicialmente a Felipe V, y éste había jurado y prometido
guardar sus fueros, las clases dirigentes catalanas fueron desconfiando por lo
que percibían como formas absolutistas y centralistas del nuevo monarca, así
como por la política económica pro-francesa.
La
oposición al monarca culminó con el ingreso del Principado (pacto de Génova) y
de toda la Corona de Aragón (salvo el Valle de Arán y algunas ciudades), en la
Alianza de la Haya. Así, mientras en los reinos de Castilla y de Navarra Felipe
V era comúnmente aceptado, en la Corona de Aragón, Carlos, instalado en
Barcelona tras haberla invadido con el Sitio de Barcelona (1705), era
reconocido como rey con el nombre de Carlos III. Aunque el apoyo al archiduque
en la Corona de Aragón no fue unánime (ciudades como Cervera permanecieron
fieles a Felipe V), sí fue abrumadoramente mayoritario.
La
guerra se desarrolló en Europa y en la península con diversas alternancias para
ambos bandos. Sin embargo, Gran Bretaña se conformaba con la obtención de
nuevas bases navales (Gibraltar y Menorca) y con que los borbones no acumulasen
los numerosos territorios de las dos coronas.
La
causa de Carlos perdió apoyos y el propio pretendiente perdió interés al
heredar la corona de Austria. Los tratados de Utrecht (1713) y de Rastatt
(1714) dejaron a la Corona de Aragón internacionalmente desamparada frente al
poderoso ejército franco-castellano de Felipe V, quien ya había manifestado su
intención de suprimir las instituciones tradicionales. A pesar de la
resistencia el territorio catalán fue sometido y Barcelona finalmente capituló
el 11 de septiembre de 1714.
Con
los Decretos de Nueva Planta (Aragón y Valencia en 1707, Cataluña en 1716, se
produjo la abolición de las instituciones catalanas, se extendieron a los
diversos territorios de la Corona de Aragón buena parte de las instituciones
castellanas. Sin embargo, el derecho civil catalán (al igual que el aragonés)
fue respetado por el monarca.
Todos
los territorios de la Corona de Aragón pasaban a tener una nueva estructura
territorial y administrativa a imagen de la de Castilla (excepto en el Valle de
Arán); se instauraba el catastro y otros impuestos por los que la monarquía
conseguía por fin sus objetivos de control económico y se centralizaban todas
las universidades catalanas en Cervera, como premio a su fidelidad y para
controlar mejor a las élites cultivadas, situación que se prolongó hasta 1842.
A
pesar de la difícil situación interna, Cataluña lograría a lo largo del siglo
XVIII una notable recuperación económica, centrada en un crecimiento
demográfico importante, un aumento considerable de la producción agrícola y una
reactivación comercial, gracias al comercio con América, abierto a partir de
1778.
En
1808, Cataluña fue ocupada por las tropas de Duhesme, general de Napoleón, tras
el comienzo de la Guerra de Independencia Española en Móstoles.
El 26
de enero de 1812, Cataluña fue incorporada al Imperio Francés y dividida en 4
departamentos: Bouches-de-l'Èbre, Montserrat, Sègre y Ter.
Al igual que en el resto de España, la mayoría
de la población catalana se rebela contra la ocupación.
Entre
los hechos de armas destacan la batalla del Bruch en 1808 y los tres asedios a
que es sometida Gerona.
El
dominio francés se extendió hasta 1814, cuando el Duque de Wellington firmó el
armisticio por el cual los franceses debían abandonar Barcelona y otras plazas
fuertes que habían ocupado hasta el último momento. El 28 de mayo de 1814 las
tropas se retiraron al mando del general Pierre Joseph Habert.
Durante
el reinado de Fernando VII (1808-1833) se sucedieron diversas sublevaciones en
territorio catalán y tras su muerte, el conflicto por la sucesión entre el
infante Carlos María Isidro y los partidarios de Isabel II dio lugar a la
primera guerra carlista, que se prolongaría hasta 1840 y que sería
especialmente virulenta en territorio catalán.
La
victoria de los liberales sobre los carlistas dio pie al desarrollo de la
revolución burguesa bajo el reinado de Isabel II. Los vencedores se dividieron
pronto en moderados y progresistas, mientras que en Cataluña se empezaba a
desarrollar el republicanismo. Durante esta época, la industrialización avanza
en Cataluña a mayor velocidad que en el conjunto de España, dando lugar al
surgimiento de una nueva clase social, el proletariado, que soportaría
condiciones de vida y trabajo muy duras.
El
desarrollo del reinado de Isabel II, marcado por la corrupción, la ineficacia
administrativa, el centralismo y las tensiones políticas y sociales. se tradujo
en un progresivo aumento de la agitación social y en el desarrollo de la
ideología republicana y federal.
El
descontento provocó la Revolución de 1868, también conocida como La Gloriosa,
que causó la caída de Isabel II y dio lugar al comienzo del Sexenio
Revolucionario.
La
temporal coalición de liberales moderados, progresistas y republicanos que
había derribado a Isabel tuvo enormes dificultades para decidir la forma de
gobierno. Finalmente, siendo jefe de Gobierno el general Prim, se decidió
mantener la monarquía en la persona de Amadeo de Saboya.
Sin embargo, el asesinato de Prim privó al
nuevo monarca de su principal apoyo antes de llegar a España.
El
estallido de la Tercera Guerra Carlista agravó la situación. La oposición
cruzada de los monárquicos alfonsinos y carlistas, por un lado, y los
republicanos y movimientos obreros, por otro, obligaron a Amadeo a abdicar al
cabo de sólo dos años y cuatro meses de subir al trono.
El
enfrentamiento entre las diversas opciones monárquicas favoreció la
proclamación de la Primera República Española. Ésta tuvo que afrontar la
insurrección armada de los carlistas, las conspiraciones de los alfonsinos y la
agitación de los movimientos obreristas vinculados a la Primera Internacional,
así como la división de los mismos republicanos en unitarios y federalistas.
Además,
tanto bajo la monarquía de Amadeo como durante la misma República, en Cataluña
se suceden diversos intentos separatistas que fueron neutralizados por los
distintos gobiernos. Los gobiernos se suceden vertiginosamente y la República
se encaminaba hacia el federalismo.
La
Revolución Industrial de Cataluña, o la era del vapor, se produjo entre 1840 y
1891, lo que convirtió Cataluña en uno de los territorios de mayor dinamismo
industrial y se incorporó al grupo reducido de las regiones europeas que
alcanzaron antes de 1860 unos niveles de industrialización elevados. La
Revolución Industrial fue posible por el renacimiento económico que experimentó
la sociedad y la economía catalana durante el siglo XVIII.
Las
relaciones económicas con el resto de España se intensificaron mucho
decididamente. La integración económica progresó al mismo tiempo que se avanzó
en la unificación del ámbito administrativo, fiscal y financiero. El desarrollo
de las infraestructuras modernas, especialmente gracias a la construcción de la
red ferroviaria, incentivó esta dinámica.
El
crecimiento económico catalán fue resultado, en gran parte, de la rápida
integración en la economía española. Las ventas de los productos de la nueva
industria conformaron la corriente más activa de estas relaciones. También
aumentaron las conexiones con el mercado colonial de Cuba y Puerto Rico y,
aunque de forma limitada, el tráfico con el resto del mundo.
En
cualquier caso, la victoria de los Borbones en la Guerra de Sucesión, y los
Decretos de Nueva Planta dictados por Felipe V en consonancia con el espíritu
centralista de la Corona francesa, dejaron un poso de resentimiento
antimonárquico, y a la postre antiespañol, que se concretó en la llamada Renaixença,
que cristalizó en movimientos separatistas, que a lo largo del primer tercio
del s.XX, provocó dos declaraciones de independencia de la “Republica de
Cataluña” la primera protagonizada por Maciá en 1931, que se abortó con el
compromiso del Gobierno de la II República de dotar a Cataluña de un Estatuto
de Autonomía, y la segunda en 1934 protagonizada por Companys, que fue sofocada
militarmente por el Gobierno de la República, con el encarcelamiento de
Companys y todo su Gobierno de Esquerra Republicana (ERC).
La
Guerra civil y el franquismo ahogaron toda manifestación de ese espíritu
separatista, que renacería tras la muerte de Franco y la aprobación de la
Constitución de 1978.
Pero
esa es ya otra historia que merecería otra reflexión.
Terminemos con un video, que en esta ocasión se refiere al escudo de las cuatro barras doradas del Escudo de Aragón.