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domingo, 24 de mayo de 2020

HOMO HOMINI LUPUS EST




Las horas pasan siempre más deprisa de lo que desearíamos. Las horas, los días, las semanas, los meses…

La vida, en fin, se escapa inexorable en cada bocanada de aire respirado, en cada latido de sangre bombeada…

Menos mal que el tiempo pasado no se acumula en ningún sitio. Sería terrible llevar encima el saco de los tiempos agotados y verlo crecer cada minuto; contemplar la montaña del tiempo pasado y no ver, siempre incógnita, el tiempo que aún nos quede por llegar, pues el minuto presente nos pertenece, pero el siguiente es ya de Dios, y solo Él sabe si nos dejará vivirlo.

Quedan del pasado solo los recuerdos, como señales indelebles del tiempo agotado, pese a que los recuerdos también envejecen y se borran al igual que las esperanzas, y no damos mayor importancia al tiempo venidero, que inevitablemente pondrá a cada uno en su sitio.

Algunos como Chateubriand, se autoconfortan:

              La incertidumbre a cerca de nuestro porvenir confiere a las cosas su verdadero valor

aunque en ocasiones entra en la más absoluta de las melancolías:

El tiempo hace justicia por igual a las pretensiones de todos (ricos o pobres, famosos o ignorados) y todos acaban siendo igual de ridículos o indiferentes a los ojos de las generaciones que les suceden.

En relación con el devenir del tiempo, en definitiva, solo hay una verdad incontrovertible: A medida que vamos añadiendo tiempo al computo del tiempo vivido, más nos alejamos del momento de nuestro nacimiento y más nos acercamos al de nuestra muerte.

La vida, sin los males que la vuelven grave, es una futilidad, y esa extraña mezcla conformada por la certeza y la incertidumbre de la muerte, es el más grave de los males que nos amenaza.

No obstante, en un ingenuo juego de autodefensa, el hombre, en nuestro entorno, suele obviar estas reflexiones.

 La muerte es tema tabú de nuestras conversaciones, el futuro no es más que expresión de nuestras ambiciones, y el pasado la constatación de los éxitos, mayores o menores, de la propia vida y generalmente olvido de nuestros fracasos o de nuestros errores.

Y desgraciadamente, para el 80 % de los seres humanos la vida no es más que el esfuerzo cotidiano por la mera supervivencia.

Mientras tanto, los sociólogos y los filósofos de nuestro tiempo se encuentran perplejos ante la actitud del “hombre civilizado”, al que solo importa su propio bienestar, volviendo a las viejas formulas del aforismo romano “Panem et Circus”, concretado en nuestras sociedades en el binomio “Bienestar Social” – “Ocio”.

Otros conceptos más elevados (solidaridad, justicia, respeto, etc...) solo son contemplados en tanto y cuanto su garantía para los demás no sea si no garantía para uno mismo, sin el más mínimo atisbo de generosidad o desprendimiento.

«Homo homini lupus est» dice la locución latina de Plauto en sus "Asinarias".

Pero ya, ni tan siquiera. En nuestra avanzada sociedad occidental el hombre es un mero elemento más de la colmena, un engranaje de la maquinaria en funcionamiento, destinado a cumplir con su papel.... siempre que esté bien “engrasado y entretenido”.

A los lobos, en esta sociedad, tan solo los queremos en los zoológicos... o en las cárceles.

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