Páginas

lunes, 4 de febrero de 2013

UN ASTRONAUTA EN LA CATEDRAL DE SALAMANCA

Una de las más decoradas puertas de la Catedral de Salamanca es la llamada puerta de Ramos, o puerta norte.
En su esplendida factura destacan las cenefas de adornos, en piedra tallada, que la enmarcan.
Pero algo nos sorprende cuando examinamos las tallas detenidamente y no es sino la aparición de una figura absolutamente fuera de contexto como es la de un astronauta.
 Efectivamente en la cenefa izquierda de adorno de la puerta, según miramos la misma,  podemos ver perfectamente, a unos tres metros de altura, la figura de un astronauta, con su escafandra y su traje espacial. ¿Cómo es posible esto cuando estamos hablando de un edificio construido entre los siglos XVI y XVII?
No se trata de ninguna adivinación del picapedrero renacentista, ni de ningún misterio, sino tan solo de una broma de uno de los artesanos, el cantero Miguel Romero, durante los trabajos de  restauración de esta parte de la catedral en 1992, que quiso dejar su firma en esta original manera.
Tan sencillo y original como eso.
 Según los expertos no es este el único ejemplo de “broma” realizada en nuestro país por los restauradores de monumentos, así, en la Catedral de San Antolín de Palencia del s XVI, en una de las restauraciones realizadas, concretamente en los años 20 del siglo pasado, una de sus gárgolas se restauró representando a un hombre sosteniendo una cámara fotográfica, o el escudo del Club de futbol Atlético de Bilbao en un capitel de la Torre Julia de la Iglesia de Santa María la Mayor de Trujillo del s. XVII. Caprichos de picapedrero…

Artículo publicado en el suplemento dominical de LA GACETA "ESTILO G" del 3 de febrero de 2013

martes, 15 de enero de 2013

¡QUE PERFECCION EL MUNDO, DON LUIS, Y QUE DISTANTE!


martes 8 de mayo de 2007

 

¡Qué perfección el mundo, don Luis, y qué distante!
Don Luis de Góngora y Argote
11 de julio de 1561
23 de mayo de 1627
Publicado por Julieta Pinasco (Blog Acuática)

Anónimo dijo...
Este cíclope, no siciliano,
del microcosmo sí, orbe postrero;
esta antípoda faz, cuyo hemisferio
zona divide en término italiano;

este círculo vivo en todo plano;
este que, siendo solamente cero,
le multiplica y parte por entero
todo buen abaquista veneciano;

el minoculo sí, mas ciego vulto;
el resquicio barbado de melenas;
esta cima del vicio y del insulto;

éste, en quien hoy los pedos son sirenas,
éste es el culo, en Góngora y en culto,
que un bujarrón le conociera apenas

Quevedo

Julieta Pinasco dijo...

Tantos años de polémicas gastadas: conceptistas y culteranos; gongoristas y quevedistas...¡Qué campo más extenso es, por suerte, la literatura! Recibo, con pena, su comentario, don Francisco.
Anónimo dijo...

Admirada acuática:
Solo en mi ánimo troncar deseo
las infulas de Gongora escribano
que desde la pluma y con su mano
a Quevedo quisiera ver desecho.

Ni soy conceptista ni culterano
pero me guio, acaso por que lo leo,
que de don Luis valorado como cero
don Francisco pagaba así su daño.

Acaso sea penoso el comentario
pero menos que el dañar rastrero
que don Luis profiriese con escarnio

Y ante tu recordatorio cual primero
a "Gongorilla" afrento sin encambio
prefiriendo de poeta a mi Quevedo.

Permítame pues la licencia de disfrutar incluso con viejas rencillas en ese océano inmenso del mundo literario.
Julieta Pinasco dijo...

Las grandes almas que la muerte ausenta
de injurias de los años, vengadora,
libra, ¡oh gran Iosef!, docta la emprenta.
En fuga irrevocable huye la hora;
pero aquélla el mejor cálculo cuenta
que en la lección y estudios nos mejora.

Maravíllome de vuestra facilidad en componer sonetos y, aclaro, por si fuera necesario, que mi amor gongorino lo disfruto "en soledad confusa". Quevedo es grande y valga como muestra deleitosa aquélla que decía:
En crespa tempestad del oro undoso
nada golfos de luz ardiente y pura
mi corazón, sediento de hermosura,
si el cabello deslazas generoso.

Quede usted el placer de don Francisco, que yo me refugio en ese mundo perfecto y lejano que supo regalarme el otro (aunque a veces realizo mis viajes por los profundos territorios quevedianos.) Batallas como éstas ennoblecen dado que "sin romper muros, introduce fuego".
Jesús Fernandez-Miranda (Exanónimo) dijo...

Siempre me ha divertido buscar continuación a las creaciones de unos autores en las de otros.
Y ya que discrepamos en los amores hacia Góngora o Quevedo, podríamos hacer este ejercicio:

Si me hubieran los miedos sucedido
como me sucedieron los deseos,
los que son llantos hoy fueran trofeos:
¡¡¡mirad el ciego error en que he vivido!!!

Asi, tal vez, la estrofa quevediana pudiera ser pronunciada por un arrepentido Polifemo tras descargar su furia sobre Acis. Mientras Galatea sufre entre el amor imposible del torpe Polifemo y el que ella profesa por el bello Acis venablo de Cupido, gloria del mar, honor de su ribera.
Como verá usted tampoco desprecio a don Luis aunque prefiera a Quevedo.

Tal vez mi amor por el manchego venga del reto que en mi infancia me impusiera mi padre, cuya pérdida rememoré entristecido al leer su “El muerto era mi padre”, de recitar correctamente el soneto “Amor más allá de la muerte”, que hoy, ya de memoria, me complazco en pensar que leo con entonación y sentido casi quevediano.
Gracias en cualquier caso por este delicioso dialogo literario. La verdad es que hacía tiempo que no disfrutaba de esta manera.

Julieta Pinasco dijo...

Hace unos años, al transitar las aulas de la Facultad de Filosoía y Letras, había aprendido de memoria aquella estrofa de la Fábula que narra la entrada de Acis y "sus ojos dio, sus labios cuanto pudo/ al sonoro cristal, al cristal mudo" y conocí y disfruté como pocas veces de ese mundo terrible y triste en su lejana perfección de Góngora. Años más tarde, viajando con mi hijo por Europa, descubrí, en la Catedral de Córdoba, los restos del poeta a las orillas de ese río de "arenas nobles ya que no doradas". Los padres siempre enseñan aquello que creen que nos hace mejores personas y recitar con entonación quevediana es un don precioso. A mis alumnos les recito ese mismo soneto, pero, aunque mi abuela era andaluza, mi voz está teñida de los matices rioplatenses y se desvirtúa. Sin embargo y a contramano de todo lo que podría suponerse, los chicos se entusiasman. Y, obviamente, es con Quevedo. Para ellos hay algo contemporáneo en aquello de "mañana no ha llegado".

lunes, 14 de enero de 2013

ACASO A QUEVEDO… UN HOMENAJE

 
 
No sé si tu,
no te conozco,
serás la postrera sombra
que me llevare el blanco día,
más allá de la muerte
de amores recordados.

Sólo sé que tu,
sencillamente,
preconizas lugares desolados
donde estaremos todos acogidos.

Percibo, de tu aliento,
los despojos
de lo que fueran, un día, almas serenas.

Y es mi anhelo ser polvo añorado
El día en que desates los olvidos.

domingo, 13 de enero de 2013

MUERTE COTIDIANA

                                Cementerio de Milan

Para vivir un año es ne­ce­sa­rio
mo­rir­se mu­chas veces mucho.
 Ángel González

Lo cierto es que la vida son muchas pequeñas muertes cotidianas. Mueren los sentimientos, las ilusiones, las decepciones, las alegrías, las desgracias…
Van muriendo nuestros recuerdos, nuestras sensaciones nuestros amigos y parientes, nuestras ambiciones…
Hasta el máximo placer es llamado “la petite mort” por nuestros vecinos franceses, como si experimentarlo matase parte de nuestro ser.
Solo falta que muramos nosotros mismos para alcanzar la plenitud de esa muerte que vivimos cada instante.
Ya lo decía Albiac en su artículo del pasado 17 de diciembre en ABC:
 
 "…. el fin del mundo no sucede un día, a una hora, en un instante; el fin del mundo es cada instante en el cual el mundo existe, porque jamás podremos remontar el flujo heraclíteo del tiempo, y ese mundo que fue se extingue en el acto mismo de nombrarlo. Y con él, nosotros.”
 
 En cualquier caso, nuestra muerte será el fin del mundo, al menos de nuestro Mundo. Continuará este, más será otro, pues nosotros ya no estaremos en él.

 


 

viernes, 11 de enero de 2013

ESCRITURA Y POEMAS

 El Caminante sobre el mar de niebla, de Friedrich

La poesía fue el género literario al que primero dediqué mi tiempo, consciente y placenteramente y al margen de las obligadas lecturas o escrituras escolares y académicas.

 Eran tiempos de transición adolescente, pero ahora, cuando releo alguno de mis poemas juveniles, reconozco que tenían un punto de frescura que, en alguna medida, he perdido…

La tristeza tiene nombre de mujer…
y el olvido, de viento.

Ó

Y cada día me abrocho mi piel
más apretada.
Pues se me escapa el Yo en cada
pisada
que camino por buscar Tu mundo.

Posiblemente el género haya sido cultivado por la mayoría de las personas de mi generación, al menos de los que teníamos, aunque fuera levemente, una breve inquietud cultural o un amor

no correspondido, pues lo que entonces estaba de moda era curar la melancolía leyendo poemas de Neruda.

“Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos."

O de Miguel Hernández

“Umbrío por la pena, casi bruno,
Porque la pena tizna cuando estalla,
donde yo no me hallo no se halla
hombre mas apenado que ninguno.”

La poesía es un género literario que implica una complicidad emocional entre el lector y el autor. No puede leerse desapasionadamente. Carecería de sentido. Y el apasionamiento en la lectura encuentra su máxima expresión en la adolescencia.

Por otra parte, tampoco puede escribirse si no es desde una actitud emocional muy determinada, de júbilo o de tristeza absolutos.

El poeta es, por definición, ciclotímico. No es capaz de escribir sus poemas en situación de equilibrio emocional, sino embargado por la tristeza o henchido de alegría. Extasiado o apesadumbrado.

“Érase un hombre a una nariz pegado
Érase una nariz superlativa
Érase una nariz sayón y escriba
Érase un peje espada muy barbado”

Se nos podría decir que el cuarteto en cuestión, primero de un soneto satírico de Quevedo, no es muestra de tristeza o alegría superlativas, pero en el fondo no se nos escapa que la crítica satírica solo es posible en un estado peculiar de euforia del autor.

Me encantaría volver a escribir poesía, pero no sé si los mimbres de mi cordura me permitirían llegar a tanto.

En ese empeño habría de volver, seguro, a mis folios y mis plumas, ya que la sensibilidad precisa para escribir poesía no creo que sea fácil transmitirla al papel a través de las teclas del ordenador.

No caeré en la tentación del experimento.

Posiblemente el culpable de mi amor a la poesía sea mi padre, que me hacía leer, en voz alta, y como práctica de lectura y de oratoria, un dificilísimo soneto de Quevedo que le encantaba, y

que hoy, a fuerza de ejercicio, me sé de memoria y creo que he conseguido, al fin, entonar correctamente. Es uno de los sonetos más conocidos de Quevedo, titulado “Amor constante más allá de la muerte”, que dice:

“Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra, que me llevare el blanco día
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera;

Más no de esotra parte en la ribera
dejará la memoria en donde ardía;
Nadar sabe mi llama la agua fría
y perder el respeto a ley severa.

Alma a quien todo un Dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
medulas que han gloriosamente ardido.

Su cuerpo dejarán, no su cuidado;
Serán ceniza, más tendrán sentido;
Polvo serán, más polvo enamorado”.

En cualquier caso he continuado cultivando mi afición por el arte de Calíope, Erato y Polimnia(1) en los distintos momentos en que he necesitado refugiarme en mi mismo para combatir, o para disfrutar, mis episodios esporádicos de melancolía.

La melancolía es esa situación de genio destemplado y tristeza recurrente, vaga, profunda y sosegada, en que el individuo que la padece no encuentra gusto ni diversión en nada(2), y aparece muy frecuentemente de los espíritus atormentados por la duda, la reflexión o el proceso creativo.

Víctor Hugo consideraba que la melancolía era “la dicha de estar triste”, pues la consideraba una placentera sensación de tristeza.

Estoy de acuerdo con el atrabiliario francés siempre que la melancolía no llegue a ser patológica, pues en tal caso deja de ser una situación anímica placentera de espíritus cultivados, para convertirse en una verdadera alteración psicótico depresiva, y la frontera entre ambos márgenes está, en ocasiones, como casi siempre en la emociones anidadas en la mente humana, muy difuminada.

Hace algún tiempo, en el telediario nocturno de

Telemadrid entonces dirigido por Germán Yanke, y hoy hurtado a su audiencia por la estulticia de los sindicatos, la escritora Angela Vallvey, comentó que: “Para ser poeta no hace falta escribir poemas, si no tener una especial sensibilidad para aproximarse a los acontecimientos que nos rodean y expresarlos desde la emoción interior que nos produzcan.”

Quedo con ello muy reconfortado pues, aunque me empeñe en no componer nuevos poemas, pienso que no he abandonado mi alma, mi sensibilidad, mi espíritu, mi vocación de Poeta...

O al menos, eso quiero creerme...

1 Musas de la poesía épica, lírica y sacra, respectivamente

2Diccionario de la RAE