La
figura de Azaña es una figura muy controvertida.
Desde
su intervención en la política de la II República adquirió fama de demócrata y
liberal, pero no dudó en ser uno de los promotores del asesino, revolucionario
y bolchevique Frente Popular, y no se conoce acción suya que tuviese por
objetivo parar la brutalidad de la represión republicana sobre la derecha y los
religiosos.
Ya
al poco de iniciarse la contienda, el general Emilio Mola se refirió a Azaña
como un monstruo de compleja constitución psicológica, que había alentado la
catástrofe de la Guerra.
Y en
los años siguientes fueron frecuentes las apelaciones a su espíritu
intolerante, su soberbia y resentimiento y sus políticas sectarias para
explicar las causas de la guerra.
Para
muchos Azaña representaba el enemigo existencial de la verdadera España.
Por
eso, puede entenderse, aún en la década de los 90 del siglo pasado, la sorpresa
—si no indignación— que alcanzó a algunos sectores de la derecha española
cuando supieron de la admiración que José María Aznar decía sentir por el
expresidente de la II República.
Aznar elogió en diversas ocasiones a un Azaña del que resaltaba su nobleza y altura de Miras.
En 1997,
siendo presidente del Gobierno, Aznar tuvo ocasión de recordar al político alcalaíno en
un acto oficial, subrayando su nobleza y su altura de miras y juzgándolo como un
político extraordinariamente bien dotado para el análisis y bien pertrechado de
ideales.
El
propio Sánchez ha recurrido —en una asociación a priori más natural— a la
figura que la izquierda considera, sin duda, la más relevante de la II
República española.
La
repetida apelación de la derecha al legado de Manuel Azaña fue considerada por
el historiador Javier Tusell como un intento de los sectores más liberales de
la derecha de buscar en Azaña un patrocinador intelectual de prestigio en el
tiempo pasado.
En
su figura se apreciaba y se sigue ponderando un patriotismo españolista, un
pensamiento laico y una voluntad modernizadora que constituyen un conjunto de
rasgos con los que esa derecha quería identificarse.
Lo cierto es que una personalidad tan compleja como la de Azaña y sometida a las turbulencias de la época más convulsa de la historia contemporánea de España arroja una amplia variedad de lecciones y mensajes que —sometidos en mayor o menor medida a una inevitable descontextualización— pueden venir en apoyo de las ideas políticas de unos y otros.
Para
las izquierdas, la vinculación con el hombre que personifica la primera
experiencia democrática —aunque fallida— de la historia de España resulta más
evidente.
Azaña
fue con su acción y sus discursos, promotor de las grandes reformas de la
primera etapa republicana (militar, religiosa, agraria...), que pretendían
modernizar España mediante la eliminación de los privilegios de determinados
sectores y la construcción de una sociedad más igualitaria, una España nueva,
un Estado liberal que permita por primera vez a los españoles vivir según su
gusto, como expresaría él.
Sánchez
también podría ver en él el ejemplo de un líder político que no dudó en tender puentes
con las izquierdas más radicales, impulsando el Frente Popular de 1936, de carácter
bolchevique y revolucionario —como demuestran las manifestaciones del socialista
Lago Caballero repudiando la democracia— así como con los movimientos nacionalistas,
denunciando el patriotismo que no ofrece soluciones, y promoviendo los primeros
Estatutos de autonomía de Cataluña y País Vasco.
Azaña no dudó en criticar las desatinadas ambiciones catalanistas, o el carácter antidemocrático, demagógico y autoritario de algunos sectores del nacionalismo catalán, ni en negar la condición de Estado a Cataluña.
Azaña
siempre hizo gala de un notable patriotismo, expresado en su frase os permito, tolero,
admito que no os importe la República; pero !que no os importe España! [...]
Eso no puede ser, pronunciada en Valencia en enero de 1937.
Sin
embargo, supongo que Aznar se habrá sentido decepcionado personalmente con las revelaciones
de los últimos años, con los estudios que han demostrado que Azaña mintió en
sus memorias; que mintió como todos. Lo que pasa es que en Azaña, que escribía
tan maravillosamente bien, esas mentiras son aún más odiosas.
Estos
días he recordado una frase, ya olvidada, de Sánchez: «Sobra el Ministerio de
Defensa».
Diez
años después de pronunciarla, y seis después de hacerse con el poder denunciando
la corrupción (ja, js,ja ja), hay que echar el exabrupto al saco de frasecitas
demagógicas con el que carga desde siempre.
Creciendo
y creciendo, el saco lo ha absorbido físicamente.
De
tal modo que hoy Sánchez es ese saco de mentiras y ninguna otra cosa.
Su
aspecto hoy es el de un cínico que ha asumido como prioridad la destrucción de
España.
Algo similar confesó Azaña a finales de 1930 con su «empresa de demoliciones», su denuncia de la enfermedad «heredo-histórica» de nuestra Nación, su insistencia en señalar como enemigos principales a la Iglesia y a la Monarquía, que se tradujeron en un republicanismo radical y excluyente y un anticristianismo que desembocó en una terrible persecución religiosa, sin que se conozca acción alguna para parar la violencia represiva desatada conntra la Iglesia.
Es más, en sus memorias Azaña afirma
"Todos los conventos de España n o valen la vida de un republicano"
Como Azaña era hombre culto
nada parece unirle a Sánchez. Sin embargo son comunes a ambos su mala fe, su
resentimiento, sus mentiras y su disposición a pactar con cualquiera de las
extrema izquierda, por despreciable que fuere, con tal de impulsar sus
deletéreos planes.
Azaña fue muy pronto
ministro de la Guerra, y su reforma no iba desencaminada. Sánchez quiere borrar
el departamento.
Azaña
defendió el Estatuto catalán con un largo y persuasiva discurso en el Congreso —del
que más tarde se arrepentiría—.
Sánchez
es un profundo inculto, ignorante de la distribución del poder tanto en lo
funcional como en lo territorial..
No
sabiendo eliminar el Ministerio de Defensa, como quería, Sánchez ha optado por
una idea pésima: ideologizar a los uniformados cada vez que escoge portavoz con
motivo de una tragedia.
Sea
en la pandemia persiguiendo críticas al gobierno, sea en las inundaciones mintiendo
a la cara a los españoles.
Del
mismo modo, no puede hacer que su bastardo cálculo político en plena tragedia
no haya sucedido.
Pero
si puede azuzar a su jauría mediática, rehala cuya manutención y cuya hambre él
administra.
Y
ahora que el sanchismo nada respeta, insta a los suyos a acusar de desinformación
a quien se atreva a desafiarlo.
España
no se la cargará porque se lo impedirá la Sociedad Civil —nadie lo dude—pero la
libertad de los ciudadanos y las libertades de expresión e información las está
destrozado.
La
única prensa libre que queda es la que no necesita arrodillarse para pagar las
nóminas.
Use
el lector este baremo cuando le vengan con la martingala de los pseudo/medios.
La
concatenación de tropelías, trolas y chanchullos del sanchismo ha provocado que
se rebaje la capacidad del público de escandalizarse.
Hemos
asistido a tantas acciones inimaginables que una más…
Los
españoles se han ido acostumbrando a una frase corrosiva moralmente: «Da igual,
al final nunca pasa nada…».
Zapatero
primero, y Sánchez llevándolo al paroxismo, tomaron una decisión execrable, que
increíblemente les ha funcionado: reabrir las heridas de la Guerra Civil y
reinstaurar un clima de confrontación ideológica que — salvando la violencia—
revive el de hace ochenta años.
El
«No pasarán» que vociferaba con histeria la Pasionaria, se repite ahora través
de las terminales políticas y televisivas de la izquierda.
El
mensaje del nuevo Frente Popular es tan burdo como claro: «La derecha no puede
volver a gobernar jamás en España».
Parte
de la población se cala las orejeras maniqueas y lo acata.
Hay
que parar a la derecha «como sea».
Ante
cualquier evidencia sobre la corrupción del PSOE, del Gobierno o del entorno
del presidente y la Famiglia, Sánchez tiene una respuesta de
manual: no hay nada, estamos ante una cacería de la derecha judicial,
mediática y política, que no acepta la mayoría democrática progresista. Asunto
zanjado, y a seguir impostando que gobierna.
El
poder es para Sánchez lo que más le importa del mundo.
Pero
ahora además es su último escudo.
Tiene
que aferrarse al cargo a todo precio, porque si la democracia funciona sin cortapisas
del Ejecutivo, hay mucha tropa del PSOE que va a disfrutar las hospederías del
Estado.
Nos despedimos con la frase
cómica del año: «En el Gobierno nos enteramos por la prensa» —el ministro
Torres sobre la filtración de los datos privados del novio de Ayuso—.
Nunca
debemos infravalorar la capacidad de este Ejecutivo para tomarnos por imbéciles.
Y
como siempre, terminaré esta ”Reflexión Heteróclita” con una nueva pieza
musical, de la Ópera Macbeth: el "Sparve il sol!" del Coro de los
Asesesinos.
©2025 JESÚS FERNÁNDEZ-MIRANDA Y LOZANA
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