Páginas

lunes, 28 de octubre de 2013

EL ESTADO AUTONÓMICO




Puzzle de Agua - Chema Madoz ©
He escrito, en varias ocasiones, sobre la negativa de Torcuato Fernandez-Miranda a firmar la Constitución de 1978  al entender que su Título VIII transgredía el concepto de Nación y abriría abismos a un desastre, advertido por él con clarividencia y dramáticamente concretado en nuestra realidad  actual.
 
Gabriel Albiac en una reciente columna de ABC afirma que es esa configuración territorial, absurda, sobre el concepto de “Nacionalidades”, que no es sino concepto vergonzante cedido en beneficio de quienes desde un principio querían ser Naciones, donde se encuentra gran parte de la razón de los problemas que nos afectan como Nación, como Patria diría yo.
 
 
Es frecuente la opinión, fundamentalmente entre los autores que conforman la “historiografía Oficial” políticamente correcta, de que el Estado Autonómico se creó para superar un problema histórico, pero hemos de formularnos una pregunta
 
¿Existe realmente una “cuestión territorial” como problema histórico nacional?
 
Desde luego NO en los términos de soberanía en los que, abusivamente, se ha venido desarrollando esta cuestión a través de los Estatutos de Autonomía hoy vigentes.

Ya  Ortega, en su obra España Invertebrada, nos dice que la unidad de España se formó sobre los grandes retos de futuro que esa misma unidad anticipaba como objetivos posibles y que, solo desde la unidad, cada una de sus partes, consideró realizables.

Afirma Ortega que la desaparición de la ilusión por el logro de esos objetivos comunes, que identifica con la creación del Imperio Español, habría llevado a un proceso imparable de desintegración de la unidad, coincidiendo con la paulatina y continua decadencia de aquel Imperio.

 Y esa desaparición de un ideal común, esa “desvertebración”, tendría su origen, según Ortega, en lo que él llama “El particularismo”:

 “Cada grupo deja de sentirse a sí mismo como parte (del todo), y en consecuencia deja de compartir los sentimientos de los demás. No le importan las esperanzas o necesidades de los otros y no se solidarizará con ellos para auxiliarlos en su afán

 Este particularismo afectó a toda España, y de manera crítica a Castilla, que tras haber sido quien forjó España, se convirtió en el elemento que la deshizo, pues según Ortega:

“Si Cataluña y Vasconia hubiesen sido las razas formidables que ahora se imaginan ser, habrían dado un terrible tirón de Castilla cuando esta comenzó a hacerse particularista, es decir, a no contar debidamente con ellas. La sacudida en la periferia hubiera acaso despertado las antiguas virtudes del centro y no habrían, por fortuna, caído en la perdurable modorra de idiotez y egoísmo que han vivido durante tres siglos de nuestra historia.”

Pero hemos de formularnos,  junto a las descritas por Ortega, otras cuestiones:

No es casualidad que los nacionalismos tengan mayor implantación en lo que fueran territorios carlistas durante nuestra Guerra de Sucesión, lo que constituyó un elemento de disgregación respecto del resto de España nunca plenamente reconducido.

No es casualidad que  los movimientos “nacionalistas” tengan su mayor expresión en las zonas más tempranamente industrializadas, en un deseo de sus oligarquías de proteger sus economías frente a la de zonas menos desarrolladas y su potencial competencia.

No es casualidad que, en el primer tercio del s.XX, la izquierda bolchevique, pese a ser internacionalista, utilice a los “nacionalismos”, como instrumento de desintegración de la Nación Burguesa Española, precisamente en esas mismas zonas, que eran las más industrialmente proletarizadas.

No es casualidad tampoco que, después de nuestra guerra civil, se produzca un uso intencionado de los nacionalismos como instrumento de unión de la oposición a Franco.

No es casualidad, en fin, que las competencias educativas de las Autonomías hayan creado una historia falsa, a medida de cada parte de España, desacreditando la Historia Nacional, inventando mitos y leyendas que refuercen la falsa “identidad” histórica de las diferentes Comunidades Autónomas. Actitud que es ya exacerbada en Cataluña.

Son muchas, pues, las cuestiones que tendríamos que analizar para deshacer el tópico de que el nacionalismo es un problema profundamente arraigado en nuestra historia, pues lo cierto es que se desarrolla en  las postrimerías del s.XIX y principios del s.XX, como efecto de la pugna ideológica entre conservadores y liberales, aprovechada después por la izquierda para desestabilizar el sistema.

En conclusión el “nacionalismo” NO es un problema histórico y siempre ha sido utilizado torticeramente para otros intereses espurios, a los que, como sardina cruda, otras fuerzas más poderosas han arrimado siempre a su ascua, provocando los incendios sociales que siempre le han acompañado.
 
La única forma de superar tal situación sería encontrar nuevos elementos de cohesión común: y ahí, junto con la necesidad de superar la falsa educación nacionalista y sesgada de generaciones de jóvenes instruidos en el odio a España, es donde radica hoy el problema de nuestra Nación.

Y ante este reto, lamentablemente, nuestros políticos no están dando la talla; No existen líderes sociales capaces de aglutinar las voluntades de todos los españoles frente a un mismo reto común, de configurar un puzle ilusionante de objetivos, pues se queda en poco la necesaria regeneración política y económica que necesita España.

Necesitamos retos patrios comunes ante los que lleguemos a la conclusión de que, sólo desde la unidad, cada una de las partes que componen España los pueda y los quieran realizar.

 Solo la grandeza de miras, la regeneración social, el renacimiento de los principios, el abandono del hedonismo ciudadano, la corresponsabilidad en nuestro futuro, el renacimiento del concepto de Patria, hará posible la aparición de tales objetivos.
 
Treinta años después de la implantación de un sistema de Autonomías territoriales por nuestra Constitución de 1978, que Ortega y otros intelectuales coetáneos defendieron de buena fe como forma de evitar el federalismo, no creo que ninguno de ellos imaginase que nos encontraríamos de nuevo en el punto de partida que se trataba de evitar: que se pusieran frente a frente “la España arisca y la España dócil”, y todos sabemos a que partes de España corresponde cada categoría. Pues dóciles son los que aceptan la Patria y ariscos quienes la combaten.