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miércoles, 15 de diciembre de 2010

ESTADO DE ALARMA

Hoy me encuentro sin muchos ánimos como para describir lo que siento como consecuencia de lo que supone, ante el silencio clamoroso de los medios y los partidos de la oposición, un atropello de nuestros derechos como ciudadanos: La declaración del Estado de Alarma. Por eso me permito, sin el permiso expreso, pero con mi admiración inmensa hacia su autor, reproducir el artículo publicado ayer 13 de diciembre, por Gabriel Albiac en ABC, bajo el Título “NADIE ALARMA A LOS MUERTOS“Diez días exentos de ciudadanía, exentos de garantía constitucional. Y nadie alza la voz. ¡TANTO, al fin, para nada! Camino va de terminar el año. Y Madrid se nos trueca en este nudo de nubarrones zinc: un gris de estaño suelda el alma agrietada que se finge un nuevo inicio. Pero no es cieno; todo vuelve, no igual, algo más viejo. No hay eterno retorno, ya quisiéramos los pálidos humanos tener ese consuelo a nuestro caer sin épica en el tiempo, que es el mal, en formidable hallazgo de Ezra Pound. Y, en la melancolía navideña, que empieza a empaparlo todo en ese gris de zinc con el que el cielo de Madrid absorbe el alma, se cierra la metáfora primordial. Todas nuestras liturgias convenidas quieren exorcizarla. Pero no hay júbilo ni hojarasca luminosa que pueda acallar del todo la básica sospecha de que nada benévolo nos ha obsequiado el curso de estos meses. Somos más pobres, más tristes, mucho más desencantados. Hemos ganado, eso sí, sabiduría: pero no estamos seguros que valga el precio. Hemos sido engañados. Lo sabemos. Con cinismo admirable, una banda de fríos sinvergüenzas exhibió ante nosotros el oropel más sobado: el del progresismo. En su nombre, prometieron todo. Disparates. Salvar de la miseria a aquellos mismos a los que su desvergüenza habla hundido en una pobreza sin retorno. Ni una sola razón, ni un argumento apuntaló, siquiera, la exhibición de aquel delirio. Sólo impávidas promesas de haber apostado por la orilla buena de la historia: progreso, izquierda, sentido... Y eso tuvo más fuerza que todos los argumentos que mostraban, sin lugar a error ni duda, que caminábamos sin freno hacia la bancarrota. No es extraña esa unanimidad en dar creencia a lo más infantil de la mente humana: la fe en seguir el vector ascendente del sentido histórico. Un maestro al cual ahora nadie lee lo escribió en su glacial nota testamentaría: «la estabilidad de la religión viene de que el sentido es siempre religioso». Y, hoy, en España no hay otra religión vigente que la del progreso. De ella vivieron los asesinos del Gal como viven ahora los impecables analfabetos del estado de alarma. No se pude vivir así. Seamos serios. En esta indiferencia desolada. No son los lerdos controladores quienes quedaron desprovistos de la plenitud de sus derechos ciudadanos el día 4. Fuimos nosotros. El estado de alarma no distingue entre buenos y malos: afecta a todos. Y seguimos así. Como si nada. Yo recuerdo —tenía entonces dieciocho— el estado de excepción del 69. Vivíamos en una dictadura, así que tampoco era tanto lo que aquello cambiaba: el franquismo era un estado de excepción permanente. Lo vivimos, sin embargo, como un acto de guerra contra la población civil. Eso era aquello. Eso es esto. Y que ahora vivamos en democracia no hace sino agravar la prórroga de un recorte en nuestros derechos, que suspende provisionalmente la plenitud constitucional. Que, por ejemplo, hace imposible realizar elecciones generales -esa epítome de la democracia- durante su vigencia. Es el síntoma de una sociedad enferma. Pienso yo que terminal. ¿Quién sabe? Puede ser -¡ojala!— que me equivoque. Diez días ya, exentos de ciudadanía, exentos de garantía constitucional. Y nadie alza la voz. Todos caminan, la cabeza gacha, bajo este cielo gris de zinc con algo de espejo de nuestra muerte.” Pero para mayor INRI, el “Gobierno de España” —vaya eufemismo para una Nación que por culpa del propio gobierno se desintegra irremediablemente— ha acordado proponer al Congreso la prórroga del “Estado de Alarma” hasta el próximo día 15 de enero, con la finalidad declarada de evitar que los controladores descontrolados puedan aguarle las vacaciones de Navidad a los españolitos de a pié, o sea que continuamos con una restricción injustificada de los derechos de 45 millones de ciudadanos —súbditos más bien— para evitar un conflicto que pueden plantear 2.000 profesionales con los que por lo visto AENA y el Ministerio de Fomento de Pepiño Blanco, son incapaces de negociar o imponer una disciplina sino es otra que la militar amparada en el “Estado de Alarma”.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

BANCARROTA

Dejemos para otros las cuestiones de actualidad rabiosa y hagamos una “reflexión heteróclita” breve pero referida al fondo de los asuntos que acontecen. La palabra bancarrota tiene su origen en las tradiciones de la antigua Italia, en la que los prestamistas se sentaban, en los mercados, en sus “bancas” —del alemán banky o taburete sin respaldo— para realizar sus transacciones. Cuando un “Banquero”, cuyo nombre procede del mismo origen semántico, se arruinaba, incumplía sus obligaciones de devolver el dinero tomado a préstamo para a su vez prestarlo, o cometía cualquier otra irregularidad en su quehacer comercial, primero el gremio de prestamistas y más tarde las propias autoridades les quebraban el banco y le expulsaban del mercado, en el que ya no se le permitía operar. El sabio Heráclito decía: “Nunca nos bañamos en el mismo río, pues las aguas en que nos sumergimos son siempre y cada vez, diferentes” Llevada la genialidad del sabio griego a nuestra “Crisis” lo cierto es que nos estamos dando un revolcón, que no chapuzón, en la misma crisis económica que se repite cada cierto número de años, que sin embargo es diferente a todas las anteriores, pues sus circunstancias son, esencialmente, distintas a todas las vividas con anterioridad. Un amigo me decía hace unos días: “Lo lamentable es que va a ser la primera vez en nuestra historia en que los hijos van a vivir pero que sus padres” ¿Qué quería decir? ¿Qué el ciclo económico que atravesamos no es un nuevo valle en la sucesión ininterrumpida de picos y valles que hemos vivido los seres humanos desde que atravesamos los páramos de nuestro planeta mundo, sino que se trata de un cambio esencial en la dinámica de nuestra propia evolución? Lo dudo, aunque su aseveración me preocupa. Lo cierto es que la crisis que ahora vivimos es más profunda que las anteriores vividas, al menos durante nuestra vida, pues aquellas lo eran por ajuste de las desviaciones que se producían como fruto de procesos de crecimiento siempre desordenado de las economías, mientras que esta es una crisis estructural y financiera, que tiene más difícil solución porque afecta, esencialmente, al crédito, en el sentido de fiabilidad y fortaleza, de las entidades bancarias y de los propios Estados, y a las propias estructuras básicas del entramado de las economías de los países desarrollados. Al fin y a la postre estamos viviendo la quiebra del pretendido “Estado del Bienestar”, situación en la que los ciudadanos veían todas sus necesidades —educativas, sanitarias, asistenciales, de vivienda, de ocio, de seguridad, etc…— satisfechas por el “Estado Providencia”, un estado dual —central y autonómico— omnipresente y omnipotente, que satisfacía a sus ciudadanos todas aquellas necesidades y cuantas otras se les pudiera ocurrir, sin reparar en el coste de las mismas y en la escasez de los recursos existentes parta ello. La economía no deja de ser la ciencia que nos permite asignar recursos siempre escasos, a satisfacer nuestras necesidades, siempre crecientes, sustentada en leyes básicas, como las de la oferta y la demanda o la de la necesaria y adecuada administración de la permanente escasez de los recursos con los que hayan de satisfacerse nuestras necesidades. Y ¿Qué ha ocurrido? Pues que ese Estado Dual, en un ejercicio de irresponsabilidad absoluto, ha animado a los ciudadanos a reclamar más y más servicios sufragados con los erarios públicos, sin prever que los recursos necesarios para satisfacer esas demandas no eran inagotables, sino eventualmente suficientes en volandas de una situación económica “prospera”, a lomos de sucesivas burbujas económicas, primero la tecnológica, después la inmobiliaria y finalmente la financiera, espoleada por la bajada a nivel mundial de los tipos de interés del dinero, todas ellas súbitamente desinfladas. Y resulta que ahora no hay dinero suficiente para que los bancos se devuelvan el que se han prestado entre ellos y ni tan siquiera el Estado ni las Autonomías tienen recursos suficientes para pagar sus deudas, con lo que se endeudan más para pagar a corto lo que no saben cómo van a devolver a largo, es decir, han caído en la “bancarrota”. Por otra parte la vieja Europa demuestra que efectivamente ha perdido el pulso de los acontecimientos y su empuje histórico, pues mientras la reserva federal americana, en manos del poco ortodoxo Ben Bernake, ha insuflado cientos de miles de millones de dólares en sus bancos y en el sistema financiero, el timorato Trichet no lo hace y ya se le empieza a reclamar que el BCE compre deuda soberana si no quiere contemplar un “soberano” y generalizado batacazo de la Unión en su conjunto. Y aunque los índices de confianza del consumidor o industrial en Alemania crezcan por encima de los pronósticos de los expertos, lo que no deja de ser una gran noticia, mucho me temo que la “Locomotora” europea se haya quedado chica para tirar no ya de la economía de 5, 7 o 12, sino de 27 países que hoy conforman la Unión. Y como en el dicho popular rescatado por Sabina en una de sus canciones: “Pongo un circo y me crecen los enanos”, porque si subo los impuestos para generar más recursos y reducir el déficit del Estado, entonces se reduce el consumo privado y no arreglo el paro; pero si por el contrario no lo hago y recaliento la economía, para forzar su recuperación, entonces me crece la inflación y se me encarece la posibilidad de refinanciación o pago de mis deudas. Y tampoco me vale la diatriba de Rajoy de que “Dios proveerá” pues no creo que El Creador Esté por la labor de alterar las leyes económicas de suerte que las decisiones de los políticos surtan los efectos económicos deseados y no otros más adversos. LAO TSE nos dice que el hombre sabio ha de ser: "Cauteloso como el que atraviesa un río en pleno invierno; vigilante como si temiera la actitud de los que le rodean; ceremonioso como si estuviera de visita; discreto como el hielo que se disuelve; sincero como la madera virgen; acogedor como un valle; turbulento como las aguas turbias de un río caudaloso” y nada de todo ello son características del comportamiento de nuestros gobernantes ni de las autoridades económicas de las que dependemos, pues efectivamente la política y más la política económica, es el arte de solucionar problemas sin crear otros mayores, lo que no está ocurriendo. Pero ¿Hay solución? Sí, pero implicaría la adopción de medidas profundamente impopulares y es precisamente a eso a lo que no están dispuestos nuestros políticos, de ningún sector del arco político, con un proceso electoral de elecciones locales y autonómicas en el próximo mes de mayo, una fractura profunda en el seno del partido gobernante, por consecuencia de las recientes elecciones catalanas, que implica gravemente al PSOE y a su franquicia catalana el PSC, y un paulatino deterioro de la situación política del Gobierno. Y con una oposición que no acaba de dar la talla. Así que como dice el acrónimo popular “ajo, agua y resina”. Y mientras tanto nuestros políticos a lo suyo, con un fenomenal desorden de ideas en la movida de los controladores aéreos; con el “Estado de Alarma” declarado; sin capacidad de reacción ni de proacción en relación con los acontecimientos que atañen realmente a los ciudadanos; contemplando impasibles como en el mes de noviembre se han dado de baja en su cotización a la SS más de 35.000 empresarios autónomos y celebrando en armonía y buena vecindad el cumpleaños de nuestra Constitución, malhadada Constitución cuyo Título VIII es el origen de gran parte de nuestros males presentes. Pero claro, a ese gato, más bien tigre de Bengala, no hay quien se atreva a ponerle un cascabel. Sobre todo porque lo primero que habría que hacerle al gato sería desparasitarlo, y después cortarle las uñas y limarle los dientes para tratar de domesticarlo, incluso, si ello fuese necesario, modificando la Constitución, por mucho que les llegase a pesar a los “Nazionalistas”. ¿Porqué ese temor reverencial a modificar la Constitución y reconducir a algo razonable el “Estado de las Autonomías”? No olvidemos lo advertido por el reciente Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, que no para de decirnos que: “El Nacionalismo ha sido el causante de las mayores carnicerías de la Historia” a lo que yo añadiría: “…y de las mayores estupideces”