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martes, 26 de marzo de 2013

LA TOMA DE LA ROCHELLE 1372

Existe una tendencia generalizada a hablar de las invencibles escuadras inglesas cuando se habla de la guerra en el mar.

Cierto que, durante los siglos XVIII y XIX, el control británico de los mares fue apabullante, pero la historia presenta numerosos acontecimientos grandiosos de la fuerza naval española, que dominó los mares desde el s. XIV hasta el s.XVIII.

En los últimos tiempos ha contribuido a esta magnificación de la potencia naval británica la industria del “Showbiz” americano, que está plagada de omisiones, falsedades y leyendas, en aras de los éxitos de taquilla, y en la que lo británico es siempre lo bueno y lo español lo detestable.

No vamos a referirnos a Blas Lezo y su heroica defensa de Cartagena, o a los Galeones de Asia o de Indias, mil veces acosados por los corsarios británcos, franceses y holandeses, sino a páginas gloriosas de victorias poco conocidas de las armadas españolas.

Vayamos pues a 1372, último cuarto del siglo XIV, en que definitivamente se consolidó el poder español sobre los mares, que duraría hasta el s. XVIII.

En 1369 Carlos V de Francia reinició las hostilidades con Inglaterra, violando el Tratado de Brétigny de 1360, reanudando así la de la Guerra de los Cien Años.

Su decisión se basaba en contar con la ayuda de Enrique II de Castilla, quien disponía de una poderosa armada, alianza franco-castellana que se remonta a la Guerra Civil Castellana (1366–1369), en la que Enrique de Trastámara (futuro Enrique II), para contrarrestar la coalición con Inglaterra de su oponente Pedro I, firmó con Carlos V de Francia el tratado de Toledo de 20 de noviembre de 1368, por el que Castilla se comprometía a aportar el doble de naves que los franceses en las operaciones navales conjuntas que se desarrollaran a partir de entonces.

Dentro de su estrategia el rey francés pretendía someter La Rochelle, punto clave para el control del Ducado de Guyena, en poder de Inglaterra. Para lo que pidió la colaboración naval castellana.

Carlos v de Francia

Enrique II de castilla envió una flota al mando del almirante genovés Ambrosio Bocanegra, entre cuyos capitanes se encontraban, además del almirante, Fernán Ruiz Cabeza de Vaca, Fernando de Peón y Ruy Díaz de Rojas (Adelantado Mayor de Guipúzcoa y jefe de las naos).

Eduardo III de Inglaterra se propuso defenderla a toda costa con una armada constituida bajo el mando de yerno Juan de Hastings, conde de Pembroke. Además de los barcos de guerra iban en ella naves de transporte con hombres, material y dinero destinados a la guerra en la Guyena.

Pero no puede olvidarse que los intereses castellanos coincidían con los franceses, pues en esta intervención Castilla vio, de una parte, la posibilidad de reforzar su relación con Francia, que sufría derrota tras derrota en asedios estériles a los territorios dominados por el rey ingles.

Además los castellanos vieron también en su intervención una ocasión para exterminar la piratería inglesa que infestaba el mar del norte, dañando el
comercio con Flandes, al tiempo que era un ocasión para desestabilizar las

                                                                                                                                                                               Enrique II de Castilla
pretensiones al trono castellano por parte del Duque de Lancaster, Juan de Gante, casado con la infanta Constanza de Castilla, hija de Pedro I el Cruel, hermanastro de Enrique y legítimo heredero del trono castellano, a quien Enrique había matado, tras larga guerra de disputa por el trono de Castilla, concluida la batalla de Montiel y ayudado por el francés Bertrand Du Guesclin, quien en la pelea entre aquellos ayudó a Enrique pronunciando la famosa frase “Ni quito ni pongo Rey, pero ayudo a mi Señor”.

Pues bien, así las cosas, y tras el tratado hispano francés, las tropas del Rey Carlos sitiaban la fortaleza de La Rochelle, baluarte en poder del Rey inglés que servía para avituallar sus tropas en territorio de la Guyana.

La flota castellana de 12 galeras tenía como misión buscar y destruir cualquier nave inglesa que se avistase e impedir la arribada de la flota inglesa que lleva tropas de refresco a la Guyena a través de La Rochelle.

La flota inglesa estaba compuesta de 38 naves, y transportaba un ejército de 8.000 soldados y 500 caballeros con sus monturas y arneses, aparte de pertrechos para una campaña de varios meses.

                                                                                                 
El 22 de junio las flotas se encontraron a la altura de La Rochelle.                     
Boccanegra se encontraba a sotavento y ordenó a su flota esquivar el encuentro y mantenerse a distancia mientras esperaban la noche e intentaban ir ganando el barlovento.

Los ingleses, confiando en su superioridad numérica no varían el rumbo, esperando sortear la escuadra enemiga en la noche.

Galera "Sutil" Castellana
Lo que los marinos ingleses achacaron a una cobardía del genovés (como así lo pregonaron) fue en realidad una estratagema. Sabedor de las condiciones naturales del lugar y de las características de las naves de ambos bandos, el almirante castellano prefirió esperar al día siguiente. En esa jornada cuando, durante la bajamar, las naos inglesas, por su mayor calado, quedaron varadas, y antes de que subiera la marea y pudieran flotar, se acercó a ellas la escuadra castellana sacando ventaja de la mayor ligereza y menor calado de sus galeras.

Las naves de Pembroke apenas pudieron maniobrar en orden y Boccanegra hizo uso de un nuevo arma en la guerra naval : las bombardas.

Vomitando fuego desde sus costados, las galeras castellanas diezmaron terriblemente a la infantería inglesa. El pánico se apoderó de sus naves. El fuego se propaga de una nave a otra, mientras las galeras castellanas forman una línea impidiendo que ninguna escape. La victoria es aplastante. Pembroke es capturado, con 400 caballeros de “espuela dorada”, es decir nobles o hidalgos y unos 3.000 soldados de su fuerza inicial de 8.000 hombres.                                                         

                                                                                                                                                                   Nao o Nave redonda inglesa
     
Como colofón, Bocanegra, en su regreso a Santander capturan 4 naves inglesas más a la altura de Burdeos.

Boccanegra condujo a los nobles ingleses capturados a la presencia del monarca castellano.

Al hacer prisioneros, el almirante de Castilla tuvo con los vencidos en esta batalla un gesto humanitario inusual en aquellos tiempos, pues era costumbre entonces degollar o arrojar al agua a todos los adversarios, aunque se hubieran rendido

En Burgos, el rey castellano perdonó la vida a Pembroke y sus caballeros de alto rango, devolviéndoles la libertad, y permitiéndoles su regreso a Inglaterra bajo palabra de caballeros de 'no alçar las armas e gentes contra el rei de Castilla'.

Con la toma de La Rochelle terminó el control ingles del canal de la mancha que pasó a manos castellanas.

Posteriormente a la toma de La Rochelle, Las naves de Boccanegra saquearon diversops puertos de la costa inglesa en el mismo año. Los puertos del cantábrico y de Vizcaya se llenaron con las presas de mercantes ingleses realizadas por los corsarios de la Hermandad del Cantábrico.

Posteriormente se conquistó Roche-Guyon, en el estuario del Loira, y la flota castellana llegó a atacar con éxito las cercanías de Londres en 1380, remontando el Támesis al mando de Sánchez de Tovar y destruyendo Gravesend, a poca distancia de la capital británica.

                               

Puertos ingleses destruidos por la flota castellana

Para la Corona de Castilla, la victoria tuvo favorables repercusiones militares y económicas. Se consolidó como primera potencia naval en el Atlántico, otorgando así mayores posibilidades mercantiles a sus marinos. El comercio de lana entre Inglaterra y Flandes se había interrumpido a causa de la guerra, y ahora será Castilla la que sustituya en esta actividad a la derrotada con la lana de sus “merinas”. Sus mercaderes construyeron incluso un almacén en Brujas. Los ingresos obtenidos de las exportaciones propiciaron un auge económico castellano, y Burgos se convirtió en una las ciudades más importantes de Europa Occidental. Y todo esto duraría hasta la derrota y destrucción de la “Armada invencible”, en 1588, bajo el reinado de Felipe II, momento en que comenzó el paulatino e inexorable declive de la fuerza marítima de los Reinos españoles en beneficio de la Armada Inglesa.

En cualquier caso, lo más sorprendente de la Historia son las incomprensibles tergiversaciones, que implican el desastre de la Armada española de 1588, pues el episodio es con frecuencia referido por historiadores anglosajones como un brillante ejemplo de la gran tradición defensiva inglesa que ha impedido, desde la invasión normanda del siglo XI, el desembarco en suelo inglés de cualquier fuerza hostil por poderosa que fuera.

En realidad, tropas españolas atacaron y saquearon localidades inglesas en diversas ocasiones, tanto antes como después del episodio de la Armada Invencible, si bien estos hechos suelen ser omitidos en la historiografía inglesa.

Y no solo durante la Guerra de los 100 años, en episodios antes relatados que llegaron a incursiones hasta Londres.

Años después, y durante el mismo conflicto, el corsario español Pero Niño, volvió a atacar en 1405 la península de Cornualles, asolando la Isla de Pórtland y saqueando Poole.

Asi mismo, en julio de 1595 se produjo la Batalla de Cornualles. Una flota compuesta por cuatro galeras españolas al mando de Carlos de Amésquita, que patrullaba en aguas inglesas, desembarcó unos 400 soldados de los tercios en la bahía de Mount, en la península de Cornualles, al suroeste de Inglaterra para aprovisionarse.

Las milicias inglesas, encargadas de la defensa inglesa en caso de invasión de tropas españolas, huyeron, y los españoles tomaron todo lo que necesitaban y quemaron las localidades de Mousehole, Paul, Newlyn y todos los pueblos de los alrededores. Al final del día, celebraron una tradicional misa católica en suelo inglés, embarcaron de nuevo y lograron esquivar una flota de guerra al mando de Francis Drake y John Hawkins que había sido enviada para expulsarlos.

Dos años después del ataque de Amésquita, en 1597, Felipe II volvió a enviar una nueva flota de invasión contra Inglaterra, más poderosa que su precursora de 1588. Tras avanzar hacia las costas inglesas sin encontrar oposición, un fuerte temporal dispersó la flota, si bien en esta ocasión no se produjeron los catastróficos resultados de 1588. Aun así, siete barcos llegaron a tierra en las proximidades de Falmouth, desembarcando a 400 soldados de élite que se atrincheraron esperando refuerzos para marchar sobre Londres. Tras dos días de espera en los que las milicias inglesas no se atrevieron a hostigarlos, recibieron la orden de embarcar, pues la flota se había dispersado irremediablemente, regresando a España.

Luego el suelo de la “Pérfida Albión” fue hoyado por tropas españolas muchas más veces da las que los ingleses quieren contar o reconocer.

Finalmente no creo que esté de más recordar que desde el s XV hasta 1776, año en que partió la última Flota de Indias, y durante más de 250 años, las pérdidas de la flota por ataques fueron mínimas.

Puede calificarse así a la Flota de Indias como una de las operaciones navales más exitosas de la historia. De hecho, en los 300 años de existencia de la Flota de Indias solo dos convoyes fueron hundidos o apresados por los ingleses.

El resto que se cuenta, es cuento o tergiversación histórica anglosajona y malintencionada.

lunes, 18 de marzo de 2013

LA GUARDIA SUIZA - EL LEON DE LUCERNA


Cuando se habla de “Guardia Suiza” todo el mundo recuerda la colorida guardia del Vaticano, y se identifica el país como un lugar plácido, pacifico y alejado de toda clase de conflictos. Pero pocos saben que los Suizos, siempre Independientes de los Grandes Reinos Europeos, aportaron Regimientos de apreciados Mercenarios Voluntarios a todos ellos, desde el s.XIII. y siempre con sus coloridos uniformes llamados de “Reisläufer”.
Desde el siglo XV y hasta mediados del s.XIX, un regimiento de mercenarios suizos formó la Guardia Personal de los reyes de Francia.
En 1789 estalló la Revolución Francesa. En junio de 1791 Luis XVI trató de huir al extranjero y fue condenado a arresto domiciliario. En la insurrección del 10 de agosto de 1792, los revolucionarios tomaron el Palacio de las Tullerías. Cuando comenzó el asalto 5 miembros de la Guardia Suiza fueron asesinados ante su capitán por la turbamulta, pero la Guardia logró contener el asalto mientras el Rey se refugiaba en la Asamblea Legislativa, donde fue obligado a ordenar a su Guardia Suiza que se retirase y volviese a sus cuarteles. El capitán Dürler  pidió la orden por escrito al Rey y cuando la acató y al salir del palacio, indefensos, la Guardia fue masacrada sin piedad. De los 1.000 miembros de la Guardia Suiza que defendían al Rey, sólo sobrevivieron 300.
La iniciativa de crear el monumento en recuerdo de esta matanza, fue tomada por Karl von Pfyffer Altishofen, oficial de la Guardia que estaba de permiso en Lucerna en el momento de la lucha. El diseño del monumento se debe al danés  Bertel Thorvaldsen y su realización al cantero alemán  Lucas Ahorn y está tallado directamente sobre la roca bajo la inscripción “HELVETIORUM FIDEI AC VIRTUTI” “A LA LEALTAD Y VALENTÍA DE LOS SUIZOS”

 
Y esa tradición guerrera pervive hoy en día en el país alpino, que mantiene un ejército activo de 500.000 hombres con 7,5 millones de habitantes, mientras que España, con 50 millones de habitantes, apenas llega a los 150.000 efectivos.
Pero junto a esta tradición guerrera llama la atención la exigua pero conocidísima Guardia Suiza Vaticana, que se hace más presente en estos momentos, con la atención del mundo pendiente de la ciudad estado como consecuencia de la renuncia de Benedicto XVI al papado. Su origen se encuentra en la petición formulada por el papa Julio II, en 1505, encargando a Peter von Hertenstein conducir hasta Roma a 200 hombres que se ocuparían de la custodia de la persona del Papa y de los palacios pontificios.

 
Una de las más dramáticas historias en torno a este cuerpo de guardia fue el protagonizado durante el ‘saco di Roma’, saqueo de la ciudad por las tropas del emperador Carlos V al mando de Carlos Montpensiertercer duque de Borbón, enfrentado con Francisco I, su señor natural, y al mando de una tropa de 20.000 hom,bres, de ellos 17.000 lansquenetes alemanes luteranos, a los que debía su paga y quiso pagar con el saqueo de la Ciudad Santa, al tiempo que escarmiento al papa Clemente VII por su cercanía a la Liga de Cognac, formada por Francisco I  –el mortal enemigo del Emperador– como alianza militar enfrentada al ‘César’ Carlos. El pontífice, protegido por la Guardia Suiza, se salvó refugiándose en el castillo Sant’Angelo, pero 147 de los guardias perecieron en su defensa.

Carlos I que no había autorizado el saqueo, se manifestó enseguida indignado, pidiendo expreso perdón al Papa y vistuendo de luto en esñal de su rrepentimiento, aunque lo cierto es que el Papa Clemente no volvió a aliarse con Francia.
Y es precisamente el 6 de mayo, fecha de aniversario del famoso ‘saco’ cuando la Guardia Suiza celebra anualmente la ceremonia de juramento de los nuevos guardias que se han incorporado al cuerpo, bellísima celebración en que la Guardia al completo forma con sus alabardas, corazas y morriones con plumas rojas, salvo las moradas y blancas de los suboficiales y oficiales.

 
En este acto, los reclutas sujetan con su mano izquierda la bandera, y con la derecha alzada con solo los dedos pulgar índice y corazón estirados, en referencia a la Santísima Trinidad, juran lealtad al Papa y al Colegio Cardenalicio, a quienes sin dudarlo protegerán hasta con su propia vida, si se ven, de nuevo y como han demostrado que puede suceder, abocados a ello.