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viernes, 28 de octubre de 2022

DERECHOS COLECTIVOS POLÍTICAMENTE CORRECTOS

 

Los derechos colectivos no son derechos humanos sino intereses de grupo

 

Un fantasma pernicioso deambula por las naciones occidentales y golpea con la furia de la “Guerra Santa” a sus ciudadanos y sus instituciones, mientras que nuestros políticos y periodistas miran para otro lado en tributo a la religión de la “corrección política.

Se trata de el abrumador triunfo de los “DERECHOS COLECTIVOS”

Y quiero advertir a mis lectores que esta reflexión es larga, pues el tema tratado es importante. Espero no aburriros.

Se entiende por “Derechos Colectivos” los derechos cuyo sujeto no es un individuo ─como es el caso de los derechos individuales─, sino un conjunto, colectivo o grupo social.

Mediante esos derechos se pretende proteger los intereses e incluso la identidad de tales colectivos.

El asunto de los derechos colectivos es muy controvertido, particularmente cuando los derechos colectivos entran en conflicto con los derechos individuales.

Como en toda clase de derechos, el debate se centra en tres aspectos:

1.- Determinar si realmente existen esos derechos colectivos.

2.- Si se acepta su existencia ¿Cuáles son?

3.- Determinar, si se acepta su existencia, como juegan en su interrelación con los derechos individuales.

Todas estas cuestiones, aunque en orden aleatorio o implícitamente, se tratan en estas líneas.

Los modernos autores marxistas nos permiten afirmar que, desde un punto de vista estrictamente teórico, los derechos colectivos tienen su raíz en la consideración marxista de que su materialismo y el colectivismo de la síntesis marxista, no dejarían lugar para la formulación de lo que, desde la consideración occidental se llaman habitualmente «Derechos Humanos».

Si acudimos a los escritos de Marx, podemos contemplar cómo, desde épocas muy tempranas, critica lo que hoy conocemos como derechos humanos y que el refiere a la declaración revolucionaria francesa de los derechos del hombre y del ciudadano ─no olvidemos que La “Declaración Universal de Derechos Humanos” se formula en la ONU en 1948, mucho más tarde de la muerte de Marx─, y respecto de tales derechos ya nos dice en «La Cuestión Judía», inserto en el primer y único número de los «Anales Franco Alemanes», publicados por él en París en 1843, que:

«…comprobamos ante todo el hecho de que los llamados derechos del hombre son los derechos del miembro de la sociedad civil, es decir, del hombre egoísta, del hombre separado de los demás hombres y de la comunidad»

para afirmar, más adelante que:

«Ninguno de los llamados derechos del hombre sobrepasa, pues, al hombre egoísta, al hombre tal como es, miembro de la sociedad civil, al individuo cerrado en sí mismo, reducido a su interés privado y a su arbitrio particular, separado de la comunidad. Lejos de considerarse al hombre un ser social —continúa— la propia vida social, la sociedad, aparece más bien como un cuadro exterior al individuo, como una limitación de su autonomía originaria.»

párrafos en donde vemos ya la formulación “social” del concepto del “hombre” que posteriormente formularía en “El Capital”, pues Marx considera que el hombre no es una realidad unipersonal y autónoma, sino que para Marx el hombre es ante todo el conjunto de sus relaciones sociales, y concretamente nos dice:

«La esencia humana no es algo abstracto inherente a cada individuo. Es, en su realidad, el conjunto de sus relaciones sociales.»

Concepción que nos marca el camino a la negación de los derechos individuales y nos acerca al concepto de “derechos colectivos”.

Esta idea la recoge Gianfranco Morra, sociólogo y ensayista católico italiano, quien escribió:

«para Marx, el verdadero hombre es el social, el hombre colectivo; para él, hablar de la «dignidad de la persona humana» es un juego de palabras, como ha hecho la revolución burguesa con la «Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano». En realidad, para el marxismo, el hombre y el ciudadano existen solamente cuando cesa el dualismo entre vida privada y vida social. El hombre individual, según esta doctrina,  debe ser integrado en el hombre social: sólo entonces la emancipación será un hecho real y la religión, ese juego interior, no tendrá ya sentido»

Por su parte Mounier, fundador de la corriente filosófica “Personalista” afirma:

«La laguna esencial del marxismo es haber desconocido la realidad íntima del hombre, la de su vida personal.»

Finalmente, Benedicto XVI expone que:

«El marxismo parte de la idea de que la libertad es algo indivisible y subsiste por tanto, como tal, sólo si es la libertad de todos. La libertad está unida a la igualdad: para que haya libertad, hay que establecer ante todo la igualdad. Lo que significa que para el objetivo de una plena libertad son necesarias ciertas renuncias a la libertad. La solidaridad de los que combaten por la libertad común, de todos, precede la realización de la libertad individual.»

En definitiva, en Marx prevalece la idea de la postergación de la libertad del individuo en aras de lograr la igualdad de todos los miembros de la Sociedad, lo que lleva, a la postre, a una libertad limitada del individuo, pues sobre la libertad individual ha de prevalecer la igualdad de los miembros comunidad y sobre sus derechos individuales como persona los derechos de la Colectividad.

Llegamos, así pues, a la consideración indiscutible de que los llamados Derechos humanos de tercera generación, o “derechos colectivos”, nacen y se fundamentan en la concepción sociológica marxista de los derechos humanos, que niegan su individualidad y solo aceptan su existencia en tanto que tales derechos sean “colectivos”.

Pues bien, lo asombroso de esta cuestión es que tales derechos colectivos han sido abrazados con entusiasmo no solo por la izquierda marxista ─Socialdemócratas, Socialistas y Comunistas─, sino que también lo ha sido por Partidos que pretenden autodefinirse de derecha o centro derecha, y ello porque esa política responde al principio de lo “políticamente correcto”.

Lo cierto es que tales “derechos colectivos” no son sino privilegios en perjuicio de las mayorías, y en beneficio de las minorías que lo sean por razón de nacionalidad, real o pretendida, raza, sexo, pensamiento político, religión, circunstancias económicas o familiares, etc.

Así, en los últimos decenios hemos visto como se ha penalizado a los movimientos “provida”, con la disculpa de que se perjudican los derechos de las minorías proabortistas.

Hemos visto cómo se penaliza el cristianismo a costa del Supremacismo islámico, mediante la penalización de la “Islamofobia” y la censura de las posiciones cristianas por “ultraconservadoras”.

Hemos visto cómo se penaliza la heterosexualidad con la condena del inventado heteropatriarcado y la subvención y fomento de los movimientos LGTBI, hasta el punto de la censura de la libertad de expresión de quienes se oponen a los privilegios de estas minorías sexuales, o la imposición de la educación infantil en la “ideología de género”, que defiende que las diferencias entre el hombre y la mujer, a pesar de las obvias diferencias anatómicas y fisiológicas, no corresponden a una naturaleza fija, sino que son unas construcciones meramente culturales y convencionales, hechas según los roles y estereotipos que cada sociedad asigna a los sexos, y que por lo tanto lo importante no es lo que cada cual sea biológicamente sino psicológicamente.

Hemos visto cómo, en España, la Ley de Memoria Histórica se utiliza para reinventar la Historia, reescribiendo la “Victoria Moral” de los vencidos en la guerra civil 1934-1939 y elevando a la categoría de héroes a asesinos y pandilleros comunistas frentepopulistas y golpistas, tratando de vender como verdad la mentira de que la II República fue un ejemplo de Democracia, y olvidando injustificadamente, que en una guerra civil los abusos y la violencia se ejerce, siempre y desgraciadamente, desde las dos partes contendientes.

Hemos visto como los fondos destinados al injusto sistema del PER andaluz han sido desviados a sindicatos y partidos y a sus dirigentes, sin que haya existido una acción contundente de la Justicia, y cuando la ha habido se juega desde la izquierda con el indulto a los penados por estas fechorías.

Hemos vivido la politización de la Justicia, en beneficio esencialmente de la izquierda, sin que se haya reaccionado contundentemente frente a ella.

Hemos visto como la Nación española se desintegra en beneficio de los Reinos de Taifas en los que se han convertido la Autonomías, que además han quintuplicado el gasto público en los últimos 30 años.

Hemos visto ¡¡tantas cosas!! que, al final, las mayorías silenciosas han empezado a decir ¡Basta!

Y toda esta acumulación de agresiones formuladas desde la “corrección política” no hacen sino establecer mecanismos de censura y sanción al discrepante, como nos dice Armando Pego:

«Es una pretensión tiránica intentar relegar al ámbito privado la disconformidad de los ciudadanos por razones morales y/o religiosas con esa usurpación de facto ─del derecho a la discrepancia─. obligándoles a un asentimiento público por acción u omisión. Y lo es sobre todo en una época cuya ideología dominante ─la corrección política y el conjunto de los derechos colectivos─ está tejiendo un entramado legal que intenta imponer la "transparencia" -¿cómo cumplimiento del ideal ilustrado?- hasta en la intimidad del hogar, que se quiere identificar, de manera gnóstica, como un ámbito de oscuridad y de freno al progreso.»

Y finalmente, si llegamos a la conclusión de que son una mera construcción ideológica izquierdista, la respuesta a la pregunta de cómo funcionan frete a los “derechos humanos Individuales” es evidente:

Mi conclusión es que “Los pretendidos “derechos humanos colectivos” nunca pueden prevalecer sobre los “Derechos Humanos Individuales”, realidad que la progresía dogmática intolerante de la “izquierda progresista” niega, pues es un freno a sus privilegios, que se concretan, esencialmente, en predominio social y subvenciones.

El problema es que de momento las mayorías dicen ¡Basta! con la boca pequeña, pero puede llegar un día que lo digan de tal modo que, en España, se pueda llegar a producir algún fenómeno tan inesperado como la victoria electoral de Trump, el Brexit o la amenaza de crecimientos importantes en partidos de la extrema derecha en diversos países europeos, como acaba de ocurrir en Italia.

Pero el stablishment parece ciego y sordo, y continuará, por desgracia, en la senda que ellos consideran que les perpetuará en el poder, que no es otra que el uso de la corrección política como una reedición del despotismo ilustrado del s. XVIII, consistente en decirle al pueblo, a la gente, como debe comportarse, como debe pensar y lo que debe censurar.

Y no porque lo que les digan busque su bienestar, sino porque facilita su perpetuación en el poder, sin tener en cuenta que la corrección política, articulada como esa reedición del despotismo ilustrado, es incompatible con la democracia, con la sociedad abierta, porque niega la libertad de pensamiento, expresión y debate, dando lugar a un nuevo puritanismo que se escandaliza con un inocente retrato dieciochesco, una suerte de religión laica  al estilo de lo planteado por Rousseau, en su “Contrato Social” publicado en 1762, que establece como ideal del jacobinismo la imposición por el Estado de un credo laico: una profesión de fe civil, cuya definición corresponde al Soberano, que hoy son los políticos y los medios de comunicación, fijando las reglas, no como dogmas de religión, sino como sentimientos de sociabilidad, sin las cuales es imposible ser buen ciudadano; religión laica concretada en un conjunto de prohibiciones, códigos y tabúes lingüísticos, cuya excusa es que sólo prohíbe lo que pudiera resultar ofensivo para las “víctimas” sin tener en cuenta que la ofensa suele ser subjetiva, que no se encuentra en el emisor sino en el receptor y que por ello, la frontera entre lo permitido y lo prohibido es arbitraria y, demasiadas veces, interesada.

 Pero esta ideología no tiene nada que ver con el respeto al ciudadano, pues de hecho, es antagónica al respeto porque anima a denigrar, a denostar, a linchar a quienes no se pliegan a sus dictados.

Y, al mismo tiempo, muestra una exquisitez tan extrema y exagerada con otros, que prohíbe muchas expresiones que ni por asomo tienen ánimo de injuriar

En España, la expansión de esa corrección fue primero consentida, y después alentada, por las élites, porque políticos y burócratas cayeron en la cuenta de que podían utilizarla en su favor.

Clasificar a la sociedad en rebaños dificulta el control sobre los gobernantes.

Además, políticos y partidos podían suplir su mala gestión y ganar notoriedad sumándose a las nuevas “causas sociales”, incluso llegando a ser sus ideólogos. 

Y por último, la súbita eclosión de “discriminaciones” justificaba una ingeniería social que, como es lógico, lleva aparejada más poder y más gasto.

Claro que… una cosa es resolver problemas y otra muy distinta favorecer a unos cuantos grupos de activistas bien organizados.

Con demasiada frecuencia, las nuevas medidas no sólo agravan los problemas, sino que crean otros nuevos.

Y la solución, cómo no, es la creación de más organismos, más observatorios, más burocracia, más presupuesto…

Pero juzgar a los individuos por el colectivo al que pertenecen, y no por sus hechos y cualidades personales, desemboca finalmente en aquello que la corrección política dice combatir: la injusta discriminación.

Error sobre error, la ingeniería social no cambia la naturaleza humana, no puede erradicar la maldad, mucho menos construir un mundo feliz.

Más bien suele conseguir lo contrario.

De hecho, la corrección política, como herramienta de transformación social, se ha convertido en un factor determinante de la alarmante polarización política que hoy aflora en muchos países.

 Convierte a muchas personas en personajes dogmáticos, quejumbrosos y neuróticos, que en todas partes ven agresiones, conflictos, agravios contra su propio colectivo.

A un martillo todo le parecen clavos.

Aun sin saberlo, podemos estar convirtiendo el mundo en un sufrido espejo de nuestros miedos y traumas personales. En esta línea se revela Richard Dawkins, con quien no comparto su ateísmo militante, pero que acierta al afirmar que:

«La Universidad no puede ser un “espacio seguro”. El que lo busque, que se vaya a casa, abrace a su osito de peluche y se ponga el chupete hasta que se encuentre listo para volver. Los estudiantes que se ofenden por escuchar opiniones contrarias a las suyas quizá no estén preparados para venir a la Universidad.»

Se que con este post voy a ganarme los adjetivos de islamófobo, homófobo, incorrecto políticamente, intolerante y fascista.

Lo doy por descontado y lo asumo, pues parafraseando a Thoreau:

«El único sitio decente para un hombre libre, en una sociedad que persigue injustamente las libertades, es la cárcel»

Todas estas políticas, sobre las que reflexionamos, responden al ideal Gramsciano de superación de la “Cultura Occidental” como vía para su destrucción y posterior imposición de una Sociedad Marxista mediante la hegemonía social de sus postulados, en la que sea posible la quimérica creación de la utopía del “Hombre Nuevo”

No olvidemos que, para Gramsci, teórico marxista italiano idolatrado por los neocomunistas:

«Si la revolución brota de un hecho violento o de una ocupación militar, siempre será superficial y precaria, y se mantendrá asimismo en un estado violento. El hombre no es una unidad que se yuxtapone a otras para convivir, sino un conjunto de interrelaciones activas y conscientes. Todo hombre vive inmerso en una cultura que es organización mental, disciplina del yo interior y conquista de una superior conciencia a través de una autocrítica, que será motor del cambio. La vida humana es un entramado de convicciones, sentimientos, emociones e ideas; es decir, creación histórica y no naturaleza.»

Y, por lo tanto el gran objetivo del marxismo contemporáneo ha de ser, como lo fue en su primer experimento en el “Mayo del 68” ─el mayor éxito hasta la fecha de la penetración del marxismo en las sociedades occidentales─ la destrucción de la familia, de la religión, de los principios morales occidentales de raíz cristiana, que constituyen, en lenguaje gramsciano, el entramado de convicciones, sentimientos, emociones e ideas, que conforman el armazón de la sociedad occidental que debe ser destruida como paso previo a la implantación de una sociedad marxista.

Lo más lamentable es que es que todo esto se está haciendo con la complicidad, o al menos con la obtusa idiocia del pasotismo de algunos sectores definidos como “conservadores” o considerados “de derecha”, como pueda ser el propio Partido Popular, trufados de corrección política de sesgo socialdemócrata.

No quiero concluir esta reflexión introductoria sin una referencia a lo que está sucediendo actualmente en los países occidentales: El crecimiento político de los movimientos “antistablishment”.

Efectivamente, los ciudadanos de los países occidentales están decantando su voto hacia posiciones que, con carácter siempre despectivo, el stablishment izquierdista socialdemócrata que nos viene gobernando por décadas, define como “POPULISTAS” o de "ULTRADERECHA" y ello, a mi juicio, no es más que una reacción de las “mayorías silenciosas” que se han visto flagrantemente perjudicadas por las políticas en beneficio de las minorías étnicas, sexuales o religiosas y han contemplado como su propio “bienestar” se ha reducido, mientras el de esas minorías ha mejorado, pero no gracias a su esfuerzo, su trabajo y su mérito, sino a través de multimillonarias subvenciones o subsidios pagados con sus impuestos.

En cualquier caso, si somos optimistas, todavía nos queda la reflexión de Popper:

«El marxismo solamente constituye un episodio más, uno de los tantos errores cometidos por la humanidad en su permanente y peligrosa lucha para construir un mundo mejor y más libre»

Veremos cómo evoluciona todo, y si Popper tenía razón, pero la denuncia de la situación que hoy vivimos debe hacerse para contribuir a la superación de la situación de acercamiento al apocalipsis social.

Ante este panorama, recemos….

Veremos cuánto dura…

 Y concluyamos, como siempre con un video musical. Hoy  “Lascia ch'io pianga” (Déjame que llore) de Händel, aria de la Ópera “Rinaldo” en la versión de la película “Farineli”

Pues, como dice su letra, llorar puede que acabe siendo nuestro último refugio…

«Déjame llorar sobre
mi cruel destino
y déjame suspirar por
mi libertad.

Que el dolor rompa
estas cadenas,
por mis tormentos,
sólo por piedad.»


 

© 2022 Jesús Fernández-Miranda y Lozana



1 comentario:

  1. He leído, hasta el final 😄, tu reflexiòn. A mi juicio has mezclado varias cosas.
    Efectivamente en la sociedad actual predomina el derecho llamado colectivo, aunque ese derecho colectivo arrincona a una parte de la sociedad, en menoscabo del derecho individual. Aunque en algunas sociedades, por ejemplo la de USA, conviven en la sociedad ambas tendencias, vease la defensa del pensamiento LGTBI, con la defensa del derecho individual a portar armas, q todavía contempla la Constitución.
    Luego te has metido en el fregao de la corrupción, q en España, cada vez mas corrupta y sin ambages, responde mas en principio a la financiación de partidos y ya posteriormente a la ambición humana.
    Tambien creo q la tecnificaciòn de la política ha influido en la defensa de las minorias. Creo q la mejora del estudio del resultado electoral ha decidido esa defensa del governante en busca del voto de la minoria necesario para ganar las elecciones.
    De todas formas está claro q el derecho colectivo esta primando sobre el derecho individual, inherente al ser humano individuo, q busca su propia libertad, y no necesariamente en perjuicio del colectivo.
    Aunque en esto tambien aparece otra caracteristica del ser humano, q es la de controlar la vida de los demás. Y por eso el control no lleva cada vez mas a gobiernos mas y mas costosos.
    De todas formas estoy de acuerdo contigo, y soy claramente de los q nadan a contracorriente y me agota 😂

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