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viernes, 9 de septiembre de 2022

EL LENGUAJE



       Publico hoy un post antiguo, que ya conocerán algunos de mis antiguos lectores, pero ninguno de los nuevos.

    Siento que para los primeros sea una reiteración, pero entiendo que será interesante para alguno de los nuevos.  

    Desde muy pequeño me enseñaron que se aprende a hablar y escribir correctamente a través de la lectura, y he cultivado con esmero esa dedicación a los libros.

Los libros son una fuente permanente de conocimiento, de perfeccionamiento de la escritura y la ortografía, y como nos dijera Quevedo, permiten “conversar con los difuntos y escuchar con los ojos a los muertos”.

Por eso no hay mejor colección que una buena biblioteca, ni mayor tesoro.

Un viejo amigo ya fallecido, uno de los más importantes bibliófilos de España, me dijo en cierta ocasión:

         “Hay que leer a los clásicos; en los clásicos esta todo”

y no le faltaba razón.

         Pero la lectura aporta mucho más, nos permite, casi, vivir la vida de otros, sus aventuras o desventuras, sus pensamientos y sus reflexiones, otros paisajes, otras vidas que son las de los personajes dibujados en letra por sus autores.

         Y al final nos deja, en cada experiencia leída, un poso de riqueza sensitiva, intelectual o filosófica, que de otro modo difícilmente alcanzaríamos.

         Y de la lectura a la riqueza del lenguaje, hablado o escrito, sólo hay un paso.

         Aunque nuestras reflexiones puedan parecer ininteligibles para los demás, pues en ocasión nos sucede lo que nos relata Ovidio en sus “Tristes” (V12,58), que

“Barabarus hic ego sum, quia non intellegor ulli.

Aquí soy extranjero porque nadie me entiende.”

O nos entienden demasiado, por lo que deberíamos hacer lo que afirmaba el Cesar Carlos, para precisar lo que debemos decir a cada uno, y de que manera, sin que los demás se enteren.:

“Hablo en latín con Dios, en español con las mujeres, en italiano con los Músicos, en francés en la Corte, en alemán con los soldados y en inglés con mis caballos.

         Antiguamente, entre las asignaturas enseñadas a los miembros de la sociedad que podían permitirse el lujo de una educación, se incluían la Retórica, es decir al arte del bien decir, de dar al lenguaje, escrito o hablado, eficacia bastante para deleitar, persuadir o conmover; y la Oratoria o arte de hablar con elocuencia.

         Hoy esa costumbre se ha perdido, baste con ver la forma en que se expresan nuestros políticos y periodistas, salvo honrosas excepciones, o incluso como se legisla, sin corrección lingüística, semántica o incluso gramática.

         La belleza del lenguaje, su corrección y su efectividad retórica han pasado de moda.

Hoy se habla una extraña jerga entre nuestros jóvenes, los políticos y los periodistas patean nuestro idioma en aras de decir con corrección política lo que sería más sencillo decir en buen español, y los anglicismos o galicismos están a la orden del día.

E incluso hablar o escribir con corrección es sistemáticamente condenado cuando se ofende a la corrección política del progresismo cultural de la izquierda, como si nos encontrásemos  ante la "neolengua" impuesta por el "Ministerio de la Verdad" del "1984" de Orwell.

Y todo ello mientras algunos escritores, como la fallecida Almudena Grandes, militante comunista que se permitió la licencia, asquerosa, de decir que las monjas violadas el los años 30 del siglo pasado, disfrutarían de los cuerpos sudorosos de los milicianos que las violaron y asesinaron, hacen de nuestra lengua instrumento de AGITPROP comunista, desde la fealdad, la zafiedad, el resentimiento o la ofensa, convirtiendo nuestra lengua en la prolongación de sus sentinas morales o muladares ideológicos.

Recordemos que Rousseau, nos dijo:

“Quitad de los corazones el amor por lo bello, y habréis quitado todo el encanto a la vida.”

         Por otra parte, la escritura tiene la virtud de dejar para la posteridad, si alguien nos lee, el relato de los sucesos del presente, como hiciera Chateaubriand, al que tengo una indisimulada devoción, al describir momentos de su vida y su época que hoy disfrutamos, como este pasaje de su obra “Memorias de Ultratumba” dedicado a la escritura y la sorprendente brevedad que a veces tiene la vida:

“Castelnau escribió una parte de su vida en Londres. Al final del libro VII le dice a su hijo “Trataré de este hecho en el libro octavo” y el libro VIII de las memorias de Castelnau no existe: lo que es un aviso de que he de aprovechar la vida.”

relatando el inexorable y cruel paso del tiempo y la definitiva consecuencia de nuestras vidas, que es la muerte.

         Pero mientras tanto, aprovechemos la vida, vivamos y bebamos, recordando la broma de Julio Cesar, que decía de los Hispanos, que no diferenciaban en su pronunciación la B y la V como hacían en Roma

“Beati hispani quibus vivere est bibere.”

Felices los hispanos para quienes vivir es beber.

          Pero tiempo es ya de concluir esta breve reflexión, así que hagámoslo lamentando que, a nuestras edades, ya casi provectas, comencemos a notar los primeros síntomas de ese suplicio que es mantener un intelecto ágil dentro de una envoltura material que ya comienza a desgastarse.

    Así que, mientras ese desgaste progrese sin derribarnos, no renunciemos a los placeres de la vida, los físicos y los intelectuales, pues como ya he dicho en otro Post, la suma de pequeñas alegrías reiteradas, nos acercan a la felicidad, que es atributo exclusivo de Dios y sus almas redimidas.

         Y ya que estamos hablando de alegrías, disfrutemos la “Alegría de Vivir” de Chopin




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