En
las tierras asturianas, tanto el hombre del mar como el paisano de tierra
adentro intercambian su lenguaje.
El
marinero dice que se forman borregos en las olas cuando la mar está picada,
mientras que el paisano habla de olas causadas por el viento en la hierba de
verano durante la siega de la pación, cuyo olor me embriaga y trataron de replicar
en sus jabones los fabricantes del “Heno de Pravia”.
Mis
recuerdos de Asturias, mi “tierrina” familiar y atopadiza, me emocionan y
abruman, transportándome a sensaciones primerizas de amor, conocimiento de la
muerte, experiencias, y fragancias que en la juventud
fueron marcando mi carácter, y que hoy, en mi madurez, actúan como las
magdalenas de Proust.
Y en
el anaquel de mis magdalenas, tiene presencia especial la fragancia de la pación
recién segada en el verano, y la vuelta, por las calellas, a casa de mi tío Ramón
Lozana, encaramados en la montaña de hierva, atada con maromas al carro, tirado
por dos vacas, y con el característico ronquido de su eje, propio de cada
carro, lo que permitía saber al vecindario todo, quien se alejaba al monte o
volvía de él.
Otro
de mis recuerdos, este visual, es la imagen del obispo hereje “Don Opas”
convertido en piedra por la Santina como castigo a su traición a los
cristianos, y que resiste incólume los siglos, en una peña cercana a Covadonga.
Hasta aquí puedo decir que mis magdalenas
asturianas han sido placenteras y agradables, sin embargo también me han
deparado mi primer gran trauma existencial, la aproximación a la muerte.
En
el verano, creo que de 1.974 o 75, dos amigos de la pandilla, Jaime “el
mejicano” y “el ponticu” —¡que frecuentes son los apodos en Asturias!—
subían de Gijón a Somió por la carretera del Piles, en una moto Laverda 1.000.
En
una curva “el ponticu”, que conducía, perdió el control, con tan mala
suerte que se golpeó la cabeza contra una farola, muriendo en el acto.
Esa noche celebramos su velatorio en su casa y fue, para mí, la primera aproximación a la tremenda realidad de la muerte de una persona cercana, y me sobrecogió el hecho de que al cadáver le creciera la barba.
También en Asturias experimenté pequeñas sensaciones negativas, como el primer desengaño amoroso, la primera pelea a puñetazos, las primeras copas de alcohol y su correspondiente resaca, el primer revolcón con una gran ola, el primer accidente en mi moto Derby50...
Pequeños acontecimientos, entonces importantes y
hoy intrascendentes, que me ayudaron a madurar.
Entre
otras cosas aprendí que, a pesar de no otorgar el perdón a mis enemigos, soy
incapaz de causarles perjuicio alguno; de tal modo que mi actitud es de rencor
pero jamás he sido vengativo.
Y
concluyamos esta “Reflexión Heteróclita” con una nueva pieza musical, como es
mi costumbre, de modo que hoy os traigo el Movimiento I, Improvisación, del “Album
de Proust” de Shani Diluka
©2025
JESÚS FERNÁNDEZ-MIRANDA Y LOZANA
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