Iglesia Dominica de San Jacobo de París Sede de los Jacobinos |
El diccionario de la
Real Academia define Jacobino, en su tercera acepción, como "demagogo partidario
de la revolución".
Sin embargo, en mi uso
frecuente, comprendo que incluso excesivo, del término para definir determinadas
actitudes de la izquierda intolerante,
el concepto de "Jacobino" es algo más elaborado.
El origen del concepto
se encuentra en la antiguo convento de los Dominicos de la calle de San Jacobo
de Paris, que fue ocupado por el grupo revolucionario francés más radical y
extremista, la "Société des Amis de la Constitution"', o "Club
de los Jacobinos", grupo revolucionario que se caracterizó por sus
posiciones intolerantes contra la Monarquía
—pues fueron quienes impulsaron la decapitación del Rey Luis XVI— contra la
religión —pues defendieron los fundamentos anticlericales y
anticatólicos de la revolución— y contra sus opositores —pues persiguieron y
aniquilaron en la guillotina a los moderados (Los Girondinos)— sumiendo a
Francia en el Régimen del Terror, guillotinando a miles de sus
adversarios reales o supuestos, y acabando por guillotinarse entre ellos mismos.
Por lo demás, no nos
llamemos a engaño, el concepto jacobino de la República no era, en absoluto,
democrático sino ilustrado y despótico.
El grupo parlamentario
jacobino, que controló la Asamblea entre julio de 1793 y julio de 1794, fue denominado el de los
"Montagnards", el partido de la montaña, por ocupar la zona más alta
de la tribuna de la Asamblea, a la izquierda de la presidencia, lo que dio
históricamente lugar a la
distinción entre izquierdas y derechas, estas últimas representadas por los moderados.
Los herederos del
movimiento jacobino —partidarios de la demagogia revolucionaria— lo son, en la
actualidad, los marxistas, tan despóticos, anticatólicos y antidemocráticos
como sus predecesores.
Es de destacar que,
originalmente, el marxismo fue un cuerpo de doctrina científica que trató de explicar
el desarrollo histórico humano sobre la base de la economía (Materialismo
Histórico).
Todo el sistema
marxista se basa en considerar que a lo largo de la historia los hombres se han
agrupado en clases empeñadas en una lucha
permanente —la lucha de clases— por el control de los medios de producción y la
distribución de la riqueza, que ha dado lugar al dominio de unos pocos (la
burguesía) y la dominación y sometimiento de la mayoría (el proletariado). Y
que esa lucha debe decantarse a favor del proletariado a través de la
revolución.
La tarea revolucionaria
respondería, así, a la necesidad de derrocar a la clase dominante capitalista y
burguesa, destruyendo la ideología y los principios políticos y religiosos en
los que se ha basado su preeminencia histórica, traspasando la propiedad de los
medios de producción al proletariado y abriendo paso a una sociedad emancipada
material, moral intelectualmente, de las
taras del pasado, en donde el “hombre nuevo" emancipado, liberado de toda
clase de enajenación social o moral y de raíz proletaria, sería capaz de alcanzar
la felicidad en el seno del estado ideal socialista o comunista.
Ahora bien, si la
validez de una teoría o modelo económico depende del cumplimiento de sus predicciones,
podemos concluir que el marxismo, y todas las construcciones posteriores de
análisis económico de raíz marxista, han fracasado estrepitosamente, pues lo
cierto es que las "sociedades burguesas" cuya
"autodestrucción" se predecía por el marxismo como consecuencia del efecto
demoledor de sus propias "contradicciones internas" no solo han
sobrevivido, sino que se han convertido, en el mundo contemporáneo, en las sociedades
más prósperas, más desarrolladas, más libres y en las que "el
proletariado" mejor ha participado en la riqueza y libertad alcanzadas,
sin perjuicio de indeseables desequilibrios persistentes servidumbre inevitable
de cualquier organización humana.
De esta forma el marxismo-jacobinismo
constituye, hoy en día, no tanto una doctrina económico-política, sino una
actitud vital, un código de conducta basado en un escaso conocimiento de las
doctrinas económico filosóficas de Marx y Engels y en un amplio conjunto de
prejuicios socio
económicos, socio culturales y socio políticos.
El marxismo, cayendo en
los vicios criticados de la clase social que quiere combatir, se ha "aburguesado".
Es decir, ha establecido un código moral, unas convenciones de comportamiento
social excluyentes, una escala de valores indiscutibles, no ya en defensa de la
conquista del poder por el proletariado y la instauración de la "dictadura
de clase" preconizada por aquella doctrina —lo que no sería compatible con
una sistema democrático como el existente en los países occidentales— sino para
la demagógica defensa de los intereses de quienes se han convertido en los destinatarios
objetivos de sus pretendidos desvelos: los desheredados de la tierra, los
discriminados y los débiles.
Y así, lo que
inicialmente en el marxismo era la lucha revolucionaria del proletariado por la
conquista del poder, hoy se ha transformado, ha degenerado, en lucha particular
—ya de un individuo, ya de un grupo de individuos organizados a tal fin— por la
conquista del poder sobre la base instrumental
del resentimiento y la
frustración sociales, y en la que la destrucción del adversario es el elemento
que permitirá la propia perpetuación en el poder.
Recuerdo a mis
compañeros marxistas de Universidad recitando, con pueril entusiasmo, pasajes
literales del "Manifiesto Comunista", entre cuyas frases preferidas
se encuentra aquella que dice que:
"Las
leyes, la moral, la religión, no son para el proletariado sino prejuicios burgueses
tras los que anidan otros tantos intereses de la burguesía"
que esgrimían como
fundamento de su posicionamiento " revolucionario, antiburgués y progresista",
cuando no eran ni lo uno ni lo otro, apoltronados en los hábitos confortables
de la sociedad de consumo en que vivían, encorsetados en un modo de vida sujeto
a prejuicios aburguesados frente a la sociedad contra la que, teóricamente, combatían,
y excluyentes e intolerantes frente a quienes no nos plegábamos a sus
consignas.
Lamentablemente, y como
dijera Arthur Koestler, en su libro "El Cero y el Infinito":
"El
dominio de la jerga marxista permite a cualquier idiota pasar por inteligente"
La realidad es que los
modernos jacobinos, pese a haber abandonado sus referencias al marxismo, por
interés político y conveniencias de su estrategia de asalto al poder, no han
sido capaces de desembarazarse de los tópicos, tics y fundamentos de base
marxistas que se mantienen, larvadamente, en el substrato de sus planteamientos
ideológicos.
Dentro de esos tics se
encuentra, en primer y fundamental lugar, lo que podríamos llamar la "elusión
de la crítica", es decir su carácter intolerante y excluyente, pues el
marxismo no solo establece un código propio de conducta, sino que achaca a intereses
reaccionarios y antidemocráticos la actitud de quienes no lo aceptan, de tal
modo que la crítica, la discrepancia, se vuelven inaceptables por principio,
pues los marxistas no intentan esclarecer los hechos sino descalificar
rápidamente al discrepante para privarle de su capacidad dialéctica.
Por otra parte vemos
como la superación de los valores "burgueses" de la sociedad
occidental, como la familia o los principios morales del llamado "humanismo
cristiano", se ha convertido en el objetivo preferido de los jacobinos
contemporáneos, pues no en balde conectan, en su deseo de aniquilarlos, con la
tradición marxista, conforme a la cual es preciso destruir todos los elementos
en los que la burguesía, los conservadores y liberales, cimentaron la
adquisición y el control de su poder sobre la sociedad, para dar paso a una
sociedad nueva dominada por ellos, como “representantes del pueblo",
concepto que, en la moderna retórica política "progresista", ha
venido a sustituir al de proletariado.
El ideal del “hombre
nuevo" ha evolucionado, también, hacia formas más groseras de adoctrinamiento.
Hoy el objetivo es la consecución de un "pueblo" formado por
ciudadanos alienados, sin criterio, sin valores ni principios, hedonistas y sumisos
ante el poder del Estado a cambio de su bienestar material.
Y todo ello adobado,
como ya he apuntado anteriormente, en la dinámica de la desautorización inmediata,
tajante y no argumentada, de las posiciones de los que no compartimos su visión
de la Sociedad.
Desde los postulados
del libre pensamiento, desde la defensa de lo que siempre, frente al marxismo y
el jacobinismo, fue el mundo libre, que hoy se nos vuelve a tratar de hurtar,
reivindico mi derecho a ser diferente, a pensar de otro modo, a defender mis
principios morales aunque sean minoritarios en la sociedad, a manifestar mis discrepancias
con la mayoría o con el Poder dominante.
Y no es que yo sea
diferente, es que todos los demás están empezando a ser demasiado iguales.
No me importa ser la
oveja negra del rebaño rojo en que jacobinos y marxistas quieren convertir a
nuestra Sociedad.
Aunque desde su
daltonismo interesado digan que soy "azul" cuando, simplemente, es
que no soy “rojo”
Buenas tardes, don Jesús:
ResponderEliminarAquí le dejo una modesta reflexión a su fantástica entrada:
De Chateaubriand –personaje complejo donde los haya y atormentado como buen precursor del romanticismo- no solo me llamó la atención la forma de afrontar su intensa vida sentimental sino, también, su enorme naturalidad, sentido común y capacidad de análisis de lo cotidiano. Entre las perlas de sus vastas “Memorias de Ultratumba”, su descripción de las vicisitudes de la aristocracia, constituye una realidad digna de mención cuando hablamos de clases sociales:
“La aristocracia ha tenido tres edades sucesivas: la edad de las superioridades, la edad de los privilegios y la edad de las vanidades; una vez salida de la primera, degenera en la segunda y se apaga en la tercera”.
Con este fragmento, no pretendo dar la razón a los que hacen apología de la lucha de clases, jactándose de la decadencia que se alcanza en la tercera edad -la de las vanidades-; sino, por el contrario, aceptar el éxito y la riqueza como meras circunstancias en constante movimiento, que pasan del rico al pobre, con una velocidad directamente proporcional al avance del progreso a lo largo de los tiempos; como un proceso natural y no de fuerza; mezcla de esfuerzo, habilidad y azar.
El mismo René, ya mencionaba la suerte del primogénito en detrimento de los "segundones" en Francia, a principios del siglo XIX. Mientras el primero disfrutaba de las dos terceras partes de los bienes de su progenitor, los otros desdichados tenían que conformarse con el tercio restante; de modo que, "los segundones de los segundones (...) pronto llegaban al reparto de un pichón, un conejo, una patera o un perro de caza sin que por ello dejaran de ser altos caballeros y poderosos señores de un palomar, una charca de sapos o un conejar. En las antiguas familias nobles, hay cantidad de estos segundones; cabe seguirlos durante dos o tres generaciones; luego desaparecen, volviendo paulatinamente al arado o absorbidos por las clases obreras sin que pueda saberse qué ha sido de ellos."
Por contra, el pobre que ha sido capaz de desarrollar exitosamente sus cualidades, a favor del viento que el contexto de su tiempo exigía, también ha podido beneficiarse de la "edad de las superioridades", como lo hicieran antiguos caballeros tras rudas e importantes gestas que le valieran tierras y títulos; o como lo hicieran los indianos, volviendo a España convertidos en acaudalados señores; ¿acaso intervinieron en política éstos últimos por ser "hijosdalgo"?No, porque no lo eran. ”Poderoso caballero es don Dinero”, dijo Francisco de Quevedo, “pues da autoridad al gañán y al jornalero”; ¿acaso no se arruinó José de Salamanca y Mayol –burgués nombrado Marqués de Salamanca, ya en horas bajas- en el devenir de sus negocios? La riqueza va y viene, no siendo patrimonio exclusivo de unos pocos -al igual que las artes y las ciencias - sino de cualquier esforzado, como escribiera Agustín Perea Sánchez, a finales del siglo XIX:
"Si el pobre figura o sobresale, es por su talento o instrucción.
De aquí resulta, que la mayor parte de los hombres que han florecido en las ciencias y en las letras, la mayor parte de los hombres que han ocupado los primeros puestos en la sociedad, han tenido siempre un modesto origen y una humilde cuna".
Como contrapunto del pasado, hoy, todas esas fases que, elocuentemente, establece Chateaubriand pueden concurrir, secuencialmente, en una sola vida, bastándole a la pobreza posar su pavorosa sombra sobre una sola generación y no sobre varias -como antaño-. Pero de meridiana claridad es que, la igualdad impuesta, nunca favoreció la consecución de grandes hazañas sino la ausencia de brillantez auspiciada por la comodidad; enemiga del desarrollo y la libertad.
L. Valois
Gracias por su, como ya es habitual, afinado comentario, lamentablemente los Jacobinos y sus herederos los Marxistas nunca aceptaron el natural devenir de la evolución histórica, forzando su cambio de forma revolucionaria y sanguinaria en aras a la implantación de un "Orden nuevo" y un "Hombre Nuevo", empeños ambos en los que fracasaron al tratar, como Vd. dice, de "imponer la igualdad" masacrando la libertad, tal y como traté de explicar en mi post en este Blog publicado "PORQUÉ SOY ANTIMARXISTA"
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