Escudo del Condado Principado de Barcelona antes de la incorporación de Cataluña a Aragón |
Cervantes, cuando define
la Historia lo hace con estas palabras:
“Émula del tiempo, depósito de acciones,
testigo del pasado, aviso del presente, advertencia de lo porvenir.”
Y, ¿Por qué esta cita cervantina?
Pues a propósito del proceso de reinvención de nuestra historia al que se han
apuntado -con fruición- nacionalistas e izquierdas, en un intento de reeducar
al ciudadano en una visión del pasado - la suya claro-, para reforzar sus
posiciones –o suposiciones- políticas y, de este modo, justificar su proceder.
Así pues, cada Comunidad
Autónoma, malhadado invento de los padres de nuestra Constitución, reinventa
una historia plagada de mitos y leyendas que justifique el tan cacareado
expolio de que han sido históricamente víctimas de España; sí, como lo leen Vds.,
de España; no de Castilla, o de Aragón o de otro reino milenario. Al tiempo,
desacreditan con falsedades, mentiras, infundios y desmanes, todo lo que no
haya sido su propio proceder, no ya en el presente próximo, en el que pudieran
haber existido, sino a lo largo de la toda Historia Patria, desde los Neandertales
a nuestros días; con lo que, a su vez, justifican sus desmedidas exigencias
económicas, culturales o políticas frente a lo que tristemente -desde que Zapatero
impusiera tan zarrapastrosa definición- se llama, eufemísticamente, “Gobierno
de España”, no Gobierno central, claro, ni Gobierno a secas, pues sería tanto
como desvirtuar las pretensiones de los administradores de nuestras actuales
Taifas.
Miles son los ejemplos de lo que
está pasando y pocos los historiadores, salvo honrosas -aunque oficialmente
desacreditadas- excepciones, que tratan de oponerse a la corriente historicista
“políticamente correcta” –y absurda e inocentemente conciliadora- que cuenta
nuestra Historia no científicamente, sino al albur de sus propios intereses
políticos, o de aquellos a los que intelectualmente sirven en menoscabo de la
verdad.
Pero como el movimiento se demuestra
andando, vayamos allá, y comencemos en el noreste patrio (Cataluña) para trazar
una espiral hasta el centro –tratando de emular la fuerza centrífuga de Ortega-
y en el sentido contrario a las agujas del reloj, como es menester hacer,
cuando nos remontamos hacia el pasado, en busca de las pertinentes
explicaciones históricas que buscamos.
La retórica nacionalista
imperante en Cataluña, e impulsada por Convergencia y ERC, con ausencia del
PSC, que ni está ni se le espera, e impotencia, por su escasa representación
política del PP y Ciutadans, parte de afirmar que Cataluña fue, históricamente,
una “Nación
Soberana” y que esa soberanía le fue arrebatada por “España”.
Y de ese polvo vienen todos los
lodos colaterales.
Pero vayamos por partes.
Cataluña, lo que hoy conocemos
como Cataluña, tiene su origen en la creación por Carlomagno, a finales del
s.VIII de la “Marca Hispánica” formada por condados fronterizos en los valles
del, para él, Pirineo trasmontano, y como línea defensiva frente a los
invasores musulmanes que ya habían conquistado la mayor parte del territorio
peninsular hispano, excepto el entonces naciente Reino de Asturias, con el que Carlomagno
mantenía importante alianza.
No merece la pena que nos detengamos
en los avatares de estos condados en sus permanentes guerras durante las
primeras fases de la reconquista, ni en su
vasallaje al Reino Francés hasta finales del s.X en que el Conde Borrel
I de Barcelona se negó a someterse a los Reyes Capetos tras la desaparición de
la Dinastía Carolingia.
En este punto es interesante
destacar el matrimonio entre el Conde de Barcelona Ramón Berenguer III con
Petronila, hija del Rey de Aragón Ramiro II, cuyo hijo Alfonso II se
convertiría en Rey de Aragón incorporando al mismo el Condado de Barcelona, a
mediados del s.XII.
Pero las disputas entre Francia y
Aragón por el control de los condados catalanes se mantiene hasta 1251
(s.XIII), momento en que el Rey de Aragón Jaime I el Conquistador, firma con el
Rey de Francia Luis IX un tratado por el que el primero renuncia a sus
pretensiones sobre Occitania y el segundo a las suyas sobre los condados
Catalanes.
Por lo tanto, desde el s.XII los
condados catalanes, aglutinados en torno al Condado de Barcelona, forman parte
del Reino de Aragón, y todo lo que se cuente diferente a esto es mentira.
Pero hay más. Desde el matrimonio
entre Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla, que someten a su corona los
reinos de Navarra y Granada, se constituye la monarquía Hispánica, que une en
una sola corona y reino los disgregados reinos peninsulares, y pese a las
disputas entre aquellos Católicos Reyes, lo cierto es que todo se une en una
sola corona en su Hija Juana, llamada “La Loca”.
Por otra parte tiene gracia lo de
la “Cuatribarrada” y su versión independentista de ERC la “estelada”.
Los catalanes la consideran “su”
bandera y han creado una leyenda en torno a su origen. Así cuentan que las
cuatro barras fueron pintadas por el Rey carolingio Carlos el Calvo con la
sangre de Wilfredo el Velloso sobre un escudo o tela de color amarillo-dorado.
Sin embargo la verdad es que la
historia de las cuatro barras de Wilfredo el Velloso sólo es una leyenda, un
mito sin fundamento histórico. Ni Wilfredo fue contemporáneo de Carlos el calvo,
ni se usaba la heráldica en su época. Además, hasta la unión con Aragón, el
emblema de los condes de Barcelona fue la cruz de San Jorge (una cruz de gules
sobre campo de plata) y sólo a partir de su incorporación a Aragón, Cataluña
pasa a ser representada por el emblema del Reino de Aragón que la incorpora a
su Corona.
Lo que ya es de broma es lo de la
estelada, que es como la ikurriña, una bandera de partido que toma la
naturaleza de bandera de los independentistas catalanes, hasta el punto de ser
la enseña nacional catalana para quienes sueñan con esa utópica Cataluña
independiente. Pero poca gente sabe que su origen data de inicios del siglo XX
-se cree que en 1908- y que nació de la fusión de las cuatro barras
tradicionales de la bandera de la Corona de Aragón (el Señal Real de Aragón),
con el triángulo estrellado inspirado en las banderas de Cuba y Puerto Rico,
tras una estancia en Cuba de Vicenç Albert Ballester, que fue activista del
partido Unión Catalanista y de otros movimientos e iniciativas de carácter
independentista catalán.
Se tomó este modelo puesto que
Cuba era un estado que se había independizado hacía poco de España y era por lo
tanto un referente en la lucha nacionalista. Ballester residió en Cuba
temporalmente y admiró su lucha contra el Imperio español. Y de aquí su invento.
Y en cuanto a la lengua no
debemos tampoco olvidar que su origen se encuentra en el sur de Francia, pues
hasta el s.XIX el catalán fue llamado occitano, provenzal o Lemosín, lo que
tampoco dota de idiosincrasia propia a los hoy llamados “Paisos Catalans” y no
deja de ser, en consecuencia, una lengua romance de nítidas influencias francesas
propia de las “Marcas” occidentales carolingias.
Vamos, que sí, que los condados catalanes
gozaron de cierta “independencia” entre los siglos XI y XIII, lo que es tanto
como decir que Granada o Navarra fueron reinos independiente hasta el S.XV y
que por lo tanto tiene derecho, hoy, quinientos años más tarde, a la
independencia.
Pero como los nacionalistas
catalanes son contumaces, vuelven nuevamente a buscar elementos justificativos
de su Independencia política en nuevos hechos históricos, falseando nuevamente
la verdadera historia.
Llegamos así a la Guerra de
Sucesión del s.XVIII que se produce como consecuencia de la muerte de Carlos II
el último Austria, sin descendencia, lo que hace que se manifiesten como
pretendientes a la Corona dos príncipes europeos, por una parte Felipe, nieto
del Luis XIV de Francia y de su esposa María Teresa de Austria, hija del Rey de
España Felipe IV, y por otro lado el Archiduque Carlos de Habsburgo hijo de la
infanta de España María Ana, hija de Felipe III.
En esta guerra el Reino de
Aragón, que no Cataluña, tomó partido por el pretendiente austracista, pero la
Guerra primero por la derrota militar de los austracistas y el hecho después de
que el Archiduque Carlos se convirtiese en Emperador de Austria -por muerte de
su hermano Fernando-, hizo que los aliados del Habsburgo le abandonaran
temiendo un excesivo poder en sus manos que reprodujese el Imperio de Carlos I;
lo que, a la postre, determinó la victoria del pretendiente Borbón, que fue
proclamado rey como Felipe V.
Y aquí es donde vienen las
leyendas nacionalistas catalanas, pues el nuevo Rey no derogó “Derechos de
Cataluña”, sino que promulgó los llamados “Decretos de Nueva Planta” entre 1707
y 1715, por los cuales quedaron abolidas las leyes e instituciones propias de
la Corona de Aragón que se había decantado por el Archiduque Carlos, poniendo
fin así a la estructura de Corona compuesta de la Monarquía Hispánica de los
Austrias. La "Nueva Planta" también fue aplicada a la organización
jurídica y administrativa de la Corona de Castilla. Formalmente los Decretos
eran una serie de Reales Cédulas por las que se establecía la "nueva
planta" de las Reales Audiencias de los estados de la Corona de Aragón y de
la Corona de Castilla.
Para entender esta etapa
histórica es preciso tener en cuenta que La Monarquía Hispánica, sobre la que
iba a reinar Felipe V, era bastante diferente a la fórmula de Monarquía de
Francia de la que procedía y que, durante el reinado de Luis XIV, había
alcanzado un grado de unidad muy superior al del resto de las monarquías
compuestas europeas, gracias a una hábil política de la Corona que había
redundado en el fortalecimiento del poder absoluto del rey.
Por el contrario, en 1700, la
Monarquía Hispánica de los Austrias continuaba siendo un conglomerado dinástico
de diversos "Reinos, Estados y Señoríos" unidos según el principio de
que los reinos constituyentes continuaban, después de su unión, siendo tratados
como entidades distintas, de modo que conservaban sus propias leyes, fueros y
privilegios.
La consecuencia de todo ello era
que el rey no tenía los mismos poderes en sus Estados. Así, mientras en la
Corona de Castilla se gozaba de una amplia libertad de acción, no ocurría lo
mismo en los estados de la Corona de Aragón —y en Portugal cuando estuvo unido
a la Corona entre 1580 y 1668— donde la autoridad real estaba considerablemente
limitada por las leyes e instituciones de cada uno de ellos.
Ello supuso que Castilla
soportara la mayor carga de los gastos de la Monarquía, aunque también gozaba
del beneficio de constituir el núcleo central de la misma —por ejemplo, la
inmensa mayoría de los cargos eran ocupados por la nobleza castellana y por
juristas castellanos— y que quedara adscrita a su Corona el Imperio de las
Indias.
Las dificultades por las que
atravesaba la Monarquía Hispánica a principios del siglo XVII, exhausta,
arruinada, y agobiada después de un siglo de guerras casi continuas, dio lugar
al proyecto del Conde-Duque de Olivares, valido de Felipe IV de España, de
lograr una mayor unidad de la Monarquía que quedó resumido en su aforismo “Multa
regna, sed una lex”, «Muchos reinos, pero una ley», que implicaba la
modificación del modelo político de monarquía compuesta de los Austrias en el
sentido de uniformizar las leyes e instituciones de sus reinos y conseguir de
esta forma que la autoridad del rey saliera reforzada al alcanzar el mismo
poder que tenía en Castilla.
Tras la pérdida de Portugal en 1668
no se volvió a hablar más de "unificar" la Monarquía Hispánica, sobre
todo tras el duro golpe que supuso para los Austrias reconocer la independencia
de Portugal, hasta que con motivo de su triunfo en la Guerra de Sucesión Felipe
V impusiese finalmente un sistema de unificación del Reino siguiendo el modelo
francés.
Otro capítulo importante a tener
en cuenta por su trascendencia es la Rebelión catalana de 1640, otro de los
grandes hitos de la Historia Ficticia nacionalista, que llena de leyenda el
himno del “Els segadors” aunque este no fuera compuesto sino hasta finales del
s.XIX, y que no es sino la historia de una traición, la tónica propia de los
nacionalistas.
¿Cómo fueron los hechos
históricos?
En 1635 Luis XIII de Francia declara
la guerra a Felipe IV, guerra que se centra en los territorios Catalanes
transpirenaicos del Rosellón y la Cerdaña.
El Conde-Duque de Olivares se propuso
concentrar en Cataluña un ejército de 40.000 hombres para atacar Francia por el
sur y al que el Principado tendría que aportar 6.000 hombres. Para poner en
marcha su proyecto en 1638 nombra como nuevo virrey de Cataluña al conde de
Santa Coloma. Pronto surgen los conflictos entre el ejército real y la
población local a propósito del alojamiento y manutención de las tropas. El
Conde-Duque de Olivares, necesitado de dinero y de hombres, confiesa estar
harto de los catalanes: «Si las Constituciones embarazan, que lleve el diablo
las Constituciones». En febrero de 1640, cuando ya hace un año que la guerra ha
llegado a Cataluña, Olivares le escribe al virrey Santa Coloma:
Cataluña es una
provincia que no hay rey en el mundo que tenga otra igual a ella... Si la
acometen los enemigos, la tiene que defender su rey sin hacer ellos la parte que
les corresponde, ni exponer su gente a los peligros. Ha de traerse el ejército
de fuera, se le ha de sustentar, se han de recobrar las plazas que se
perdieren, y este ejército, ni echado el enemigo ni antes de echarle, ni lo
sustenta ni lo aloja la provincia... Y siempre andan con que si la constitución
dijo esto o aquello, y el usatje se trata como suprema ley con el fin único de
la propia conservación de la provincia.
Así a lo largo de 1640 el virrey
Santa Coloma, siguiendo las instrucciones de Olivares, adopta medidas cada vez
más duras contra los que niegan el alojamiento a las tropas. Los
enfrentamientos entre campesinos y soldados menudean hasta que se produce una
insurrección general en la región de Gerona que pronto se extiende a la mayor
parte del Principado.
Otro hecho que condujo a un mayor
deterioro, de la ya enrarecida relación entre Cataluña y la Corona, fue la
negativa en 1638 de la Diputació General de aportar tropas catalanas al levantamiento
del sitio de Fuenterrabía (Guipúzcoa), donde sí habían acudido tropas desde
Castilla, provincias vascas, Aragón y Valencia.
Por otra parte, la nobleza y la
burguesía catalanas odiaban por motivos personales al virrey, conde de Santa
Coloma, por no haber defendido sus intereses de estamento por encima de la obediencia
al gobierno de Madrid. Los campesinos odiaban a la soldadesca de los tercios
por las requisas de animales y los destrozos ocasionados a sus cosechas, amén
de otros incidentes y afrentas derivadas del alojamiento forzoso de las tropas
en sus casas. El clero también lanzaba prédicas contra los soldados de los
tercios, a los que llegaron a excomulgar.
El comienzo de la sublevación es
conocido como “El Corpus de Sangre”. El 7 de junio de 1640, fiesta del
Corpus Christi, rebeldes mezclados con segadores que habían acudido a la ciudad
para ser contratados para la cosecha, entran en Barcelona y estalla la
rebelión. "Los insurrectos se ensañan contra los funcionarios reales y los
castellanos; el propio virrey procura salvar la vida huyendo, pero ya es tarde.
Muere asesinado. Los rebeldes son dueños de Barcelona".
Pau Claris, al frente de la
Generalidad de Cataluña, proclama la República Catalana. Pero la revuelta
también escapa a este primer y efímero control de la oligarquía catalana. La
sublevación derivó en una revuelta de empobrecidos campesinos contra la nobleza
y ricos de las ciudades que también fueron atacados. La oligarquía catalana se
encontró en medio de una auténtica revolución social entre la autoridad del rey
y el radicalismo de sus súbditos más pobres.
Conscientes de su incapacidad de
reducir la revuelta y sus limitaciones para dirigir un estado independiente,
los gobernantes catalanes hicieron lo que solo se puede esperar de este tipo de
traidores, se aliaron con Luis XIII de Francia con el pacto de Ceret.
En octubre de 1640 se permitió a
los navíos franceses usar los puertos catalanes y Cataluña accedió a pagar un
ejército francés inicial de 3.000 hombres que Francia enviaría al condado. En
noviembre, un ejército de unos 20.000 soldados recuperó Tortosa para Felipe IV,
en su camino hacia Barcelona. Cuando el ejército del marqués de los Vélez se
acercaba a Barcelona, estalló una revuelta popular el 24 de diciembre, con una
intensidad superior a la del Corpus, por lo que Claris tuvo que decidirse por
una salida sin retorno, que tampoco era la deseable: Pactar la alianza con
Francia en contra de Felipe IV. El 16 de enero de 1641 anunció que Cataluña se
constituía en república independiente bajo la protección de Francia. Pero el 23
del mismo mes pasó a anunciar que el nuevo conde de Barcelona sería Luis XIII
de Borbón, rememorando el antiguo vasallaje de los condados catalanes con el
Imperio Carolingio. En enero de 1641, Cataluña se sometió voluntariamente al
gobierno del rey de Francia y la Generalidad proclama conde de Barcelona y
soberano de Cataluña al rey Luis XIII de Francia como Luis I de Barcelona.
Cataluña se encontró siendo el
campo de batalla de la guerra entre Francia y España e, irónicamente, los
catalanes padecieron la situación que durante tantas décadas habían intentado
evitar: Sufragar el pago de un ejército y ceder parcialmente su administración
a un poder extranjero, pero no al que era de su señor natural, España, sino en
este caso el francés. La política francesa respecto a Cataluña estaba dominada
por la táctica militar y el propósito de atacar Valencia y Aragón.
Luis XIII nombró un virrey
francés y llenó la administración catalana de conocidos pro-franceses. El coste
del ejército francés para Cataluña era cada vez mayor, y mostrándose cada vez
más como un ejército de ocupación. Mercaderes franceses comenzaron a competir
con los locales, favorecidos aquellos por el gobierno francés, que convirtió a
Cataluña en un nuevo mercado para Francia. Todo esto, junto a la situación de
guerra, la consecuente inflación, plagas y enfermedades llevó a un descontento
que iría a más en la población, consciente de que su situación había empeorado
con Luis XIII respecto a la que soportaban con Felipe IV.
En 1643, el ejército francés de
Luis XIII conquista el Rosellón, Monzón y Lérida. Un año después Felipe IV
recupera Monzón y Lérida.
Conocedor del descontento de la
población catalana por la ocupación francesa, Felipe IV considera que es el
momento de atacar y en 1651 un ejército dirigido por Juan José de Austria
comienza un asedio a Barcelona. El ejército francocatalán de Barcelona se rinde
en 1652 y se reconoce a Felipe IV como soberano y a Juan de Austria como virrey
en Cataluña, si bien Francia conserva el control del Rosellón
Esto da paso a la firma del Tratado de los
Pirineos en 1659, muy negativo para el conjunto de España, pero especialmente
para Cataluña, pues Francia tomó posesión definitiva de las tierras transpirenaicas
de Cataluña, El Rosellón y la Cerdaña.
Y esta historia de una traición,
de ambiciones personales de la Oligarquía catalana y de grave perjuicio para
Cataluña y España con la pérdida a favor de Francia de importantes territorios
por los que se había luchado contra el Francés desde tiempos anteriores a los
Reyes Católicos, es el origen del tan cacareado himno de “Els segadors”
La historia de Cataluña no es
pues la de una Nación Independiente explotada por extranjeros (Los Españoles)
sino la de las constantes traiciones de la oligarquía nobiliaria y económica catalana
hacia España.
Pero esta historia no es la
que se estudia en los colegios catalanes…
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