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viernes, 11 de enero de 2013

ESCRITURA Y POEMAS

 El Caminante sobre el mar de niebla, de Friedrich

La poesía fue el género literario al que primero dediqué mi tiempo, consciente y placenteramente y al margen de las obligadas lecturas o escrituras escolares y académicas.

 Eran tiempos de transición adolescente, pero ahora, cuando releo alguno de mis poemas juveniles, reconozco que tenían un punto de frescura que, en alguna medida, he perdido…

La tristeza tiene nombre de mujer…
y el olvido, de viento.

Ó

Y cada día me abrocho mi piel
más apretada.
Pues se me escapa el Yo en cada
pisada
que camino por buscar Tu mundo.

Posiblemente el género haya sido cultivado por la mayoría de las personas de mi generación, al menos de los que teníamos, aunque fuera levemente, una breve inquietud cultural o un amor

no correspondido, pues lo que entonces estaba de moda era curar la melancolía leyendo poemas de Neruda.

“Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos."

O de Miguel Hernández

“Umbrío por la pena, casi bruno,
Porque la pena tizna cuando estalla,
donde yo no me hallo no se halla
hombre mas apenado que ninguno.”

La poesía es un género literario que implica una complicidad emocional entre el lector y el autor. No puede leerse desapasionadamente. Carecería de sentido. Y el apasionamiento en la lectura encuentra su máxima expresión en la adolescencia.

Por otra parte, tampoco puede escribirse si no es desde una actitud emocional muy determinada, de júbilo o de tristeza absolutos.

El poeta es, por definición, ciclotímico. No es capaz de escribir sus poemas en situación de equilibrio emocional, sino embargado por la tristeza o henchido de alegría. Extasiado o apesadumbrado.

“Érase un hombre a una nariz pegado
Érase una nariz superlativa
Érase una nariz sayón y escriba
Érase un peje espada muy barbado”

Se nos podría decir que el cuarteto en cuestión, primero de un soneto satírico de Quevedo, no es muestra de tristeza o alegría superlativas, pero en el fondo no se nos escapa que la crítica satírica solo es posible en un estado peculiar de euforia del autor.

Me encantaría volver a escribir poesía, pero no sé si los mimbres de mi cordura me permitirían llegar a tanto.

En ese empeño habría de volver, seguro, a mis folios y mis plumas, ya que la sensibilidad precisa para escribir poesía no creo que sea fácil transmitirla al papel a través de las teclas del ordenador.

No caeré en la tentación del experimento.

Posiblemente el culpable de mi amor a la poesía sea mi padre, que me hacía leer, en voz alta, y como práctica de lectura y de oratoria, un dificilísimo soneto de Quevedo que le encantaba, y

que hoy, a fuerza de ejercicio, me sé de memoria y creo que he conseguido, al fin, entonar correctamente. Es uno de los sonetos más conocidos de Quevedo, titulado “Amor constante más allá de la muerte”, que dice:

“Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra, que me llevare el blanco día
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera;

Más no de esotra parte en la ribera
dejará la memoria en donde ardía;
Nadar sabe mi llama la agua fría
y perder el respeto a ley severa.

Alma a quien todo un Dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
medulas que han gloriosamente ardido.

Su cuerpo dejarán, no su cuidado;
Serán ceniza, más tendrán sentido;
Polvo serán, más polvo enamorado”.

En cualquier caso he continuado cultivando mi afición por el arte de Calíope, Erato y Polimnia(1) en los distintos momentos en que he necesitado refugiarme en mi mismo para combatir, o para disfrutar, mis episodios esporádicos de melancolía.

La melancolía es esa situación de genio destemplado y tristeza recurrente, vaga, profunda y sosegada, en que el individuo que la padece no encuentra gusto ni diversión en nada(2), y aparece muy frecuentemente de los espíritus atormentados por la duda, la reflexión o el proceso creativo.

Víctor Hugo consideraba que la melancolía era “la dicha de estar triste”, pues la consideraba una placentera sensación de tristeza.

Estoy de acuerdo con el atrabiliario francés siempre que la melancolía no llegue a ser patológica, pues en tal caso deja de ser una situación anímica placentera de espíritus cultivados, para convertirse en una verdadera alteración psicótico depresiva, y la frontera entre ambos márgenes está, en ocasiones, como casi siempre en la emociones anidadas en la mente humana, muy difuminada.

Hace algún tiempo, en el telediario nocturno de

Telemadrid entonces dirigido por Germán Yanke, y hoy hurtado a su audiencia por la estulticia de los sindicatos, la escritora Angela Vallvey, comentó que: “Para ser poeta no hace falta escribir poemas, si no tener una especial sensibilidad para aproximarse a los acontecimientos que nos rodean y expresarlos desde la emoción interior que nos produzcan.”

Quedo con ello muy reconfortado pues, aunque me empeñe en no componer nuevos poemas, pienso que no he abandonado mi alma, mi sensibilidad, mi espíritu, mi vocación de Poeta...

O al menos, eso quiero creerme...

1 Musas de la poesía épica, lírica y sacra, respectivamente

2Diccionario de la RAE

 

 

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