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miércoles, 12 de junio de 2024

LIBERALISMO LIBERTARIO

 


Cuando me enfrento a mis Reflexiones Heteróclitas parto de dos ideas básicas:

1.- Mis posts tienen por objetivo reflexionar sobre mis orígenes, mi infancia, mi vida universitaria, mis afectos, mis pasiones, mis penas, mis alegrías, mis miedos y mis esperanzas y el modo en que mis ideas fueron evolucionando hacia una de las causas que considero importante en si misma: La defensa de la  libertad, desde concepciones liberales que Alberto Benegas Lynch (hijo) define al decirnos:

 «El liberalismo es el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo, basado en el principio de no agresión y en defensa del derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad»

2.- La conclusión de que, conforme a la sabiduría romana clásica: [Non natus est qui cogitat, factus est]. El pensador no nace, se hace, y se hace a base de su curiosidad, sus lecturas, sus conversaciones y sus observaciones. Su interés, en fin, sobre la realidad que le rodea.

Así, en gran medida, las ideas de cada pensador se fundamentan en las de otros pensadores anteriores, siguiendo así la estela señalada por Adam Smith en su obra “La Teoría de los Pensamientos Morales” donde nos dice que

“Conceder aprobación a las opiniones ajenas, es adoptar esas opiniones, y adoptarlas es aprobarlas"

Así pues, he venido elaborando un análisis de la LIBERTAD sobre la base de los escritos de terceros autores, que quiero desarrollar a lo largo de esta reflexión.

En esa línea parto de la diferencia que Javier Milei establece entre el liberalismo clásico y el liberalismo libertario contemporáneo, al decirnos en su libro “El Camino del Libertario”:

"El liberalismo clásico veía al Estado como un alguacil cuya función legítima era mantener el orden público: respetar la libertad de los ciudadanos, proteger su propiedad privada y acaso actuar de manera subsidiaria en tareas que supuestamente el mercado o la sociedad civil no ejecutaban con eficiencia (como la regulación de las infraestructuras, los contenidos mínimos del currículum nacional o la provisión de asistencia social para casos extremos). 

El liberalismo moderno, en cambio, desconfía del Estado: es consciente de que su origen es violento e ilegítimo; es consciente de que no persigue el bien común sino el interés particular de aquellos grupos organizados que logran controlarlo; es consciente de que la competencia entre las élites por alcanzar el poder estatal tiende a encumbrar a los más manipuladores e inmorales; y es consciente, en suma, de que el Estado, lejos de defender la libertad y la propiedad de los ciudadanos, puede convertirse en su peor enemigo."

Quiero hablar, pues,  del “Liberalismo del s. XXI”, y no del liberalismo, cuyo padre teórico es Loke, de cuño ilustrado, materialista y antirreligioso propio de de Voltaire o de los prerrevolucionarios, ni tan siquiera del liberalismo económico capitalista y materialista de la postguerra mundial, de los años 60 del siglo XX, sino del liberalismo contemporáneo, que basado esencialmente en las formulaciones del liberalismo clásico, debe evolucionar de modo esencial no hacia el Neoliberalismo, corriente a nuestro juicio repudiable por racionalista y materialista, sino tratando de encontrar claves que nos permitiesen hablar de un “nuevo liberalismo”.

La defensa de la conciencia individual, del libre pensamiento y del misterio de la dignidad humana en si misma, me parecen imprescindibles en el momento actual, para hacer frente a las amenazas más radicales a las libertades individuales, que son fruto de una imposición ideológica, la de “la superioridad moral del pensamiento de izquierdas”, presunción  que ni liberales ni conservadores han sabido contrarrestar durante los últimos 70 años.

En palabras del profesor Armando Pego, debemos de defender esa libertad individual con firmeza, pues

“El Estado no tiene la autoridad ─aunque pueda tener el poder─ para dar el derecho a nacer, a casarse, a educar a los hijos o a morir." 

        Desde que Karl Marx formulase sus teorías en el último cuarto del s. IX, hasta nuestros días, el concepto de libertad individual ha sido criticado y negado por los que pudiéramos llamar “intelectuales de izquierdas” de modo que la dinámica de la confrontación ideológica se ha movido en la lucha de los defensores de la igualdad contra los defensores de la libertad.

Ya Mounier, fundador de la corriente filosófica “Personalista” afirmaba:

 “La laguna esencial del marxismo es haber desconocido la realidad íntima del hombre, la de su vida personal.”

Torcuato Fernandez-Miranda, en esta línea, nos dice:

"La vida humana es radical intimidad, mismidad, destino propio, peculiar, infungible, intimo. Así como nadie puede morirse por mí, soy yo el que tengo que morir mi muerte, así de la misma manera sólo en mi radical intimidad puede mi vida ser vivida. Renunciar a esta radical intimidad, al propio destino de nuestra vida infungible, para asumir un destino ajeno, enajenar nuestra vida, es dimitir del modo más absoluto de la vida humana y aceptar la peor de las esclavitudes".

Frente a tal concepción de la libertad como elemento esencial de la vida humana, el socialismo marxista amenaza tanto la libertad cuanto algo más radical: La intimidad, la posibilidad de vivir cada uno dentro de sí mismo, en ese castillo interior que es el alma y la vida del hombre.

La intimidad implica que cada hombre tiene su propio destino, su vocación específica, infungible. Y así, al igual que nadie puede vivir nuestra propia muerte, así tampoco nadie puede imponernos como vivir nuestra propia vida.

Pretender, por tanto, estandarizar al hombre, uniformar su vida bajo la igualdad es desconocer lo que la vida tiene de infungible en su intimidad individual.

        En conclusión, si el hombre quiere serlo plenamente, debemos luchar en defensa de esa libertad individual, que alcanza su máxima expresión en la intimidad propia de cada sujeto, en donde se manifiestan sus principios, sus creencias, sus aspiraciones y sus sentimientos.

        Volviendo a Armando Pego:

“Es una pretensión tiránica intentar relegar al ámbito privado la disconformidad de los ciudadanos por razones morales y/o religiosas con esa usurpación de facto, obligándoles a un asentimiento público por acción u omisión.”

        Y eso es, precisamente, lo que está pretendiendo la izquierda radical que hoy nos gobierna, tachando de “fascista” al discrepante, condenando como “golpista” al disidente, desautorizando todo comentario o expresión de crítica a las acciones de la mayoría gobernante, e imponiendo la “supremacía cultural de izquierdas” como verdad única e indiscutible.

Y no podemos olvidar, en cualquier caso, que ello está ocurriendo como consecuencia de una demoledora propaganda incrustada en el AGITPROP marxista de nuestros gobernantes, que ha traído como consecuencia, unos medios de comunicación que participan en esa estrategia ciegamente, bien engrasados con subvenciones y publicidad institucional que les salva de su quiebra.

Téngase en cuenta que en una Sociedad como la nuestra, en la que las gentes más sencillas temen a la libertad, pues realmente no saben que hacer con ella, y prefieren someterse a los dictados del "Estado Paternalista" que les organiza su vida y les evita el "sacrificio de tener que tomar decisiones", los mensajes televisivos son uno de los instrumentos más temibles de manipulación de la opinión pública, de conformación del pensamiento mayoritario de la Sociedad, frente a lo cual habremos de defender que serán más, pero que la razón está con nosotros.

Llegado así el momento de defender el “LIBERALISMO” del s. XXI frente a las tendencias marxistas ancladas en el XIX. Y Hay varios autores que han contribuido a la formulación de lo que he venido en llamar “nuevo liberalismo” o “Liberalismo Libertario”.

En un artículo titulado “¿Qué significa ser liberal?”, publicado por Carlos Alberto Montaner el 6 de febrero de 2009, en la Web CATO —cuya lectura recomiendo en el enlace destacado— encontramos varias reflexiones interesantes, entre las que destacaría la siguiente: 

“El liberalismo parte de una hipótesis filosófica, casi religiosa, que postula la existencia de derechos naturales que no se pueden conculcar —ni limitar por el poder— porque no se deben al Estado ni a la magnanimidad de los gobiernos, sino a la condición esencial de los seres humanos”. 


En cualquier caso, en esta “REFLEXION EHETERÓCLITA” quiero hablar, también, de la enorme confusión que ha introducido la Iglesia Católica en relación con el Liberalismo en la muy cristiana Europa, desde su condena por el Papa Gregorio XVI en la Encíclica "Mirari vos" (1832) y, más específicamente, por Pío IX en la "Quanta cura" (1864) acompañada de la Syllabus complectens praecipuos nostrae aetatis errores (Listado recopilatorio de los principales errores de nuestro tiempo) y Pío X en la "Pascendi Dominici Gragis" (1907). Ahora bien, es preciso situarnos en el contexto temporal de dichas condenas, que no son contra el liberalismo económico, ni contra la defensa, frente a toda opresión, de la libertad —valor fundamental y constitutivo del hombre como ser racional así creado por Dios— sino contra desviaciones y errores dogmáticos y morales derivados del liberalismo filosófico, basado en una supuesta defensa de la autonomía del hombre ante Dios y ante la ley moral objetiva como norma última de conducta. Este liberalismo racionalista es el que de nuevo condenó Pablo VI en la Carta

Apostólica "Octogesima adveniens" (1971), cuando dice que: 

 "En su raíz misma el liberalismo filosófico es una afirmación errónea de la autonomía del individuo en su actividad, sus motivaciones, y el ejercicio de su libertad". 

 Pensemos, en todo caso, que estas condenas del liberalismo encuentran su origen en la polémica decimonónica de la Separación entre la Iglesia y el Estado y en torno a conceptos como la “Libertad de Pensamiento” o la “Tolerancia interreligiosa”, hoy superados en la Sociedad e incluso en el seno de la propia Iglesia. Así, la “Syllabus complectens praecipuos nostrae aetatis errores” que se publicó simultáneamente con la encíclica “Quarta Cura” en 1864, considera errores, relativos al liberalismo, cuestiones que si la Iglesia tratase hoy de defender serían un escándalo.

 Benedicto XVI, en una carta enviada al filósofo y Senador Italiano Marcello Pera, desde Castel Gandolfo el 4 de septiembre 2008, en relación con su libro “Por qué tenemos que llamarnos cristianos. El liberalismo, Europa, la ética”, le dice: 

 “(En su libro)… Con un conocimiento estupendo de las fuentes y con una lógica contundente, usted analiza la esencia del liberalismo a partir de sus fundamentos, mostrando que en la esencia del liberalismo se encuentra el enraizamiento en la imagen cristiana de Dios: su relación con Dios, de quien el hombre es imagen y de quien hemos recibido el don de la libertad”. Para continuar diciéndole: “Usted muestra que el liberalismo, sin dejar de ser liberalismo, más bien para ser fiel a sí mismo, puede referirse a una doctrina del bien, en particular a la cristiana, que le es familiar, ofreciendo así verdaderamente una contribución para superar la crisis”. 

 En esencia esta carta rectifica la posición intransigente de la Iglesia respecto del Liberalismo, y admite la existencia de un liberalismo que, siendo fiel a sí mismo, puede referirse a la doctrina cristiana, como doctrina del bien, sin conflicto. La carta, que duda cabe, ha levantado ampollas en los sectores más conservadores de la Iglesia, que han llegado de acusar al Papa de defender ideas ya condenadas por la Iglesia  en las encíclicas anteriormente citadas, llegándose a considerar que: 

 “La errónea opinión personal del Papa Benedicto XVI en esta materia no altera en absoluto la condena del liberalismo hecha por Papas anteriores.” 

 Mi primera reacción frente a tales intransigencias no puede ser sino la de un liberal católico, lamentando la intransigencia y la estrechez de miras intelectual de quienes así se posicionan. Lo más sorprendente de esto es que quienes así se manifiestan son quienes han venido defendiendo históricamente la muy equivocada “Doctrina social de la Iglesia” trufada de concesiones reiteradas a sindicatos y economistas de la izquierda marxista; y quienes se han mostrado más beligerantes frente a la economía de mercado y más han defendido el “intervencionismo” estatal en la materia, ocasionando, desde su equivocada buena fe, más daños de los que han tratado de evitar, como de modo brillante explica el economista católico norteamericano Thomas E. Woods en su libro “Porqué el Estado SI es el problema”, en el que nos dice: 

 

“Siento el más profundo respeto por los papas anteriores al Vaticano II cuyos comentarios económicos lamento haber tenido que criticar en el presente estudio. Eran hombres buenos, santos y valientes que gobernaron la Iglesia con gran habilidad y coraje y de cuyos escritos me he beneficiado inmensamente. Pero por grandes que fueran, por el mero hecho de ocupar el sillón de San Pedro no heredaron una perspectiva económica superior a la que pueda poseer cualquier persona medianamente inteligente.” 

En cualquier caso el punto esencial de la cuestión que pretendo esclarecer en esta “Reflexión Heteróclita” es el de contestar a la pregunta: ¿Qué pretende el liberalismo? Pues esencialmente de lo que se trata es de defender la libertad individual frente a las injerencias del Estado en todos los ordenes de la actividad humana, desde su más estricta intimidad a su comportamiento y relaciones sociales, y esencialmente en el orden moral y económico. El poder ha tratado siempre de intervenir en la conducta de los ciudadanos, primitivamente en beneficio propio de los poderosos, y en épocas más modernas, en la teórica defensa de los más débiles de la Sociedad. Sin embargo, como ya señalara el economista de la Escuela Austriaca, Ludwig Von Mises, el pensamiento económico liberal ilustrado descubrió ya en el s. XVIII que: 

“Los esfuerzos por mejorar el bienestar de determinados grupos sociales —los más débiles— a través de la intervención de los gobiernos, puede tener efectos perjudiciales y a menudo consecuencias totalmente contrarias a los deseos expresados por sus defensores.” 

En la misma línea se manifiestan los recientes premios Nóbel de Economía 2010, los profesores Peter A. Diamond (Massachussetts Institute of Technology, EEUU), Dale T. Mortensen (Northwestern University, EEUU) y Christopher Pissarides (London School of Economics, Reino Unido), que han analizado el perverso papel que pueden jugar los subsidios de desempleo en la destrucción de empleo en los países desarrollados con altas tasas de desempleo. Así efectivamente, los trabajos de Diamond, Mortensen y Pissarides analizan los efectos de políticas económicas de protección del trabajador y fomento del empleo, como subsidios al desempleo, salarios mínimos, impuestos salariales, subsidios a la creación de puestos de trabajo, etc…, y concluyen que, en general, cualquier política puede tener virtudes y defectos. Así, los subsidios al desempleo, si bien son herramientas absolutamente necesarias para proteger a las familias que sufren el drama del desempleo, también pueden generar efectos adversos como la disminución de los incentivos a buscar trabajo, lo cual puede producir un incremento del desempleo. Esta es, en definitiva, la clave fundamental en la que, en materia económica, se sustenta el liberalismo, en el convencimiento de que solo el mercado libre y las leyes económicas actuando en libertad, pueden generar el enriquecimiento y el progreso de las sociedades, que no se produce cuando la intervención de los Gobiernos en el mercado, en la vida económica, introducen efectos distorsionadores del funcionamiento del propio sistema. Pero como el tema es muy largo, creo que debo dejar aquí esta introducción, para continuar en próximos post explicando el porqué de esta afirmación y realizar un análisis de los fundamentos éticos y morales del liberalismo político, no estrictamente económico, que puede llevarme bastante espacio. Así que ya nos veremos más adelante.

 Y como siempre concluyo con una pieza musical, hoy el “Canto a la Libertad” del Nabuco de Verdi, en versión en español de Nana Mouskuouri

 



© 2024 JESÚS FERNÁNDEZ-MIRANDA Y LOZANA

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