A diferencia de Chateaubriand hablo frecuentemente de mis intereses, de mis emociones, de mis trabajos, de mis ideas, de mis afectos, de mis alegrías, de mis tristezas, sin pensar en el profundo tedio que el francés temía causar a los demás hablandoles de si mismo.
La CAZA DEL CORZO ― al que se llama "El Duende del Bosque", por lo difícil que
resulta localizarlos― exige levantarse muy temprano, para estar en los cazaderos
antes del amanecer, pues esta es su hora preferida para salir a las praderas de
los claros para comer los tiernos brotes de los mismos.
Hay que pensar que en Asturias, pese a que la caza del corzo
está muy extendida, lo cierto es que no es pieza de caza apreciada por los
lugareños; La prueba es que todos los cotos gestionados por las Sociedades
Locales de cazadores, no adjudican los corzos a sus socios, que no los
reclaman, sino que los venden a cazadores foráneos.
Uno de los comportamientos más peculiares de los corzos es que generalmente la hembra es más atrevida, sale a los claros a comer los brotes, que les encantan, con mayor osadía que los machos, que generalmente no abandonan el bosque hasta que la hembra haya estado un buen rato, tranquila, pastando en la pradera. de modo que la táctica para dar con uno de ellos es la de pasear por las
caleyas en dirección a los praos donde los lugareños afirman que buen macho
frecuenta los brotes herbáceos propios de esta época del año.
La última vez que cacé un corzo en Asturias,ejercité esa práctica, de modo que al llegar al prao previsto por el guarda que me acompañaba,
nos acomodamos en uno de sus extremos, bajo las hojas de unos avellanos, entre
dos grupos de ramas que bien servirían para hacer varas o bastones, y que nos
mantenían bastante tapados en combinación con la “seve” que cerraba el prao y
al amparo del viento.
Una vezallí
aposentados, escudriñamos con los prismáticos el borde lejano del prao, donde
se inicia el bosque, en busca, entre las luces crecientes del amanecer, de
señales de la presencia de algún corzo, aunque sin éxito alguno.
La misma historia se repitió por varios praos sin suerte en la
localización del macho apetecido, hasta que en uno de los desplazamientos
apareció un macho tranquilamente pastando en medio de uno.
No era una pieza muy importante, pero nuestro tiempo de caza
se agotaba y no aparecían otros machos mejores, así que… decidimos abatirlo.
Cogí mi rifle, contemplando el corzo a través de su visor de
aumento y controlando su paseo en la pradera a una distancia de unos 150 metros
de donde yo me encontraba.
Apunté a su codillo, no debía fallar y conteniendo la
respiración….¡disparé¡
La verdad es que no sé explicar la sensación que me produce
un disparo de caza; posiblemente sea una mezcla de emoción, de éxito, de meta
alcanzada, de melancolía por la conquista de la vida que arrebatas...
El corzo resultó no ser un magnifico ejemplar... pero el
disparo había sido certeroy su muerte instantánea y sin sufrimientos
innecesarios.
En los países centro europeos realizan un rito respetuoso
ante el cuerpo abatido de la pieza cazada. El guía arranca unas ramas de algún
arbusto cercano o algunas hierbas altas. Parte las introduce en la boca del
animal abatido como ofrenda de última comida, y otra parte las moja en la
sangre de la herida causante de la muerte de la pieza, y sacudiéndolas sobre su
cabeza, eleva una plegaria a los dioses protectores del bosque, al tiempo que
da las gracias al animal por habernos permitido abatirlo y disfrutar de su
carne. Y finalmente tras abrazar al cazador, le coloca la rama en su sombrero,
cual si de un “Plantagenet” contemporáneo se tratase.
Son ritos mágicos que nos entroncan con el cazador atávico y
que, en alguna medida, tratan de reconciliarnos con la madre tierra tras
disturbarla por la pieza derribada.
Concluido mi tiempo de caza con la pieza cobrada, no quise abandonar otro de mis grandes placeres, consistente en pasear,
contemplando el paisaje y haciendo fotografías, por las “caleyas” asturianas.
Las “caleyas” son, en Asturias, los caminos rurales 一pistas, senderos o carriles一 y han sido durante milenios las vías de comunicación
naturales y habituales entre las caserías diseminadas por su territorio.
Generalmente son caminos toscamente empedrados para evitar
que con la lluvia y el barro se hagan intransitables.
Hoy tan solo los frecuentan los paseantes o los tractores,
pues cada vez se ven menos vacas pastando en los praos, los carros tirados por
una yunta de ellas ya no se ven por los caminos, y el característico ronquido
de su eje de madera ha sido sustituido por el ronco sonido del motor de los
tractores.
En uno de mis paseos por las “caleyas” he descubierto, en el
valle de Peón (Villaviciosa), las ruinas de una “Casona” de piedra, “Palacio”
como aquí los llaman al igual que “Pazos” en Galicia.
El palacio en cuestión, probablemente
del siglo XVII o XVIII, debió de ser una
sobria y sólida construcción de piedra similar, en mayor o menor medida, a
cualesquiera de los restantes cientos de palacios, la mayoría abandonados, de
la pequeña nobleza rural asturiana y que pese a su postración mantiene, en sus
muros desnudos, las huellas de su grandeza pasada.
Para mi estas Casas Solariegas, o “Palacios” tienen un
encanto especial, pues son reflejo fiel de lo que la Sociedad asturiana era
hasta principios del siglo XX, antes de que la industrialización y la caída
definitiva del antiguo régimen hicieran cambiarel modo de vida de sus familias propietarias.
El “Palacio de los Estrada”, pues así se llama, se encuentra
en una llanada próxima al río y con agradables praderías en su entorno.
Junto a las ruinas del Palacio propiamente dicho, aparecen
las de otras edificaciones que junto a la principal compondrían un típico
núcleo de actividad agropecuaria.
Al otro lado del camino se mantienen, apenas en pie, las
ruinas de una Capilla, típicamente palaciega, de media cúpula, en cuyas
columnas frontales aparecen los escudos de armas de los linajes propietarios
del conjunto.
Pero lo que me llamó la atención de estas ruinas es una inscripción grabada,
con fecha de 30 de enero de 1930, en una losa de piedra arenisca sobre la
puerta principal del palacio que reza:
“ PARA PERPETUARLA MEMORIA DE LA EJEMPLAR MUJERDOÑA PAZ MENENDEZ ESTRADA DE JIMENEZ
TÉLLEZ QUIEN DURANTE LOS ÚLTIMOS 10 AÑOS DE SU VIDA CON SUS VIRTUDES Y TALENTO CUIDÓ
Y MEJORÓ HASTA LA ABNEGACIÓN ESTE PALACIO Y SUS PROPIEDADES QUE RECIBIÓ DE SUS
MAYORES.IMITADLA VOSOTROS LOS QUE VENGAIS DETRÁS. XXX - I -MCMXXX
La exhortación, lamentablemente, ha caído en un olvido tan
profundo como el Palacio o como otros tantos palacios o casonas asturianas,
algunas de ellas mucho más importantes, con mayor historia y mayor interés
arquitectónico o artístico que el de Estrada, entre los cuales podrían citarse
los de Aramil de la familia Vigil de Quiñones o el de Celles, de santa Cruz de
Marcenado, por poner solo algunos ejemplos del Concejo de Siero.
Sin embargo no toda la culpa se
puede achacar a las familias propietarias, pues es preciso conocer la génesis
del proceso que las ha llevado a la ruina.
Las Leyes del Toro, dictadas en
1505, instituyeron el Mayorazgo, institución jurídica mediante la cual solo
heredaba el hijo mayor, que sin embargo asumía determinadas obligaciones de
educación y dote hacia sus hermanos y hermanas, siendo el propósito principal
impedir el fraccionamiento de los más grandes patrimonios aristocráticos y la
disolución social de las grandes familias españolas.
En 1841, dentro del proceso
desamortizador del siglo XIX de prohibición de vinculaciones perpetuas, se
derogó la institución, que quedó circunscrita en España a la sucesión de las
dignidades nobiliarias y otros derechos honoríficos.
La desaparición de los
Mayorazgos tuvo una gran repercusión sobre el status de la pequeña nobleza
rural, como consecuencia del proceso de división de las propiedades vinculadas
al mayorazgo, al que dio lugar.
Efectivamente el mantenimiento
de la Casa estaba íntimamente ligado a la existencia del conjunto de
propiedades rurales vinculadas a ella como un todo, y en el momento en que
estas hubieron de ser objeto de reparto entre hermanos, generación tras generación, dejaron sin sustento económico a la Casa, que fue paulatinamente
abandonada.
Tampoco olvidemos que el odio se enseñoreó de estas tierras
durante la década de los años 30 del s. XX, y que durante la revolución de
Octubre de 1934 y la posterior guerra civil 1936-39, muchas de estas
propiedades palaciegas fueron pasto de las llamas como tributo a la conquista
de la “democracia proletaria” instigada por los frentepopulistas, camino en el
que la pequeña nobleza rural era el paradigma de la clase odiada que había que
destruir.
Si
hiciéramos un censo de los Palacios o casonas Solariegas pertenecientes a la
Nobleza rural asturiana, nos encontraríamos, por desgracia, con que el noventa
por ciento de ellos se encuentran en un estado de abandono y ruina similar, y
en muchos casos ya irrecuperable, y nuestros hijos y nietos habrán perdido un
patrimonio artístico e histórico que tendríamos la obligación de transmitirles.
Sería en cualquier caso una pretensión absurda que la conservación
de ese patrimonio se hiciese con dinero público, pero hay otras formas que se
han puesto en marcha en otros países europeos más preocupados por su patrimonio
histórico cultural, medidas por la que ha venido luchando la Asociación de Propietarios
de Casas Históricas, consistente en exenciones fiscales en los impuestos de
patrimonio, sucesiones, contribución territorial o renta que faciliten la labor
de mantenimiento o rehabilitación, ello siempre a cambio de su compromiso de
conservación y de su exhibición al público.
Para concluir, siguiendo mi costumbre, os incluyo un video
musical. La Canción del cazador de Shumann
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