John Singer Sargent
En otras épocas mis
reflexiones eran más literarias y menos científicas, divulgativas o políticas.
Se conoce que Calíope y Melpómene ─musas de la poesía y la tragedia─ han dejado de susurrarme al oído y han dejado a sus hermanas que sean las instigadoras de mi inspiración.
“El propósito de un escritor es evitar que la civilización se destruya así misma”
DE PROFUNDIS
Era el primer día en el que volvía a su trabajo después de dos meses de confinamiento por culpa de la epidemia que asolaba la nación y que según la gente había matado a 50.000 personas, el doble de lo que anunciaban los mensajes gubernamentales.
Tras asearse y beber un café hecho con su vieja cafetera de filtros de papel, se colocó en la cara una mascarilla azulada y se vistió unos guantes de látex, bajó despacio las escaleras, ya que el ascensor estaba averiado desde hacía semanas y los vecinos se negaban a hacer una derrama para arreglarlo.
Bajar no costaba tanto —pensó— lo malo era tener que subir andando cuatro pisos cada vez que volvía a casa cansado y con ganas de tumbarse en su sillón preferido.
Al salir a la calle noto una brisa fresca de mañana en la cara y predijo el calor que se apoderaría de todo en el momento en que el sol, implacable, comenzase a castigar los ladrillos, los muros de hormigón y el asfalto de las calles de la ciudad.
Pese a que apenas estaba amaneciendo, las aceras eran transitadas ya por numerosos peatones que se encaminaban apresurados a sus trabajos y el tráfico era intenso.
Se dirigió hacia la estación cercana de metro, como cada mañana.
Al doblar la esquina le vio como siempre, allí, agazapado.
Su mirada era ausente y su gesto de pesadumbre.
Pero aquella mañana la mirada del mendigo, directa, franca, interrogante, se cruzó con la suya.
Sus ojos grises, profundamente grises, enmarcados por unas pobladas cejas canosas y unos párpados arrugados.... algo le preguntaban.
Retiró su mirada instintivamente y con un gesto tal vez de angustia, inesperado, aceleró el paso, bajó su mirada al suelo y se precipitó hacia las entrañas de los túneles del suburbano, bajando de dos en dos los escalones de la boca del metro.
Allí ya en el andén, tiritando de nervios pese al sofocante calor que ya se percibía, siguió sintiendo la obsesión de que todo el mundo le miraba, pero en ese momento se dio cuenta de que nadie le miraba, sino que era él quien miraba a los demás, los escrutaba clandestinamente, deseaba saber de cada otro su vida y sus milagros, escondidos sus rostros tras las mascarillas que sólo dejaban ver sus ojos; y en ese preciso instante se hizo consciente de su realidad esencial: toda su vida se resumía en lo que los Románticos llamaban “melancolía” y que hoy, empeñados en encuadrar el comportamiento humano en categorías científicas, llamamos “Comportamiento distímico”, o depresión crónica leve.
Y esa era la razón por la que siempre hubiera reprochado a sus padres que le hubiesen “infligido” la existencia y que esta hubiese transitado, siempre, impregnada de una permanente sensación de profunda tristeza, de desamparo, de soledad, de irritación consigo mismo.
Y recordó a Kant, para quien el primero de los rasgos de los melancólicos es que se preocupan poco de los juicios ajenos a cerca de sus propios actos, al tiempo que se manifiestan obstinadamente inamovibles en sus posiciones y están permanentemente enfadados con el mundo que les rodea porque les lleva la contraria…. y tienden a incurrir en lo monstruoso, siendo presas de sueños significativos, presentimientos y señales milagrosas, hasta el punto de caer en la extravagancia.
Exacto retrato de su propia y miserable existencia.
El zumbido de los raíles, presagiando la llegada del tren a la estación, le sacó de sus obsesiones, pues tales eran, más que reflexiones.
El zumbido se transformó en estruendo al tiempo que las luces del convoy, sobre el fondo oscuro del túnel, se convirtieron en un rayo de plata que entró, frenando entre chirridos, en la atiborrada estación.
Su perfil se mezcló con los de centenares de individuos que, casi en contacto físico entre ellos, llenaban los vagones.
Y allí, entre la muchedumbre, se encontró más solo y desamparado que nunca hubiera estado.
Y gritó descorazonado, hasta perder el aliento, clamando a Dios desde lo más profundo de su alma.
Sin embargo, su lamento no fue atendido por nadie, pues no había sido su garganta quien había gritado, sino su alma acongojada.”
Y concluyamos esta reflexión, conforme a
nuestra costumbre, con un vídeo que nos trae Roland de Lassus en su LP Psalmi
Davidis Poenitentiales, interpretado por el Colegium Vocali Gent, con el salmo “De
Profundis a Te Clamavi”
Querido Jesús:
ResponderEliminarTe escribo porque estoy leyendo los artículos que escribes en tu Blog Reflexiones Heteróclitas y te digo que están muy bien y te doy la enhorabuena.
La verdad que mucho sobre lo que escribes sugiere hacer comentarios en algún aspecto y te comento a raíz del último escrito leído hoy, LAS MUSAS.
Me gustó mucho la introducción del artículo y por supuesto el breve cuento DE PROFUNDIS: precioso¡¡¡ No falta ni sobra nada!!!!
A mi me parece que lo mejor de tus escritos es cuando salen del corazón, cuando eres profundamente sincero, entonces nada falla, pues son verdaderos.
Está muy bien lo de Reflexiones Heterócliticas, ir contra la corriente, o por decirlo de alguna manera, ir contra el espíritu del tiempo o de los tiempos; contra el Zeitgeist por decirlo en palabras de Heidegeer.
Pero ¿en qué consiste este espíritu del tiempo? El psícologo suizo Carl. G. Jung lo definía así: el espíritu del tiempo escapa a las categorías de la razón humana.
Es un "penchant", una inclinación sentimental que, por motivos desconocidos, obra con fuerza de sugestión soberana sobre todos los espíritus débiles y los arrastra.
Pensar de modo distinto a como se piensa hoy en general ha tenido siempre un tufo de ilegitimidad intempestiva, de aguafiestas; también casi de incorrecto, de enfermizo o de blasfematorio, no desprovisto de graves peligros sociales para aquel que nada, así de modo absurdo, contra la corriente.
Escribes en tu escrito de hoy, LAS MUSAS,
"... lo cierto es que, como a todo escritor, me falta realizar mi "obra maestra", mi "Opus Magnum" que me permita alcanzar la piedra filosofal de mi escritura, esa obra que todos los que tomamos la pluma para dejar en negro sobre blanco nuestra huella, soñamos con llegar, algún día, a escribir y en mérito a ella, ser recordados."
Me pregunto con respecto a este párrafo por que se escribe, y aventuro que, en ello, en el escribir, tal vez haya un destino ¡
Tal vez uno esté abocado a escribir. Traigamos a Kafka en unas páginas de su diario:
"Extraño, misterioso, tal vez redentor consuelo el de escribir: salir de la fila de los asesinos, observar los hechos. Observación de los hechos en cuanto se crea una especie superior de observación, superior, no ya aguda; y es tanto más superior cuanto más inalcanzable resulta partiendo de la "fila", cuanto más independiente se hace, cuanto más sigue leyes de movimiento propio, cuanto más su vida es incalculable, jovial, ascendente".
Citas en tu escrito una preciosa frase de Albert Camus:
“El propósito de un escritor es evitar que la civilización se destruya así misma".
¿Como habría evolucionado Albert Camus, en su forma de pensar, si no hubiese muerto tan joven?
Ernst Jünger, casi centenario, dice una cosa parecida, y que es cierta: " La superación del miedo a la muerte es el deber de un escritor que se entrega: su obra ha de irradiarla". En su obra Esgrafiados dice una cosa parecida: "A una buena prosa hay que exigirle que destierre el miedo a la muerte".
Concluyes tu introducción al cuento DE PROFUNDIS, con estas palabras, bienvenidas sean:
"Y llegados a este punto, y tras esta introducción, dado que mis musas no me inspiran, tiraré de archivo, de modo que os ruego me permitáis que dedique mi pluma a relataros la pulsión de un hombre que, como muchos, está solo, doliente y atormentado por su propio ser, en la inmensidad de la masa; un cuento breve que escribí hace años y que nunca he llegado a publicar, lo hago ahora, adaptándolo a nuestra miserable vida encadenada al impuesto "distanciamiento social".
Tal vez debamos preguntarnos no tanto por, ¿el por qué? sino por el ¿para qué?
El escritor francés Leon Bloy escribió algo muy significativo en este sentido, dice así:
"En el corazón humano hay lugares que no existen y para que puedan existir es necesario que penetre el dolor".
Bueno, amigo Jesús, me despido de ti. Te reitero la enhorabuena por tus escritos. Animo ¡