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miércoles, 17 de julio de 2024

LOS ARCANOS DE LA EXISTENCIA

 

Sala de los Misterios - Ciudad del Vaticano

A veces, aunque suelen ser pocas en la vida de un hombre, te planteas el porqué de tu propia existencia, de tu destino.

Ya lo decía León Bloy:

“No hay en la tierra un ser humano capaz de declarar quién es. Nadie sabe qué ha venido a hacer en este mundo”.

Y ante esta perspectiva podemos afirmar dos verdades que a la postre son indiscutibles.

Primero: El hecho de la propia existencia.

Segundo: La certeza de la propia muerte.

Sobre la realidad de la propia existencia, ha habido diversas posturas filosóficas a lo largo de la historia, hasta que Descartes las superó todas con su “Pienso, luego existo”.

En cuanto a la certeza de nuestro fin, de nuestra muerte, partimos de la experiencia que nos dice que nadie ha conseguido evitarla, ni tan siquiera el propio Dios hecho hombre, pues en el credo Cristiano, se afirma que tras encerrarse Dios en Cristo, fue crucificado, muerto y sepultado, aunque siendo como era Dios venció a la muerte, pues tras descender a los infiernos al tercer día de su muerte, resucitó de entre ellos.

En todo caso, y aceptando esa dual certeza, los pensadores occidentales han cavilado acerca de su esencia, de su razón, durante siglos, tratando de desvelar el porqué, la razón, de ambas realidades.

En relación con la propia existencia en el famoso debate. radiofónico, protagonizado en 1948 por el filósofo Cristiano Copleston y su compatriota y agnóstico declarado Bernard Rusel, Copleston afirmó;

“Si parto de la afirmación yo existo, y al tiempo llego a la conclusión de que no encuentro ninguna razón, de mi existencia que constituya una explicación de ella misma ¿Debo concluir que necesariamente un algo o un alguien se ha dado razón que justifique mi propia existencia? Siendo origen de todo, en cuya propia esencia está implícita la propia existencia, es decir que no lleva a nada ni a nadie, sino a su propia esencia, el hecho de su existencia”.

Y con todo y con mi destino predeterminado por los hados, me pregunto qué me deparará el futuro, pues nada más y nada menos que la muerte, otro de los arcanos de la existencia.

Y ello nos lleva a la pregunta ¿Por qué morimos? ¿Por qué hemos de venir a morir?

No perdamos nuestro tiempo en disquisiciones científicas que nos expliquen el mecanismo de envejecimiento y deterioro de las células de todo ser vivo que intrínsecamente conduce a la muerte.

Nuestro interés ha de ser exclusivamente metafísico, pues partimos de la creencia en un ser primigenio “Creador de Todo”, y podríamos, por qué no, pensar que si su deseo fuese que el hombre no muriese, lo había creado inmortal.

    En cualquier caso, el alma oculta sus secretos movimientos, adoptando una apariencia contraria a su Estado. Triste bajo un semblante alegre, alegre bajo un semblante triste. Tal como dijo Petrarca.

    Así, todos los autores que se refieren a la muerte como fin de la existencia, lo hacen con expresiones cuajadas de seguridad y alegría, pero esconden su tristeza bajo un talante no abierto a la discusión; se mueven en el terreno de las verdades incontrovertibles.

    Por el contrario, los que se refieren a la muerte como el comienzo de una nueva vida, lo hacen con expresiones sombrías considerando la incertidumbre del destino positivo o negativo del alma humana, pero con un sentimiento alegre de esperanza; y, en las Sociedades Occidentales, con vocación misionera y de expansión de la buena nueva de la resurrección de Cristo.

    En relación, final , con la  Cuestión de los Arcanos de la Existencia, caben  dos respuestas contradictorias.

    La primera, que somos fruto de millones de carambolas seguidas,  y la última carambola nos hizo aparecer en la tierra.

    Una segunda es la creencia en un ser Preexistente, Todopoderoso y Creador del Universo.

    Y como siempre concluiremos esta “Reflexión Heteróclita" con una nueva pieza musical, hoy "La mamma e morta" de la Ópera Lucia de Lammermoor, interpretada por María Callas.




© 2024 JESÚS FERNÁNDEZ-MIRANDA Y LOZANA


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