A veces, aunque suelen ser pocas en la vida de un hombre,
te planteas el porqué de tu propia existencia, de tu destino.
Ya lo decía León Bloy:
“No hay en la tierra un ser humano capaz de declarar
quién es. Nadie sabe qué ha venido a hacer en este mundo”.
Y ante esta perspectiva podemos afirmar dos verdades que
a la postre son indiscutibles.
Primero: El hecho de la propia existencia.
Segundo: La certeza de la propia muerte.
Sobre la realidad de la propia existencia, ha habido
diversas posturas filosóficas a lo largo de la historia, hasta que Descartes
las superó todas con su “Pienso, luego existo”.
En cuanto a la certeza de nuestro fin, de nuestra muerte,
partimos de la experiencia que nos dice que nadie ha conseguido evitarla, ni
tan siquiera el propio Dios hecho hombre, pues en el credo Cristiano, se afirma
que tras encerrarse Dios en Cristo, fue crucificado, muerto y sepultado, aunque
siendo como era Dios venció a la muerte, pues tras descender a los infiernos al
tercer día de su muerte, resucitó de entre ellos.
En todo caso, y aceptando esa dual certeza, los
pensadores occidentales han cavilado acerca de su esencia, de su razón, durante
siglos, tratando de desvelar el porqué, la razón, de ambas realidades.
En relación con la propia existencia en el famoso debate.
radiofónico, protagonizado en 1948 por el filósofo Cristiano Copleston y su
compatriota y agnóstico declarado Bernard Rusel, Copleston afirmó;
“Si parto de la afirmación yo existo, y al tiempo llego a
la conclusión de que no encuentro ninguna razón, de mi existencia que
constituya una explicación de ella misma ¿Debo concluir que necesariamente un
algo o un alguien se ha dado razón que justifique mi propia existencia? Siendo
origen de todo, en cuya propia esencia está implícita la propia existencia, es
decir que no lleva a nada ni a nadie, sino a su propia esencia, el hecho de su
existencia”.
Y con todo y con mi destino predeterminado por los hados,
me pregunto qué me deparará el futuro, pues nada más y nada menos que la
muerte, otro de los arcanos de la existencia.
Y ello nos lleva a la pregunta ¿Por qué morimos? ¿Por qué
hemos de venir a morir?
No perdamos nuestro tiempo en disquisiciones científicas
que nos expliquen el mecanismo de envejecimiento y deterioro de las células de
todo ser vivo que intrínsecamente conduce a la muerte.
Nuestro interés ha de ser exclusivamente metafísico, pues
partimos de la creencia en un ser primigenio “Creador de Todo”, y podríamos,
por qué no, pensar que si su deseo fuese que el hombre no muriese, lo había
creado inmortal.
© 2024 JESÚS FERNÁNDEZ-MIRANDA Y LOZANA
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