Lamentable espectáculo de Macron y sus adláteres apoyando a la ultraizquierda comunista y frente popular de Mélenchon, para evitar el triunfo de la Derecha de RN de Le Pen.
Ahora va a resultar que los asesinos comunistas son más respetados por esa derecha socialdemócrata, que la derecha nacionalista.
El líder de la izquierda dura argumentó que los resultados «confirman la derrota del presidente y de su coalición» y le pidió que «no intente escapar de esa derrota con subterfugios».
Jean-Luc Mélenchon, no se había visto en otra en su vida, ha quedado como primero en las elecciones y eso le permite apretar a Macron para reclamar su pedazo de poder aunque no tenga mayoría absoluta, pues su partido ha obtenido 182 escaños, aunque tan solo con el 28,1 de los votos, mientras que Reagrupamiento Nacional de Le Pen obtuvo el 33,5 % de los votos, más de un millón y medio de votos por encima del Frente Popular de ultraizquierda, aunque el absurdo sistema electoral francés la penalizó, y finalmente Macrón con tan solo el 20,7% de los votos
Mélenchon le exigió a Macrón el nombramiento de un primer ministro de la alianza de izquierdas que, según los sondeos, se impuso en las elecciones legislatvas, aunque sólo tenga el 31,7% de los escaños del parlamento, frente al 24,7 de escaños de RN.
Ante estos resultados, y con la soberbia y osadía propia de la izquierda revolucionaria, su líder Mélenchon aseguró que el jefe de Gobierno tiene que ser del Nuevo Frente Popular, la coalición de izquierdas que su partido, la radical "La Francia Insumisa", formó con socialistas, comunistas y ecologistas.
Añadiendo que «Tiene que aplicar su programa y solo su programa», y rechazando entrar en negociaciones con la coalición de Macron.
Además, consideró que el nuevo Ejecutivo tiene que aplicar su programa «por decreto», con medidas como la derogación de la reforma de las pensiones aprobada el año pasado por Macron, introducir el bloqueo de los precios de algunos productos y subir el salario mínimo.
Sí, es verdad, el «frente republicano», versión francesa del cordón sanitario, es decir la coalición de contrarios improvisada para cerrar el acceso al poder a la RN, ha alcanzado su objetivo: los resultados de la segunda vuelta de las legislativa anticipadas han dejado al partido de Marine Le Pen y Jordan Bardella muy por debajo de sus expectativas, con algunos picotazos muy hirientes, como la derrota, en un distrito de la provincia de la Sarthe -capital: Le Mans- de Marie-Caroline Le Pen, hermana mayor de Marine, por un puñado de votos, a manos del candidato del Nuevo Frente Popular
Sin embargo, Le Pen, Bardella y los suyos no son los principales derrotados de esta jornada electoral. El gran derrotado de la noche reside en el Palacio del Elíseo -en principio hasta 2027, pero la incertidumbre se acelera a partir de hoy- se llama Emmanuel Macron. Ha sido el único responsable de que una coalición, encabezada por la izquierda más radical, en cuyo seno Jean-Luc Mélenchon sostiene la sartén por el mango, se haya convertido en la principal fuerza de la nueva Asamblea Nacional.
En junio de 1997, con motivo de otra desafortunada e innecesaria disolución que trajo al poder a una coalición moderada de izquierdas cuyo líder era Lionel Jospin, el diputado gaullista Patrick Devedjian, hizo uso de su humor agudo al aseverar que «Estábamos en un piso con un escape de gas y Chirac [impulsor de aquella disolución] encendió una cerilla para ver qué pasaba».
Una frase que, por analogía, podría aplicarse al Macron de 2024. Aunque con una gran diferencia: el incendio de ahora no se limita ya al «piso», sino que asola a todo el edificio. Al edificio llamado Francia.
Llama la atención el desconcierto del macronismo nada más conocerse los resultados. Por ejemplo, Stéphane Séjourné, actual ministro de Asuntos Exteriores y fundador del partido presidencial Renacimiento, ha estimado oportuno ilustrarse con un comentario propio de un tertuliano: «Mélenchon no puede gobernar Francia». ¿Solo porque él acorralado, lo diga? Por su parte, el todavía primer ministro Gabriel Attal, nombrado en enero, presentará mañana su dimisión, si bien ha avisado que «permanecerá en su puesto mientras el deber lo exija». Ya se verá.
El único, dentro de la mayoría saliente, qué ha hecho, hasta el momento, gala de lucidez, ha sido Édouard Philippe, primer ministro entre 2017 y 2020, en los inicios de la era Macron: ha pedido un Gobierno «en que no participen ni La Francia Insumisa [componente más radical del Nuevo Frente Popular] ni la Agrupación Nacional». Philippe lleva tiempo marcando distancias con el jefe del Estado. Todo está dicho: hoy empieza un nuevo ciclo político en Francia. Con un Macron acorralado.
Silenciar problemas e insultar a quienes los padecen solo sirve para distanciarse de la política y buscar soluciones en otros consultorios
Hasta aquí los hechos, así que pasemos ahora al análisis de lo sucedido.
Es inconcebible que decenas de millones de europeos en Hungría, Polonia, la República Checa, Francia, Alemania, Finlandia, los Países Bajos, Italia o España puedan de repente volverse fascistas y que para lograr definirlos como tales sólo se tenga en cuenta el sentido de su voto, y no por razones ideológicas, sino meramente por la real amenaza que suponen para los partidos conservadores de tinte socialdemócrata, o socialistas extremos que hoy gobiernan en la UE y en la mayoría de los países que la conforman.
El ascenso de Le Pen, al fin y al cabo, de Meloni, Orbán, Farage y Abascal, que no se parecen ni siquiera entre sí, hace que los políticos y los medios de comunicación de izquierda los meten en el mismo saco para crear una dialéctica que los devalúe y justifique la antidemocrática costumbre de formar frente a ellos un llamado “Cordón Sanitario” convirtiéndoles en “Odiados y Peligrosos Enemigos”.
Esta pelea se centra en impedir que esa derecha nacionalista pueda decidir en tres cuestiones de las que el poder establecido huye como focas de los osos blancos: la inseguridad, la inmigración ilegal y la identidad nacional, y cuestiones que afectan a cada una de ellas.
Hoy en día, el ciudadano europeo medio, sin importar fronteras, recibe, entre otras cosas, del catálogo de joyas del "club de los puros", la ideología de la ecología, los hábitos de consumo o la igualdad de género.
Por ello los ciudadanos europeos se sienten acusados y criticados, cuando no directamente condenados, por ser responsables de males que ellos no han causado o que no existen en la dimensión a la que fueron reducidos para justificar la penitencia financiera, moral o política que se le impone, como si todavía estuvieran endeudados y marcados por un pecado original que no recuerdan haber cometido y del que nunca serán redimidos.
Pero nadie les explica por qué el barrio en el que viven se ha deteriorado hasta un punto insoportable, y por qué tienen que convivir con la afluencia de inmigrantes cuyos proyectos de vida se limitan a la “supervivencia” y no a la “existencia digna laboral y moralmente” y que siendo su origen musulmán difícilmente se integran a nuestras sociedades y sus principios.
Sólo los valores europeos básicos de libertad, igualdad y fraternidad se imponen a quienes ya los poseen, como excusa para instaurar en su nombre una especie de doctrina aburrida que nunca será perfeccionada.
Esto, a ojos de ese poder intervencionista, justificaría la adopción de medidas, cada vez más estrictas, encaminadas a destruir la libertad individual y la autonomía en la expresión y manifestación de sus principios y a fortalecer su poder político cada vez más invasivo, volátil e intervencionista.
Ésta es la reacción política de los países que controlan la Unión Europea, que no quieren verse expulsados de este poder intervencionista por partidos nacionalistas de derecha que los amenazan con cada vez más fuerza.
Convertir a las víctimas en agresores y luego negarse a investigar y tomar medidas contra quienes en realidad pueden ser agresores, no hace más que criminalizar y radicalizar injustamente a la gente común y corriente, que, cuando se enfrenta a rituales que borran y afirman sus sentimientos, abraza a quienes lo hacen.
Pero el nacionalismo identitario se está fortaleciendo en respuesta a la extrema izquierda cada vez más corrupta y extrema, que también está respondiendo a una agitación global que requiere respuestas distintas a las habituales, a través del silencio o los gritos.
Mientras los políticos en el poder no den solucionen ak los problemas de los ciudadanos, y su acción política sea reemplazada por insultos baratos y un abandono generalizado, los "fascistas" seguirán creciendo y no les importará mucho cómo los llamen aquellos políticos.
Y concluyamos esta "Reflexión Heteróclita" con una nueva pieza musical, hoy "¿Oyes al pueblo cantar?" de la banda sonora de la película "Los Miserables"
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