Uno de los efectos más sorprendentes
de los recientes atentados yihadistas en París ha sido el incremento de ventas
de la obra de Jean Marie Aruel "Voltaire" “Tratado
sobre la Tolerancia” [1], lo que nos lleva a pensar que la
sociedad francesa necesita una reflexión profunda acerca del concepto de
Tolerancia y su verdadero significado.
La obra de Voltaire, sin embargo, se
refiere a la tolerancia en Europa entre Católicos y Reformistas, tras una época
en que la herejía había sido mutuamente corregida con los más terribles
castigos físicos y aún la muerte del hereje.
En su introducción Voltaire resume el
objeto de su escrito en un propósito:
“Interesa
por lo tanto a la humanidad examinar si la religión debe ser caritativa o
bárbara.”
Y es este y no otro el problema que
hoy enfrenta Europa entera frente al fanatismo musulmán yihadista.
La obra de Voltaire está
escrita en un momento ─la segunda mitad del s.XVIII─ en que las disputas de
religión habían sido ya superadas en Europa, de una parte por la propia madurez
de los contrincantes y de otra por el celo de sus gobernantes empeñados en
imponer la paz social. Así Voltaire, nos recuerda que:
El gobierno se ha fortalecido en todas partes, mientras que las
costumbres se han suavizado. La policía general, apoyada por ejércitos
numerosos y permanentes, no permite además temer el retorno de aquellos tiempos
anárquicos en que unos campesinos calvinistas luchaban contra unos campesinos
católicos, reclutados a toda prisa entre las siembras y las siegas
Lo que ha de ponerse en
relación con la frase de Stefan Zweig, en otro gran libro cuyo tema vuelve a
ser la tolerancia “Castellio frente a
Calvino” [2]:
Ningún
pueblo, ninguna época, ningún hombre de pensamiento se libra de tener que
delimitar una y otra vez libertad y autoridad, pues la primera no es posible
sin la segunda, ya que, en tal caso, se convierte en caos, ni la segunda sin la
primera, pues entonces se convierte en tiranía.
Voltaire Incluso
llega a decirnos en su Tratado, que:
El Gran Señor (El
Sultán Turco) gobierna en paz veinte pueblos de diferentes religiones;
doscientos mil griegos viven en seguridad en Constantinopla; el propio muftí
nombra y presenta al emperador al patriarca griego; se tolera a un patriarca
latino. El sultán nombra obispos latinos para algunas islas de Grecia. Este
imperio está lleno de jacobitas, nestorianos, monotelitas; hay coptos,
cristianos de San Juan, judíos, guebros, banianos. Los anales turcos no hacen
mención de ningún motín provocado por alguna de esas religiones.
Sin embargo mucho ha cambiado la
situación de esa pacifica coexistencia en lo que fueran territorios del antiguo
imperio Otomano, hoy dominados por las luchas fratricidas entre suníes y chiíes
y por un exacerbado integrismo islámico que pretende imponer sus convicciones
religiosas a sangre y fuego, decapitando a cualquiera que discrepe con ellos.
El fanatismo sigue pues, aunque
con distintos protagonistas, inmolando por doquier vidas humanas en aras del
respeto a una determinada tradición o pauta cultural, a unos convencionalismos
que, muy probablemente, hayan perdido buena parte de su sentido, puesto que, de
lo contrario, no habría que recurrir al temor y a la coacción para hacerlos
prevalecer. ¿Acaso cabe una mayor subversión de los valores? ¿Cómo puede
supeditarse la vida del otro (ese bien supremo e irreemplazable del que depende
todo lo demás) a la imposición de una determinada verdad religiosa?
Y ante esa situación debemos detenernos a reflexionar sobre el alcance y dimensión de la tolerancia, su
aplicación, su cómo y su de que manera, a fin de preservar esa pacífica
convivencia entre quienes piensan diferente, que es, en definitiva, la razón
del concepto mismo de la tolerancia y del sentido último de las democracias
occidentales.
El DRAE define la tolerancia como el
respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o
contrarias a las propias.
Ahora bien, la gran pregunta que
occidente debe plantearse es si la tolerancia no debería, políticamente, ser
matizada por el principio de la correspondencia, afirmando indubitadamente, de
otra parte, que en la tolerancia no queda incluida la renuncia a las propias
creencias o prácticas, aunque estas no sean aceptables para los demás.
En Europa se han venido produciendo
acontecimientos que al amparo del concepto de “tolerancia” han ido mucho más
allá de ella, penalizando las costumbres, hábitos o creencias de la mayoría de
la población originaria de cada lugar en beneficio de las creencias y hábitos
de vida de inmigrantes de otras culturas.
Es el famoso caso de la prohibición
en París de los comedores sociales que repartían “Potauxfeu au cochon” que
relato en mi post "CERDOS RACISTAS" por ser atentatorio a las libertades de
las minorías musulmanas o judías; o la permisividad en el uso del velo islámico
en las escuelas laicas inspiradas en el principio de no exhibición de
distintivos religiosos, mientras se retiran los crucifijos en las escuelas o se
prohíben los adornos consistentes en cruces cristianas.
¿No estaremos penalizando nuestra
propia cultura y religión por mor de la defensa de la cultura y religión de
grupos cultural o religiosamente diferentes y minoritarios? ¿Es ello correcto?
Recogiendo el pensamiento de
Castellio:
“Hasta la más legítima de las verdades, si es impuesta a
otros por medio de la violencia, se convierte en un pecado contra el espíritu.
Matar a un hombre no es defender la verdad, es sólo matar a un hombre”
Lo peor de todo es que esta actitud
permisiva, con quien es diferente, en sus intentos de imponernos sus costumbres y
principios, en el fondo, lo que refleja es miedo a la confrontación con él, en
la línea del “apaciguamiento” usado con tan nefastos resultados por Chamberlain
con Hitler.
Sin embargo todos sabemos que el
empleo de la fuerza bruta produce sus frutos: como siempre, una pequeña pero
activa minoría, desde el momento en que muestra arrojo y no hace economías con
el terror, es capaz de intimidar a una gran mayoría que, sin embargo, se
comporta de modo perezoso ante la coacción.
Y ello, poco a poco, va dando alas al
violento, al extremista, al intolerante, que acaba así imponiéndose a los
demás.
Hasta el momento Europa no ha
reaccionado más que en los casos en que esa violencia se hace expresa en forma
de atentados terroristas, pero no reacciona ante las pequeñas actividades de
proselitismo, propaganda y extensión de los hábitos y principios de las
comunidades foráneas.
Veamos varios ejemplos:
1.- La acusación de racismo en los
supuestos en los que se quiere desarrollar actividades de comedores de caridad
para los nacionales, en los que es paradigmático el affaire de París al que ya
me he referido anteriormente.
2.- La permisividad en la
construcción de mezquitas financiadas por fondos de países en los que la
construcción de iglesias, e incluso la práctica del cristianismo, está
castigada con la muerte (Arabia Saudí), línea en la que ya se han tomado
iniciativas en Suiza.
3.- La permisividad de los poderes
públicos (Junta de Andalucía) en casos como las reclamaciones musulmanas sobre
la Catedral de Córdoba que da la casualidad que ha sido más siglos templo
cristiano que mezquita musulmana.
4.- La permisividad en la escuela
laica de signos externos de carácter religioso como son los velos islámicos
mientras se proscriben los crucifijos.
5.- La financiación de menús kosher o
halal en los comedores escolares en detrimento de las dietas propias
tradicionales.
6.- La permanente definición como
“Islamofobia” frente a cualquier movimiento de defensa de la identidad nacional
propia.
7.- El relativismo cultural, que
denigra la defensa de los propios valores sobre la base de que “todos los
valores” son tan respetables como los propios, lo que en la práctica
minusvalora los propios frente a los ajenos.
Son, efectivamente, pequeñas
cuestiones, pero, con su efecto de gota china, tienen la capacidad de socavar
los cimientos básicos de una sociedad, destruyendo su esencia propia en aras de
una multiculturalidad que beneficiará a la cultura más primitiva y por ello más
aguerrida y beligerante.
Sobre todo debemos tener en cuenta
que la sociedad occidental defiende los valores de igualdad, justicia, no
discriminación sexual, libertad religiosa y convivencia, que no son valores
propios de la sociedad musulmana, por muy tolerante y no radical que esta sea.
Para llegar a asumir esa tolerancia,
el Islam necesita al menos 600 años más de historia, un proceso de discusión
doctrinal similar a lo que fueran la Reforma y Contrarreforma en el
cristianismo, y una evolución social y
económica que todavía tienen muy lejos.
Para el Islam la definición del
“hereje” sigue siendo hoy en día idéntica a la formulada por Castellio en la Suiza del
s.XVI, hace casi 500 años.
«Llamamos herejes a aquellos que no están de acuerdo con
nuestra opinión.»
Etimológicamente Islam significa
“sometimiento”, es decir sometimiento literal al Corán ─como lo fue en su día
la unívoca interpretación de la Biblia, monopolio de la Iglesia de Roma hasta
la reforma─, y ello casa mal con las conquistas de libertad de conciencia y libertad
de comportamiento individual, propios de las sociedades occidentales.
No olvidemos, tampoco, que el “Islam”
llama al exterminio de los herejes como manifestación de la voluntad divina. Y
como los calvinistas del s.XVI defiende la idea de que cerrar la boca a los
herejes, dándoles muerte, no es un acto de violencia, sino de justicia “a mayor
gloria de Dios”
En el año 1990 la 19ª Conferencia
Islámica, formada por 45 países musulmanes, promulgó la “Declaración de Derechos Humanos en el Islam” [3] cuyo texto y desarrollo pueden encontrar pinchando en el texto resaltado en
verde , como pretendida respuesta a la, para
ellos, inaceptable declaración de Derechos Humanos de la ONU de 1948.
En esta “Declaración de Derechos
Humanos en el Islam”, se establecen principios que son esclarecedores en
relación con la filosofía de fondo que subyace en la sociedad musulmana y en su
relación con el resto del mundo, que, indefectiblemente lo hace incompatible
con nuestra tradición occidental de raíces judeo-cristianas, liberales y
democráticas.
Así, en primer lugar, el artículo 10º
de esa declaración nos dice, como principio básico que inspira todo su texto,
que: “El Islam es la religión
indiscutible”
Y como corolario de ello el artículo
22 de la misma declaración añade:
“a) Todo ser humano tiene derecho a la libertad de expresión,
siempre y cuando no contradiga los principios de la Sharía.
b) Todo ser humano tiene derecho a prescribir el bien, y a
imponer lo correcto y prohibir lo censurable, tal y como dispone la Sharía
Islámica.
c) La información es una necesidad vital de la sociedad. Se
prohíbe hacer un uso tendencioso de ella o manipularla, o que ésta se oponga a
los valores sagrados [del Islam] o a la dignidad de los Profetas. Tampoco podrá
practicarse nada cuyo objeto sea la trasgresión de los valores, la disolución
de las costumbres, la corrupción, el mal o la convulsión de la fe.”
Recordemos que la Sharía es la ley
islámica, contenida en el Corán y en la tradición de los “hazid” —hechos o
dichos del Profeta ratificados en su autenticidad por los Ulemas— y que en
palabras del Ayatolá Jomeini:
«El gobierno islámico está sometido a la ley del Islam, que
no emana ni del pueblo ni de sus representantes, sino directamente de Dios y su
voluntad divina. La ley coránica, que no es otra que la ley divina, constituye
la entidad de todo gobierno islámico y reina enteramente sobre todas las
personas que están bajo ella.»
La consecuencia fundamental de todos esos
preceptos es que la libertad de expresión queda sometida a la Ley Coránica. Y
puesto que “El Islam es la religión indiscutible”, cualquier defensa de otra
fe, o de cualquier idea ajena a las enseñanzas de “El Profeta”, no puede quedar
amparada por el derecho a la libertad de expresión, convirtiéndose en hecho
punible.
Por otra parte, llama la atención que
el apartado c del artículo 22 de esta declaración, más arriba reproducido,
prohíbe expresamente que la información pueda oponerse a los valores sagrados
[del Islam] o a la dignidad de los Profetas.
Según Pedro Buendía en su comentario a la declaración de Derechos Humanos en el Islam, publicada en la página Web
del Grupo de Estudios Estratégicos, que podéis leer pinchando el texto resaltado.
“La parte más grave de la Declaración es aquella que afirma
"Todo ser humano tiene derecho a prescribir el bien, y a imponer lo
correcto y prohibir lo censurable". Bajo esta filantrópica expresión
alcoránica ─“Al-amr bi-lma'ruf wa-n-nahi 'ani-l-munkar” “Ordenar el bien y
prohibir el mal”─, la Declaración oculta un concepto islámico de la moral
pública que, en el plano práctico, equivaldría a autorizar a todo el mundo a
fiscalizar la vida de su vecino y, en última instancia, a emprender
particularmente la acción política represiva. "Imponer lo correcto y
prohibir lo censurable" es, en efecto, una parte esencial del programa
político del yihadismo internacional, y desde luego es una conducta que han
aplicado los regímenes musulmanes más represivos, como el sudanés, el talibán,
el iraní o el de Arabia Saudí, donde incluso hay departamentos de policía moral
con ese nombre "Al-amr bi-l-ma'ruf wa-n-nahi 'ani-l-munkar". “Promoción
de la Virtud y prevención del vicio”
Pues bien, si consideramos estos
principios, que aparecen en el mundo islámico como esencia de la filosofía que
debe presidir la vida de todo “buen musulmán” y su relación con los no
creyentes, difícilmente podrá nunca llegar a concretarse un entendimiento razonable
entre Occidente y el Islam, por mucho que el ejercicio de la tolerancia y una
visión infantilmente progresista de las relaciones entre ambas culturas, o PENSAMIENTO ALICIA ─en acertada expresión de Gustavo Bueno─ así lo pretenda.
Pero es que, además, y aunque la cita
del “Libro” me ponga en el punto de mira de los integristas ─lo que no me va a
arredrar para ejercer mis derechos de occidental a la libertad de pensamiento y
de expresión─ es el propio Corán el que insta a la violencia contra los
cristianos y lo hace, esencialmente en varios versículos de la Sura “Al taueba”
(El arrepentimiento), o Sura 9ª, entre los que destaca el siguiente:
“9,5 Cuando hayan transcurrido los meses sagrados, matad a
los asociadores ─concepto usado por Mahoma para referirse a los Cristianos
pues considera politeísmo por asociación el dogma de la trinidad─ dondequiera que les encontréis.
¡Capturadles! ¡Sitiadles! ¡Tendedles emboscadas por todas partes!”
Y mientras tanto, esta Europa nuestra,
adocenada, adormecida en su confort y en su espíritu pacifista, pactista y
perezoso, olvidando la realidad de la amenaza que nos acecha, seguirá tratando
de apaciguar a la bestia, hasta que, en un descuido, la bestia nos devore…
Algunos, sin embargo, seguiremos
haciendo nuestras las palabras de Séneca:
“Aunque caigamos en tierra combatiremos de
rodillas” [4]
Y es desde esa actitud desde la que
debemos plantearnos los límites de la tolerancia y de los derechos de los
demás, precisamente cuando entran en conflicto con nuestros derechos y la
tolerancia que respecto de los mismos se mantiene por los otros, por los “diferentes”.
La sociedad occidental se ha basado
en este punto en el respeto escrupuloso hacia las opiniones, creencias y
hábitos de vida de los que son diferentes a nosotros pero ello sobre el
entendimiento que esos otros diferentes habrían de mantener idéntico respeto
hacia nuestras propias opiniones, creencias y hábitos de vida, reciprocidad que
se va perdiendo en nuestros días en beneficio de las culturas inmigradas,
esencialmente el Islam.
Así, se han superado, desde la edad
media, las guerras de religión, y desde la Segunda Gran Guerra las luchas
ideológicas a sangre y fuego que arrasaron nuestro continente.
Sin embargo, en un mal entendido
concepto de tolerancia, curiosamente intenso en las posiciones más extremas de la izquierda, se nos ha ido llevando por un camino equivocado en el
que la tolerancia impondría el respeto no ya solo hacia los hábitos y creencias
de los demás, sino que incluso se llega a interpretarla como una exigencia de
pasividad frente a los ataques más feroces a nuestras propias convicciones,
hasta el punto que, por ejemplo, el semanario CHARLIE HEBDO ha cometido
auténticos delitos de calumnia no solo contra el islam, sino también contra el
judaísmo y el cristianismo, y se nos impone la idea de que debemos respetar sus
insultos sobre esa malentendida, por excesiva, tolerancia, en aras de una
sacrosanta libertad de expresión.
Pero es que, además, esta
construcción claramente antidemocrática, se ha realizado sobre bases injustas
por discriminatorias, pues, por ejemplo, mientras que cualquier broma o
negación sobre el holocausto judío o la mera exhibición de simbología nazi
provoca una inmediata condena penal ─lo cual me parece bien─, no ocurre lo
mismo con el igualmente asesino y genocida comunismo, por el mero hecho de
haber sido parte del bando vencedor en la II Guerra Mundial,.
Hace unos días, en una poco acertada
aunque realista expresión rioplatense el Papa ha dicho:
“Quien te nombra a la madre se
arriesga a recibir un puñetazo”
Desafortunada porque podría
malinterpretarse como una defensa de la violencia frente a los ataques que
puedan sufrir nuestros principios, cuando su pensamiento de fondo no es ese.
Como dijo un amigo es más una
expresión de un cura párroco que de un Papa.
Pero en su esencia se esconde una
verdad dura pero realista: No tenemos por qué permitir los ataques a nuestras
convicciones, principios o modo de vida por parte de quienes tienen otros,
dando preeminencia a los suyos sobre los nuestros.
La tolerancia no
implica renunciar a la defensa de nuestros principios, valores o modo de vida.
Ni la libertad de expresión de los otros diferentes ampara sus ataques a
nuestras creencias.
La revista católica francesa “L'homme Nouveau" publicó
el 3/01/2015 un artículo en que se decía, en la línea de lo expresado:
"Yo no soy Charlie: la libertad de expresión y la libertad de prensa no
dan derecho a insultar, despreciar, blasfemar, a pisotear o burlarse de la fe o
de los valores de los ciudadanos, ni a atacar de modo sistemático a las
comunidades musulmana o cristiana. «Una viñeta es un disparo de fusil», dijo
Cabu, uno de los dibujantes de la revista asesinados.”
Y yo añadiría la frase bíblica “Quien a hierro mata, a hierro muere”
Y ¿Por qué esta afirmación?, pues porque “Charlie Hebdo” se
preciaba de despreciar y ofender a todas las religiones, incluido el
cristianismo, siempre con abuso de la libertad de expresión, y desde posiciones
antisistema radicales de izquierdas.
He aquí una muestra de dos
de sus inadmisibles portadas:
"Charlie
Hebdo me
repugna. Y la supuesta religión que dicen profesar quienes han cometido el
atentado me repugna. Pero ni la repugnancia que me produce esa publicación
justifica el crimen, ni la justificación religiosa del atentado exime a
sus autores de ser considerados miembros de una secta criminal.”
En cualquier caso no deberíamos olvidar nunca que
TOLERANCIA no es sinónimo de SUMISIÓN A LOS OTROS, aunque la Biblia como dice
G.K Chesterton:
«Nos enseña a amar al prójimo y a amar a nuestros enemigos:
probablemente porque se trata de la misma gente». [5]
Si bien, mis
heteróclitas convicciones me hacen mantenerme en un difícil equilibrio entre el Jesús que ante la agresión aconseja no reaccionar con otra agresión sino poner la otra mejilla, y el que expulsó
airadamente a los mercaderes profanadores del Templo conminándoles a abandonarlo con la advertencia "No consentiré que convirtáis en un Mercado la Casa de mi Padre" .
Y es, desde ese equilibrio entre la firmeza y la no violencia, desde donde no deberíamos consentir que los musulmanes conviertan nuestras calles en un zoco,
nuestras iglesias en mezquitas y nuestras libertades y su trasunto a nuestros hábitos de vida ─conquistadas en un arduo
y largo proceso histórico─ en actos catalogados de herejías dignas de ser castigadas con la muerte decretada por un
ulema.
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