Todo
ideal romántico se hizo, hace tiempo, sospechoso de totalitarismo,
confundiendo el ansia de superación intelectual con el hedonismo
y el individualismo con la prepotencia, por no ser elemento común a los demás, por no
ser colectivo, social.
Y si se
habla de “élite cultural”, enseguida se sobrepone la
idea del “superhombre” nietzscheano, cuando solo
hay de común
entre tales conceptos la idea de superioridad cultural, sin tener porqué
aceptar ni la superación de la moral, ni abandonar la idea de trascendencia del
ser humano.
O peor, se prefiere el término marxista de “Hombre Nuevo” esa
utopía en la que se fundamenta el clímax de la ideología Comunista y que no
sería sino:
“Un individuo superior, plenamente emancipado y desarrollado
multifacéticamente en todos sus aspectos, es decir, perfeccionado espiritual,
moral, física y estéticamente.”
Y ello no por vía de la libertad individual sino de la
igualdad de todos, con lo que entramos en la clásica retorica
“Libertad/Igualdad” que viene enfrentando a marxistas y liberales desde el
siglo XIX, sin que aquel “Hombre Nuevo” se haya logrado materializar en ninguno
de los ensayos del llamado “Socialismo Real”.
Incluso recientemente se ha venido en identificar
“Romanticismo” con inmadurez, considerando que las características propias de
este movimiento cultural filosófico son las propias de la adolescencia humana.
Sin embargo, no podemos olvidar, en una aproximación a la
verdadera esencia del Romanticismo, que en su origen se trató de una reacción
revolucionaria contra el racionalismo extremo nacido de la Ilustración, que lo
encorsetó todo en las inamovibles reglas del empirismo y la razón.
El romanticismo, constituyó la extrema expresión de la
sublimación del YO, entendido como entidad autónoma frente a la universalidad
de la razón dieciochesca, que se consideraba restrictiva del propio YO y de sus
capacidades individuales, como la fantasía o el sentimiento.
Se valoró así lo diferente frente a lo común, el liberalismo
frente al despotismo, la originalidad frente a la tradición.
Es propio de este movimiento un gran aprecio de lo personal,
un subjetivismo e individualismo absoluto, un culto al YO fundamental.
Es precisamente esa afirmación del YO frente a la POLIS, del
individuo frente al colectivo social, lo que ha hecho que el Romanticismo haya
sido duramente atacado desde posiciones en las que prima la idea del grupo, de
la Sociedad, frente a la del individuo, sin buscar elementos que hagan
compatible la coexistencia de ambos conceptos.
No.
Se suprime el derecho a ser individuo —“YO”— en beneficio de
la “alteridad” social; de todos los demás, de “los otros”.
Ahí se encuentra, en primera línea, el socialismo marxista.
Y ¿por qué?
Muy sencillo, porque basta la fantasía, la indisciplina, el
genio individual, la originalidad, el inconformismo de un solo hombre, para
desbaratar el proyecto utópico socialista de la igualdad, desencadenando el
axioma “no es que yo sea diferente, es que los
demás son todos iguales”.
Nietzsche, ya en sus últimos momentos de lucidez manifestó
destempladamente esa idea, al afirmar:
“La degeneración global del hombre, hasta
rebajarse a aquello que hoy les parece a los cretinos y majaderos socialistas
su «hombre del futuro», —¡su ideal!— esa degeneración y empequeñecimiento del hombre en
completo animal de rebaño (o, como ellos dicen, en
hombre de la «sociedad libre»), esa animalización del hombre hasta convertirse en animal enano dotado de
igualdad de derechos y exigencias son posibles, ¡no hay duda! Quien ha pensado alguna vez hasta el final esa
posibilidad, conoce una náusea más que los demás hombres, — ¡y tal vez también una nueva tarea!...—” [2]
Ortega, en sus lecciones ¿Qué es la filosofía? [3], hace una
reflexión interesante sobre la superación, por la filosofía, del racionalismo
positivista propio de las ciencias del XIX, que contaminó la filosofía en los
últimos años del siglo y que impuso una corriente que aceptó el «imperialismo
de la física», tendencia iniciada por Kant.
“Como los problemas genuinamente filosóficos no toleran ser
resueltos según el modo de conocimiento físico, los filósofos renunciaron a
atacarlos, renunciaron a su filosofía contrayendola a un mínimum, póniendola
humildemente al servicio de la física. Decidieron que el único tema filosófico
era la meditación sobre el hecho mismo de la física, que filosofía era sólo
teoría del conocimiento.
Kant es el primero que en forma radical adopta tal actitud,
no se interesa directamente en los grandes problemas cósicos, sino que con un
gesto de policía urbano detiene la circulación filosófica ―veintiséis siglos de
pensamiento metafísico― diciendo: «Quede en suspenso todo filosofar mientras no
se conteste a esta pregunta: cómo son posible los juicios sintéticos a priori».
Ahora bien, los juicios sintéticos a priori son para la física, el factum de la
ciencia fisicomatemática.”
Luego el propio planteamiento kantiano es absurdo.
La conclusión es que el filósofo debe superar aquellas limitaciones que
le impone la “razón empírica” y tratar de contestar precisamente a otras
cuestiones, lo que Ortega resume en su expresión, tomada de la misma obra:
“Superada la idolatría del experimento, recluido el
conocimiento físico en su modesta órbita, queda la mente franca para otros
modos de conocer y viva la sensibilidad para los problemas verdaderamente
filosóficos.”
Lo que nos retrotrae, en definitiva, a valorar el pensamiento propio del
YO, a la esencia de la originalidad de los planteamientos del YO romántico, más
allá de las limitaciones “racionales/empíricas”, fruto del racionalismo
ilustrado.
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