La primera es que, amaestrado o no, el lobo es un lobo y la foto es bellísima.
La segunda es la de percatarnos de hasta qué punto damos importancia en nuestra Sociedad a las normas, que nos organizan, enmarcan, encuadran, etiquetan, prohíben u obligan de tal modo que salirse del marco normativo, o de los hábitos sociales, impuestos por lo políticamente correcto, nos convierte inexorablemente en seres abyectos, inmorales o rechazables, nada que ver con aquella protesta frente al igualitarismo:
“NO ES QUE YO SEA DIFERENTE, ES QUE TODOS LOS DEMAS SON IGUALES.”
No trato con este post de justificar la trampa; si en las bases del concurso se prohibía la utilización de animales amaestrados, bien está que hayan descalificado la fotografía en cuestión.
Pero miren ustedes: Es que hay demasiadas normas que afectan a nuestro entorno vital más íntimo, y yo soy contrario a ellas, contrario a la permanente presencia del Estado, o de cualesquiera entes normativos, regulando hasta el más mínimo detalle de mi existencia, prohibiéndome determinadas conductas porque se apartan de lo que la mayoría, siempre coyuntural, considera adecuado y por tanto se prohíben para alcanzar la sociedad perfecta; o imponiéndome conductas que pese a ser contrarias a mi criterio, a mi forma de pensar, se consideran buenas porque son, igualmente, las de la mayoría política imperante, por cierto mayoría coyuntural y de nivel cultural desgraciadamente no muy elevado.
Baruch De Spinoza nos dice, en el Capítulo I de su Tratado Político:
“Me he esmerado en no ridiculizar ni lamentar ni detestar las acciones humanas, sino en entenderlas. Los filósofos conciben a los hombres no como son, sino como ellos quisieren que fueran.”
Lo cierto es que en mis “Reflexiones heteróclitas” siempre he procurado hacer lo contrario, pues estimo que a los hombres es imposible entenderlos como realmente son, pues todo estudio sobre los mismos parte, inevitablemente, de condicionamientos subjetivos y como consecuencia de ello es imposible entenderlos objetivamente y tan solo somos, fruto de nuestras limitaciones, capaces de ridiculizar, lamentar o detestar las acciones humanas, en tanto y cuanto que en la crítica a las mismas no haremos sino oponer frente a tales comportamientos lo que a nuestro juicio quisiéramos que los mismos fuesen.
La consecuencia de dicha subjetividad de nuestros análisis hace, según el mismo Spinoza que:
“… las más de las veces, [los filósofos] hayan escrito una sátira en vez de una ética, y que no hayan ideado jamás una política que pueda llevarse a la práctica, sino otra que o debería ser considerada como una quimera, o sólo podría ser instaurada en el país de Utopía o en el siglo dorado de los poetas, es decir, allí donde no hacía falta alguna.”
A mi juicio las apreciaciones de Spinoza son lamentablemente erróneas, puesto que da por hecho que los filósofos han de procurar entender al hombre tal como es y no tal y como según el analista quisiera que fuese, y con ello olvida que los hombres nunca son espíritus puros desligados de sus propias circunstancias externas e internas, lo que nos lleva a la conclusión de que el hombre no es en su misma esencia nada específico, sino que es siempre circunstancial y mutable según las influencias endógenas y exógenas a que esté sometido y que por lo tanto nunca podríamos hablar del hombre “como es” sino del hombre “como debiera ser” en atención a aquellas circunstancias, conclusión que por otra parte no es nada novedosa y que ya Ortega definió en su conspicua frase:
“Yo soy yo y mis circunstancias”
Por tanto, y aún cometiendo la osadía de apartarme de los mandatos de tan sabio autor, voy a proseguir con mi línea crítica en estas mis “reflexiones heteróclitas” tratando de ridiculizar, lamentar o detestar determinadas acciones de los hombres por considerar que no sean como “debieran ser”, aunque con ello me arriesgue, según las conclusiones del Holandés-Sefardí, a no escribir nunca un tratado de ética sino una mera sátira y mis conclusiones respecto de la política nunca puedan llevarse a la práctica, ya que serían una simple quimera, o sólo podrían ser instauradas en el país de Utopía o en el siglo dorado de los poetas, es decir, allí donde no harían falta alguna.
En cualquier caso no lamento discrepar de Spinoza, puesto que sus postulados ultra racionalistas y su proximidad al ateísmo mecanicista, monista y determinista, son muy contrarios a mi concepción de la libertad humana, bien absoluto base de nuestra propia esencia y a la realidad trascendental del alma humana.
He traído, como segunda ilustración de este post, una fotografía de un anciano Darwin imponiendo silencio con su gesto a quienes le observan, en actitud de: “cállense, que ustedes no saben de qué va esto” y me recuerda al verso de Quevedo que he usado recientemente en otro post:
No he de callar por más que con el dedo,
ya tocando la boca o ya la frente,
silencio avises o amenaces miedo.
¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?
Supongo que algunos de mis lectores se estarán preguntando, a estas alturas de este post que tendrán que ver su título e ilustraciones con su contenido, que hasta el momento se ha centrado, fundamentalmente, en una mera discrepancia con Spinoza.
Pues bien, tiene más que ver de lo que piensan.
Desde el siglo XVII los intelectuales europeos, y americanos, fundamentalmente los filósofos, han sido autores ciertamente innovadores pero muy preocupados, en la práctica, en desmontar las doctrinas de sus oponentes, esencialmente los filósofos religiosos católicos, al tiempo que iban creando su propio “Corpus Doctrinal” y en su conjunto han ido articulando un complejo intelectual de corte ateo y racionalista con la suma de las construcciones progresistas de unos y otros.
Al tiempo se han ido creando mitos intelectuales de gran valor propagandístico pero inaceptables, de los que es un ejemplo típico el propio Darwin, que no se limitó a elaborar la teoría de la evolución, clave en el entendimiento de nuestro mundo evolucionado y variopinto, sino que se empeñó en tratar de demostrar la inexistencia de Dios sobre la base de que el evolucionismo es, a su juicio, irreconciliable con el creacionismo, aparte de ser un declarado malthusianista y un acérrimo defensor de la eugenesia.
Sin embargo, frente a esta coordinación de los movimientos intelectuales progresistas, los conservadores no solo no tuvieron la valentía de movilizarse frente a las posiciones progresistas, sino que evitaron, acomplejadamente, la controversia y la confrontación y dejaron prácticamente libre el camino a los progresistas, ante los cuales se plegaron en muchas ocasiones, o valoraron en alta estima intelectual, sin refutar sus errores dogmáticos.
Solo algunas excepciones muy honrosas rompieron, ya en la segunda mitad del s.XX, esta complicidad con la izquierda y el racionalismo materialista, que es en lo que se convirtieron, como categorías genéricas, los movimientos intelectuales progresistas.
Por mi parte, modestamente, desearía contribuir a ese renacimiento de lo que podría definirse, también genéricamente, como pensamiento intelectual conservador, y para ello me amparo en la frase publicada por Hermann Hesse en su obra “Saber y Consciencia”
“No tengo ningún arma defensiva contra las inteligencias agudas ni contra la técnica intelectual súperejercitada, y menos aún poseo armas para la réplica y el ataque. Pero tengo cierta intuición para saber si detrás de las palabras y escritos de un hombre hay alguna convicción. Con esta ingenua varita consigo superar mis encuentros con las filosofías de nuestro tiempo.”
Porque lo cierto es que luchamos no solo contra la orquestación y movimiento coordinado de los intelectuales y pseudointelectuales de la izquierda o el racionalismo materialista, sino contra el adocenamiento del pueblo.
Ya lo dijo Rousseau en su “Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres”:
“Un pueblo acostumbrado a la dependencia, al descanso y a las comodidades, consiente en que se incremente su servidumbre con tal de fortalecer su tranquilidad.”
En suma, los intelectuales y pseudointelectuales de la izquierda, más allá de la razón que pueda asistir a sus argumentos, anclan los mismos en el adocenamiento de la Sociedad; en la ventaja que les reporta una Sociedad que consiente la merma de sus libertades a cambio de mantener sus comodidades y su mínimo esfuerzo.
Lamentablemente el ciudadano medio se contenta con que la seguridad Social atienda sus dolencias, la Televisión le entretenga y anestesie su criterio, y la “Providencia Gubernamental” —pues cada gobierno vende como dádiva generosa y no consecuencia de los derechos creados por el propio sistema del Estado del Bienestar, las pensiones, subsidios de desempleo, rentas del PER y otras minucias por el estilo— mientras que el alimento diario, la hipoteca del piso y el préstamo del coche lo van trampeando como pueden…, generalmente con el sueldo que alguno de los miembros de la familia gane o mayoritariamente con la mezcla de las “rentas sociales” con que el “Gobierno les premia”.
Y sabiendo esto, nuestro Gobierno, dominado por la secta progresista dogmática e intolerante que tiene secuestrado al PSOE con una mezcla de principios propios de la izquierda radical y del racionalismo materialista masón, no se recata en mermar las libertades de los ciudadanos, ordenando su vida al uso ideológico deseado a base de prohibiciones y obligaciones inasumibles desde posiciones liberales.
Se me podrá decir que exagero, pero ¿qué sino restricción de la libertad de los ciudadanos son las siguientes medidas?:
- El reconocimiento y amparo del catalanismo lingüístico de la generalidad de Cataluña pese a la reciente sentencia del Tribunal Constitucional.
- La imposición de una Ley de “Salud Sexual” que legitima el sistema de aborto más permisivo de los países de nuestro entorno, excluyendo incluso la libertad de conciencia de los padres que no pueden restringir el “derecho al aborto” a las hijas mayores de dieciséis años, que sí necesitan, sin embargo, permiso paterno para casarse, fumar un cigarrillo o beber un vaso de vino.
- La absoluta prohibición de fumar en lugares públicos, vetando incluso la libertad de crear locales de fumadores.
- Es absolutamente innecesaria una ley de cultos con la que el Gobierno nos amenaza; ¡¡¡que cada uno rece donde quiera, a quien quiera y como quiera, o que no rece y no crea!!!, su conciencia le mantendrá suficientemente tranquilo como para no necesitar que el Estado regule tal derecho.
- La connivencia socialista en la prohibición de las corridas de toros en Cataluña, que no prohíbe sin embargo sus típicos toros embolados o de fuego, festejos en los que los animales sufren una humillación y sufrimiento físico mayor incluso que en un ruedo.
- La restricción de la libertad de expresión sobre la base de prohibir cualquier crítica a la política sexual del gobierno con la pretensión incluso de penar las conductas o expresiones pretendidamente “homofóbicas” o la objeción de conciencia frente al aborto.
- La falacia del revisionismo histórico que implica la “ley de memoria Histórica” que no es sino una ley embudo, válida para las reivindicaciones de las “Víctimas del Franquismo” pero no de las “Víctimas del Frente Popular”. Baste como ejemplo la orden fulminante del Gobierno para tapar la fosa con restos humanos encontrada en el Cuartel de Paracaidistas de Alcalá de henares ante la sospecha de que entre los restos encontrados apareciesen los de Andreu Nin, fusilado por los Republicanos (los “rojos” como ellos mismos se llamaban) por orden de Moscú.
- La permanente descalificación de cualquier crítica que se formule frente a las políticas del gobierno como posiciones propias del fascismo o la “caverna”.
- Las amenazas y persecuciones frente a los medios de comunicación que no se pliegan a la política informativa del Gobierno, nos gusten o no, como es el caso del Grupo intereconomía: Recordemos la frase de Voltaire: “Detesto lo que dices, pero defendería hasta la muerte tu derecho a decirlo”. O la de George Orwell “Si la libertad significa algo, es el derecho a decirles a los demás lo que no quieren oír.”
- La prohibición de la presencia de crucifijos en las aulas y demás edificios públicos mientras se consiente por “tolerancia” el velo islámico.
- La equiparación entre religiones minoritarias en España, como el Islam, al Catolicismo, imbuidos del espíritu de la “Alianza de Civilizaciones”, ese irreal proyecto definido por Gustavo Bueno como el Pensamiento Alicia que reniega de las raíces cristianas de nuestra Sociedad y apuesta por el Multiculturalismo y al que podeis acceder haciendo clik en el resaltado.
- Y hasta la ridícula prohibición de vender bollos industriales en los Colegios porque “hay demasiados niños gordos”
En definitiva se trata a los ciudadanos como a menores de edad que precisan de instrucciones gubernamentales para adecuar su vida a lo “políticamente correcto”, a la concepción coyunturalmente adecuada de la Sociedad según la opinión de la mayoría política de turno.
En conclusión, mi liberalismo va frontalmente en contra de toda norma que se extralimite de la estricta regulación de los poderes y los servicios públicos, en tanto y cuanto todo lo demás es entrar en el ámbito de mi libérrima capacidad de decisión y de acción en un mundo pretendidamente democrático, mientras que la izquierda quiere regularlo todo, someter al individuo a su disciplina y criterio desestimando, ignorando, o aún renegando de la libertad individual de los sujetos.
Lo que ha venido pasando con la izquierda intelectual europea y los complejos de la derecha lo resume muy gráficamente el intelectual italiano Marcelo Pera en su Libro “Porqué debemos considerarnos cristianos”. En el que recoge las siguientes ideas:
“Recordamos continuamente los crímenes del nazismo, del fascismo o del franquismo, y con mucha más facilidad olvidamos los del comunismo. Los intelectuales de izquierda siguen pensando que la idea en que se inspiraba el comunismo era buena, pero que en la práctica se realizó mal. La utopía sigue obrando dentro de la cultura de izquierda, aunque no produce ninguna idea nueva.”
Para continuar afirmando:
“Soy muy pesimista respecto de Europa que hoy tiene dos crisis a la vez. Una moral y espiritual, porque no reconoce sus orígenes, su historia, el valor de la religión cristiana. Y otra crisis económica notable, que pone en entredicho el Estado democrático y social. Europa corre el riesgo de hundirse y ser presa del islam. La crisis espiritual produce el multiculturalismo y el relativismo, que es un elemento de debilidad espiritual frente al islam. La crisis económica supone otra fragilidad. Hoy ya no somos un continente protagonista".
“La tesis del multiculturalismo es que todas las religiones son iguales y todas deben ser eliminadas de la esfera pública. Lo cual es un error, porque Europa no se funda sobre la igualdad de todos los mensajes religiosos. Debemos respetar todas las confesiones, pero los principios fundamentales en que se basan nuestras constituciones, como la tolerancia o la laicidad, derivan de la tradición cristiana [Dadle a Dios lo que es de Dios y al Cesar lo que es del Cesar]. Si eliminamos los símbolos religiosos, si abolimos el cristianismo, perdemos la memoria de este legado, y ya no sabremos cómo defender los derechos fundamentales.”
“La democracia se basa en el principio fundamental de que las personas son todas iguales porque todos hemos sido creados iguales, somos hijos del mismo Dios, somos hermanos, pertenecemos a la familia humana. La democracia se basa en este concepto cristiano. No podemos aceptar que un grupo o comunidad diga: estos derechos no valen para nosotros; para nosotros la mujer vale menos que el hombre; las leyes solamente son válidas si respetan los mandatos del Corán. El multiculturalismo no acepta derechos inviolables, esto es lo que no comprende la cultura de izquierda, que hoy en Europa defiende el multiculturalismo y el relativismo, niega la identidad europea y entrega Europa al islam.”
Y es precisamente ante dicha encrucijada en donde el pensamiento intelectual no multicultural ni relativista, alcanza su mayor proyección, se hace imprescindible en la recuperación del espíritu occidental base de nuestra cultura y civilización.
Lo demás, el multiculturalismo, el relativismo y la negación de la razón, son barbarie.
En cualquier caso el dilema continúa hoy siendo el mismo que hace doscientos años, la lucha entre quienes son partidarios de la primacía de la igualdad y quienes lo son de la de la libertad.
El progresismo radical, la izquierda apalancada en el pasado a que se refiere Marcelo Pera, continúa pensando, tal y como pretenden algunos intelectuales como Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique, que:
“La Humanidad necesita, más que nunca, ser salvada, debido a la agravación de las desigualdades”
Si bien, tal y como nos recuerda Antonio Escohotado:
“El sistema democrático no pretende salvar al infeliz ni guiar al descarriado, sino perseguir el crimen y los privilegios, para ir ensanchando el autogobierno en general. En nuestras sociedades el lucro sólo tiene los límites del delito, que empiezan a complementarse estableciendo pautas ecológicas para la producción y el consumo. Esto viene de que no queremos abolir sino preservar la libre competencia, pues la igualdad que deseamos no es igualdad de ideas, costumbres, rentas o empleo del tiempo, sino igualdad ante la ley.”
Ya Thomas Jefferson advertía –en 1781- que pedir otra igualdad distinta de la “Igualdad ante la Ley” conduce al lecho de Procusto 1:
“Como hay peligro de que los hombres grandes ganen a los pequeños hágase a todos del mismo tamaño, estirando a los segundos y cortando a los primeros”.
Así, como nos recuerda Escohotado, según el mismo Jefferson:
“Reiterados intentos de establecer uniformidad –ideológica, material o de ambos tipos- han atormentado a incontables seres humanos desde el principio de los tiempos. El resultado ha sido hacer de una mitad del mundo estúpidos, y de la otra mitad hipócritas”.
En último término tan solo merece realmente la pena la defensa de la libertad, sobre la base del principio de igualdad ante la ley, pues solo ella permitirá al hombre su completo y feliz desarrollo.
Ya lo decía Nietsche:
“La igualdad hace disminuir la felicidad del individuo, pero abre la vía para la ausencia de dolor en todos. Al final de la meta estaría, ciertamente, la ausencia de dolor, pero también la ausencia de felicidad.”
1:
[1]En la mitología griega, Procusto era un hermoso bandido y posadero del Ática que invitaba a los viajeros solitarios a tumbarse en una cama de hierro donde, mientras el viajero dormía, lo amordazaba y ataba a las cuatro esquinas del lecho. Si la víctima era alta, Procusto la acostaba en una cama corta y procedía a serrar las partes de su cuerpo que sobresalían: los pies y las manos o la cabeza. Si por el contrario era más baja, la invitaba a acostarse en una cama larga, donde también la maniataba y descoyuntaba a martillazos hasta estirarle.
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