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miércoles, 14 de septiembre de 2022

OTRA VEZ LA MUERTE

 

El beso de la muerte, Tumba Del joven Llauvet. Cementerio de Poblenou. Barcelona

         He tenido siempre una reiterada tendencia, incluso en ocasiones con el manifiesto desagrado de algunos amigos, al análisis de la “Muerte” como única realidad incontestable e ineludible de la condición humana, que se ha concretado en diversos escritos publicados en relación con “ella”.

La psiquiatra americana Pema Chodrom afirma:

“Quienes aprenden a conocer la muerte, más que a temerla y luchar contra ella, se convierten en nuestros maestros sobre la vida.”

        Al final la reflexión a cerca de la necesidad de no temer a la muerte aparece en muchos clásicos, entre ellos quiero destacar a Shakespeare, quien pone en boca de Cesar, ante el aviso de los riesgos a cerca de su próxima muerte, las siguientes palabras:

“¡Los cobardes mueren varias veces antes de expirar! ¡El valiente nunca saborea la muerte sino una vez! ¡De todas las maravillas que he oído, la que mayor asombro me causa es que los hombres tengan miedo! ¡Visto que la muerte es un fin necesario, cuando haya de venir, vendrá!”

O cuando hace decir a Macbeth:

“Había de morir tarde o temprano: alguna vez vendría tal noticia. El mañana se arrastra con paso mezquino, día tras día, hasta la sílaba final del tiempo escrito y la luz de todo nuestro ayer nos guía hacia el polvo de la muerte. ¡Apágate, breve llama!”

    Escuché a Gabriel Albiac, hace algún tiempo en TV, decir que "la única ventaja de la ancianidad es la de permitir una sosegada contemplación de la cercanía de la muerte".

El debate en que dicha afirmación tuvo lugar se desarrollaba en torno a la existencia del hoy, del pasado y del mañana, y la conclusión de los contertulios, basada en el origen filosófico de la reflexión en Parménides, es que solo existe el “es”, el instante que vivimos, pues el pasado no existe más que como memoria y el futuro tan solo como expectativa o esperanza, como proyección de nuestros deseos más allá del “es” que actúa de realidad única.

    Chateaubriand, con otras palabras, dice lo miso:

Solo el presente nos pertenece, y solo a Dios corresponde decidir si viviremos el próximo minuto.

También Quevedo lo hace en su poema ¡Ah de la Vida!

Ayer se fue; mañana no ha llegado;

hoy se está yendo sin parar un punto:

soy un fue, y un será, y un es cansado.

    O Gabriel Albiac en su preciosa frase:

No hay realidad humana sin la danza laberíntica, cruelmente hermosa, del miedo y la esperanza. Lo demás es barbarie.

Pero ¿Porqué esta fijación con la muerte? Me preguntarán algunos de mis lectores.

Pues sencillo.

La muerte es la única verdad incontrovertible que tenemos en nuestra vida, y por ello todos, lo reconozcamos o no, nos preguntamos sobre ella y sobre lo que nos encontraremos después de sufrirla.

Algunos la temerán, otros, como es mi caso, no la desean, pero no la tememos.

Ya lo he explicado en otras de mis reflexiones, pues como creyente me enfrento a la muerte con el pensamiento de que la bondad divina, que es infinita, me permitirá acompañar al Padre en alguna de las moradas que el Hijo nos tiene preparadas, como anunció Jesús a los apóstoles.

Y si no hay nada después de la muerte, tampoco hay que temerla, pues la nada implicaría ausencia de sufrimiento, de memoria y de conciencia de la propia muerte. Y tal eventualidad me entristece, pero no me asusta.

En la literatura bíblica ciertos números tenían un significado especial más allá del puramente aritmético, así cuarenta era el período de tiempo de una generación y significa el paso de un tiempo largo.

     Puede también significar un período de prueba, de maduración, que acaba en una nueva situación: los 40 días y 40 noches del diluvio, con no promesa de una nueva vida sobre la tierra; los 40 años de los israelitas en el desierto que acaban con la entrada en la Tierra Prometida; los 40 días y noches de ayuno de Jesús que acaba con su “triunfo” sobre el diablo.

Según San Lucas, Jesús acaba su paso por la tierra a los cuarenta días de su Resurrección, significando la consumación de su trabajo de redención y entrada en el cielo.

 Ojalá que Dios no nos haga esperar 40 días para comunicarnos su decisión de si nos deja o no que entremos en el cielo a disfrutar de Su contemplación y compañía.

Y como final de este POST os traigo el video de la canción “Elegía”, versos de Miguel Hernández cantados por Serrat



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