El beso de la muerte, Tumba Del
joven Llauvet. Cementerio de Poblenou. Barcelona
He tenido siempre una reiterada tendencia, incluso en ocasiones con el manifiesto desagrado de algunos amigos, al análisis de la “Muerte” como única realidad incontestable e ineludible de la condición humana, que se ha concretado en diversos escritos publicados en relación con “ella”.
La psiquiatra americana Pema Chodrom afirma:
“Quienes
aprenden a conocer la muerte, más que a temerla y luchar contra ella, se convierten
en nuestros maestros sobre la vida.”
Al final la reflexión a cerca de la necesidad de no
temer a la muerte aparece en muchos clásicos, entre ellos quiero destacar a Shakespeare,
quien pone en boca de Cesar, ante el aviso de los riesgos a cerca de su próxima
muerte, las siguientes palabras:
“¡Los
cobardes mueren varias veces antes de expirar! ¡El valiente nunca saborea la
muerte sino una vez! ¡De todas las maravillas que he oído, la que mayor asombro
me causa es que los hombres tengan miedo! ¡Visto que la muerte es un fin
necesario, cuando haya de venir, vendrá!”
O cuando hace decir a Macbeth:
“Había
de morir tarde o temprano: alguna vez vendría tal noticia. El mañana se
arrastra con paso mezquino, día tras día, hasta la sílaba final del tiempo escrito
y la luz de todo nuestro ayer nos guía hacia el polvo de la muerte. ¡Apágate,
breve llama!”
Escuché
a Gabriel Albiac, hace algún tiempo en TV, decir que "la única ventaja de la
ancianidad es la de permitir una sosegada contemplación de la cercanía de la
muerte".
El debate en que dicha afirmación tuvo lugar se
desarrollaba en torno a la existencia del hoy, del pasado y del mañana, y la
conclusión de los contertulios, basada en el origen filosófico de la reflexión
en Parménides, es que solo existe el “es”, el instante que vivimos, pues el
pasado no existe más que como memoria y el futuro tan solo como expectativa o
esperanza, como proyección de nuestros deseos más allá del “es” que actúa de
realidad única.
Chateaubriand, con otras palabras, dice lo miso:
Solo el presente nos pertenece, y solo a Dios corresponde decidir si viviremos el próximo minuto.
También Quevedo lo hace en su poema
¡Ah de la Vida!
Ayer se fue; mañana no ha llegado;
hoy se está yendo sin parar un punto:
soy un fue, y un será, y un es cansado.
O Gabriel Albiac en su preciosa frase:
No hay realidad humana sin la danza laberíntica, cruelmente hermosa, del miedo y la esperanza. Lo demás es barbarie.
Pero
¿Porqué esta fijación con la muerte? Me preguntarán algunos de mis lectores.
Pues
sencillo.
La muerte es la única verdad incontrovertible
que tenemos en nuestra vida, y por ello todos, lo reconozcamos o no, nos
preguntamos sobre ella y sobre lo que nos encontraremos después de sufrirla.
Algunos la temerán, otros, como
es mi caso, no la desean, pero no la tememos.
Ya lo he explicado en otras de
mis reflexiones, pues como creyente me enfrento a la muerte con el pensamiento
de que la bondad divina, que es infinita, me permitirá acompañar al Padre en
alguna de las moradas que el Hijo nos tiene preparadas, como anunció Jesús a los apóstoles.
Y si no hay nada después de la
muerte, tampoco hay que temerla, pues la nada implicaría ausencia de
sufrimiento, de memoria y de conciencia de la propia muerte. Y tal eventualidad me entristece, pero no me asusta.
En la literatura bíblica ciertos números
tenían un significado especial más allá del puramente aritmético, así cuarenta
era el período de tiempo de una generación y significa el paso de un tiempo
largo.
Puede también significar un período de prueba, de maduración, que acaba en una nueva situación: los 40 días y 40 noches del diluvio, con no promesa de una nueva vida sobre la tierra; los 40 años de los israelitas en el desierto que acaban con la entrada en la Tierra Prometida; los 40 días y noches de ayuno de Jesús que acaba con su “triunfo” sobre el diablo.
Según San Lucas, Jesús acaba su paso por
la tierra a los cuarenta días de su Resurrección, significando la consumación
de su trabajo de redención y entrada en el cielo.
Ojalá que Dios no nos haga esperar 40 días para comunicarnos su decisión de si nos deja o no que entremos en el cielo a disfrutar de Su contemplación y compañía.
Y como final de este POST os
traigo el video de la canción “Elegía”, versos de Miguel Hernández cantados por
Serrat
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