Publico hoy un post antiguo, que ya conocerán algunos de mis antiguos lectores, pero ninguno de los nuevos.
Siento que para los primeros sea una reiteración, pero entiendo que será interesante para alguno de los nuevos.
Desde
muy pequeño me enseñaron que se aprende a hablar y escribir correctamente a
través de la lectura, y he cultivado con esmero esa dedicación a los libros.
Los libros son una fuente permanente
de conocimiento, de perfeccionamiento de la escritura y la ortografía, y como
nos dijera Quevedo, permiten “conversar con los difuntos y escuchar con los
ojos a los muertos”.
Por eso no hay mejor colección que
una buena biblioteca, ni mayor tesoro.
Un viejo amigo ya fallecido, uno de
los más importantes bibliófilos de España, me dijo en cierta ocasión:
“Hay
que leer a los clásicos; en los clásicos esta todo”
y no le faltaba razón.
Pero la
lectura aporta mucho más, nos permite, casi, vivir la vida de otros, sus
aventuras o desventuras, sus pensamientos y sus reflexiones, otros paisajes,
otras vidas que son las de los personajes dibujados en letra por sus autores.
Y al
final nos deja, en cada experiencia leída, un poso de riqueza sensitiva,
intelectual o filosófica, que de otro modo difícilmente alcanzaríamos.
Y de la
lectura a la riqueza del lenguaje, hablado o escrito, sólo hay un paso.
Aunque
nuestras reflexiones puedan parecer ininteligibles para los demás, pues en
ocasión nos sucede lo que nos relata Ovidio en sus “Tristes” (V12,58), que
“Barabarus
hic ego sum, quia non intellegor ulli.
Aquí soy extranjero porque nadie me entiende.”
O nos entienden
demasiado, por lo que deberíamos hacer lo que afirmaba el Cesar Carlos, para
precisar lo que debemos decir a cada uno, y de que manera, sin que los demás se enteren.:
“Hablo en latín con Dios, en
español con las mujeres, en italiano con los Músicos, en francés en la Corte,
en alemán con los soldados y en inglés con mis caballos.”
Antiguamente, entre las
asignaturas enseñadas a los miembros de la sociedad que podían permitirse el
lujo de una educación, se incluían la Retórica, es decir al arte del bien
decir, de dar al lenguaje, escrito o hablado, eficacia bastante para deleitar,
persuadir o conmover; y la Oratoria o arte de hablar con elocuencia.
Hoy esa
costumbre se ha perdido, baste con ver la forma en que se expresan nuestros
políticos y periodistas, salvo honrosas excepciones, o incluso como se legisla,
sin corrección lingüística, semántica o incluso gramática.
La
belleza del lenguaje, su corrección y su efectividad retórica han pasado de
moda.
Hoy se habla una extraña jerga entre
nuestros jóvenes, los políticos y los periodistas patean nuestro idioma en aras
de decir con corrección política lo que sería más sencillo decir en buen
español, y los anglicismos o galicismos están a la orden del día.
E incluso hablar o escribir con
corrección es sistemáticamente condenado cuando se ofende a la corrección política
del progresismo cultural de la izquierda, como si nos encontrásemos ante la "neolengua" impuesta por el "Ministerio de la Verdad" del "1984" de Orwell.
Y todo ello mientras algunos
escritores, como la fallecida Almudena Grandes, militante comunista que se permitió la licencia, asquerosa, de decir que las monjas violadas el los
años 30 del siglo pasado, disfrutarían de los cuerpos sudorosos de los
milicianos que las violaron y asesinaron, hacen de nuestra lengua instrumento
de AGITPROP comunista, desde la fealdad, la zafiedad, el resentimiento o la
ofensa, convirtiendo nuestra lengua en la prolongación de sus sentinas morales
o muladares ideológicos.
Recordemos que Rousseau, nos dijo:
“Quitad de los corazones el
amor por lo bello, y habréis quitado todo el encanto a la vida.”
Por otra parte, la escritura tiene la virtud de dejar para
la posteridad, si alguien nos lee, el relato de los sucesos del presente, como
hiciera Chateaubriand, al que tengo una indisimulada devoción, al describir
momentos de su vida y su época que hoy disfrutamos, como este pasaje de su
obra “Memorias de Ultratumba” dedicado a la escritura y la sorprendente brevedad que a veces tiene la vida:
“Castelnau escribió una parte de su vida en Londres. Al final del libro VII le dice a su hijo “Trataré de este hecho en el libro octavo” y el libro VIII de las memorias de Castelnau no existe: lo que es un aviso de que he de aprovechar la vida.”
relatando el inexorable y cruel paso del tiempo y la
definitiva consecuencia de nuestras vidas, que es la muerte.
Pero
mientras tanto, aprovechemos la vida, vivamos y bebamos,
recordando la broma de Julio Cesar, que decía de los Hispanos, que no
diferenciaban en su pronunciación la B y la V como hacían en Roma
“Beati hispani quibus vivere est bibere.”
Felices los hispanos para quienes vivir es beber.
Pero tiempo es ya de concluir esta breve reflexión, así que hagámoslo lamentando que, a nuestras edades, ya casi provectas, comencemos a notar los primeros síntomas de ese suplicio que es mantener un intelecto ágil dentro de una envoltura material que ya comienza a desgastarse.
Así que, mientras ese desgaste progrese sin derribarnos,
no renunciemos a los placeres de la vida, los físicos y los intelectuales, pues
como ya he dicho en otro Post, la suma de pequeñas alegrías reiteradas, nos
acercan a la felicidad, que es atributo exclusivo de Dios y sus almas redimidas.
Y ya que
estamos hablando de alegrías, disfrutemos la “Alegría de Vivir” de Chopin
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