La naturaleza no
deja de sorprenderme.
Después de dos días
sin lluvia, como en cada primavera, en cuanto
se estabiliza un poco el tiempo, los chopos han soltado su carga explosiva de
espuma y han provocado, como si de una inmensa nevada —cálida e inofensiva— se
tratara, que los parques y jardines de Madrid permanezcan hoy cubiertos de una
suerte de escarcha de algodón, suave y mullida.
Y el espectáculo se
repite año tras año.
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