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miércoles, 6 de mayo de 2020

LA SOLEDAD (II)


El caminante sobre el mar de nubes, Caspar David Friedrich. (1818)


           En septiembre de 2009 publique en este post en este blog a cerca de la SOLEDAD, que hoy reedito con correcciones y ampliaciones y vuelvo a poner al alcance de mis lectores, pues creo que su objeto tiene interés en estos momentos.

Los Laberintos del alma son los recovecos intelectuales por los que transitamos cuando nos enfrentamos a todas aquellas cuestiones que, en principio, se presentan como irresolubles ante nuestras reflexiones, pero a las que la razón siempre acaba encontrando su salida.

El primero de los laberintos del Alma al que quiero referirme es el laberinto de la soledad.

La soledad es una de las sensaciones más complejas que afectan al alma humana y, al abordar su análisis, creo que debemos partir de la distinción de dos tipos, bien diferenciados, de soledad:

 La soledad querida y la soledad temida;

O lo que es lo mismo: la soledad buscada y la soledad sufrida.

Recuerdo la lectura, en uno de esos típicos libros de aforismos para adolescentes, de una frase escrita en 1886 por el abate Joseph Roux:

«La soledad vivifica, el aislamiento mata»

La frasecilla de marras encierra todo un mensaje de sabiduría a los efectos de esta reflexión heteróclita, pues no es sino el compendio de las ideas que trato de expresar.

Efectivamente existe una soledad buscada, refugio de reflexión, amparo de meditaciones y de paz, que ensancha el alma y enaltece el espíritu.

Esa soledad no es castigo, no es mortificación, no es pena, sino que es consuelo y como dirían en mi tierra, no dejaría de ser “atopadiza” morada de los propios sentimientos necesitados de restaño.

El hombre necio necesita de la permanente presencia de sus iguales para no sentirse desafortunado, pues resulta incapaz de sentirse satisfecho con tan solo sus propios pensamientos; por el contrario existen otros que necesitan apartarse de sus prójimos, en ocasiones, para recuperar el buen sentido de esos mismos pensamientos.

Decía Friedrich Nieztsche que:

 “En la soledad el solitario se devora a sí mismo; en la muchedumbre lo devoran los muchos. Elige pués.”

No obstante el mismo Nieztsche decía que

También el alma ha de tener determinadas cloacas propias por donde dejar fluir sus inmundicias

y estoy convencido de que la soledad, a tal efecto buscada, pudiera ser una de esas cloacas y que, por tanto, lo que el solitario devoraría en su soledad no sería tanto su propio ser, sino aquellas partes del mismo que desprecie, las inmundicias de las que su espíritu desee desprenderse.

Por otra parte, únicamente en soledad es posible la creación artística o literaria, o la reflexión científica o espiritual, que son incompatibles con el bullicio de otros en rededor.

Efectivamente, la soledad es el ingrediente crucial de la creatividad, pues cuando estamos rodeados de otros, nos limitamos a seguir el comportamiento de los demás para no romper la dinámica del grupo

La soledad, sin embargo, permite desarrollar pensamientos nuevos y originales

Dice el escritor Andrés Trapiello que existe un tipo de soledad que él califica de “soledad consciente”, que no es sino un estado de soledad en el que uno piensa, observa las cosas, encuentra matiz y contempla. Y en esta contemplación se aprende y se madura. Te conoces, te mides y creces. Pero creces hacia dentro, que es el único lugar hacia el que se puede crecer llegada cierta edad.

Todos los grandes personajes de la Historia de las Religiones tuvieron, en un momento u otro de sus existencias, momentos en que buscaron esa Soledad Consciente como paso previo a su labor pública.

Antes de iniciar su vida pública, tal y como relatan en sus evangelios Mateo (4:1-11), Marcos (1,12-15) y Lucas (4,1-13) Jesús buscó su retiro espiritual de 40 días en el desierto, soledad perturbada con reiteración por el Maligno, que trató de seducirle con las promesas más ambiciosas de poder y gloria que Él fue desatendiendo una tras otra.

Finalmente, Cristo buscó también la soledad, apartándose de sus discípulos, para orar en el huerto de los olivos en el momento más angustioso de Su existencia como hombre cuando, atormentado por la proximidad del Sacrificio conocido, imploró al Padre que apartase de Él el cáliz que había de beber, aunque sometiéndose a la voluntad Suprema del Creador.

Mahoma, a sus cuarenta años, tuvo su primera experiencia como profeta en una cueva del monte Hira, donde se había retirado en soledad para meditar. Allí se le apareció, por primera vez, el arcángel Gabriel que le exhortó para que predicara en el nombre de Señor que le había creado.

Buda se retiró en soledad a la selva hasta alcanzar el Nirvana bajo una gran higuera, momento a partir del cual comenzó su peregrinaje enseñando sus conocimientos.

Tras esa soledad buscada se inicia la deriva hacia la soledad temida.

Yo sólo soy yo cuando estoy solo

dicen que decía Miguel Hernández, quien transitaba envuelto en la tristeza 

de su corazón a sus asuntos” 

en tránsito de soledades cual si de Lope de Vega se tratara,:

A mis soledades voy,
de mis soledades vengo,
porque para andar conmigo
me bastan mis pensamientos

Sensación de soledad mezcla de deseo y de temor, soledad parcial e inevitable, a la que también se refería Franz Kafka, quien en sus Diarios (1914-1923) nos dice:

“Esta zona fronteriza entre soledad y compañía, he podido cruzarla rarísimas veces, e incluso puedo decir que me he afincado en ella más que en la misma soledad.”

Y acabamos en la soledad absoluta, la lacerante sensación con la que deambulan aquellos que se encuentran en soledad rodeados por una muchedumbre.

Es la SOLEDAD TEMIDA, no deseada, impuesta por las circunstancias circundantes al propio ser, y cuyo origen es diverso e impredecible y que padecen quienes la soportan inexorable, dolorosa e irremediablemente sin buscarla.

Esa soledad ha llegado a ser, incluso, parte de nuestras vidas contemporáneas, sabiamente descrita por Ernesto Sábato:

«Cuando multitudes de seres humanos pululan por las calles de las grandes ciudades sin que nadie los llame por su nombre, sin saber de qué historia son parte, o hacia dónde se dirigen, el hombre pierde el vínculo ante el cual sucede su existencia. Ya no vive delante de la gente de su pueblo, de sus vecinos, de su Dios, sino angustiosamente perdido entre multitudes cuyos valores no conoce, o cuya historia apenas comparte»

El propio Sábato, relaciona la “Soledad Social” de nuestro tiempo con la pérdida del sentido del absoluto; o, dicho de otra manera, con el relativismo:

«Si los valores son relativos y uno se adhiere a ellos como a reglamentos de un club deportivo, ¿cómo podrán salvarnos ante la desgracia o el infortunio? Así es como resultan tantas personas desesperadas y al borde del suicidio. Por eso la soledad se vuelve tan terrible y agobiante»

Junto a todas estas soledades existe otra soledad trascendente, escatológica y mística, cual es la soledad de la muerte.

Sartre hizo famosa la expresión “El infierno son los otros” como una de las manifestaciones centrales de las posiciones del nihilismo de mediados del siglo XX.

Frente a esa consideración del existencialismo ateo, el Papa Ratzinger, ya en 1968, contestaba que no, que “El infierno es estar solo”, pues el miedo de cualquier ser humano ante la muerte no es sino “el miedo a estar a solas con la muerte, la siniestra sensación de la soledad en si misma”.

Recientemente se ha publicado en Roma bajo el título “Porqué Continuamos en la Iglesia”, una recopilación de artículos teológicos de Ratzinger antes de acceder al papado.

En uno de dichos artículos, precisamente llamado “El infierno es estar solo” Ratzinger nos dice:

Si existiese (después de la muerte) una suspensión de la existencia tan grave que en ese lugar (o situación) no pudiera haber ningún tú, entonces tendría lugar esa verdadera y total soledad que el teólogo llama infierno

Para concluir afirmando:

Una cosa es cierta, hay una noche a cuyo abandono no llega ninguna voz; hay una puerta que podemos atravesar solo en soledad: la puerta de la muerte. La muerte es la soledad por antonomasia.
Aquella soledad en la cual el amor no puede penetrar es el infierno.
Sin embargo Cristo ha atravesado la puerta de nuestra última soledad; con su Pasión ha entrado en el abismo de nuestro ser abandonado
 (Descendió a los infiernos nos dice el Credo Cristiano).
Allí donde no se podía escuchar ninguna voz. Allí está Él.
De este modo el infierno, la muerte, que antes era el infierno, ya no lo es más. El infierno, así, es o una clausura voluntaria
 (el deseo de permanecer irredento) o como dice la Biblia, la segunda muerte.

De tal modo y manera que como ya dijera en mi escrito ALTERIDAD, YO Y LOS OTROS la formulación cartesiana del “yo”: “Pienso luego existo”, sin relación alguna con los demás —con los otros— llevaría a un concepto de “Yo” solitario, que no sería sino una realidad capaz de auto pensarse, pero vacía de contenido fuera de su propia existencia y que solamente cobraría sentido en relación con la existencia de otro, de Tú, aunque ese Tú sea, al menos, el Dios redentor.

Es decir, desde esta perspectiva, la única expresión posible del “yo” se da en el encuentro con el otro, en la intersubjetividad, de la que emana el concepto mismo de “yo” y todas las manifestaciones trascendentes que dan sentido al descubrimiento y la confirmación de la existencia del propio ser.

Y por lo tanto la total ausencia de cualquier otro en la soledad profunda de la muerte, incluso la ausencia del Cristo Redentor, la absoluta soledad a la que se refiere Ratzinger como infierno, implicaría la nada, una “segunda muerte” según la expresión Bíblica.

La condena pues al infierno no sería sino la condena a la absoluta soledad, sinónimo de inexistencia, de no resurrección, a la que se verían abocados los Irredentos, pues el “YO” sin referencia a nada ni a nadie sería sinónimo de la propia inexistencia.

Finalmente no podemos dejar de hablar, es esta reflexión sobre la “soledad temida” de la “soledad de amor”, la que nos invade como consecuencia de la pérdida del afecto del ser querido, ya por su abandono, ya por su desaparición o muerte.

Pero te quiero, amor, aunque la vida me pague con tormentas
de atronadora soledad.

Nos dice Mariano Estrada, en uno de sus poemas.

Es precisamente la muerte o desaparición de un ser querido la situación que provoca un mayor desconsuelo al ser humano, una mayor sensación de Soledad profunda e insuperable.

Ese desconsuelo, o falta de alivio de la pena que se sufre, esa sensación de soledad, por abandono insuperable, es una sensación rayana en la desesperación, no trascendental, sino anímica.

Es la sensación de impotencia ante la pena, ante la certeza de que no existe esperanza ante la ausencia del otro, desconsuelo ante el dolor que se sufre, del que se sabe que no tendrá remedio.

Nunca la pena por la muerte de alguien puede tener consuelo más que trascendental.

No quiero dejar de recordar en este punto, las palabras de mi padre Torcuato Fernandez-Miranda sobre el dolor por la muerte de otro:

“Dicen que soy frio ante la muerte de otro; no es frialdad.
La muerte del prójimo me impresiona de tal forma que mi alma tiende a refugiarse en el silencio, la desolación y la tristeza.
Os aseguro que el llanto más doloroso es aquel que carece de lágrimas, de lamentos y de palabras.”


La muerte como hecho irreversible no tiene otra esperanza que la del reencuentro con el ser amado en el más allá, y la confianza de que disfrutaremos de las promesas de Dios conjuntamente.

La tristeza, la soledad, el desconsuelo, ha sido uno de los sentimientos humanos que mayor inspiración han provocado en los artistas o en los poetas.

Umbrío por la pena, casi bruno porque la pena tizna cuando estalla. Donde yo no me hallo no se halla hombre más apenado que ninguno

Escribe doliente Miguel Hernández, intentando trasladarnos en sus versos aquella sensación de desconsuelo.

Tanto dolor se agrupa en mi costado, que por doler me duele hasta el aliento.

Nos dice Miguel en otro de sus poemas, posiblemente uno de los poetas del s.XX que con mayor sentimiento ha sabido trasladar al verso la sensación de la pena humana, de la amargura, del dolor por la muerte de un ser amado, de la soledad irresoluble.

Y no podemos olvidar que, fruto de la epidemia de COVID19 y de las medidas adoptadas por el Gobierno, esa soledad en la muerte se ha visto incrementada dolorosamente en las víctimas de la epidemia, que no han podido estar acompañados de sus seres queridos ni en el momento de su muerte ni en el de sus exequias, produciendo un desgarro del que la Sociedad no ha sido consciente por la manipulación de la VERDAD en que ha incurrido el Gobierno y los subvencionados (por no decir comprados) medios de comunicación, esencialmente las TV.

Pero la Soledad presenta también otros aspectos diferentes y es estudiada por los modernos sociólogos como un fenómeno en aumento y con connotaciones de carácter político y de configuración de los hábitos sociales.

Según los más recientes estudios, muchas personas acabarán viviendo solas en los próximos años, ya que cada día nos casamos más tarde, las tasas de divorcio aumentan y las personas viven más. La prosperidad económica también fomenta este estilo de vida, elegido voluntariamente por el lujo que representa.

Otros sociólogos piensan que vivir solo significa, además, disfrutar de mayor calidad de vida, pues la soledad es mucho mejor que el hecho de sentirse mal acompañado,Incluso hay estudios que aseguran que la soledad facilita el desarrollo de la empatía y que las personas que viven solas poseen una red social de amistades tan amplia o más que las personas de su misma edad que viven acompañadas.

Las personas somos seres sociales, pero tras un día de trabajo rodeados de compañeros o clientes, de reuniones, atentos a las redes sociales y al móvil, la soledad ofrece un espacio de reposo necesario para recomponer nuestra paz interior.

Y esta expansión de la Soledad, en nuestra sociedad, viene acompañada de la inactividad, de la dejadez de los ciudadanos, y su inconsciente sumisión a las modas y corrientes mayoritarias, lo que presenta efectos preocupantes.

Esta actitud se fomenta desde diversos grupos de influencia política y social, y surge así la colectivización social: los individuos, inermes ante los retos de su vida y temerosos de no alcanzar sus objetivos individuales, se incrustan dentro de un colectivo determinado, cuyos miembros se asemejan a ellos en sus gustos, inclinaciones morales, religiosas, sexuales o raciales, y es a través del “Colectivo” que pretende obtener la ayuda de la Sociedad para colmar sus deseos. Es el “síndrome del rebaño”

Y se fabrica artificialmente, así, la idea de los llamados “Grupos sociales en riesgo de exclusión” y los “Derechos Colectivos” en contraposición a los conceptos de “Ciudadano Libre en una Sociedad Abierta” y “Derechos Humanos”, pues estos últimos están referidos a los individuos en cuanto tales y no a los colectivos en los que se integran. Problema que ya hemos tratado en los post:


¿Y a que conclusiones debemos llegar después de esta larga reflexión?

Pues podría concretarla en mi discrepancia con muchos de los pensadores de vanguardia, de los que pondré dos ejemplos.

Así, Javier Gomá defiende la idea de la “vulgaridad excelente”, y que considera que el hombre de la sociedad contemporánea ha de aceptar la “vulgaridad Escelente” en su vida personal y laboral, y no tratar de emular la fama en detrimento de la excelencia.

Considero que la pretensión de que el hombre contemporáneo asuma aquella “Vulgaridad Excelente” es una pretensión elitista de corte ilustrado, pues vista desde el punto de vista del ciudadano, implica que el hombre deba contentarse con realizar excelentemente el rol vulgar que le haya correspondido en la Sociedad como forma de realización personal, olvidando que todo hombre ha de aspirar a su propia superación, como camino de desarrollo social, sin ceder al chantaje de servir a la propia Sociedad a cambio de no asumir el riesgo de tomar decisiones, renunciando a principios sólidos en favor de la licuefacción de su moral.

Discrepo también del coreano Byung-Chul Han, quien considera que el hombre contemporáneo está dislocado por “una atención dispersa”, por “un acelerado cambio de foco entre diferentes tareas, fuentes de información y procesos” y no admite centrarse en un solo objetivo pues ello le produce hastío.

Al contrario que Byung-Chul Han, creo que la proliferación de fuentes de información y conocimiento empobrece a los dirigentes políticos, económicos y sociales y enriquece a los ciudadanos, a quienes hay que tratar como adultos que habrán de ser capaces de discriminar, en atención a su formación previa, su realidad sociológica y sus demás circunstancias personales, cual es la información que considera cierta y que conocimientos le resulta útiles, y no defenderles, contra su voluntad, de ellos mismos, tratándoles con infantilismo sentimental proteccionista.

Si aceptásemos el principio de la “Vulgaridad Excelente” de Gomá, la incapacidad de juicio ante estímulos diversos que proclama Byung-Chul Han, y sobre protegemos a los ciudadanos con sentimentalismo infantilizante, conseguiremos, precisamente, un hombre que no quiere pensar, porque no quiere actuar, porque actuar impone asumir responsabilidades sobre las consecuencias de los propios actos, que carece de principios sólidos por los que luchar y que se abandona, cansinamente, en manos de sus dirigentes económicos, políticos o sociales

Y ello sería contrario a la verdadera esencia de la vida humana, que Torcuato Fernandez-Miranda definió con estas palabras

“La vida humana es radical intimidad, mismidad, destino propio, peculiar, infungible, intima. Así como nadie puede morirse por mí, soy yo el que tengo que morir mi muerte, así, de la misma manera, sólo en mi radical intimidad puede mi vida ser vivida”.     

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