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miércoles, 7 de octubre de 2015

FALSTAFF Y BRUMMEL, BUFONES Y DANDYS





















Hay dos personajes apasionantes por su histrionismo, en la realidad y en la literatura inglesas por los que siento una especial simpatía y lástima; Se trata de John Falstaff y George “Le Beau” Brummel.

Ambos fueron íntimos amigos de los Príncipes de Gales Enrique V “Hal” y Jorge IV “Prinny”, sus compañeros de francachelas, juergas y borracheras; y ambos fueron repudiados por ellos ya desde el trono por mor de sus obligaciones como monarcas, que no podían ser pasto de murmuraciones ni por los excesos de confianza de sus compañeros de correrías, ni por el efecto de desprestigio que pudieran suponerles estas malas compañías.

Falstaff es protagonista junto con el Principe Hal de toda clase de fechorías y desmanes a lo largo de la obra “Enrique IV”, pero al final de su segunda parte, tras la muerte de su padre y heredada la Corona por “Hal”, cuando Falstaff prevé que se iniciarán sus momentos de ventura, es repudiado sin miramientos por el Rey.

Así lo relata Shakespeare en la escena V y última de ·Enrique IV

FALSTAFF
FALSTAFF
REY
JUSTICIA
FALSTAFF
REY
Sale el REY [con su séquito].
LANCASTER
Su gran amigo, protector y catapulta a la posición alcanzada por Brummel, desse que coincidieran en el internado de Etoan, fue el Rey Jorge IV, conocido en su juventud como Prinny, que también era un dandy.
Asumió el trono después de ser el Regente durante varios años, tras ser declarado su padre, el rey, legalmente incapaz. Vano y egocéntrico, mandó a construir un salón de banquetes en Brighton (Royal Pavilion), que con su delirante decoración oriental competía con cualquiera en el mundo. Jorge IV servía comidas pantagruélicas de hasta más de cien platos: comía hasta hartarse y, ahíto, se hacía sangrar por sus médicos «para evitar la congestión».
El rey era obeso, caprichoso, dilapidador, adicto a dar bailes y cenas, mujeriego compulsivo, hiperbólico en su tendencia a autoadornarse; aparecía en sus fiestas polveado y con el pelo rizado. Vestía de satén rosa, con la chaqueta adornada de abalorios y con el sombrero saturado de lentejuelas. Brummell trató de ordenar esa exuberancia. Se hicieron amigos íntimos. El príncipe lo colocó, en pago, en la mejor sociedad londinense. Soportó todas las insolencias de Brummell, e incluso las aplaudió; al fin, como era de esperarse, pelearon. Seguramente en estas condiciones, altamente etilizado queremos decir, le espetaría Brummell a su benefactor, el Príncipe de Gales la opinión que le merecía su generoso cuerpo: !Gordo¡, le llamó y lo hizo de tal manera que todo el mundo pudiera escucharlo. Por lo visto el Príncipe le había estado evitando toda la velada, ninguneándolo con unos y con otros, y esto, para el ego hipertrofiado de Brummell, era insoportable.
     Fue el principio del fin, aunque el ocaso de aquella….digamos burbuja, se había venido gestionando desde hacia tiempo. Las 30000 libras que había heredado de su padre, un suma considerable, se habían ido esfumando, por ejemplo, en aquellos guantes que  exigian el concurso de 4 artesanos, uno de ellos se encargaba exclusivamente de elaborar la pieza que cubriría el dedo pulgar.
    Al final, la fortuna de Brummell no fue capaz de soportar tan desenfrenado tren de vida. Con treinta y ocho años perdió tanto su fortuna como el favor del rey. Los acreedores comenzaron a acosar su casa.
En 1816, con treinta y ocho años y para evitar la prisión por deudas, pues debía miles de libras, huyó a Calais (Francia
Fue nombrado cónsul en Caen gracias a la influencia de Lord Alvanley, segundo barón Alvanley y del marqués de Worcester, ya en el reinado de Guillermo IV. Lo le proporcionó una pequeña renta anual. Este nombramiento duró dos años antes de que Brummell recomendara que el Foreign Office aboliera el consulado en Caen, con la esperanza de ser trasladado a una posición con más beneficio en otro lugar. El consulado fue abolido, pero no le dieron ningún otro cargo.
Rápidamente Brummell se quedó sin dinero y acabó en la prisión por deudas, donde lo llevaron sus acreedores de Calais. Sólo la caritativa intervención de sus amigos en Inglaterra le proporcionó cierto alivio. Dejó de vestirse, bañarse y afeitarse. De noche, en el mísero cuarto de la pensión, organizaba simulacros de las grandes cenas que había vivido. Después de dos apoplejías de origen sifilítico, Beau Brummell murió sin dinero, y enloquecido por la sífilis en el asilo de caridad pública del Bon Saveur en Caen en 1840.


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