Hay dos
personajes apasionantes por su histrionismo, en la realidad y en la literatura
inglesas por los que siento una especial simpatía y lástima; Se trata de John
Falstaff y George “Le Beau” Brummel.
Ambos fueron
íntimos amigos de los Príncipes de Gales Enrique V “Hal” y Jorge IV “Prinny”,
sus compañeros de francachelas, juergas y borracheras; y ambos fueron
repudiados por ellos ya desde el trono por mor de sus obligaciones
como monarcas, que no podían ser pasto de murmuraciones ni por los excesos de confianza de sus compañeros de correrías, ni por el efecto de desprestigio que pudieran suponerles estas malas compañías.
Falstaff es protagonista junto con el
Principe Hal de toda clase de fechorías y desmanes a lo largo de la obra
“Enrique IV”, pero al final de su segunda parte, tras la muerte de su padre y
heredada la Corona por “Hal”, cuando Falstaff prevé que se iniciarán sus
momentos de ventura, es repudiado sin miramientos por el Rey.
Así lo relata Shakespeare en la escena V
y última de ·Enrique IV
FALSTAFF
¡Dios te
guarde, rey Hal, mi rey Hal!
FALSTAFF
¡Dios te
guarde, mi muchacho!
REY
Justicia
Mayor, habladle a ese necio.
JUSTICIA
¿Estáis
en vuestro juicio? ¿Sabéis a quién le habláis?
FALSTAFF
¡Mi rey,
mi Júpiter! Te hablo a ti, amigo del alma.
REY
No te
conozco, anciano; vete a rezar.
¡Qué mal
sientan las canas a un bufón!
Soñé con
tal hombre mucho tiempo,
tan
hinchado, tan viejo y malhablado,
mas, ya
despierto, el sueño me repugna.
Desde hoy
mengua el cuerpo y aumenta la virtud,
deja de
atracarte y piensa que la tumba
se abre
para ti tres veces más que para otros.
No me
respondas con ninguna bufonada,
no
imagines que soy ahora el que he sido,
pues Dios
sabe, y el mundo lo verá,
que ya he
repudiado al que antes fui
y que lo
haré con mis antiguas compañías.
Cuando
oigas que soy como era antes,
acércate
y serás como tú fuiste,
el
maestro y nutridor de mis desórdenes.
Hasta
entonces te destierro, bajo pena capital,
lo mismo
que a mis otros corruptores,
a diez
millas de distancia dé tu rey.
Os daré
lo necesario para que viváis
sin que
la pobreza os lleve al mal
y, cuando
sepa que os habéis reformado,
seréis
favorecidos según vuestra aptitud
y
vuestros méritos. Milord, encargaos
de que
tengan cumplimiento mis palabras.
Prosigamos.
Sale el REY [con
su séquito].
LANCASTER
Me agrada
el noble proceder del rey:
ha
previsto que sus viejos compañeros
estén
perfectamente mantenidos,
pero a
todos los destierra hasta que su conducta
se
muestre más sabia y comedida.
George “Le Beau” Brummel es personaje más
intrascendente pero no menos interesante, pues representa la figura moral del dandy.
Nieto de un
tendero e hijo de un funcionario, heredó una fortuna considerable que dilapidó
en enaltecer su “dandysmo” hasta límites increíbles, convirtiéndose en árbitro
de la moda en la Sociedad Londinense de su época.
Con doce años fue
enviado a Eton, donde se hizo popular y fue llamado
«Buck Brummell». Allí conoció al hombre que marcaría su destino, el futuro
Jorge IV. Estudió posteriormente en Oxford donde, a su reputación como hombre a la
moda, añadió otra como ingenioso y de lengua afilada. Regresó a Londres e
inició una intensa vida social, profundizando su amistad con el Príncipe de
Gales. Ingresó en el ejército, donde ascendió al grado de capitán. Decidió
abandonarlo porque no le permitía cumplir con sus múltiples obligaciones
sociales. Con veintiún años heredó 30.000 libras al fallecer su padre. Con el
apoyo del Príncipe de Gales y con la inmensa fortuna heredada, inicia la
extraña carrera que perfeccionó como un arte, el “dandysmo”, con el que
aspiraba al difícil y quizás imposible arte de pasar notoriamente desapercibido
(«conspicuosly inconspicuous»).
Su gran amigo, protector y catapulta a la posición
alcanzada por Brummel, desse que coincidieran en el internado de Etoan, fue el
Rey Jorge IV, conocido en su juventud como Prinny,
que también era un dandy.
Asumió el trono después de ser el Regente durante varios
años, tras ser declarado su padre, el rey, legalmente incapaz. Vano y
egocéntrico, mandó a construir un salón de banquetes en Brighton (Royal Pavilion), que con su delirante
decoración oriental competía con cualquiera en el mundo. Jorge IV servía
comidas pantagruélicas de hasta más de cien platos: comía
hasta hartarse y, ahíto, se hacía sangrar por sus médicos «para evitar la
congestión».
El rey era obeso, caprichoso, dilapidador, adicto a dar
bailes y cenas, mujeriego compulsivo, hiperbólico en su tendencia a
autoadornarse; aparecía en sus fiestas polveado y con el pelo rizado. Vestía de
satén rosa, con la chaqueta adornada de abalorios y con el sombrero saturado de
lentejuelas. Brummell trató de ordenar esa exuberancia. Se hicieron amigos
íntimos. El príncipe lo colocó, en pago, en la mejor sociedad londinense.
Soportó todas las insolencias de Brummell, e incluso las aplaudió; al fin, como
era de esperarse, pelearon. Seguramente en
estas condiciones, altamente etilizado queremos decir, le espetaría Brummell a
su benefactor, el Príncipe de Gales la opinión que le merecía su generoso
cuerpo: !Gordo¡, le llamó y lo hizo de tal manera que todo el mundo pudiera
escucharlo. Por lo visto el Príncipe le había estado evitando toda la velada,
ninguneándolo con unos y con otros, y esto, para el ego hipertrofiado de
Brummell, era insoportable.
Fue el
principio del fin, aunque el ocaso de aquella….digamos burbuja, se había venido
gestionando desde hacia tiempo. Las 30000 libras que había heredado de su
padre, un suma considerable, se habían ido esfumando, por ejemplo, en aquellos
guantes que exigian el concurso de 4
artesanos, uno de ellos se encargaba exclusivamente de elaborar la pieza que
cubriría el dedo pulgar.
Al final, la
fortuna de Brummell no fue capaz de soportar tan desenfrenado tren de vida. Con
treinta y ocho años perdió tanto su fortuna como el favor del rey. Los
acreedores comenzaron a acosar su casa.
En 1816,
con treinta y ocho años y para evitar la prisión
por deudas, pues debía miles de libras, huyó a Calais (Francia
Fue nombrado cónsul en Caen gracias a la influencia de Lord
Alvanley, segundo barón Alvanley y del marqués
de Worcester, ya en el reinado de Guillermo IV.
Lo le proporcionó una pequeña renta anual. Este nombramiento duró dos años
antes de que Brummell recomendara que el Foreign Office aboliera el consulado en Caen, con la
esperanza de ser trasladado a una posición con más beneficio en otro lugar. El
consulado fue abolido, pero no le dieron ningún otro cargo.
Rápidamente
Brummell se quedó sin dinero y acabó en la prisión por deudas, donde lo
llevaron sus acreedores de Calais. Sólo la caritativa intervención de sus
amigos en Inglaterra le proporcionó cierto alivio. Dejó de vestirse, bañarse y
afeitarse. De noche, en el mísero cuarto de la pensión, organizaba simulacros
de las grandes cenas que había vivido. Después de dos apoplejías de origen
sifilítico, Beau Brummell murió sin dinero, y enloquecido por la sífilis en
el asilo de caridad pública del Bon Saveur en Caen en 1840.
No pasó desapercibida para Albert Camus la figura moral del
“Dandy”. En El hombre rebelde (1951) afirmó: «las rebeliones
metafísicas de los dandys son privadas, y pese a no querer trascender a lo
público acaban, para cobrar un sentido pleno, trascendiendo».
Así, el verdadero dandy deja de ser una percha de labia
afilada, para convertirse en una actitud ética que forja su sentido frente al
mundo que le ha tocado en suerte.
Pero al auténtico dandy se le reconoce en la última
pincelada, en su muerte, siempre trágica y de coherente sordidez. Así, Brummel
pasó sus últimos días ahogado en la miseria y en la locura provocada por la
Sífilis, al igual que Baudelaire. Y Wilde se hundió en su exilio parisino bajo
un nombre falso. El dandy tiene un único final posible, como explica el
profesor Félix de Azúa, que es inmolarse. Dar sentido a la muerte, a la
absoluta nada, con la absoluta trivialidad de su vida. Sólo así puede
distinguirse como héroe moral, como un ideal arrojado a la sociedad.[i]
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