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jueves, 10 de mayo de 2007

SARKOZY Y LA IZQUIERDA RADICAL



Desde la noche del domingo en la que Nicolás Sarkozy resultó elegido nuevo Presidente de la República Francesa con más del 53% de los votos emitidos y con una diferencia de casi siete sobre su oponente Segolene Royal, la izquierda radical se viene manifestando violentamente para protestar contra esa elección.

En las manifestaciones comentadas gran parte de los manifestantes han exhibido fotografías de Segolene Royal en un alarde antisistema, como diciendo: no nos importa que haya ganado Sarkozy, nuestro lider es Royal.

Volvemos a las andadas de siempre; Si la izquierda gana las elecciones…, pues nada así son las cosas; Pero si gana la derecha la izquierda radical no se conforma, se manifiesta violentamente y deja claro que “está en la calle”.

Recordemos algunos datos:

Sólo en las elecciones de 2002, que enfrentaron a Chirac y al ultraderechista Le Pen, se produjo en segunda vuelta una victoria apabullante del elegido Chirac (82,21 % de los votos), mientras que en las elecciones de 1995 Chirac ganó a Lionel Jospin con el 52,6 % de los votos.

En 1998 Mitterand ganó las elecciones con un porcentaje de los votos emitidos similar al de Sarkozy, un 54,02 % de los votos emitidos y en el 1981 gano a GuiscarD’Estaing con el 51,76% de los votos.

¿Se produjeron entonces algaradas similares a las que ahora está protagonizando la izquierda radical francesa, no sin cierta complacencia del Partido Socialista?

Pues que nos conste NO

¿A que se debe la reacción callejera de esa izquierda?

La razón no es difícil de precisar, La victoria de Sarkozy en las presidenciales francesas, tras el acceso de la democristiana Angela Merkel a la cancillería Alemana, es muestra de una clara tendencia sociológica en Europa de vuelta a los valores, a las convicciones, a los principios, y de sano orgullo ante la posesión tranquila y fecunda de una herencia de valores morales, de raiz liberal y cristiana, sobre los que construir el bien público.

Y naturalmente esto pone a las izquierdas de los nervios.

Efectivamente, durante los últimos treinta años el sesentayochismo ha invadido todas las esferas de la política y la vida social de Europa.

Y como consecuencia de la preeminencia política de las corrientes de la izquierda postmarxista sesentayochista, consentida por la derecha, se ha profundizado en elementos poco vivificadores para la sociedad ---que ha desembocado en un claro relativismo moral--- como son la corrección política o el gigantismo de los Estados subsidiados de bienestar, cuyo modelo se ha extendido en Europa.

Sus primeras palabras, tras la elección, en la tarde noche del domingo fueron contundentes:

«Quiero rehabilitar el trabajo, la autoridad, la moral, el respeto, el mérito. Quiero devolver el honor a la nación y a la identidad nacional. Quiero devolver a los franceses el orgullo de ser franceses».

Vamos… que se acabó la referencia intelectual permanente del sesentayochismo propio de la izquierda francesa, la única izquierda europea que continúa pensando que la economía de mercado es algo nefasto que debe combatirse.

Sesentayochismo que ha impregnado más profundamente a la sociedad francesa como consecuencia de la ambigua política del anterior Presidente Jacqes Chirac.

Frente a las pretensiones de “renovación” del sistema democrático occidental propio de los filósofos postmarxistas de aquel movimiento ideológico anclado en las inexistentes conquistas del mayo del 68, Sarkkozy apunta a conceptos propios de la derecha ---de la que se siente orgullosamente parte activa--- como son el respeto a la autoridad y la moral; y el valor del trabajo y el mérito, por encima de consideraciones típicamente socialistas más enrocadas en los conceptos del igualitarismo y el subsidio.

Finalmente llama la atención la fortaleza de la apelación del nuevo Presidente Francés al sentimiento nacional de los franceses, con su expreso deseo de “devolver el honor a la Nación y a la identidad nacional”, idea resumida en su deseo de “devolver a los franceses el orgullo de ser franceses”.

O sea, igual que Rodríguez, nuestro Presidente del Gobierno, que no se sabe que concepto tiene de España o de su organización territorial y política, más allá de su permanente estrategia de apaciguamiento de los nacionalistas como estrategia de perpetuarse en el Poder.

¡¡¡Cuánto me gustaría escuchar de algún lider de la derecha española un discurso como el que os reproduzco de Sarhozy, pronunciado en su campaña elñectoral, que reume, no sin tintes propagandísticos, pero de forma directa y contundente, e mensaje de la derecha moderna que el Presidente de la República Francesa encarna!!!

«Mayo del 68 nos había impuesto el relativismo intelectual y moral. Los herederos del 68 habían impuesto la idea de que todo vale, de que no hay ninguna diferencia entre el bien y el mal, entre lo verdadero y lo falso, entre lo bello y lo feo. Habían querido hacernos creer que el alumno vale tanto como el maestro, que no hay que poner notas para no traumatizar a los malos alumnos, que no había diferencias de valor y de mérito. Habían querido hacernos creer que la víctima cuenta menos que el delincuente, y que no puede existir ninguna jerarquía de valores. Habían proclamado que todo está permitido, que la autoridad había terminado, que las buenas maneras habían terminado, que el respeto había terminado, que ya no había nada que fuera grande, nada que fuera sagrado, nada admirable, y tampoco ya ninguna regla, ninguna norma, nada que estuviera prohibido.
Recordad el eslogan de Mayo del 68 en las paredes de la Sorbona: “Vivir sin obligaciones y gozar sin trabas”. Así la herencia de Mayo del 68 ha liquidado a la escuela de Jules Ferry en la izquierda francesa, que era una escuela de la excelencia, del mérito, del respeto, del civismo; una escuela que quería ayudar a los niños a convertirse en adultos y no a seguir siendo niños grandes, una escuela que quería instruir y no infantilizar, porque había sido construida por grandes republicanos que tenían la convicción de que el ignorante no es libre. Pero la herencia de Mayo del 68 ha liquidado esa escuela que transmitía una cultura común y una moral compartida, cultura y moral gracias a las que todos los franceses podían hablarse, comprenderse, vivir juntos. La herencia de Mayo del 68 ha introducido el cinismo en la sociedad y en la política. Han sido precisamente los valores de Mayo del 68 los que han promovido la deriva del capitalismo financiero, el culto del dinero-rey, del beneficio a corto plazo, de la especulación. El cuestionamiento de todas las referencias éticas y de todos los valores morales ha contribuido a debilitar la moral del capitalismo, ha preparado el terreno para el capitalismo sin escrúpulos y sin ética, para esas indemnizaciones millonarias de los grandes directivos, esos retiros blindados, esos abusos de ciertos empresarios, el triunfo del depredador sobre el emprendedor, del especulador sobre el trabajador. (...)
Los herederos de Mayo del 68 han degradado el nivel moral de la política. Todos esos políticos que reivindican la herencia de Mayo del 68, dan al prójimo lecciones que jamás se aplican a sí mismos, quieren imponer a los demás comportamientos, reglas, sacrificios que jamás se imponen a sí mismos. Proclaman: “Haced lo que yo digo, no hagáis lo que yo hago”. Ésa es la izquierda heredera de Mayo del 68, la que está en la política, en los medios de comunicación, en la administración, en la economía. La izquierda que le ha tomado gusto al poder, a los privilegios. La izquierda que no ama a la nación porque no quiere compartir nada. Que no ama a la República porque no ama la igualdad. Que pretende defender los servicios públicos, pero que jamás veréis en un transporte colectivo. Que ama tanto la escuela pública, que a sus hijos los lleva a colegios privados. Que dice adorar la periferia, pero que se cuida muy mucho de vivir en ella. Que siempre encuentra excusas para los violentos, a condición de que se queden en esos barrios a los que ella, la izquierda, no va jamás. Esa izquierda que hace grandes discursos sobre el interés general, pero que se encierra en el clientelismo y el corporativismo. Que firma peticiones y manifiestos cuando se expulsa a algún “okupa”, pero que no aceptaría que se instalaran en su casa. Que dedica su tiempo a hacer moral para los demás, sin ser capaz de aplicársela a sí misma. Esa izquierda, en fin, que entre Jules Ferry y Mayo del 68 ha elegido Mayo del 68, es la que condena a Francia a un inmovilismo cuyas principales víctimas serán los trabajadores, los más modestos, los más pobres.
Ésa es la izquierda que desde Mayo del 68 ha renunciado al mérito y al esfuerzo, que ha dejado de hablar a los trabajadores, de sentirse concernida por la suerte de los trabajadores, de amar a los trabajadores; porque el valor trabajo ya no forma parte de sus valores, porque su ideología ya no es la de Jaurès o la de Blum, que respetaban a los trabajadores, sino que ahora la ideología de la izquierda es la del reparto obligatorio del trabajo, la de las 35 horas, la del asistencialismo. La crisis del trabajo es ante todo una crisis moral, y en ella la herencia de Mayo del 68 tiene una enorme responsabilidad. Yo quiero rehabilitar el trabajo, quiero devolver al trabajador el primer lugar en la sociedad. (...)
La herencia de Mayo del 68 ha debilitado la autoridad del Estado. Esos herederos de los que en Mayo del 68 gritaban “CRS = SS”, toman sistemáticamente partido por los violentos, los alborotadores y los estafadores contra la policía. Lo hemos visto tras los incidentes de la Estación del Norte. En lugar de condenar a los violentos y de apoyar a las fuerzas del orden y su difícil trabajo, no se les ha ocurrido nada mejor que esta frase, que merecería ser inscrita en los anales de la República: “Es inquietante constatar que se ha abierto una fosa entre la policía y la juventud”. Como si los vándalos de la Estación del Norte representaran a toda la juventud francesa. Como si fuera la policía la que estaba actuando mal, y no los violentos. Como si los violentos hubieran destrozado todo y saqueado los comercios para expresar una revuelta contra una injusticia. Como si el hecho de ser jóvenes lo excusara todo. Como si la sociedad fuera siempre culpable y el delincuente siempre inocente. Ésos son los herederos de Mayo del 68, que denigran la identidad nacional, que atizan el odio a la familia, a la sociedad, al Estado, a la nación, a la República.
En estas elecciones se trata de saber si la herencia de Mayo del 68 debe ser perpetuada o si puede ser liquidada de una vez por todas. Yo quiero pasar la página de Mayo del 68. Pero tiene que ser más que un gesto. No hay que contentarse con poner banderas en los balcones el 14 de julio y cantar la Marsellesa en vez de la Internacional en los mítines del Partido Socialista. No se puede decir que se desea el orden y tomar sistemáticamente partido contra la policía. No es posible seguir denunciando la “provocación” y el “Estado policial” cada vez que la policía intenta hacer respetar la ley. No se puede decir que uno apuesta por el valor del trabajo y, al mismo tiempo, generalizar las 35 horas, seguir cargándolo con impuestos y estimular la mentalidad del asistido, del que cobra del Estado para no trabajar. No se puede decir que se desea obstaculizar las deslocalizaciones y al mismo tiempo rechazar cualquier experimentación del IVA social, que permite financiar la protección social con las importaciones. No es posible proclamar grandes principios y negarse a inscribirlos en la realidad. Yo propongo a los franceses romper realmente con el espíritu, con los comportamientos, con las ideas de Mayo del 68, con el cinismo de Mayo del 68. Propongo a los franceses devolver a la política la moral, la autoridad, el trabajo, la nación. Les propongo reconstruir un Estado que haga realmente su trabajo y que, en consecuencia, domine las feudalidades, los corporativismos y los intereses particulares. Les propongo rehacer una República una e indivisible contra todos los comunitarismos y todos los separatismos. Les propongo reedificar una nación que de nuevo esté orgullosa de sí misma. (...)
Al poner sistemáticamente los derechos por encima de los deberes, los herederos de Mayo del 68 han debilitado la idea de ciudadanía. Al denigrar la ley, el Estado y la nación, los herederos de Mayo del 68 han favorecido el crecimiento del individualismo. Han incitado a cada cual a no pensar más que en sí mismo y a no sentirse concernido por los problemas del prójimo. Yo creo en la libertad individual, pero quiero compensar el individualismo con el civismo, con una ciudadanía hecha de derechos pero también de deberes. Quiero derechos nuevos, derechos reales y no virtuales. Quiero un derecho real a un techo, al alojamiento. Un derecho real al cuidado de los hijos, a la escolarización de niños con minusvalías, a la dependencia para los mayores. Quiero el derecho a un contrato de formación para los jóvenes de más de 18 años, y a la formación a lo lago de toda la vida. Quiero el derecho a la caución pública para aquellos que no tienen padres, para los que no tienen relaciones, para los enfermos a los que no se les quiere prestar porque se considera que representan un riesgo demasiado elevado. Quiero el derecho a un contrato de transición profesional para los que están en paro.
Pero quiero que estos derechos estén equilibrados con los deberes. La ideología de Mayo del 68 habrá muerto cuando la sociedad se atreva a recordar a cada cual sus deberes, cuando en la política francesa se ose proclamar que, en la República, los deberes son la contrapartida de los derechos. Ese día al fin se habrá realizado la gran reforma moral e intelectual que Francia necesita una vez más. Entonces podremos reconstruir sobre cimientos renovados esa República fraternal que es el sueño siempre inacabado, nunca realizado de Francia desde el primer día en que tuvo conciencia de su existencia como nación. Porque Francia no es una raza, no es una etnia, ni sólo un territorio; Francia es un ideal incansablemente perseguido por un gran pueblo que, desde su primer día, cree en la fuerza de las ideas, en su capacidad para transformar el mundo y hacer la felicidad de la humanidad.
Quiero decírselo a los franceses: el pleno empleo, el crecimiento, el aumento del poder adquisitivo, la revalorización del trabajo, la moralización del capitalismo, todo eso es necesario y es posible. Pero eso no son más que medios que deben ser puestos al servicio de una cierta idea del hombre, de un ideal de sociedad donde cada cual pueda encontrar su lugar, donde la dignidad de todos y cada uno sea reconocida y respetada.»

Lamentablemente la estructura sociológico electoral española puede dificultar el tránsito hacia ese renacimiento de la mayoría natural ideológicamente liberal conservadora, pues el peso de los partidos nacionalistas en las elecciones generales dificultaría gravemente ese devenir.

Sin ir más lejos, hace algunos días el Sr. Imaz, Presidente del PNV ha manifestado que no le dolerían prendas en llegar a acuerdos de “gobernabilidad” con el PP si este ganase las elecciones generales, pero a renglón seguido ha manifestado su convencimiento de que esa “gobernabilidad” en España pasará necesariamente por acuerdos con el conglomerado de fuerzas nacionalistas que hoy se aglutinan en el llamado “Galeuscat”, (conglomerado de fuerzas nacionalistas vascas, catalanas y gallegas).

Es decir, que el futuro de la “gobernabilidad” de España quedará, según Imaz, sometido a la voluntad del apenas millón y medio de votos que se aglutinan ---en toda España--- en esa enteléquica pseudo-coalición, condicionando la formación de Gobierno por parte de fuerzas políticas que como el PSOE o el PP se sitúan, cada una de ellas, en cifras entre los 10 y los 12 millones de votos.

Si en Francia la renovación ético-moral de la sociedad exige la presencia de un Sarkozy, mucho me temo que en España vayamos a necesitar a tres o cuatro.

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