Páginas

miércoles, 4 de abril de 2007

EL LIMBO, EL PURGATORIO Y EL INFIERNO




La Semana Santa, o Semana de Pasión es, para los cristianos, una época de recogimiento y reflexión, aunque en nuestra sociedad hedonista y materialista sea, más que nada, una semana de vacaciones.

Y aunque yo esté, formalmente, de vacaciones, no me sustraigo a la tentación intelectual de reflexionar a cerca de aquellas realidades que existencialmente nos afectan y una de ellas ---que reconozco incluso recurrente en mi discurso intelectual--- es la de la muerte y sus consecuencias.

La muerte es una realidad permanentemente presente en nuestra sociedad, aunque tratemos de ocultar su rostro y su realidad en nuestra vida cotidiana como quien trata de no pensar en los kilos de más o en ese cigarrillo que apagamos en el cenicero y que no deberíamos de haber fumado.

En el Arco central del Pórtico de la fachada occidental de la Catedral gótica de Notre Dame de París se representa el momento del Juicio Final, Presidido por Jesucristo, y en el que vemos la salida de los difuntos de sus tumbas a la señal de las trompetas tocadas por los ángeles, y su reparto entre los ángeles, que dirigen a los salvados al Cielo, y los demonios, que encadenan a los condenados para llevarlos a los Infiernos.

En esa representación medieval solo se contemplan las realidades del Cielo y del Infierno, pero no las del Purgatorio y el Limbo.

Una comisión de expertos del Vaticano está discutiendo a cerca de la existencia de “El Limbo” y sus conclusiones definitivas se publicarán en 2007.

Benedicto XVI ya había dicho en 1984, como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que el limbo era solamente "una hipótesis teológica" utilizada por la doctrina escatológica para resolver un dilema que siempre había inquietado a la Iglesia: ¿qué pasaba con los niños sin bautizar y con los millones de personas que, nacidas antes de Jesús, habían muerto cuando aún no había sido instituido el bautismo?

Teóricamente todas estas personas habrían fallecido sin expiar el “Pecado Original” por virtud del bautismo instituido por Cristo y por tanto no podrían alcanzar la Gracia del “Paraíso”, la “Presencia de Dios”, de tal modo que, sin alcanzar la categoría de “dogma de fe”, la existencia de “El Limbo” había sido aceptada por la Iglesia como “Recurso Teológico” para dar una explicación plausible a aquella realidad, de tal forma que aquellos seres humanos, impuros por no haberse librado del pecado original por vía del bautismo, aunque fuesen justos y bondadosos, no podrían alcanzar el cielo, pero tampoco ser objeto de condenación, por lo que “El Limbo”, considerado como un lugar donde aquellos no gozarían de la presencia de Dios pero tampoco sufrirían, venía a ser la opción mejor considerable.

La figura de “El Limbo” era así contemplada por el Catecismo de Pío X, pero ya a partir del Concilio Vaticano II la cuestión de “El Limbo” fue resuelta, en relación con los niños fallecidos sin bautizar, tal y como se establece el vigente Catecismo de la Iglesia Católica, en su norma 1261:

“En cuanto a los niños muertos sin Bautismo, la Iglesia sólo puede confiarlos a la misericordia divina, como hace en el rito de las exequias por ellos. En efecto, la gran misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven y la ternura de Jesús con los niños, que le hizo decir: "Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis" (Mc 10, 14), nos permiten confiar en que haya un camino de salvación para los niños que mueren sin Bautismo. Por esto es más apremiante aún la llamada de la Iglesia a no impedir que los niños pequeños vengan a Cristo por el don del santo Bautismo.”

La cuestión, pues quedaría tan solo abierta en relación con los adultos justos y bondadosos fallecidos con anterioridad a la resurrección de Jesucristo, pero incluso en relación con tales supuestos parece que la posición teológica es partidaria de la idea de la inexistencia de “El Limbo”, pues el efecto salvífico del Sacrificio de Jesús operaría en beneficio de todos ellos. Es más, la doctrina teológica católica opina que Jesús durante los tres días anteriores a su resurrección “Bajó a los Infiernos” para salvar a estos seres humanos justos y bondadosos que, sin embargo, no gozaban de la “Presencia de Dios”, y dado que el concepto del más allá es intemporal podríamos interpretar que su salvación se operó desde el momento exacto de su muerte, sin haber pues permanecido en “El Limbo” cuya existencia, así, sería innecesaria.

En cualquier caso siempre he entendido que discutir a cerca de la figura de “El Limbo” es una pérdida de tiempo intelectual, que demuestra que quienes se encontraban en él no eran sino quienes defendían su existencia.

Efectivamente, dicho en román paladino, la idea de “El Limbo” no sería sino un recurso facilón de los teólogos para resolver una cuestión que se les escapaba doctrinalmente, en épocas en que la dinámica premio-castigo, como elemento retributivo del comportamiento humano, era una constante sociológica sobre cuya base debían resolverse todas las dudas referentes al destino trascendental del hombre y el más allá.

Cuestiones distintas, que suscitan un permanente interés en los teólogos especialistas en escatología, son las referentes a la existencia del Purgatorio y del Infierno.

Es curioso que en nuestro idioma el térmico escatológico tenga dos acepciones perfectamente diferenciadas, la una referente a la filosofía y que no es sino el estudio del fin del mundo, del fin de la vida individual y del más allá, concepto que procede del termino griego “éskathos” o final; la otra es la rama de la fisiología que estudia la defecación y los excrementos y procede de un término también heleno “skatós” o hez.

Y nos encontramos así, por casualidad, con una nueva pareja de “falsos amigos parónimos”, a los que me refería tiempo atrás en uno de mis escritos enviados.

La casualidad nos permite hacer un chiste fácil:

“La vida, mientras se vive, es una realidad escatológica, que cuando termina es escatológicamente analizada.”

Ya he comentado, en otro escrito de mi colección, mis reflexiones referentes al infierno, su existencia y su vigencia como concepto teológico.

Hace algunos días leía algunas reflexiones de teólogos, ortodoxos con las doctrinas de la Iglesia Católica, que contradecían mis teorías a cerca de la no existencia del infierno como “lugar de sufrimiento”, sin embargo en Papa Juan Pablo II manifestó el 28 de julio de 1999 en la catequesis que impartió ante 8.000 fieles en el Vaticano, que:

«Las imágenes con las que la Sagrada Escritura nos presenta el infierno deben ser rectamente interpretadas. Ellas indican la completa frustración y vacuidad de una vida sin Dios. El infierno indica más que un lugar, la situación en la que llega a encontrarse quien libremente y definitivamente se aleja de Dios, fuente de vida y de alegría»

Y según defendía en mi escrito “El Infierno”, entiendo que esa “situación” sería la de la “NO RESURECCIÓN”, es decir, quedarse sin el premio de la “Vida Eterna en Presencia de Dios” que corresponderá a quienes lo hayan merecido.

Y ¿Qué ocurre con el Purgatorio?

Según la doctrina tradicional de la Iglesia Católica “El Purgatorio” es el lugar donde los pecadores que no hayan cometido pecados mortales o no los hayan purificado totalmente, expiarán, temporalmente, sus faltas hasta acceder al Cielo.

Según esta doctrina tradicional el purgatorio implicaría una “Pena de Daño” consistente en la “Dilación de la Gloria”, es decir dilación o aplazamiento en el momento de acceder al Cielo, a la “Presencia de Dios”, unida a la “Pena de Sentido”, cualitativamente distinta de la que se daría en el infierno, pero consistente en “tormento físico”.

En conclusión en el “Purgatorio” el alma quedaría privada de la visión de Dios mientras purga sus pecados atormentadamente.
Finalmente es esencial a la idea de Purgatorio su carácter temporal, ya que no puede prolongarse en el tiempo hasta más allá del Juicio Final, “momento” en el que se decidirá la suerte de cada alma humana en la disyuntiva Cielo-Infierno.

Un último apunte interesante en relación con la visión del Purgatorio de la Iglesia Católica es que según Santo Tomás (De purgatorio) Dios NO se vale de los demonios para la administración de las penas del purgatorio.

Vamos… que los demonios están relegados al infierno. ¡¡¡Menos mal!!!, porque si el Purgatorio existiese pocos íbamos a librarnos de él…

En esta materia me declaro “Protestante”, pues al igual que las Iglesias encuadradas bajo este epígrafe, tampoco puedo aceptar las teorías tradicionales de los teólogos católicos que defienden la existencia de “El Purgatorio” como lugar de tormento y expiación, aunque parece ser que la comisión que analiza “El Limbo” pudiera estar también discutiendo la posición oficial Católica referente a “El Purgatorio”, lo que me llevaría nuevamente al “redil”.

Por otra parte la idea de “El Purgatorio”, de un castigo temporal a los pecadores, no parece compadecerse con la de un Dios Justo y Misericordioso, que conforme a los evangelios

“No he venido a llamar a conversión a justos, sino a pecadores” (Lucas, 5-32)

Si partimos de la base de considerar, conforme a las enseñanzas del Papa Woytila, de que “El Infierno no existe como lugar, sino como situación en que se encuentra quien libre y definitivamente se aleja de Dios”, no podemos por menos que negar la existencia de ese “Lugar de Expiación Temporal” que representaría “El Purgatorio”.

Por cierto, el mismo Papa y en idéntica intervención ya manifestó que:

“Para aquellos que, en el momento de su muerte, se encuentren en condición de apertura a Dios, pero de manera imperfecta, el camino hacia la plena bienaventuranza exige una purificación que la fe de la Iglesia ilustra a través de la doctrina del purgatorio, término que no indica un lugar, sino una condición de vida. Quienes después de la muerte viven en un estado de purificación ya están en el amor de Cristo, que los libera de los residuos de la imperfección”.

De esta forma “El purgatorio” no sería un lugar, si no un proceso de “purificación”, que se produce durante la vida de cada ser humano y que se prolongará después de la muerte.

Si a las enseñanzas comentadas introducimos el concepto de atemporalidad del más allá, llegaremos a la conclusión de que la purificación que implica la situación de Purgatorio después de la muerte, no tiene una duración concreta ---lo que no sería posible en aquella situación de atemporalidad--- por lo que el sufrimiento purificador, pues no otra cosa sería “el fuego del purgatorio”, vendría determinado por la propia conciencia de necesidad de purificación, y no por su duración, lo que hace inadmisible el concepto de “temporalidad” del purgatorio formulada por la doctrina teológica tradicional Católica.

Por otra parte, sí conforme a la doctrina del Papa Woytila

“Quienes después de la muerte viven en un estado de purificación ya están en el amor de Cristo, que los libera de los residuos de la imperfección”

ello implicaría la simultaneidad e inmediatez del proceso de “purificación” y de la incorporación a la “Comunión De Todos Los Santos” la “Gloria” o “El Cielo”

Así pues, en resumidas cuentas, podemos concluir afirmando que, gracias a Dios, ---y nunca mejor dicho--- solo “El Cielo” existirá como “Lugar” de Eterna Felicidad, mientras que ni el Infierno ni el Purgatorio pueden ya ser considerados lugares de tormento.

En cualquier caso, la conclusión de que “El Infierno” no exista como lugar de condenación al tormento eterno, pues tan solo sería la situación de no resurrección de los condenados, y por lo tanto su dilución en “La Nada”; o de que “El Purgatorio” sea un inmenso dolor atemporal derivado de la propia conciencia de la necesidad de purificación para acceder al Cielo, no deben confundirnos a cerca del inmenso sufrimiento que conllevan aquellas situaciones de Purgatorio-Purificación y de Infierno-Condenación.

Es evidente que la teología escatológica contemporánea rechaza una concepción de un Dios que se complazca en torturar a sus hijos descarriados con el tormento físico.

Podemos interpretar el hecho de la “Condenación” como la plena conciencia, que será nítida en el más allá, de “la situación en la que se encontrará quien libre y definitivamente se haya alejado de Dios” ---en palabras de Juan Pablo II--- situación que pienso que no será otra que la comprensión de lo que implica para el condenado que le sea negada la posibilidad de la resurrección y de la vida eterna.

Opinar que con ello se atenúa la severidad de la condenación, sólo puede hacerlo quien subvalore todo sufrimiento que no sea físico.

Precisamente por ello sería un error interpretar las palabras del Papa Woytila como un deseo de atenuación del dolor inmenso de la condenación, pues simplemente se limitó a poner de manifiesto que determinadas expresiones de la Biblia en relación con el Infierno tienen carácter eminentemente metafórico, como ya hiciera en 1979 la Congregación para la Doctrina de la Fe en su carta Recentiores Episcoporum Synodi, en la que explicaba que el concepto de “fuego del infierno” debe interpretarse como el dolor insufrible que la privación de la visión de Dios provoca sobre todo el ser del condenado.

Finalmente y en cuanto al pretendido “infierno vacío” ---la idea de que el Infierno existe, pero que la Misericordia infinita de Dios y el poder redentor del Sacrificio de Jesús lo mantendrían vacío--- la teología católica tradicional niega esta posibilidad, pues si el infierno es un estado y no un sitio, no puede decirse simultáneamente que se admite que exista aquella situación de Infierno-Condenación pero que está vacía; pues un estado o situación que no se diese para nadie, simplemente no existiría, recalcando la idea de que la condenación no es una decisión de Dios, si no del propio hombre que rechace consciente, decidida y definitivamente el amor de Dios, su redención.

En todo caso, me resisto a aceptar que la capacidad de persuasión de Dios, que es bondad, misericordia e inteligencia inconmensurables, infinitas, no haga recapacitar al humano más contumaz, al más egoísta de los pecadores, para que acepte la purificación última que se ilustra en la idea de Purgatorio y se acoja a las bondades prometidas por Cristo.

Solo el “Mal Perfecto” representado únicamente por Lucifer, el ángel caído Luzbel, el más perfecto de los Querubines, y sus acólitos celestiales caídos, podrían perpetuarse en su error, y ser así los únicos morador de “Las Tinieblas”, de tal modo que ya no se podría hablar de la idea de “Infierno Vacío”, pues estaría colmado con Satanás y sus demonios.

Pero volviendo sobre la figura del demonio, siempre me ha llamado la atención el hecho de que Madrid albergue el único monumento existente en el mundo al Demonio. Se trata de la estatua conocida como el “Angel Caído” del parque de “El Retiro”.

La figura de “El Demonio” es universal. Todas las culturas reconocen la existencia de algún tipo de espíritus del mal.

La cultura occidental recoge la figura del demonio procedente de la tradición judeo-cristiana.

Según esta tradición Lucifer era un Angel, el más bello e inteligente de la categoría de los Querubines, que conforman el segundo coro de los nueve en que se dividen jerárquicamente según la clasificación elaborada entre los s.V y s.VI por el teólogo bizantino Dionisio Areopagita.

Los querubines se caracterizan, según este autor, por su extraordinaria inteligencia, y se consideran los guardianes de la Gloria de Dios.

Pues bien, Luzbel o Lucifer ---el portador del fuego, o de la luz, según la etimología latina--- se habría revelado por soberbia frente a Dios su creador, en compañía de un tercio de los ángeles, motivando su expulsión del Cielo por los demás ángeles, mandados por el Arcángel San Miguel.
Así lo relata el Apocalipsis de San Juan:

“Miguel y sus ángeles lucharon contra el Dragón. El Dragón y sus ángeles combatieron, pero no pudieron prevalecer y no hubo puesto para ellos en el cielo. Y fue precipitado el gran Dragón, la serpiente antigua, que se llama “Diablo” y “Satanás”, el seductor del mundo entero, y sus ángeles fueron precipitados con él.”

A partir del momento de su condenación los demonios, por envidia y odio hacia Dios, tratan de apartar de Él a su más preciada criatura, los hombres, por medio de la tentación hacia el pecado.
Y el hombre cae en la tentación en uso de su libre albedrío; como dijera San Agustín:

"La muerte de Cristo y Su resurrección han encadenado al demonio. Todo aquél que es mordido por un perro encadenado, no puede culpar a nadie más sino a sí mismo por haberse acercado a él."

Si analizamos la figura del Demonio desde posiciones creyentes, no podemos albergar la más mínima duda a cerca de su existencia, tal y como se manifiesta el catecismo de la Fe Cristiana, en sus normas 2850 y siguientes.

Hoy en día sin embargo, y desde las predominantes posiciones racionalistas, se desprecia la existencia de “El Maligno”, que se considera una mera manifestación de los mitos religiosos primitivos.

La psicología, la filosofía, la sociología, la ciencia en fin, serían quienes debieran explicar la maldad humana desde perspectivas empíricas, desde postulados racionalistas.

Se afirma, así, que el hombre es una mera realidad sociológica y que su propensión al mal debe de ser explicada racionalmente.

No faltan, por otra parte, quienes nos dicen que las referencias al maligno existentes en nuestra sociedad no son sino herencia de los ritos prejudaicos de oriente medio, centrados en la figura del dios Baal, de cuyo nombre se deriva el de Beelcebú, propio del demonio, y en la tradición bacantica greco-romana, ambos con ritos de fertilidad licenciosos, caracterizados por orgías sexuales desenfrenadas, cuya permanencia en el acervo cultural europeo se extendió a través de los ritos mágicos medievales, pues los ritos de las bacantes ---adoradoras enloquecidas del dios Dionisos-Baco--- vinieron a ser los precursores de aquellas orgías que en la Edad Media se estigmatizaron como aquelarres.

En el fondo nada nuevo hay bajo el sol, pues las doctrinas científicas que parten de considerar que el hombre es esencialmente bondadoso y que su maldad es fruto de su defectuosa educación, de su marginalidad, de su discriminación social, o de los traumas psicológicos sufridos durante su infancia o adolescencia, no se diferencian en nada del maniqueísmo propio del s.III, para el que el hombre presenta una esencia dual en pugna permanente: el bien (inspirado por Dios), y el mal (dominado por El Demonio), de tal forma que el hombre no sería responsable de sus malas acciones porque no son producto de la libre voluntad sino del dominio de Satanás sobre nuestra vida.

Frente a esta posición racionalista la Iglesia Católica advierte sobre la existencia real del Maligno, y así se ha manifestado el Papa Woytila, expresamente, en su catequesis del 13 de agosto de 1986, al decirnos que:

“La malignidad humana, constituida por el demonio o suscitada por su influjo, se presenta en estos días de forma cautivadora, seduciendo las mentes y los corazones hasta hacernos perder el sentido del mal y del pecado.”

En definitiva que la mejor arma del maligno es lograr que no se crea en su existencia y mantener su permanente presencia entre nosotros, desapercibido pero constantemente activo.
No sé si, desde el punto de vista teológico, las interpretación o teorías expresadas en este escrito serán muy conformes con la ortodoxia católica, pero son las que más me consuelan de cara a mis imperfecciones, mis pecados y mi esperanza de alcanzar la vida eterna.

No hay comentarios:

Publicar un comentario