A diferencia de Chateaubriand hablo frecuentemente de mis intereses, de mis emociones, de mis trabajos, de mis ideas, de mis afectos, de mis alegrías, de mis tristezas, sin pensar en el profundo tedio que el francés temía causar a los demás hablandoles de si mismo.
A
veces me deslizo por derroteros íntimamente personalistas, incluso con matices,
en ocasiones, excesivamente individualistas.
No sé
si ello satisface o no a mis lectores, pero a mí me sirve de desahogo para mis
sufrimientos emocionales y físicos.
Así,
soy consciente de que durante mucho tiempo no me he dejado iluminar por la
inspiración,ni por la sagrada
influencia de las musas.
Mis
sentimientos se escondían en los rincones más recónditos de mi alma,
posiblemente como consecuencia de los hados de la enfermedad padecida.
No
obstante no he perdido las sensaciones que me permiten conectar con los demás,
y he continuado con la lectura, la música y la escritura, aunque echo de menos el
juego de croquet, actividades que alivian mis limitaciones intelectuales y
físicas.
En
cualquier caso no abandonaré la soledad ni la intimidad de mi “castillo”, pues,
al fin y al cabo, con mi edad y mi salud, y abandonadas otras actividades
que desarrollaba en el pasado como cazar, montar a caballo, esquiar, o
disfrutar del vino y la buena mesa, debo buscar mi paz y mi alegría en otras
actividades como las relatadas.
Pese
a todos mis achaques y enfermedades, sigo disfrutando de la vida como ya nos decía
Sir Francis Bacon
“Vieja
madera para arder
Viejos
amigos para charlar
Viejos
autores para leer”
Y
omito los “vinos añejos para degustar”, con los que tanto he disfrutado, pues
los tengo medicamente proscritos, habiéndolos sustituido por un insulso vaso de
agua con gas y limón.
Mientras tanto, en este frío final de
otoño, antes de que lleguen los rigores del invierno, el mundo gira —¿progresa?,
lo dudo— y avanza, no se sabe bien hacia donde, bajo las amenazas igualitaristas,
malthusianitas y comunistas, en fin, con las amenazas del Poder hacia los
derechos y libertades de los ciudadanos.
Por ello me refugio, muchas veces, en la
Soledad e Intimidad de mi Castillo interior, con la certeza de que mis
principios no podrán ser alcanzados por los macarras y matones
del poder que intenta doblegarnos.
Pero mi intimidad ha de considerarse
compartida, pues me gusta la compañía y la conversación de las personas a las
que quiero, familiares o amigos., concretándose su esencia en la exigencia de
que los demás la respeten y sea, solamente yo, quien establezca las ventanas
por las que pueda entrarse en ella.
La intimidad personal ha
sido a veces concebida como un recinto, como el más secreto y escondido recinto
de nuestra vida anímica, que sería la cámara que alberga lo más recoleto y
escondido de cada uno de nosotros.
Otras veces, la intimidad ha sido vista como
un punto a la vez central y profundo de nuestra conciencia —y de nuestro subconsciente—
del cual brotasen nuestras acciones más personales: sería, así, el centro
emergente de nuestra vida y sus actos
Finalmente, una tercera sería
una concepción jurídico-moral de la intimidad, el «Fuero interno», es decir, el ámbito de la vida en que al hombre le es
dado existir sui iuris, conforme a su propio derecho, según su propio «fuero»,
o sea, el ámbito de la acción en el cual el sujeto es verdaderamente libre, y
por tanto últimamente responsable.
Recinto secreto del alma, surtidor de la
vida más genuinamente personal, ámbito de libertad y centro de imputación de
los actos morales.
Sí, todo esto es la intimidad. Pero acaso
sea más correcta otra visión de la vida íntima.
Tal vez sea preferible verla como el modo de ser de los actos propios en el cual, y con
el cual, mi vida se me hace real y verdaderamente propia.
O, con otras palabras, verdaderamente «mía».
Y para terminar esta “Reflexión Heteróclita,
os traigo una nueva pieza musical, hoy “Barcarola”
de Offenbach, en reconocimiento a uno de mis más fieles lectores.
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