Todas las veces que intento escribir algo original, busco en mis raíces. A veces me conformo con dedicar mi tiempo a darle mejor redacción a mis notas y reseñas, las que he ido elaborando en el pasado, y en otras ocasiones me dejo llevar por la inspiración, que se hurta frecuentemente a mis deseos, y llego, así, a la conclusión de que, a veces, decidir sobre que escribir no es fácil.
Sin embargo creo que hoy he encontrado materia sobre la que escribir.
Nuevamente quiero dedicar esta “reflexión” a la dialéctica “libertad vs igualdad”, y conectarla con el instinto gregario de los ciudadanos contemporáneos.
“¿Qué es la vida? un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
Una sombra, una ficción,
Y el mayor bien es pequeño;
Porque toda la vida es sueño,
Y los sueños, sueños son.”
laméntase Segismundo de su suerte, considerando que todo en la vida no es más que un sueño, una ilusión.
Pero, ¿hasta qué punto no debemos pensar todos lo mismo que Segismundo?, ¿hasta qué punto nuestra vida no es más que una quimera?
Hace algún tiempo Gabriel Albiac publicó una columna en ABC en que reflexionaba acerca de este extremo y en la que destaco estos párrafos:
“Todo el modelo del poder, todo el modelo de Estado que define a la edad moderna cabe en esto: que el más impermeable de los despotismos requiere la manufactura y gestión de las fantasías que forjan orden en las mentes humanas. Y que el sujeto político no es más que el siervo de esa jerarquía de afectos con la cual su imaginación es saturada. Lo real en política no existe. Ahí nace la política moderna. Que es una artesanía de lo imaginario, su muy bien calibrada escena. (y donde) hasta el último destello de las candilejas, hasta el mínimo detalle de esos decorados que deben suplir la vida con ventaja, han sido calculados para desencadenar afectos en el espectador paciente: emociones primarias de amor, odio, risa o llanto. Y bajo esa marea, la inteligencia es ahogada, sin remedio. La libertad con ella: inteligencia y libertad son lo mismo.”
El artículo de Albiac me sugiere una pregunta: ¿Qué queremos, en definitiva, al aceptar ese juego de luces, esas candilejas, esa puesta en escena, ese teatro del mundo?
La izquierda considera que es bueno que no exista ninguna autoridad, pues los ciudadanos tienen derecho a actuar como quieran, en ejercicio de su “libre albedrío”, el suyo claro, pues no respetan la libertad de quien quiere comportarse de modo diferente a como ellos consideran que deben comportarse los ciudadanos.
Esa ha sido siempre la posición de la izquierda, la supremacía de la igualdad sobre la libertad, en base al argumento de que para lograr la igualdad de todos, todos tienen que renunciar a su libertad.
Pues el sanchismo ya ni eso, pues está en disposición de renunciar al principio de igualdad de los españoles sin discriminación por motivos territoriales, mediante el reconocimiento de “privilegios particulares” en favor de los partidos catalanes y vascos, a cambio de su apoyo para conformar la mayoría parlamentaria que le permita continuar al frente del Gobierno de la Nación.
Privilegios que además habrán de ser financiados por el resto de los ciudadanos españoles no vascos ni catalanes.
La lucha ideológica entre la izquierda y la derecha, ha girado, siempre en torno a la dialéctica de la supremacía de la igualdad, posición de la izquierda, o de la libertad, posición de la derecha.
Como ya he comentado en mi post “PORQUÉ SOY ANTIMARXISTA” —que podéis leer haciendo clic en el texto resaltado— abordé esta cuestión con apoyo en las doctrinas creadas por diversos autores:
“Toda la historia del marxismo se fundamenta en la búsqueda de la “igualdad” con menosprecio de la libertad individual o colectiva.”
Así Ratzinger, antes de ser Papa, nos advertía contra el marxismo diciéndonos:
“[Marx] Ha olvidado que el hombre es siempre hombre. Ha olvidado al hombre y olvidado su libertad. Creyó que, una vez solucionada la economía, todo quedaría solucionado. Su verdadero error es el materialismo: en efecto, el hombre no es sólo el producto de condiciones económicas y no es posible curarlo desde fuera, creando condiciones económicas favorables”.
y Sánchez cae, salvando las diferencias intelectuales con Marx, en el mismo error, y cree que mintiendo a los ciudadanos, presentándoles una situación económica y social —falsamente— idílica, todo quedará resuelto y él continuará en el Gobierno.
Desde luego, para la ciudadanía más inculta, la mayoritaria menos preparada, la dialéctica Igualdad vs Libertad tiene un atractivo populista evidente, un atractivo político innegable.
La gente prefiere ser igual a todos sus conciudadanos, antes que ser libre, prefiere vivir “con seguridad” antes que ser libre, prefiere el “Estado de Bienestar” antes que su libertad particular. Y cuanto más crean que el Estado les garantiza todo ello, serán menos libres y más engañosamente felices.
En el fondo la mayoría de los ciudadanos contemporáneos prefieren ser masa obediente; no tener problemas de subsistencia y de bienestar global, antes que poder ejercer todos sus derechos en plena libertad, aceptando, en definitiva, una suerte de esclavitud y olvidando la máxima de Cicerón, según la cual:
“La libertad no consiste en tener un buen amo —que te provea de lo que deseas, añadiría yo— sino en no tenerlo”
Ya Nietzsche, a finales del s. XIX, criticaba la actitud “gregaria” de la sociedad democrática europea.
Efectivamente en su obra “En busca del bien y del Mal” nos dice:
“Dado que, desde que hay hombres, ha habido también, en todos los tiempos, rebaños humanos y que siempre han sido muchísimos los que han obedecido en relación con el pequeño número de los que han mandado, es lícito presuponer en justicia que, hablando en general, cada uno lleva ahora innata en sí la necesidad de obedecer, cual una especie de conciencia formal que ordena: «se trate de lo que se trate, debes hacerlo incondicionalmente, o abstenerte de ello incondicionalmente», en pocas palabras, «tú debes». ...... Si imaginamos ese instinto llevado hasta sus últimas aberraciones, al final faltarán hombres que manden y que sean independientes, o éstos sufrirán interiormente de mala conciencia y tendrán necesidad, para poder mandar, de simularse a sí mismos un engaño: a saber, el de que también ellos se limitan a obedecer."
para continuar diciéndonos:
“La degeneración global del hombre, hasta rebajarse a aquello que hoy les parece a los cretinos y majaderos socialistas su «hombre del futuro», — ¡su ideal!— esa degeneración y empequeñecimiento del hombre en completo animal de rebaño (o, como ellos dicen, en hombre de la «sociedad libre»), esa animalización del hombre hasta convertirse en animal enano dotado de igualdad de derechos y exigencias son posibles, ¡no hay duda!.Quien ha pensado alguna vez hasta el final esa posibilidad, conoce una náusea más que los demás hombres, — ¡y tal vez también una nueva tarea!...”
La gravedad de los acontecimientos que llevamos viviendo estos últimos años bajo el Gobierno Sanchista, desgraciadamente, recuerda la indolencia ante los abusos radicales de la izquierda montaraz, en que incurrió, siempre, la “autoridad” —si acaso se la pudiese llamar así— republicana y que nos deslizó irresponsablemente, al precipicio de la Guerra Civil en 1934.
Con el mismo talante propio de un bolchevique cualquiera como “Largo Caballero”, desde los partidos de izquierdas se descalifica a los “fascistas” que se manifiestan con banderas españolas con el escudo con el águila de San Juan, —aunque aparezca en la portada de la Constitución original y sea o no criticable— pero se considera, por el contrario, y sectariamente, que constituye una práctica de libertad de expresión el ondear de banderas republicanas o los insultos al Rey y a las Instituciones del Estado, o a la Iglesia, por parte de los “bolcheviques” —lo cual me parece un disparate—.
Al final constituye una dramática legitimación, por una parte importante de la sociedad, de la violencia como arma política, situación de difícil solución y de hondas raíces marxistas revolucionarias, pues el derramamiento de sangre ha sido fomentado por la izquierda reiteradamente:
Y como muestra varios botones:
El ahora ensalzado por “demócrata” —cuando realmente era un bolchevique comprometido, aunque fuera un gran poeta— Miguel Hernández cuando decía:
"Juventud que no se arriesga, sangre que no se derrama, ni es sangre, ni es juventud"
o Jean Paul Sartre, paradigma de la "gauche divine", que afirmaba, en su “parcialismo” de izquierdas, que:
“La violencia es injusta según de dónde viene.”
o Josef Stalin, sin comentarios:
“La violencia es el único medio de lucha, y la sangre el carburante de la historia...”
Manifestaciones de la izquierda que, con olvido, siempre, de lo expresado, entre otros, por el novelista, poeta y ensayista norteamericano Wendell Berry:
“La violencia engendra violencia. Los actos de violencia cometidos por la "justicia", en la afirmación de "derechos" o en defensa de la "paz" no acaban con la violencia, sino que preparan y justifican su continuación.”
Y constituye la esencia de aquello contra lo que debemos oponer, formalmente, nuestra condición de individuos libres, únicos e irrepetibles, considerando no que cada uno de nosotros sea demasiado diferente, sino que los demás son, todos, demasiado iguales.
Es decir, que ya estamos con la demagogia populista radical de la izquierda más pura.
Y mientras tanto, las élites culturales, aunque ellos no se consideren tales, pues no está de moda no ser de la masa vulgar, aplauden el fin del “bipartidismo” y se alegran, con su corazón henchido de felicidad, por la presencia en las instituciones de esta caterva de antisistemas, ─“Marcianos” los llamó muy acertadamente Bieito Rubido en una tertulia televisiva─ pero a ninguno se le ocurre recordar que Hitler alcanzó el poder en unas elecciones democráticas y que una vez instalado en el poder, legítimamente, comenzó la destrucción de la democracia, o que los padres de estos monstruos de la izquierda ─Lenin, Stalin, Mao, Fidel, etc…─ conquistaron y han mantenido el poder omnímodo sobre sus pueblos a base de derramar la sangre de los disidentes.
Y los “modernos” se mueren de risa porque la “gente de derechas” está “cagada” con la vuelta de los radicales comunistas.
No seamos simples y analicemos la gravedad de los acontecimientos.
Esperemos que la reacción de los “Pueblos Soberanos” de la vieja Europa sea meramente coyuntural, como reacción a los problemas que atravesamos ─Crisis, Corrupción y paro, esencialmente─ y que las aguas vuelvan a sus cauces habituales, pues si la tendencia del voto es de carácter “estructural” vayamos preparando a nuestros nietos para que sepan que volverán a tener que “batirse el cobre” por los campos de Europa en busca de una identidad perdida y de una libertad gravemente amenazada.
Nietzsche, en su obra “Más allá del bien y del mal”, considera que el hombre moderno se mueve en sociedad por instinto gregario y en atención a una cuestión elemental que él llama “Imperativo del temor gregario”
Su formulación es la siguiente:
“Quien examine la conciencia del europeo actual habrá de extraer siempre, de mil pliegues y escondites morales, idéntico imperativo, el imperativo del temor gregario:¡¡¡Queremos que alguna vez no haya ya nada que temer!!!Alguna vez…La voluntad y el camino que conduce hacia allá llámase hoy, en todas partes de Europa, «progreso».”
Es decir, conforme al enunciado del filósofo y melómano, el hombre moderno, amparado en la masa, en el conjunto de los demás ciudadanos, en la sociedad democrática, lo que quiere es obviar sus temores: “sentirse seguro”, para él el progreso es sinónimo de seguridad.
Y lo grave es que este “hombre moderno” a cambio de esa seguridad, —o más exactamente: sensación de seguridad— está dispuesto a ceder parte de su libertad, (según Albiac de su inteligencia, pues ya hemos visto que este autor considera que libertad e inteligencia son la misma cosa).
Ya sé que mi posición no está de moda, y que la corriente política y filosófica imperante no es defender la excelencia de unos pocos, sino la extensión de dicha excelencia a todos, con olvido y superación de la filosofía romántica, pero me resisto a aceptarlo. Creo que en ella todavía persisten formulaciones que, aún hoy, continúan siendo válidas.
¿O acaso no tiene razón Nietzsche cuando nos dice?:
“… también aquí el miedo vuelve a ser el padre de la moral. Cuando los instintos más elevados y más fuertes, irrumpiendo apasionadamente, arrastran al individuo más allá y por encima del término medio y de la hondonada de la conciencia gregaria, entonces el sentimiento de la propia dignidad de la comunidad se derrumba, y su fe en sí misma, su espina dorsal, por así decirlo, se hace pedazos: en consecuencia, a lo que más se estigmatizará y se calumniará será cabalmente a tales instintos. La espiritualidad elevada e independiente, la voluntad de estar solo, la gran razón son ya sentidas como peligro; todo lo que eleva al individuo por encima del rebaño e infunde temor al prójimo es calificado, a partir de este momento, de malvado. Los sentimientos equitativos, modestos, sumisos, igualitaristas, la mediocridad de los apetitos alcanzan ahora nombres y honores morales."
Y es precisamente esa reacción del ciudadano global, de la sociedad estructurada, de protegerse frente a lo temido, lo que, en definitiva, constituye el nudo gordiano de su comportamiento.
Ya no es importante lo que sea bueno en términos de desarrollo futuro o de mejora de las condiciones de vida, sino que será bueno aquello que aleje nuestro miedo al peligro. Pero ¿a qué peligro?
La frase de Nietzsche al respecto, anteriormente mencionada, es la clave:
“¡¡¡Queremos que alguna vez no haya ya nada que temer!!!”
Que no tengamos que temer ya, nunca más, por nuestro trabajo, por nuestra vivienda, por nuestra familia, por nuestra alimentación, por nuestra educación, por nuestra sanidad, por nuestro ocio…”
Y eso ¿Cómo se consigue?
El problema radica en que mientras algunos, tal vez los más, están conformes con el Ideal Utópico de la extensión de la excelencia a todos y asume el comportamiento de respeto al orden social establecido; otros, tal vez los menos, pero los más activos, están efectivamente contra el sistema y la paz, y hay numerosos ejemplos de ello en lo que han venido a llamarse los “movimientos antisistema” que contradicen el principio de coexistencia pacífica en aras del progresismo, con el objetivo de alcanzar otra Utopía, la igualitaria, aunque sea por medio de la violencia y fomentando los temores del resto de la sociedad con sus actitudes transgresoras.
Es precisamente a ese progresismo radical intolerante al que debemos oponer nuestra individualidad, nuestro espíritu libre, para evitar que, como dijera Jünger:
“Si los lobos contagian a la manada, un mal día el rebaño se convierte en horda.”
Y eso es precisamente lo que provocan los movimientos revolucionarios radicales de izquierdas, transformar los “rebaños” en “hordas”, y los ejemplos vividos en España durante los últimos meses son evidentes, las "hordas", los movimientos antisistema, han hecho suyas las calles en huelgas y manifestaciones, y el ciudadano medio se ve obligado a aceptar esa situación ante la inoperatividad, cuando no pasividad, del poder.
No nos olvidemos que conforme a la cita clásica “homo homini lupus est”, es decir, que el hombre es un lobo para el hombre.
La sociedad contemporánea no es, por desgracia, una balsa de aceite en la que los individuos que la componen se integren en ella y sus instituciones de forma voluntaria y pacífica, confirmando el orden constituido mediante su acatamiento normal, libre, y no coaccionado.
Frente a tal concepción, son numerosos los ejemplos de incitación a proceder a una sistemática desobediencia de la Ley, de perturbación del orden y de deseo de imposición de las propias ideas por la sinrazón de la fuerza y mediante la transgresión de la sensación de seguridad de los conciudadanos.
Pero es que esa lucha contra el “temor al peligro” se extiende en nuestra sociedad a situaciones difícilmente conciliables incluso con el derecho de autodefensa, así ya Nietzsche nos dice en el s. XIX algo que hoy es el catecismo del progresismo jurídico penal:
“Finalmente, en situaciones de mucha paz faltan cada vez más la ocasión y la necesidad de educar nuestro propio sentimiento para el rigor y la dureza; y ahora todo rigor, incluso en la justicia, comienza a molestar a la conciencia; una aristocracia y una autorresponsabilidad elevadas y duras son cosas que casi ofenden y que despiertan desconfianza, «el cordero» y, más todavía, «la oveja» ganan en consideración. Hay un punto en la historia de la sociedad en el que el reblandecimiento y el languidecimiento enfermizos son tales que ellos mismos comienzan a tomar partido a favor de quien los perjudica, a favor del criminal, y lo hacen, desde luego, de manera seria y honesta. Castigar: eso les parece inicuo en cierto sentido, la verdad es que la idea del «castigar» y del «deber castigar» les causa daño, les produce miedo. «¿No basta con volver nopeligroso al criminal? ¿Para qué castigarle además? ¡El castigar es cosa terrible!» la moral del rebaño, la moral del temor, saca su última consecuencia con esa interrogación. Suponiendo que fuera posible llegar a eliminar el peligro, el motivo de temor, entonces se habría eliminado también esa moral: ¡ya no sería necesaria, ya no se consideraría a sí misma necesaria!”
Efectivamente, nuestra sociedad huye del castigo, y profundiza en conceptos más socialmente confortables como la reeducación o la reinserción del criminal, que en la práctica resultan mayoritaria y lamentablemente inútiles.
Pero sea todo en honor de la obra de teatro que representamos, no desentonemos con las candilejas ni con el attrezzo, y si es preciso, que sean otros quienes hagan el trabajo sucio entre bambalinas, pero sin enterarnos; idealicemos nuestra Sociedad, considerémosla fruto de nuestra bonhomía, aceptemos el deseo general de no tener más temores, y convezcámonos de que podemos vivir en una situación permanente de paz y armonía.
Pero ya que aceptamos vivir en una permanentemente representada obra de teatro, seamos al menos conscientes de que, como dijera Shakespeare, por boca de Próspero:
“Ahora, nuestro juego ha terminado. Estos actores, como dije, eran sólo espíritus y se han fundido en el aire, en la levedad del aire; y al igual que la efímera obra de esta visión, las altas torres que las nubes tocan, los palacios espléndidos, los templos solemnes, el inmenso globo, y todo lo que en él habita, se disolverá; y, tal como ocurre en esta vana ficción, desaparecerán sin dejar humo ni estela. Estamos hechos de la misma materia que los sueños y nuestra pequeña vida cerrará su círculo con otro sueño.”
Y hago mío, como conclusión de esta reflexión, el final de la citada columna de Albiac:
“Riámonos, ya que no hay manera de salvarnos. Con el Quevedo que pone en burlón verso castellano el severo moralismo de Epícteto:«No olvides que es comedia nuestra vidaY teatro de farsa el mundo todo,que muda el aparato por instantesy que todos en él somos farsantes»Todos.Ellos (los políticos).Nosotros (los ciudadanos)”
Y concluyamos como de costumbre con un nuevo video musical, hoy el “Coro de los Esclavos” de la ópera Nabuco de Verdi, rememorando el ánimo obedientemente esclavizado de los ciudadanos masa, al que nos hemos referido
© 2023 Jesús Fernández-Miranda y Lozana
Extraordinario y exhaustivo artículo, crítico con el poder actual en España y definitivamente acertado. Esta descripción de lo que se nos viene encima baja bastante la moral desde luego, pero es una realidad y como tal hemos de verla. Quizás la manifestación del Domingo nos de un poco de esperanza en nuestro profundo deseo de que sea todo un éxito. Brindo por ello.
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